sábado, 20 de mayo de 2017

Sobre habaneras y el tiempo

En esta entrada hablaremos de habaneras.

Pero antes...

Hoy ha sido un día productivo.
He visto dos películas.
Una me ha gustado mucho, la otra me ha gustado a trozos y me ha provocado un divertido ataque de vergüenza ajena. ¿Cuáles son? La primera es The sorcerers, una película de terror inglesa del 1967 con Boris Karloff que se mostraba como un contrapunto al goticismo imperante de la Hammer; violenta, malsana, cruel. La otra es Play Misty for me, de Clint Eastwood; su primera película y es interesante y vibra un futuro buen cineasta, aunque tenga unos minutos en medio que sea un documental de jazz por un lado y por otro algunas de las imágenes más cursis que me han vomitado a la cara sin misericordia ni compasión (¡esa cascada! ¡esa escena de sexo! !esas caricias en el pelo!). Suerte que vuelve a aparecer Jessica Walter y todo se anima.

Pero no quería hablar de cine.
A. y los nenes se han ido a una sesión de teatro infantil. A. maquilla, Niña Zombi como espectadora y Niño Lobo como presentador. Yo no he ido utilizando vilmente a Niña Dragón como excusa y me he quedado en casa viendo al bueno de tito Clint leyendo poesía por la radio y siendo un capullo. La nena pequeña se ha dormido y tan ricamente. Cuando se ha acabado la película, vestir a la nena y para la calle a pasear.

Me encuentro la ciudad tomada por corredores.
Ya sabéis, esa gente que corre por propia voluntad sin zombis que los persigan ni nada de eso.
Y gente con tambores haciendo ruido.
También por propia voluntad.
Total, que esquivando a unos y a otros me pierdo por calles ignorando que la nena señala todo aquello que yo quiero fingir que he visto.

En esas que llego a una plaza. Suena música. La nena señala y yo me acerco.
Habaneras.
No me gustan las habaneras.
Nunca me han gustado... entonces, ¿por qué durante un segundo he sentido un deseo de pararme y escuchar? Me fijo en los espectadores y, claro, son ancianos. Todos ellos. El más joven tendría unos sesenta y pocos y el mayor ya es una edad indefinible que va de los ochenta a la eternidad. Todos sentados y escuchando en silencio a cuatro señores mayores que desgranan las penas de un marinero al compás de un acordeón.

Me he parado un momento y he tenido un arrebato proustiano sin magdalena ni perfume ni patada en los huevos ni nada. Desde que era pequeño, en todas las fiestas mayores que recuerdo, había un concierto de habaneras. Y recuerdo que siempre y de forma inmutable los espectadores eran señores y señoras mayores, también conocidos como viejos y viejas. No recuerdo a nadie joven. Ni maduro. Ni entrado en año, pero de buen ver. Solo ancianos. Por tanto, ninguno de los ancianos que están hoy sentados aquí oyendo las mismas habaneras de siempre eran cuarentones hace treinta años oyendo las mismas habaneras de siempre. Porque no había cuarentones. Estaban en los tiros al blanco, paseando a los niños o pensando en lo sinsentido que son sus vidas y en todas las posibilidades perdidas. No estaban escuchando habaneras. ¿En qué momento de la vida empezaremos con las habaneras? ¿Me pasará a mí? ¿A todos?

Como dicen los científicos, en condiciones ideales imaginemos que llegamos a viejos en una sociedad en paz, justa y equilibrada con una pensión digna que nos hace enfrentarnos a la vida de forma tranquila. ¿Llegará el día en que me pondré la camiseta por dentro del pantalón, un sombrero de paja y del brazo de A. nos iremos los dos a las cinco de la tarde a coger sitio para el concierto de habaneras que empieza a las ocho? A mí no me gustan las habaneras. Tengo mis gustos musicales y es más o menos malo, pero es mío. Los cantos marinos (a no ser que sean coros de marineros condenados a vagar en un navío fantasma expiando sus pecados) no me interesan, pero por lo que parece llegará un día que sí. Y lo mismo pasara con aquel que escucha heavy, el de cool jazz o el de cantos escoceses. Todos nosotros envejeceremos un día e iremos a cubrir la plaza de todos esos ancianos que hoy escuchan habaneras. ¿Llegará el día en que oiré a mi padre decir que se van al concierto de habaneras? ¿Será ese día el día en que escucharé ladrar a los perros?

He continuado mi camino con algo de desanimo sabiendo qué me depara el futuro y mirando a mi hija desconocedora de lo que la vida le espera.

1 comentario:

Mara Oliver dijo...

Llevo estampados de flores, entro en tiendas y los miro y ahora hasta los compro, mi madre me avisó: te saldrá el gen de los lunares y las flores. Yo me reía, odiaba las flores, odio los lunares, pero ahora tengo un pantalón de lunares pequeñitos y un montón de camisetas y vestidos de flores :O sé lo que sentí ael coronel Kurtz ¡ah, el horror!
;)
un abrazo enorme!!!