martes, 25 de octubre de 2011

Tres horas

Por motivos de trabajo, ayer tuve que bajar a Barcelona. Una reunión de libreros para que nos enseñen novedades, compartir cotilleos del sector y hacer unas cuantas compras para la campaña de Navidad. La reunión era a las diez de la mañana y como yo vivo en Igualada, ciudad que según los planes urbanísticos debe ser aislada del mundo por medio de un transporte público extremadamente precario (una especie de Mordor de la Catalunya central) pues me levanté a las siete para pillar un autobús de las ocho y llegar a Barcelona a las nueve y pico largo. Es lo normal. Recorrer sesenta kilómetros en una hora tan larga que ocupa parte de la siguiente.

Me despierto, me visto, un pipí, un café con leche y para la parada del autobús. Espero, viene gente, se forma cola, pienso que es una cola de aprobado justo y que en La Habana sí que saben hacer colas, llega un autobús, intento de subir, nop, que ahora viene otra que pasa directo, efectivamente viene otro, me subo, me siento y pienso, todavía llegaré temprano y tendré tiempo para desayunar tranquilo.

Pero qué ingenuo e imbécil que era.

Porque a la altura de El Bruch empiezan las retenciones. Porque resulta que según rumores que se cuelan en el autobús ha habido un accidente a la altura de Abrera. Porque lo que empezó siendo un viaje en autobús a Barcelona con su asiento estrecho, su vecino dormido que ronca, su muchacha repasando apuntes acabó derivando en una versión sin literatura, sin vida, sin humor, sin ganas, sin profundidad y sin esperanza de La autopista del sur de Cortázar. Todos parados en mitad de la calle principal de Esparraguera en un atasco monumental que me hizo llegar dos horas tarde a la reunión.


Los usuarios del bus nerviosos, cabreados, llamando a sus respectivos diciendo que llegaban tarde o que no llegaban, desertores que se pillaban un autobús de vuelta, vejigas apretadas, chistes malos, rumorología, amistades intergeneracionales que compartían dulces, escapadas a la pastelería por un donut ("te lo comes en la calle que aquí dentro está prohibido... y me da igual que esté lloviendo"), una chica que durmió las tres horas y no se enteró de nada y yo agradeciendo tener un buen libro entre las malos porque tres horas en una Hispano Igualadina con un mal libro me hubieran vuelto más loco.

El libro, por cierto, es Brooklyn de Colm Tóibín; una novela sobre el exilio, la tristeza, el amor, el silencio...

Porque me imagino tres horas encerrado en una Hispano Igualadina con un mal libro, en asientos estrechos, con un vecino de asiento que parecía ensayar una baile en la silla, aguantando las declaraciones de la chica sobre el tamaña cada vez más menguante de su vejiga y sin armas ni explosivos con los que relajarme y... no sé... creo que hubiera acabado llorando bañado en la sangre de otros.

Captura de una línea temporal alternativa donde Jorge llevaba un mal libro en el atasco.
Después de una orgía de sangre acabó abatido a tiros por unos bailarines de stiptease vestidos de policía.

Al final, llegamos. Por mi parte cansado y malhumorado, pero no como algunos estudiantes que se habían quedado sin examen que hacer. Me quedaba un metro, un autobús y una reunión de dos horas, un autobús, un metro, un autobús y llegar a casa a las cuatro y media, comer rápido e irme para la librería.

Un lunes de aquellos jodedores, cansados y molestos... Por suerte a las nueve de la noche me esperaba la partida de rol donde entre risas, dados y gritos de "Tengo un plan" el día se recondujo hasta un gran y apoteósico final.

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