viernes, 24 de abril de 2020

Crónica de un Sant Jordi confinado.

Y llegó el 23 de abril. Sant Jordi.
Luce el sol y se presenta un día esplendido; no hace frío por lo que a las diez ya andaría correteando cual ninfa  en camiseta, ni demasiado calor por lo que el rojo de la cara con el que acabaría entraría dentro de unos estándares normales. No amenaza lluvia y la jornada se alargará hasta las diez de la noche cuando cansados y felices devolvemos las últimas cajas a la librería y vamos a cenar algo guarro.

Los cojones.

Porque por si no lo sabíais estamos confinados por un quítame de ahí un virus. Sí, ya lo sé que os pilla por sorpresa, pero ahora no da tiempo a explicarlo. Si miráis algún periódico despúes de las páginas de cultura hablan de eso. O en la tele si tenéis suerte podéis pillar una tertulia sobre el virús.
Total, al grano.
Que no ha habido Sant Jordi.

Ni cajas, ni libros, ni parada, ni gente, ni agobios, ni preguntas de cuál es el más vendido, ni estudiantes haciendo desganados un trabajo, ni intentos de robo, ni sol, ni agoreros diciendo que qué, aguantará el día u os lloverá, ni los tres saludos de Alcalde, ni Juanjo a primera hora saludando, ni señoras que piden más descuento porque otros años le habíamos hecho más descuento que ellas se acuerda y qué voy a saber yo de qué descuento le hacíamos, ni clientes favoritos que vienen a la parada a que le recomiendes algo porque si no recomiendas tú es menos Sant Jordi, ni la satisfacción del jefe al ver que tras tanto trabajo todo va sobre ruedas, ni los autores firmando esperando que venga alguien a pedirles que les estampe un garabato en su libro por caridad, ni A. espectacularmente atractiva y hermosa poniendo orden a base de sonrisa y machete en el caos que es la sección infantil, ni anécdotas, ni imbéciles, ni gente maja, ni...

Así que hoy me he levantado desconcertado y triste. Deambulaba por casa como alma en pena con exceso de mala poesía romántica y me encontraban llorando por los rincones convertido en un amasijo de carne patética, triste y humillada. Porque yo cuando lloro olvido la dignidad que no tengo ni de puta coña y surge de mi el trozo de ser repugnante que en verdad soy, todo flatulencias, mocos, estertores e hipidos molestos que te hacen levantar la mano así como en un gesto de... me contengo que si no te meto. Niña Dragón me miraba entre fascinada y asustada mientras me golpeaba con un palo.

- Mami, papa está más tonto que ayer.
- Sí, cariño.
- Pobre. ¿Qué le pasa?
- Es Sant Jordi, Niña Dragón y si no tiene su dosis de parada y mala leche se convierte en... eso.
- ¿Le puedo pegar un rato más?
- Sí, claro, un poco más y te vas a quemar la cama de tu hermano que va siendo hora de que se despierte.


Y no he mejorado.
Nada.
Al final A. se ha cansado y para que dejará de suspirar de tal forma que empañaba la colección de estatuas ecuestres que tenemos en el pasillo, me ha improvisado una parada de libros en el comedor / biblioteca / salón de juegos / galería de arte donde tengo una copia de la obra maestra Perros jugando al póker.

Dicho y hecho. Me ha obligado meterme en la ducha y a vestirme con alguna otra cosa que las zapatillas viejas y el pijama raído al que le he enganchado un símbolo de la flota estelar de Star Trek con precinto marrón. Y en unos minutos ya me tenéis con parada en casa, con cara de librero hastiado y atendiendo a clientes imaginarios con un asomo de sonrisa y recomendando lo mejor de lo mejor.


Así que de esta forma he pasado el día de Sant Jordi. He malcomido un bocadillo detrás de la parada. De vez en cuando venía A. o los nenes y me compraban un libro o dos. Se ponían un sombrero y hacían ver que eran otras personas exigiendo más descuento o si tenía el libro ese que han dicho en TV3 que era el más vendido, pero el segundo por la izquierda o si me quedaba alguno de aquel que tenía en la tienda hace tres años, pero que no se acuerda de si era un libro o un ornitólogo. Ha sido más relajado que otros años, no tan agobiante ni tan cargado de gente, pero ha servido para que recupere un poco la dignidad (sí, ya sé que no he tenido nunca) y me quitara el mono de un Sant Jordi encerrado en casa pensando que quizá hagamos uno de verdad en julio o en octubre o vete a saber cuándo.

- ¿Y no hay anécdotas jugosas?
- Bueno, ha venido poca gente y a parte de mis amigos imaginarios, y estos no leen, poca cosa. Me he intentado robar un libro a mí mismo, pero me ha acabado dando vergüenza así que lo he dejado mientras me pedía perdón y me decía que no volviera a acercarme a mí mismo. Pero antes de Sant Jordi...
- ¿Qué? ¿Antes de Sant Jordi, qué?

Listos.
Los listos que gobernarán el mundo.

Listos que se han quedado confinados juntos pensando como tener el libro de Sant Jordi el mismo día porque si no les da algo, ¡LES DA ALGO!

Por responsable decisión, las librerías de mi ciudad...

- ¡Es un pueblo!
- Y nunca pasa nada.

..., vale, lo que queráis. Sigo. Las librerías decidieron de forma conjunta no hacer repartos casa a casa ni hacer envíos para minimizar contagios y riesgos. Se hacen vales de regalo o se aceptan encargos que se recogerán cuando todo vuelva a una apariencia de normalidad entre otras cosas. Así se ha anunciado por activa y por pasiva en todas las redes sociales todas las librerías. Desde ayuntamiento y organismos oficiales se ha anunciado lo mismo. Entidades han colaborado para difundir el mensaje. Espérate. Encarga. Recoge después. Hemos hecho enormes anuncios que hemos difundido lleno de letra gorda y en colores y llenos de dibujos.

Y la gran mayoría lo entiende y participa en el juego de este extraño, raro y triste Sant Jordi sin libros en la calle y paradas imposibles de mirar por la acumulación de cuerpos en un mismo lugar. Te llegan ánimos, mucho cariño, dibujos dedicados, recuerdos y una cantidad inmensa de "nos veremos pronto en la librería" o "os añoramos, libreros".

Qué tiempos aquellos la ansiada aglomeración de las siete de la tarde buscando el libro.

Pero no tenéis ni idea de la cantidad de gente que en esas mismas redes sociales con un cartel que anunciaba que no estábamos abiertos ni hacíamos reparto ni envíos nos preguntaban debajo mismo de ese cartel si estábamos abiertos o si hacíamos reparto o envíos. Personas que te decían que entendían todo eso, pero que ellos sí que podrían pasar a buscar un libro, ¿no?, porque ellos son clientes no comos los demás que son, no sé, flanes. Una persona nos propone que como solución hagamos encargos y luego llevemos todos esos paquetes al super o a la farmacia y que sean lugar de recogida de ¿400? ¿500¿ ¿2000? libros. O por los menos el suyo. Alguien nos dice que esto de tener cerrado es un "caprichito" nuestro y que no queremos vender y que qué nos costaría venderle a él un libro, leche. Nos mandan un mensaje a las diez de la noche del día 23 pidiendo que llevemos un libro urgente a su casa porque sí. Que si no queremos vender y todo eso.

Y el factor que los une a todos es una imposibilidad de ir más allá de su propio ombligo y creer que su libro es el único que se vende ese día. No creerse que hay más gente en el mundo que quiere un libro ese día para regalar, para sí mismo, para meterlo en la lavadora, para hacerse el listo en instagram, para no leerlo nunca, para leerlo esa misma noche, para lo que sea. ¿Qué les cuesta llevar MI libro al supermercado que está abierto y que en estos días de confinamiento no vive en un estrés eterno y perpetuo y no les importará ser punto de recogida de MI libro porque YO soy importante y el resto del mundo pues como que no? ¿Tantísimo cuesta entender las dificultades de este día?

Exijo MI libro de Sant Jordi

Por suerte es lo de menos y la gran mayoría de las personas viven este días como lo que es, una fiesta. Este año triste, rara, diferente, pero una fiesta. Y como en todas siempre hay pesados, borrachos, psicópatas sociales, idiotas e imitadores de humoristas.

En la parada de casa el día fue bastante tranquilo. A ver, ya me esperaba que la afluencia de gente fuera menor que otros años por el confinamiento y todo eso, pero algo me vendía a mi mismo y tuve tiempo para leer algo, lo que otros años ni de coña. De forma extraña no hubo ningún tipo de mutante que quisiera entrar en casa para devorarme o llevarme a otra dimensión porque soy el elegido (otra vez). Lo único fue que Niña Dragón empieza a coquetear con el satanismo e invocó un demonio canibal, pero quién soy yo para decirle nada si de mayor quiere ser tirana universal y archihechicera. Que vaya practicando invocaciones y atadura a ver si así me retira de trabajar y puedo llegar cumplir mi sueño de ser un mantenido. ¿Y Niño Lobo y Niña Zombi? ¿Qué ha sido de ellos, os preguntaréis algunos? Corretean, poco, por casa. Se pasan las horas encerrados en su cuarto. Os podéis imaginar... la adolescencia.

¿Y cómo se presenta el futuro?
Me niego a caer en pesimismos aunque la angustia esté encaramada a mi espalda y me susurre cosas como que me estoy poniendo como un cerdo para la matanza o que esto va para muy largo.

Los libreros los tenéis muy joooodiiiiido...

No nos los podemos permitir.

¿E Igualada? ¿Cómo lleva el confinamiento?
Bien. Ahora que ya se puede entrar y salir de la ciudad sin riesgo que disparen y que el próximo domingo los nenes ya podrán salir a la calle a dar un paseo, la ciudad respira un tanto mejor. Ir a comprar es extraño y estresante, ves a la misma gente que cada día va a comprar un cartón de vino, un bollo de pan o un plátano para echar el paseo mientras se protegen el cuello con la mascarilla . Los que se disfrazan de perro (a partir del domingo se disfrazarán de bebé gigante desarrollado por ingesta masiva de yogur) y los que imitan a los árboles. 

La buena noticia es que el programa piloto del ayuntamiento de Igualada para la conquista y exploración del espacio exterior va viento en popa. Pronto, en alguna luna, habrá una nueva sociedad igualadina que mantenga la llama de tradiciones tan nuestras como la cabalgata de reyes (que es mu bonita y si alguien dice lo contrario las abuelas te devoran el hígado) o el quedarse seis horas plantados en el mismo sitio decidiendo dónde se va.

La selección de los voluntarios ha sido ardua y difícil, pero se han seguido los mismos criterios que para la eleción del rey negro en la cabalgata de Reis; a saber, sesudos análisis psicológicos, pruebas físicas extenuantes, voluntad de hierro, capacidad demostrada de perpetuar la especie igualadina con los mejores genes y los más guapos, ardor sexual incomparable para hacer del viaje un lugar lleno de intrigas, cachondez y misterio, simpatía, honestidad y voluntad de hacer del mundo un lugar mejor y más dado a la alegría y a cabalgar desnudos hacia la puesta de sol.

Imagen filtrada de las pruebas finales con algunos de los candidatos

Me estuve planteando el presentarme a las pruebas e irme a explorar el espacio y ser un héroe y todo eso, pero me han dicho que no habrá cines ni Filmin y como que me da palo.
- ¿Entonces qué haremos diez años en la nave antes de llegar a destino?
- Pues hablar entre vosotros, conoceros, hacer puzzles de gatitos con lazos, mantenimiento de la nave...
- Uf, paso, paso.
- ... pelear con vampiros espaciales si los hay, establecer contacto con otras especies, alguna conspiranción milenaria y llevar el nombre de Igualada por todas partes recordando una y otra vez que la festa dels Tres Tombs igualadina es la más antigua del MUNDO así dicho en mayúsculas.
- Lo dicho, paso paso.
- Pero tus genes son tan valiosos y tú en tu redondez tan atractivo y lleno de sersualidad peligrosa de mujé mala de cine negro que nos serías muy útil como conejillo sexual de indias. ¡Hasta tenemos el disfraz!
- Que no, que no, que aquí me necesitan más. Que si me voy los de la Partida del Lunes se quedan sin libros y no lo puedo permitir.

Y eso que el diseño final de los trajes estaba bien.

Más o menos esto fue lo que dio Sant Jordi de sí.
Lo mejor es que no llovió y que desmontar la parada fue un momento.
Y que los mutantes de las alcantarillas nos dieron un respiro.

Pero aquí estamos, igualadinos.
Y tenemos un vestido blanco nuevo.

martes, 7 de abril de 2020

Crónica de un confinamiento. Parte V

Quince días sin escribir.
No es que me haya quedado sin palabras o que la rutina de Igualada se haya asentado y vuelva a ser una ciudad en la que, en apariencia, nunca pasa nada.
No.
Nos quedamos sin internet en casa.
Sin internet.
Confinados.
Tres personas, dos adolescentes y dos gatos sin poder salir de casa y sin internet.
Y con los datos del teléfono temblando.
Sin internet.
Un problema en la red, dicen. Algo que pierde y que si no es mi compañía, si las gallinas del sacrificio no son negras, si no contestamos y le decimos que está todo bien y que en breve lo arreglaremos.
Un breve que han sido quince días.
Por suerte tenemos una buena provisión de juego de mesa, material de manualidades, dvd de todo tipo de cine y discos duros bien cargaditos, pero el aburrimiento acaba llegando y terminas haciendo cosas que nunca imaginarías que harías. Y no, no intervienen aceite de coche, copos de avena, un dildo percutor con seis velocidades y puño opcional Makumba Dando 2000 y un uniforme de la flota galáctica. No, nada de eso. Acabas entre alucinaciones y conversaciones profundas con tu dedo pulgar derecho (el izquierdo es un gilipollas) ordenando las miles de fotogafías que tienes en el ordenador.
Miles de fotos repetidas porque esa que haces la mandas a los grupos de WhatsApp la guarda en tres lugares distintos, en tres carpetas que cuando descargas se descargan todas y... Bueno, todos sabemos cómo acabamos cuando decidimos ordenar fotos.

Otra vez las fotos del cumpleaños en el parque del niño ese que no se como se llama no, por favor.

Ahora, en principio, esta todo arreglado.
Dicen.
Yo no me fío.
Porque a parte de atractivo en mi robustez, soy paranoico y mal pensado y la señora de enfrente no tiene buenas intenciones. Lo sé, riega las plantas raro. Lo noto.

Esto de la cosa esa del internet no ha sido un fallo normal. Aquí ha habido mala fé y censura. Los poderos facticos y los otros me han querido silenciar; no soportaban que existiera una voz que no entonara la historia oficial. Ni las voces discordantes con la historia oficial podían permitir que hubiera otra voz que disintiera que no fuera la suya así que también me han acallado. Hasta los que les da igual, los que bajan a buscar el pan cada dos horas, los que han construido perros mecánicos o han desafiado las leyes de dios y la ciencia convirtiendo a sus periquitos en podencos han ido contra mí. Porque me temen y me odian. Porque me envidian. Porque me desean aunque no quieren admitirlo. Porque quieren hacer un cosplay de mis mejores modelos como aquel que llevo un pompón en los pezones o con mi disfraz de bárbara de baratillo.

Pero no me callarán.
Estoy preparado, duchado y con ropa interior casi limpia (porque uno ya tiene una edad y esa última gota nunca cae en el baño) para seguir contando qué pasa en Igualada durante este largo confinamiento.

Estoy que lo rompo.

¿Cómo está Igualada?
Pues mal. Cuesta levantar los ánimos cuando conocidos tuyos están pasando malos momentos y no puedes darles un abrazo o cuando la fecha para salir de casa se alarga cada vez más. Los rituales para salir a comprar como ponerse el uniforme, la distancia de seguridad, la escopeta, la pastilla de cianuro por si te pilla alguna banda rival...

Preparaditos todos para ir al super.

Hay corte de luz y carreteras. Sí, ya sé que por los medio comprados dicen que se ha levantado el asedio a Igualada, pero no es cierto. Ahora es más sutil. Ahora es psicológico y si vas a la afueras esquivando a la poli de balcón, verás a cientos de desconocidos que te miran mal porque somos zona cero y nosotros, los igualadinos, lo empezamos todo. Miradas y gestos reprobadores y gente que chista cuando pasa, pero cuando los miras hacen así como que no han sido ellos y estaban mirando esa nube que es graciosa porque parece una sardina. Quizá para las mercaderías no es tan duro, pero para la población es horroroso.

Y los mutantes.
Porque ahora a parte de todo lo que tenemos, en Igualada hay una plaga horrorosa de mutantes marinos que buscan pareja que es una puta pesadilla. Salen en manadas borrachas del río Anoia, famoso en todo el mundo por ser uno de los más caudalosos del planeta, y se dedican a ir por las calles cantando y dejando en las ventanas cervezas llenas de orín. Y si solo fuera esto no se diferenciarían de cualquier turista que nos visita. Y no solo es porque sean viscosos y huelan a pescado olvidado encima de un radiador encendido durante tres semanas, si no que son insoportablemente pedantes y hablan con un estúpido acento francés que te dan ganas de arrancarte el oído interno para no volver a escuchar cómo explican por qué decimos mal Chopenjauer. 

Fotografía de un grupo de mutantes solteros y salidos saliendo de las cristalinas y rejuvenecedoras aguas del proceloso río Anoia.

Igualada se ha convertido en un paraíso de turismo basura para profundos y mutantes.

CONTINUARÁ...