jueves, 26 de abril de 2012

Pequeña y aburrida crónica de un Sant Jordi muy tranquili

Y amaneció el día de un nuevo Sant Jordi.

Esa noche se había quemado incienso. Se habían llevado a cabo sacrificios; humanos, no humanos y de los otros. Se había rogado a los dioses clementes, a los inclementes, a los despiertos, a los que yacen dormidos bajo el mar, a los que gobiernan los cruces de caminos, los tríos en las tragaperras y hasta ese del que nadie se acuerdo porque mira como mal y siempre dice niño. Se hicieron promesas, juramentos y cortes de mangas. Todo para que las clamores y cantos fueran más fuertes que las voces agoreras que auguraban lluvia. Desde un chirimiri que tocará los huevos y os pondrá calados hasta una tormenta que abrirála tierra y vomitara destrucción y libros mojados. Porque este años ha habido incertidumbre, miedos y pocos favoritos, pero lo que no ha faltado han sido agoreros que pronosticaban dos cosas

1. Una ventas que caerían en picado debido a la crisis, los libros electrónicos, la piratería y la aparición en los lugares de venta de agentes secretos camuflados con la intención de boicotear el día.

Tipo esto

2. Lluvia.

También conocida como agua que cae de arriba a abajo y moja.

El librero levanta todo su monumental y atractivo cuerpo con tres horas de sueño encima, abre los porticones de la ventana y mira. Un tímido sol se filtra entre las nubes vaticinando un día nublado con ocasionales rayos de sol y hacia última hora algo de viento tipo rasquilla. El librero respira aliviado porque no llueve y porque sabe que no lloverá. Este año no. Lleva dos años soportando vender libros bajo la lluvia (se pueden leer sus vicisitudes aquí y aquí)... pero este año, no. Despierta a A. porque este año ella vivirá Sant Jordi desde dentro. Va al baño, pipí, duchita, café rápido y a las ocho menos cuarto empiezan a cargar en la fragoneta cajas y cajas llenas de libros para la parada.

Llegan a Cal Font. Se monta parada en un tiempo record. La impresión es que se lleva menos libros que otros años, pero qué se le va a hacer y ahora es tarde para llevar cien libros más por si las moscas. Cafetito rápido y empieza el movimiento. Cliente va, cliente viene. Libros que se venden. Ese lo tengo en la tienda, seguro no, vaya a preguntar, no pienso llamar por teléfono, ya lo sé. El Capitán Chistorra pasa garboso llevando de la mano a Piltrafilla Boy y Bicho Girl camino del cole. Saludo, saludo y se va tan contento sin saber que en unas horas empezará a actuar un virús estomacal que lo tendrá incapacitado un par de días y no podrá impedir que coloque bombas víricas en siete lugares escogidos de Torontontero protegido cada uno por un monstruo del cagarse que se irán activando cada lunes si él no lo impide.

La parada queda chula. No hay fotos porque a un menda se le olvidó la cámara, pero imaginad mesas anchas repletas de libros, muchachas muy majas vendiéndolos y atendiendo y un tipo rapado con cara de sueño y camiseta dragonil para atender las dudas. La plaza se va llenando, vienen los colegios llenando la plaza de voces infantiles, A. reparte puntos de libros y atiende a los fans, estudiantes vagos de instituto torpedean al librero con preguntas de libros más vendidos, cuál es el premio Sant Jordi o el premio Planeta... no dudan, no cuestionan y apuntan lo primero que oyen... ¿El libro más vendido en castellano? El hombre sin atributos de Joan de Cardedeu, es literatura erótica. ¿Quién ha ganado el premio Planeta? Este año... deja que lo piense... Gargantua en el Líbano. Gracias, gracias.

Preguntan dónde están los libros de Sócrates, word para inútiles y la gran mayoría buscan los libros que el día anterior TV3 dio como los más vendidos. El condicionamiento de todos los años. La inmensa mayoría se lanza a la busca y captura del libro que le dicen que será el más vendido, en vez de buscar el libro qué le de la gana. Nunca entenderé la obsesión por los más vendidos. Y nunca entenderé a quién busca esos títulos sólo porque son los más vendidos.

- Dame el libro más vendido.
- Pero es que el libro más vendido es bastante malo.
- Da igual... no quiero ser menos que los demás.
Conversación real mantenida el Sant Jordi pasado.

A ver, que los más vendidos este año en ficción tienen todas mis simpatías, pero me gustaría ver algo más de libertad y que los medios no influyeran de forma tan descarada en las ventas del día.

Iluso, ya lo sé.

El día avanza casi sin darnos cuenta. No hay anécdotas destacables (a A. intentan regatearlo el precio, personas molestas por no tener ese libro en concreto, etc.), pero nada que recuerde los momentos más demenciales de años anteriores. Vienen escritores a firmar con grados de simpatía muy variables y todo discurre según lo esperado: buenas ventas, buenos momentos (un par de gracias por aquella recomendación... esto siempre reconcilia con la profesión) y mucho cansancio al hacerse de noche (dolor de espalda, de dedos del pie, lumbares...). Alcalde, como ya es sana tradición, pasa a saludar tres veces. A. está exultante en la sección infantil vendiendo los álbumes ilustrados que a ella le gustan y haciendo contactos y amistades. Un par de buenas conversaciones con jóvenes lectoras de juvenil y promoción de algunos libros que me han gustado, que he disfrutado y que quiero que se conozcan.






Y sobre las nueve recoger la parada después de atender a centenares de personas, vender muchos libros, hablar mucho, pasar algo de frío, beber mucha agua, observar con satisfacción que las previsiones agoreras no se han cumplido, dar las gracias a los autores, recolocar libros para tapar los agujeros que van apareciendo a lo largo del día, dar por imposible ordenar la sección infantil, comprobar una vez más como es tan difícil para la gente cumplir eso tan sencillo de dejar un libro donde lo has encontrado y no cuatro columnas a la izquierda, boca abajo, oculto por otro título y con chocolate en las páginas, recomendar algún libro, decir a muchos que no, no tengo ese título, mandar a clientes a la tienda, no aceptar encargos, decir que los libros más vendido se han acabado, observar goloso todos los libros que quiero leer y echar a la espalda otro Sant Jordi.

Ya van seis. Y no, no me acostumbro.

domingo, 22 de abril de 2012

Una versión desconocida de la conocida leyenda de Sant Jordi

Una de mis aficiones menos conocidas es la recopilación de viejas leyendas populares que corren el riesgo de caer en el olvido y partirse una pierna o un inesperado giro de los acontecimientos. Para ello, una vez al año, me calzo mis viejas botas repletas del polvo del camino, mi uniforme de romántico alemán trasnochado y armado con una libreta, una pluma y muchas ganas me lanzo a recorrer el mundo a la caza de esa leyenda que sólo conoce esa vieja ciega y palmípeda que vive en una cueva rodeada de basiliscos y agentes de seguros. En estos años he recopilado unas cuatrocientas leyendas y he visitado panteones, tumbas, catacumbas, estercoleros, universidades, reuniones de gestores cultures y muchas otros parajes igualmente hediondos.

Típico atuendo del romántico alemán que sube una montaña y se da cuenta de que tiene que bajarla, está anocheciendo y oye a unos bandidos nada cantarines afilar sus cuchillos.

Entre las leyendas que guardo como oro en paño en una caja de zapatos, existen numerosas versiones de la tan conocida leyenda de Sant Jordi. La más popular es la versión de Montblac: el dragón, el sorteo, la princesa, el caballero Jordi, el rescate, la rosa. El atentado al orden establecido y su reconstitución. A partir de esta estructura han ido apareciendo variantes: no hay sorteo, hay secuestro. La intervención del santo es al momento y no cuando las hijas de los pleyebos ya habían sido devoradas, el dragón es una metáfora del capitalismo y el caballero un libertador proletario, el dragón es una metáfora de la amenaza comunista que pretende igualar a todos y el caballero un restaurador del orden burgués (lo curioso de estas dos últimas versiones es que son idénticas palabra por palabra... su significado sólo cambia dependiendo de quién sea el narrador y los oyentes), el dragón solo pasaba por allí y todo se debió a un malentendido cultural, el dragón era vegetariano, la princesa tenía tendencias zoofílicas y se estableció una extraña historia de amor, el caballero no aparece y todo acaba en un refrescante baño de sangre, etc.

El trío protagonista según Paolo Ucello, uno que pintaba.

Una de mis favoritas es la que os voy a contar hoy para conmemorar la diada de Sant Jordi. Es una de las menos conocidas, pero de las que más visos tiene de ser real. A veces la historia la reescriben los perdedores... y más cuando estos son de mal perder.

Hace mucho tiempo existía un pequeño reino idéntico en historia y costumbres a los miles de pequeños reinos que lo rodeaban. Tenía un rey que era mezcla perfecta de estupidez para no sentirse responsable de sus actos e inteligencia para pese a ello seguir en el poder. Una clase noble que intrigaba, asistía a fiestas y se casaba entre ellos para llevar al extremo la endogamia y así revertirla en una pirueta genética sin precedentes. Una pequeña clase media que criticaba mucho, comerciaba más y odiando a los nobles, aspiraba a ser como ellos. Y una enorme masa conocida como pueblo que no se quejaba nada, vivía resignado y conocía su lugar en la pirámide. Ah, y también un pequeño grupo de intelectuales que se reunían en un bar a hablar mucho, quejarse más y procurar no molestar demasiado.

El rey era viudo; la reina murió de un ataque de aburrimiento cuando era jurado en el concurso de "Borda el petirrojo más exquisito" con el que mensualmente se entretenía a las hijas casaderas de los nobles. Y el rey tenía una hija. De ella se decía que era la más bella criatura, la más dulce de las muchachas, la más dichosa y feliz de las hijas. Los poetas la alababan, los príncipes suspiraban y morían de amor solo con oír su nombre. Caballeros famosos realizaban las mayores gestas con la esperanza de que un día ella oiría hablar de ellos. Las muchachas la admiraban sin envidia y era su modelo de encanto, discreción y belleza. Era la princesa dechado de virtudes, modelo de conducta y un ángel de hermosura que iluminaba de esperanza el corazón, el futuro y un par de entrepiernas tanto de ricos como de jóvenes. Y respondía a un nombre como Hermosa o Prístina.

Esto era lo que se contaba, pero como ya podéis imaginar no era un relato muy ajustado a la verdad... pero la publicada es la publicidad y sigue los dictados de la política. Las princesas son correctas, discretas y hermosas. La verdad de la princesa que nos ocupa no se ajustaba a la publicidad que se hacía de ella. De forma condescendiente se la catalogaba como "mona" cuando nadie oía. Tenía una de esas bellezas que crecen a pasos agigantados con la conversación y las risas, pero que a primera vista pasan desapercibidas. Le gustaba leer relatos novelados, le aburría la costura, tenía tendencia a picar entre horas, a que todo lo que comía se acumulaba en las caderas, los hombres con mucho pelo y pinta de brutotes, odiaba hacer ejercicio y no compartía su comida. Solía hurgarse la nariz, sus ojos eran hermosos, la risa, resplandeciente y sus pechos, bíblicos. A su padre le caía bien siempre que cumpliera la consigna "no hablar, no molestar" y era medio querida por el pueblo. Estaba allí y no hacía ruido. A ella lo de ser princesa no le disgustaba, aunque tampoco lo consideraba un fin en su vida. Mientras le dejaran leer tranquila y visitar con libertad las cuadras, cumpliría con lo que se esperaba de ella. Y su nombre no era sinónimo de belleza ni de virtud.

Hasta que llegó el dragón.


Como todo el mundo sabe, los dragones son junto con los gatos, las criaturas más hermosas e inteligentes de la creación. Suelen ser milagros de la naturaleza tranquilos y discretos a los que no les gusta llamar la atención de esas molestas y ruidosas criaturas llamadas humanos. Prefieren quedarse tranquilos en sus cuevas rodeados de sus tesoros (que pueden ser las míticas montañas de oro y diamantes, pero también libros, cuadros o cualquier colección de objetos por los que un dragón muestra interés... se sabe de uno de esos maravillosos seres al que le gustaba dormir encima de su montaña de tapones de corcho) y recibiendo visitas de dragones amigos con los que departe de arte, literatura o juegan a las baladas épicas con mímica. Pero algún que otro dragón hijo de puta hay suelto por el mundo al que divierte la matanza, el saqueo y los gritos de las víctimas. Y el dragón de esta historia es de ese tipo. Un mal bicho que encontró el reino y se dedicó al expolio, el asesinato indiscriminado y a dar cada dos o tres veces al día un barrido por los campos de cultivo escupiendo fuego.

La llegada del dragón al reino supuso un drástico cambio en las costumbres. Los intelectuales discutían el significado de la llegada del dragón. El pueblo se resignaba y espera con paciencia que alguien hiciera algo mientras perdían cosechas, esperanza y ganado. Las clases medias maldecían al dragón por las pérdidas económicas que les reportaba, pero los bendecían por las ganancias económicas por la reconstrucción de lo dañado. La nobleza recuperaba modas pasadas de caza dragones y buscaban entre ellos a un caballero que hiciera algo. Y el rey se mostraba encantado con el dragón; mientras se entretuviera con el pueblo no habría problema. Un dragón aumenta el pedigrí de una zona y atrae el turismo. Y la princesa tenía la intuición de que todo aquello acabaría mal.

Como así fue. Un día el dragón se cansó de tanta vaca, tanto ternero y tanta gallina y empezó el saqueo de las hijas de los campesinos. La carne humana es más sabrosa, y aunque recuerda al pollo tenía una caída a roble viejo que volvía loco el paladar dragonil. A nadie le importó en demasía porque pobres hay muchos... cualquier reino que se considere decente tiene una provisión abundante de estos. Sin embargo, contra todo pronóstico, se acabaron todas las hijas de campesinos, el dragó empezó a ascender por la pirámide social hasta que al tocar los frutos endogámicos de la nobleza empezaron a llegar los clamores de protesta al rey. Pero la gota que colmó el vaso fue cuando el dragón secuestró a la princesa aprovechando que ésta salía de las cuadras arreglándose las arrugas del vestido. Al enterarse de este hecho, el rey salió al balcón del castillo y ante las ruinas humeantes de su reino hizo la promesa de hacer todo lo posible para detener a ese dragón que se había atrevido a romper la paz de su reino.

Todos le aplaudieron porque era lo que se tenía que hacer.

El rey hizo leer un decreto donde se apremiaba a todos los caballeros del reino a ir rescatar a la princesa y matar al dragón. Quien así lo hiciera, sería recompensado con la mano de la princesa, la mitad fea del reino y un "gracias, muchacho" de labios del rey. Ante tal suculento botín, siete valerosos caballeros respondieron a la llamada y fueron raudos a la cueva del dragón. Eso sí, exigieron un desfile de alabanza a su valentía mientras partían. Todas las esperanzas del reino se depositaron en las espaladas de estos caballeros.

Lástima, porque estos caballeros eran unos perfectos imbéciles.


En la cueva del dragón, la princesa luchaba por su vida. Aprovechando un descuido del reptil, había conseguido esconderse en una pequeña grieta donde las zarpas del animal no podían acceder. Allí topó con un hueso que le sirvió de maza y soportó más bien que mal los envites de la criatura. El dragón se iba sulfurando por momentos. Jamás en sus cientos de años había soportado a una criatura que se le resistiera tanto, fuera tan obstinada y malhablada. Y así fueron matando los minutos hasta que llegaron los caballeros. La princesa pensó que había llegado su salvación y el dragón que había llegado su final. Ambos estaban equivocados.

Los siete caballeros eran unos imbéciles, además de ser príncipes. Y como todo el mundo sabe, los príncipes suelen ser una mezcla perfecta de estupidez, arrogancia, inconsciencia y cobardía. Llegaron a la entrada de la cueva, salió el dragón y dos de ellos se pusieron a llorar tras ensuciar de forma contundente sus calzas, uno empezó a correr en círculos diciendo que era un ratón y los ratones son invisibles, el que estaba dispuestos a luchar se dio cuenta de que se había traído sus estampas de antiguos gladiadores en vez de sus armas, otro pensaba que dragón quería decir refrigero, que nadie pregunte por qué, e iba por el lugar preguntando dónde se servían las bebidas y los dos últimos aun luchaban por adivinar por donde se abría la puerta para bajar del caballo. En unos dos segundos el dragón había dejado fuera de combate a los siete caballeros y se disponía a darse un buen festón.

La princesa, que por cierto se llamaba Jordina, armada con su hueso suspiró y se dijo que si no se salvaba ella, no lo haría nadie. Así que se acercó al dragón y entablo singular combate con él en el trascurso del cual la princesa perdió la mano izquierda y ganó una preciosa cicatriz que le cruzaba una mejilla de frente a cuello. El dragón ganó diversas heridas y perdió la vida. Su cuerpo cayó encima de un rosal silvestre y su sangre tiñó las blancas flores. Los principescos caballeros ganaron la vida, pero perdieron la dignidad que creían tener y avergonzados emprendieron el regreso a casa.

Por el camino hablaron y hablaron y compartieron sus miedos de hacer el ridículo cuando llegaran al castillo y todos supieran que la princesa no solo se había rescatado sola, sino que los había salvado a ellos. Así que decidieron explicar otra versión aprovechando que en el reino creerían antes la versión de siete caballeros príncipes hijos de las mejores familias que la de una mujer, por muy princesa que fuera. Y así fue. Llegaron y fueron los primeros en hablar y explicaron la lucha encarnizada, la pelea épica, la batalla memorable que tuvieron con un dragón mientras la princesa lloraba histérica y como, cuando estaban a punto de perder, un misterioso caballero llamado Jordi apareció de la nada y les ayudó a derrotar al dragón inspirándoles coraje, arrojo y valentía. Fueron aclamados, aplaudidos, deseados, alimentados y con su historia se hicieron múltiples adaptaciones épicas.

A la princesa le dijeron que en el futuro tuviera más cuidado y que volviera a sus quehaceres. Ella ni tuvo cuidado ni volvió a sus quehaceres, si no que acabó robando un caballo y largándose de su reino para embarcarse en un barco, hacerse pirata, aprender repostería, fundar un asilo para piratas jubilados que quieren presumir de aventuras que nunca vivieron, descubrir un par de continentes perdidos, volar en un dragón de cuatro alas, escribir tres novelas que abrieron nuevos caminos en la ficción y ser muy feliz.


De su antiguo reino no volvió a saber nada. No por falta de interés, porque dejó allí a un par de buenos amigos, si no porque sin querer uno de los sabios del lugar fisionó un núcleo y todo acabó en una espectacular explosión atómica que llenó el lugar de mutantes, hormigas gigantes y hombres menguantes y donde sucedieron algunas de las más impresionantes aventuras que jamás llegaríais a leer.

Pero esto es otra historia que será contada en otra ocasión. O no.

viernes, 20 de abril de 2012

Música para obsesionarse

Llevo unos días algo obsesionadito con esta banda sonora.


El terreno de la banda sonora para videojuegos se presenta ante mí como un terreno fértil para la búsqueda y el descubrimiento.

jueves, 19 de abril de 2012

Portada

Esta noche no, cariño, estoy tejiendo.

No sé si es un manual de punto o uno sobre cómo sobrellevar la frustración de las expectativas.

lunes, 16 de abril de 2012

Cada uno tiene su Vietnam

Una de las noches que pasé en el hospital haciendo compañía a Niño Lobo no conseguía conciliar el sueño. Los nervios, la incomodidad del sofá, las continúas interrupciones de las enfermera para controlar la medicación... Y en la oscuridad de la habitación, solo podía pensar una cosa:

- No dejará de roncar el pequeño mocoso, no.

Porque Niño Lobo ronca. Y mucho. Y, como todos, niega los ronquidos y no se hace responsable de las grietas en el vidrio de la ventana que aparecen por las mañanas.

Y recordaba. Recordé mis dos únicas operaciones.

La primera fue de amígdalas.

Amygdala a punto de darle una hostia a Batman.
En serio, hay un villano que se llama así.

Era pequeño... unos cinco / seis años. Inflamación, voz de niño poseído, extracción. No recuerdo mucho de esta operación... un sueño lleno de sangre donde me hacían inflar globos, una habitación compartida con un par de niños más, la promesa de comer todo el helado que quisiera, pero al estar en invierno se trabuco en tragar todo el hielo que pudiera... poco más...

La segunda operación... bueno... dejó algunas secuelas físicas y psicológicas. Operación de fimosis a los diez u once años.

Vamos, que andaba por este mundo encapuchado.
Y para desencapuchar sólo hay una solución.

Advertencia al lector: a los que me conoce y corren el riesgo de encontrarme por la calle. Desconozco si lo que escribiré ahora será gracioso o no, pero en el caso de que lo sea y os motive a la sonrisa / risa / carcajada os pido por favor que si me encontráis por la calle, en la librería o en la puerta del colegio no me vengáis con media sonrisa en la cara y me soltéis algo así como "¡qué bueno lo de tu fimosis!". Moriréis.

Vamos a la historia. Imagino que todos vosotros, lectores ávidos de cotilleo y de truculencia, sabéis qué es la fimosis. Para quien no lo sepa emplazo a seguir este enlace donde unos expertos doctores lo explican muy, pero que muy bien.

Pincha sobre la imagen

¿Todo claro? ¿Puedo continuar? De acuerdo. Como he dicho antes, tendría unos diez u once años. La tortuga no salía del caparazón, no había manera de quitar el tapón al boli, el bote de la mayonesa no se podía desenroscar. Así que decidieron que lo mejor que se podía hacer era operar antes de que las cosas se pudieran complicar y pudiera padecer de infecciones y bla, bla, bla. El médico explicó muy lo que se me tenía que hacer. Muy profesional y con sus palabras esdrújulas y derivadas del griego. Yo me quedé con un concepto, quizá básico, pero que resumía a la perfección lo que iban a hacerme y mis miedos.

- Te vamos a cortar la polla.

Y, para redondear el asunto, el médico en cuestión, lumbreras y genio por descubrir, decidió que ya era un hombrecito y que por lo tanto nada de anestesia general... con una simple anestesia local bastaría. No solo un desconocido se iba a acercar a mis partes con un instrumento afilado, sino que además sería consciente de ello.

En un primer momento no fui muy consciente de las implicaciones de todas esas decisiones. En aquellos tiernos años de preadolescencia y preestupidez aun confiaba en la palabra de los médicos y si decían que no me enteraría de la operación, que sería cortar y cantar y que ya era todo un hombre para dormirme... que solo se dormía a los niños pequeños. Y me lo creí.

Gilipollas.

Y llegó el día de la operación. Me metieron en una habitación, me despedí de mis padre y me llevaron con el anestesista.


Y a partir de este momento que todo se torció. Porque estaba tumbadito en una camilla, solo, sin familia y con un desconocido delante que de una bandeja sacó una jeringuilla, dijo la frase "No te va a doler" que es siempre antesala de los mayores dolores y, para tranquilizarme, hizo una pregunta mientras clavaba la jeringuilla en mi entrepierna:

- ¿Te gusta el fútbol?

Tengo que dejar claro una cosa. No me gusta el fútbol. Nunca me ha gustado el fútbol. He odiado, odio y siempre odiaré el fútbol. Como deporte y como excusa para discursos de índole social, nacional y/o política. Me importan tres mierdas quien marca a quien, la forma de la pelota, si quien marca un gol más gana, si follan entre ellos, si ganar un partido es algo más que ganar un partido y me toca mucho los huevos tener que aguantar discursos de ser mejor o peor X por no gustarme tal o cual equipo de fútbol, los silbidos, bocinadas, gritos y petardos cada vez que once multimillonarios ganan a otros once multimillonarios. Nunca me ha gustado. De pequeño no me sabía el nombre de los jugadores. Mientras mis compañeros de clase coleccionaban los cromos de la liga, yo me hacía la colección de Monstruos. A la hora de patio me escabullía y solía subirme a un robot gigante para destruir Tokio mientras mis compañeros de clase le daban patadas a una cosa redonda que iba de un lado a otro. No me gustaba el fútbol. Odiaba el fútbol y no entendía nada de fútbol.

Volvamos a la historia. Tumbado en una camilla mientras el anestesista me clavaba una jeringa tras otra alrededor de mi pene y de mis testículos. Empecé a llorar. Mucho. Y él tipo este me pregunta si me gusta el fútbol. Al no contestar al primer intento, añadió.

- A mí me gusta mucho. Soy del Real Madrid.

A lo que yo contesté.

- Sí me gusta el fútbol y también soy del Real Madrid.

¿Por qué contesté esto entre hipidos y lloros? Supongo que por miedo. Mis compañeros de colegio solían vivir el fútbol de una forma muy violenta. Si no eras del equipo, eras el enemigo. Más de una vez habían acabado a tortas entre ellos por un quítame de hay ese penalti. Las frases al enemigo ni agua, que pierdan en los entrenamientos, el X bueno es el X muerto y variantes eran habituales en el patio del colegio y las conversaciones entre adultos. El fútbol, quizá no de forma intencionada, siempre me ha parecido relacionado con expresiones de puro odio y violencia. Y más cuando por culpa del azar donde te ha llevado a nacer, el deporte se confunde con la identidad y la política. Entonces, cagada. En aquella camilla mentí por miedo. Pensé, a ver si este va a ser un pirado que odia a los de otros equipos y hace una desgracia con mi pobre cuerpo...

El anestesista acabó con su trabajo. Recuerdo cuatro pinchazos dolorosos acompañados todos por la frase no te va a doler. Y para el quirófano. El cirujano se inclinó sobre mí.


Supuse que me sonreía detrás de la máscara. Me dijo que no me preocupara que no me dolería. Y empezó a cortar. Imagino que son recuerdos falsos, pero la memoria que guardo de aquellos momentos es de dolor. Y sangre. La mano del doctor llena de sangre. Y mis lloros y mis ganas de salir de allí y volver con mi familia y que no era un hombre sino un niño asustado al que le estaban cortando el pito, con el cariño que le tenía. El cirujano decidió darme conversación para tranquilizarme.

- ¿Y qué, muchacho, te gusta el fútbol?

¿Por qué tenía que preguntar eso? ¿Por qué? No podía preguntar "te gusta leer", no. Eso era demasiado difícil y complicado. La mierda del fútbol.

- Sí - dije yo.
- ¿Y de qué equipo eres?
Silencio.
- Yo soy del Barça - dijo él.
- Yo también - dije yo entre lloros. No quería contradecir a alguien que tenía un bisturí en la mano y estaba manipulando mis genitales.
- ¡Qué bien! Espero que no le hayas dicho al anestesista que eres culé porque ese odia a los del Barça y se enfada mucho.

Perfecto. Al miedo de la operación se añadió el miedo a un anestesista pirado que entraba en el quirófano hecho un energúmeno llamándome mentiroso y a un doctor que descubría que yo no era el culé que él pensaba y que el mejor culé es el culé capado y decidía eliminar del mundo un barcelonista o, por lo menos, evitar que se reprodujera. Zas, corte por lo sano y mi pene en su mano mientras lo lanza al merengue y ambos se lanzan contra mí por mentiroso.

- ¿Y cuál es tu jugador favorito?
¿No se podría callar? ¿No podría sencillamente hacer su trabajo? Bien y rápido, cerrar y enviarme a la habitación y dejarme vivir, joder. No, charla que te charla. No me sabía ningún jugador de fútbol... me iba a pillar en la mentira... y recordé un tebeo de Mortadelo donde salía la ficha de un jugador del Barça.
- Lobo Carrasco.

Lobo Carrasco.
Me salvó los huevos. Siempre lo recordaré con cariño.

- Es muy bueno.
- Sí, mucho - conseguí decir - sobre todo cuando le da a la pelota.
- Sí - y siguió cortando. En silencio.
Pasé el resto de la operación llorando y suplicando a todos esos entes religiosos en los que no creía que, por favor, cirujano y anestesista no coincidieran. Cuando todo acabó me llevaron a mi habitación e inicié la recuperación. Muy satisfactoria, así que todos tranquilos.

Todo esto recordé en el hospital mientras veía roncar a Niño Lobo y deseaba con todas mis fuerzas que cambiara de postura y que esa fuera la última jeringa de antibiótico que le pusieran por vía. Me tumbé y me puse a escuchar mentalmente a The Clash. Si no me dormía al menos escucharía buena música.

domingo, 15 de abril de 2012

Fotógrafos - Robert Doisneau

Ayer... aniversario de Robert Doisneau

Gentilly, 14 de abril de 1912 - París, 1 de abril de 1994










sábado, 14 de abril de 2012

Para crear un bonito trauma a tu hijo...


... sólo deja que el Sr. Conejo lo abrace.

Hay cosas sueltas por este mundo que dan mucho miedo...

P.D. Y deberíais reconocerme el mérito de no haber hecho ningún chiste fácil sobre zanahorias... para una vez que soy elegante.

jueves, 12 de abril de 2012

¿Y por qué no se actualiza?

- ¿Y sabe alguien qué le ha pasado a Jorge?
- Ni puta idea.
- ¿Tienes que estar todo el rato soltando tacos?
- Sí, joder, cojones, mierda, puta, hostia, que sí.
- Resulta desagradable.
- Tiene razón, es molesto.
- No os peleéis, por favor.
- Ha empezado él.
- Has sido que eres un estrecho.
- ¡Malandrín!
- ¡Gilipollas!
- Venga, basta, por favor...
- Tontopollas...
- El que decía que...
- ¡¡¡Qué basta!!! ¡¡¡Me estáis cabreando!!! ¡¡¡Un signo de interrogación más y habrán muertos!!! ¿Me oís? ¡¡¡Muertos!!!
- Vale, vale...
- No es necesario ponerse así que con un poco de educación las cosas son más sencillas...
- ¿Y qué decías?
- Que si alguien sabía qué le ha pasado a Jorge.
- ¿Por qué lo dices?
- Como hace diez días que no actualiza el blog, no sé, que no se haya quedado sin conexión...
- O sin ideas.
- O lo hayan secuestrado...
- O abducido por frikis del espacio exterior y ahora tenga un enjambre de sondas metidas por el recto...
- O este muerto.
- ¡Joder!
- Puede pasar... sale de la librería con la cara de empanao con la que sale cada día pensando en qué hace para comer y por esquivar a una pareja de viejas okupas de aceras que baja a la carretera con la intención de pegar un ridículo saltito que le sitúe por delante de las dos amigas casi septagenarias que hablan y hablan cada una de una cosa, pero coincidiendo en su aburrimiento, salta de forma estúpida, digo, pero como Jorge ya sabemos que ágil cual gacela no es que se acerca más a ágil cual dolmén, resbala, se tuerce el tobillo, cae hacia la carretera, un camión se acerca, lo esquiva en el último milisegundo, choca contra otro camión que transporta cristales, sale un cristal despedido, corta la cuerda de aquel equipo de mudanza que estaba subiendo un piano a un quinto piso, el piano cae encima de una de las abuelas que llevaba un paraguas, la abuela sucumbe al impacto no emotivo, pero sí físico de un instrumento en el que no volverá a sonar Rachmaninov, lanza el paraguas en el último estertor de la anécdota de la vesícula a medias, el paraguas se le clava en un ojo a Jorge con tan mala suerte que no solo lo ciega, lo hiere y hace que sangre como un cerdo, si no que el paraguas se abre en una explosión de tela y varillas reventándole la cabeza cual piñata rellena de carne picada y masa cerebral y Jorge muere entre estertores como un patético amasijo de carne temblorosa y sin recibir más ayuda que la meada distraída de un perro callejero.
- Tío, tú estás enfermo.
- Sip.
- Bueno, ¿alguien sabe algo o no?
- ¿A alguien le importa lo que le haya pasado? Porque lo que es a mí... lo único bueno de su blog era cuando salíamos nosotros y la Crónica. Y hace años que ni una cosa ni otra.
- Es un vago.
- Y un gilipollas.
- Y cada día se ducha menos.
- Y un desordenado.
- Y no se fija cuando escribe y comete un montón de errores de picado.
- Y cuando hace las camas siempre le quedan arrugas.
- Y yo sé imitar muy bien a Carlos Gardel.
- ¿Y eso qué tiene que ver ahora?
- No sé... por aportar.
- Sea como sea, hace tiempo que no actualiza.
- Tendrá un millón de excusas.
- Que si el sueño
- (que no tiene)
- Que si Sant Jordi
- (anda que no exagera)
- Que si la gata
- (si es más buena)
- Pero sea como sea, actualizar, no actualiza y creo que este blog se merece más respeto, más dedicación y más cariño. Que ya van para cuatro años y eso tiene que significar algo, joder. Todas esas historias inconclusas, los chistes fáciles, las fotos desagradables, las ínfulas pseudointelectuales, las tonterías varias... no puede acabarse en nada, en un silencio que no lleva a ninguna parte y que nadie le ha pedido... bueno, mentira, se lo han pedido muchos, pero... ¿por qué? ¿por qué nos ha abandonado?

Es que me daba pereza.

- Pues te la sacudes...
- Ji ji ji... el pajillero...
- ... y a escribir, coño. Poco que haces, pues hazlo.

O si no, ¿qué?

- Llamaremos a la cabra.


¡No! ¡La cabra no!
- Avisado quedas. A ponerse las pilas.

lunes, 2 de abril de 2012

Décima entrada del juego piniculero

10. Una película en la que te quedaste dormida

Ninguna. No me he dormido nunca viendo una película. Quizá me pasara cuando era bebé, pero no guardo memoria y, de todas maneras, no creo que pasara. Las películas me gusta, me aburren, me irritan, cabrean o emocionan, pero no me provocan somnolencia.

Con una excepción


No me gusta especialmente Stanley Kubrick y no me gusta nada 2001 aunque me interesan algunos planos. Ara, cuando el astronauta cruza el infinito...  que me entra un qué se yo, un yo qué sé que me quedo dormidito y más agustito...

Creo que de un tirón nunca la he visto entera.

domingo, 1 de abril de 2012

Para ponernos al día

Entremos en materia.

1. Niño Lobo ya está en casa. Después de algo más de tres semanas encerrado en el hospital, rodeado de sexis enfermeras, mimado, agasajado, inundado de regalos y miradas de qué majo con lo pequeño que es y lo valiente, con una vía central que le inundaba a antibióticos, con algunos deberes, horas de televisión, algo de lectura, pero arrugando la nariz, algo de dibujo, horas invertidas en hablar, segundos, en hablar por teléfono y algunas otras cosas... ya está en casa. Llegó el viernes, entró por la puerta, la gata lo saluda y a empezar una vida normal.

Bueno, casi normal.

Porque resulta que hasta septiembre nada de colegio. Nada de piscina, de parque, de correr, de saltar, de encaramarse a los árboles, las señales, las farolas o los conocidos. Nada de saltar escalones de tres en tres, se subirse en un toro mecánico, parar una noria con los dientes, evitar un accidente de tren, saltar en paracaídas o intentar batir en récord Guinnes de toque de taza del water con la cabeza. Vamos, los médicos lo resumieron con un "de la cama al sofá, del sofá a la cama con algún que otro paseo". Este diagnóstico se debe a la prudencia para evitar otra infección y que Niño Lobo vuelva a participar en algún concurso de imitadores naturales de klingons. Pero claro... los médicos no cuentan con lo difícil que es mantener quieto a un niño de seis años que solo aspira a vivir cada día una aventura y que además la naturaleza le ha otorgado los dones de ser intrepido, arrojado y torpe.

Así que por delante nos esperan cinco meses y medio de contención con el verano por medio. Lo viviremos día a día, mes a mes. Madre, padres, abuelos, tíos, parejas de madre y padre, amigos, conocidos, saludados... todos lo viviremos día a día y sin agobiarnos. Y con el humor por delante. Porque en los momentos duros, lo mejor sigue siendo el humor.

- ¡Niño Lobo! ¡Cuántas veces te hemos dichos que cuando ataques no saltes de la litera!
Y deja a ese señor que se desangre tranquilo.

Aprovecharemos para leer, empezar a explorar el maravilloso mundo de los juegos de mesa, hablar, dibujar y hacer clases. Porque de profesora en casa no se libra. Que no irá al cole, pero de pasar el curso no se libra.

2. Abril... a veintitrés días de Sant Jordi. No estoy preparado aún para hablar de esto.

3. Hoy cumple 129 años Lon Chaney; uno de esos grandes genios que nos dio el cine mudo y que prácticamente solo inventó el maquillaje cinematográfico.


Recuerdo con placer una proyección de El fantasma de la ópera con música en directo y la enfermiza Garras humanas. Me fascina la fuerza de la pantomima, la mirada enloquecida y el poder general de su cuerpo.

4. Anoche leí Drive, de James Sallis. Ciento sesenta páginas. Acción pura. Personajes compactos. Al grano. Dura, fuerte, violenta. Vamos, que me gustó mucho. No he visto la peli. Próximamente.

5. Espero que con esta entrada, volvamos todos a la normalidad.