lunes, 11 de julio de 2011

Abierta la temporada de patos

La gente me suele preguntar por qué de repente me he vuelto malo...

- Nadie te ha preguntado eso.

... a lo que yo contesto después de hacer caso omiso a las voces impertinentes, marisabidillas y que se están ganando una hostia sí o sí...

- Vale, vale, no hay que ponerse así... sí, sí, te lo preguntan mucho, vamos... una cantidad de veces... gilipollas.

... que una de las razones que me llevan a erigirme como un villano temible con la cabeza repleta de planes absurdos es la temporada de texto que inauguramos hará cosa de tres semanas en la librería. Y es que la temporada de texto se caracteriza por ser larga, pesada, monótona, aburrida, y muy poco estimulante.


Muchos libros de texto, muchos nervios, muchos códigos y no te equivoques en un número porque las cagadas se pagan. El libro de texto no se puede devolver así que ojito, muchacho. Colegios, alumnos, profesores, madres y padres inundan y conquistan la librería. Y niños mutados en criaturas con séis o siete brazos que giran, tocan, manosean y desordenan. Y el librero, con la boca pequeña, dice aquello de no, tranquilo/a, ya lo ordenaré yo... solo si puede descolgar a su hijo de la estantería, ¿no? ¿es que está mirando una guía de viaje para ir a Escocia? Ya... bueno, no importa... total, solo pisa los libros...

(Por cierto, la leyenda urbana de que quién inventó los libros de texto era un señor que odiaba a los niños es cierta. No hay nada que justifique ese peso. Doce libros de texto en una caja pesan más que cincuenta libros de bolsillo en otra. Comprobado esta tarde con todo mi dolor y mi sufrimiento de espalda. Supongo que al señor que un día decidió crear un libro con el nombre de Ciencias de la naturaleza 3 primaria le debían azotar los compañeros de pequeño con una toalla mojada y decidió vengarse).

(Por cierto, tengo impresión de que estoy haciendo una construcción de frases muy raras... el motivo es que tengo la sensación de que estoy escribiendo con el traductor inglés/castellano en marcha. No me hagáis caso).

Todo esto acaba pasando factura. Horas y horas encerrado en el almacén mientras entran cuarenta cajas de Teide, veintitantas de Santillana, cincuenta de Oxford y etc. Haciendo lotes, repitiendo las mimas frases en el mismo orden, rezando porque no haya ningún error, anticipando los nervios y los malos rollos que se respiraran en septiembre...

Así que hasta nueva orden me pongo mi traje de librero en temporada de texto y se acabaron las bromas. Advertidos quedáis.


¿Y por qué he titulado esto temporada de patos? Bueno... viene rodado, ¿no? Cuando uno piensa en temporada, sigue la palabra patos, ¿no? Temporada... patos. Temporada... ¡patos! ¿Verdad? ¿No? Bueno... pues a mí me pasa.

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