- No dejará de roncar el pequeño mocoso, no.
Porque Niño Lobo ronca. Y mucho. Y, como todos, niega los ronquidos y no se hace responsable de las grietas en el vidrio de la ventana que aparecen por las mañanas.
Y recordaba. Recordé mis dos únicas operaciones.
La primera fue de amígdalas.
Amygdala a punto de darle una hostia a Batman.
En serio, hay un villano que se llama así.
Era pequeño... unos cinco / seis años. Inflamación, voz de niño poseído, extracción. No recuerdo mucho de esta operación... un sueño lleno de sangre donde me hacían inflar globos, una habitación compartida con un par de niños más, la promesa de comer todo el helado que quisiera, pero al estar en invierno se trabuco en tragar todo el hielo que pudiera... poco más...
La segunda operación... bueno... dejó algunas secuelas físicas y psicológicas. Operación de fimosis a los diez u once años.
Vamos, que andaba por este mundo encapuchado.
Y para desencapuchar sólo hay una solución.
Advertencia al lector: a los que me conoce y corren el riesgo de encontrarme por la calle. Desconozco si lo que escribiré ahora será gracioso o no, pero en el caso de que lo sea y os motive a la sonrisa / risa / carcajada os pido por favor que si me encontráis por la calle, en la librería o en la puerta del colegio no me vengáis con media sonrisa en la cara y me soltéis algo así como "¡qué bueno lo de tu fimosis!". Moriréis.
Vamos a la historia. Imagino que todos vosotros, lectores ávidos de cotilleo y de truculencia, sabéis qué es la fimosis. Para quien no lo sepa emplazo a seguir este enlace donde unos expertos doctores lo explican muy, pero que muy bien.
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¿Todo claro? ¿Puedo continuar? De acuerdo. Como he dicho antes, tendría unos diez u once años. La tortuga no salía del caparazón, no había manera de quitar el tapón al boli, el bote de la mayonesa no se podía desenroscar. Así que decidieron que lo mejor que se podía hacer era operar antes de que las cosas se pudieran complicar y pudiera padecer de infecciones y bla, bla, bla. El médico explicó muy lo que se me tenía que hacer. Muy profesional y con sus palabras esdrújulas y derivadas del griego. Yo me quedé con un concepto, quizá básico, pero que resumía a la perfección lo que iban a hacerme y mis miedos.
- Te vamos a cortar la polla.
Y, para redondear el asunto, el médico en cuestión, lumbreras y genio por descubrir, decidió que ya era un hombrecito y que por lo tanto nada de anestesia general... con una simple anestesia local bastaría. No solo un desconocido se iba a acercar a mis partes con un instrumento afilado, sino que además sería consciente de ello.
En un primer momento no fui muy consciente de las implicaciones de todas esas decisiones. En aquellos tiernos años de preadolescencia y preestupidez aun confiaba en la palabra de los médicos y si decían que no me enteraría de la operación, que sería cortar y cantar y que ya era todo un hombre para dormirme... que solo se dormía a los niños pequeños. Y me lo creí.
Gilipollas.
Y llegó el día de la operación. Me metieron en una habitación, me despedí de mis padre y me llevaron con el anestesista.
Y a partir de este momento que todo se torció. Porque estaba tumbadito en una camilla, solo, sin familia y con un desconocido delante que de una bandeja sacó una jeringuilla, dijo la frase "No te va a doler" que es siempre antesala de los mayores dolores y, para tranquilizarme, hizo una pregunta mientras clavaba la jeringuilla en mi entrepierna:
- ¿Te gusta el fútbol?
Tengo que dejar claro una cosa. No me gusta el fútbol. Nunca me ha gustado el fútbol. He odiado, odio y siempre odiaré el fútbol. Como deporte y como excusa para discursos de índole social, nacional y/o política. Me importan tres mierdas quien marca a quien, la forma de la pelota, si quien marca un gol más gana, si follan entre ellos, si ganar un partido es algo más que ganar un partido y me toca mucho los huevos tener que aguantar discursos de ser mejor o peor X por no gustarme tal o cual equipo de fútbol, los silbidos, bocinadas, gritos y petardos cada vez que once multimillonarios ganan a otros once multimillonarios. Nunca me ha gustado. De pequeño no me sabía el nombre de los jugadores. Mientras mis compañeros de clase coleccionaban los cromos de la liga, yo me hacía la colección de Monstruos. A la hora de patio me escabullía y solía subirme a un robot gigante para destruir Tokio mientras mis compañeros de clase le daban patadas a una cosa redonda que iba de un lado a otro. No me gustaba el fútbol. Odiaba el fútbol y no entendía nada de fútbol.
Volvamos a la historia. Tumbado en una camilla mientras el anestesista me clavaba una jeringa tras otra alrededor de mi pene y de mis testículos. Empecé a llorar. Mucho. Y él tipo este me pregunta si me gusta el fútbol. Al no contestar al primer intento, añadió.
- A mí me gusta mucho. Soy del Real Madrid.
A lo que yo contesté.
- Sí me gusta el fútbol y también soy del Real Madrid.
¿Por qué contesté esto entre hipidos y lloros? Supongo que por miedo. Mis compañeros de colegio solían vivir el fútbol de una forma muy violenta. Si no eras del equipo, eras el enemigo. Más de una vez habían acabado a tortas entre ellos por un quítame de hay ese penalti. Las frases al enemigo ni agua, que pierdan en los entrenamientos, el X bueno es el X muerto y variantes eran habituales en el patio del colegio y las conversaciones entre adultos. El fútbol, quizá no de forma intencionada, siempre me ha parecido relacionado con expresiones de puro odio y violencia. Y más cuando por culpa del azar donde te ha llevado a nacer, el deporte se confunde con la identidad y la política. Entonces, cagada. En aquella camilla mentí por miedo. Pensé, a ver si este va a ser un pirado que odia a los de otros equipos y hace una desgracia con mi pobre cuerpo...
El anestesista acabó con su trabajo. Recuerdo cuatro pinchazos dolorosos acompañados todos por la frase no te va a doler. Y para el quirófano. El cirujano se inclinó sobre mí.
Supuse que me sonreía detrás de la máscara. Me dijo que no me preocupara que no me dolería. Y empezó a cortar. Imagino que son recuerdos falsos, pero la memoria que guardo de aquellos momentos es de dolor. Y sangre. La mano del doctor llena de sangre. Y mis lloros y mis ganas de salir de allí y volver con mi familia y que no era un hombre sino un niño asustado al que le estaban cortando el pito, con el cariño que le tenía. El cirujano decidió darme conversación para tranquilizarme.
- ¿Y qué, muchacho, te gusta el fútbol?
¿Por qué tenía que preguntar eso? ¿Por qué? No podía preguntar "te gusta leer", no. Eso era demasiado difícil y complicado. La mierda del fútbol.
- Sí - dije yo.
- ¿Y de qué equipo eres?
Silencio.
- Yo soy del Barça - dijo él.
- Yo también - dije yo entre lloros. No quería contradecir a alguien que tenía un bisturí en la mano y estaba manipulando mis genitales.
- ¡Qué bien! Espero que no le hayas dicho al anestesista que eres culé porque ese odia a los del Barça y se enfada mucho.
Perfecto. Al miedo de la operación se añadió el miedo a un anestesista pirado que entraba en el quirófano hecho un energúmeno llamándome mentiroso y a un doctor que descubría que yo no era el culé que él pensaba y que el mejor culé es el culé capado y decidía eliminar del mundo un barcelonista o, por lo menos, evitar que se reprodujera. Zas, corte por lo sano y mi pene en su mano mientras lo lanza al merengue y ambos se lanzan contra mí por mentiroso.
- ¿Y cuál es tu jugador favorito?
¿No se podría callar? ¿No podría sencillamente hacer su trabajo? Bien y rápido, cerrar y enviarme a la habitación y dejarme vivir, joder. No, charla que te charla. No me sabía ningún jugador de fútbol... me iba a pillar en la mentira... y recordé un tebeo de Mortadelo donde salía la ficha de un jugador del Barça.
- Lobo Carrasco.
Lobo Carrasco.
Me salvó los huevos. Siempre lo recordaré con cariño.
- Es muy bueno.
- Sí, mucho - conseguí decir - sobre todo cuando le da a la pelota.
- Sí - y siguió cortando. En silencio.
Pasé el resto de la operación llorando y suplicando a todos esos entes religiosos en los que no creía que, por favor, cirujano y anestesista no coincidieran. Cuando todo acabó me llevaron a mi habitación e inicié la recuperación. Muy satisfactoria, así que todos tranquilos.
Todo esto recordé en el hospital mientras veía roncar a Niño Lobo y deseaba con todas mis fuerzas que cambiara de postura y que esa fuera la última jeringa de antibiótico que le pusieran por vía. Me tumbé y me puse a escuchar mentalmente a The Clash. Si no me dormía al menos escucharía buena música.
2 comentarios:
¡Qué grande eres, Jorge!
Magnífico post y me has arrancado un par de risotadas (por la prosa, no a costa de tu descapotable rosa :P)... y de todo esto yo entiendo, con mi superlógica de Homer Simpson, que lo de ponerle al chaval Niño-Lobo va por Carrasco, no? por haberte salvado de ser un castrati, ein?
besotes!!!
Hay que ver, Lobo Carrasco todo un héroe y sin saberlo... Yo le mandaba una carta contándole la historia :D
Por cierto, he nominado a "Mil matices de gris" con un premio blogueril. Se trata del Liebster Blog award. Si quieres y no lo conoces pásate por mi blog y lee la última entrada que ahí lo explico todo.
Un saludo.
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