domingo, 22 de abril de 2012

Una versión desconocida de la conocida leyenda de Sant Jordi

Una de mis aficiones menos conocidas es la recopilación de viejas leyendas populares que corren el riesgo de caer en el olvido y partirse una pierna o un inesperado giro de los acontecimientos. Para ello, una vez al año, me calzo mis viejas botas repletas del polvo del camino, mi uniforme de romántico alemán trasnochado y armado con una libreta, una pluma y muchas ganas me lanzo a recorrer el mundo a la caza de esa leyenda que sólo conoce esa vieja ciega y palmípeda que vive en una cueva rodeada de basiliscos y agentes de seguros. En estos años he recopilado unas cuatrocientas leyendas y he visitado panteones, tumbas, catacumbas, estercoleros, universidades, reuniones de gestores cultures y muchas otros parajes igualmente hediondos.

Típico atuendo del romántico alemán que sube una montaña y se da cuenta de que tiene que bajarla, está anocheciendo y oye a unos bandidos nada cantarines afilar sus cuchillos.

Entre las leyendas que guardo como oro en paño en una caja de zapatos, existen numerosas versiones de la tan conocida leyenda de Sant Jordi. La más popular es la versión de Montblac: el dragón, el sorteo, la princesa, el caballero Jordi, el rescate, la rosa. El atentado al orden establecido y su reconstitución. A partir de esta estructura han ido apareciendo variantes: no hay sorteo, hay secuestro. La intervención del santo es al momento y no cuando las hijas de los pleyebos ya habían sido devoradas, el dragón es una metáfora del capitalismo y el caballero un libertador proletario, el dragón es una metáfora de la amenaza comunista que pretende igualar a todos y el caballero un restaurador del orden burgués (lo curioso de estas dos últimas versiones es que son idénticas palabra por palabra... su significado sólo cambia dependiendo de quién sea el narrador y los oyentes), el dragón solo pasaba por allí y todo se debió a un malentendido cultural, el dragón era vegetariano, la princesa tenía tendencias zoofílicas y se estableció una extraña historia de amor, el caballero no aparece y todo acaba en un refrescante baño de sangre, etc.

El trío protagonista según Paolo Ucello, uno que pintaba.

Una de mis favoritas es la que os voy a contar hoy para conmemorar la diada de Sant Jordi. Es una de las menos conocidas, pero de las que más visos tiene de ser real. A veces la historia la reescriben los perdedores... y más cuando estos son de mal perder.

Hace mucho tiempo existía un pequeño reino idéntico en historia y costumbres a los miles de pequeños reinos que lo rodeaban. Tenía un rey que era mezcla perfecta de estupidez para no sentirse responsable de sus actos e inteligencia para pese a ello seguir en el poder. Una clase noble que intrigaba, asistía a fiestas y se casaba entre ellos para llevar al extremo la endogamia y así revertirla en una pirueta genética sin precedentes. Una pequeña clase media que criticaba mucho, comerciaba más y odiando a los nobles, aspiraba a ser como ellos. Y una enorme masa conocida como pueblo que no se quejaba nada, vivía resignado y conocía su lugar en la pirámide. Ah, y también un pequeño grupo de intelectuales que se reunían en un bar a hablar mucho, quejarse más y procurar no molestar demasiado.

El rey era viudo; la reina murió de un ataque de aburrimiento cuando era jurado en el concurso de "Borda el petirrojo más exquisito" con el que mensualmente se entretenía a las hijas casaderas de los nobles. Y el rey tenía una hija. De ella se decía que era la más bella criatura, la más dulce de las muchachas, la más dichosa y feliz de las hijas. Los poetas la alababan, los príncipes suspiraban y morían de amor solo con oír su nombre. Caballeros famosos realizaban las mayores gestas con la esperanza de que un día ella oiría hablar de ellos. Las muchachas la admiraban sin envidia y era su modelo de encanto, discreción y belleza. Era la princesa dechado de virtudes, modelo de conducta y un ángel de hermosura que iluminaba de esperanza el corazón, el futuro y un par de entrepiernas tanto de ricos como de jóvenes. Y respondía a un nombre como Hermosa o Prístina.

Esto era lo que se contaba, pero como ya podéis imaginar no era un relato muy ajustado a la verdad... pero la publicada es la publicidad y sigue los dictados de la política. Las princesas son correctas, discretas y hermosas. La verdad de la princesa que nos ocupa no se ajustaba a la publicidad que se hacía de ella. De forma condescendiente se la catalogaba como "mona" cuando nadie oía. Tenía una de esas bellezas que crecen a pasos agigantados con la conversación y las risas, pero que a primera vista pasan desapercibidas. Le gustaba leer relatos novelados, le aburría la costura, tenía tendencia a picar entre horas, a que todo lo que comía se acumulaba en las caderas, los hombres con mucho pelo y pinta de brutotes, odiaba hacer ejercicio y no compartía su comida. Solía hurgarse la nariz, sus ojos eran hermosos, la risa, resplandeciente y sus pechos, bíblicos. A su padre le caía bien siempre que cumpliera la consigna "no hablar, no molestar" y era medio querida por el pueblo. Estaba allí y no hacía ruido. A ella lo de ser princesa no le disgustaba, aunque tampoco lo consideraba un fin en su vida. Mientras le dejaran leer tranquila y visitar con libertad las cuadras, cumpliría con lo que se esperaba de ella. Y su nombre no era sinónimo de belleza ni de virtud.

Hasta que llegó el dragón.


Como todo el mundo sabe, los dragones son junto con los gatos, las criaturas más hermosas e inteligentes de la creación. Suelen ser milagros de la naturaleza tranquilos y discretos a los que no les gusta llamar la atención de esas molestas y ruidosas criaturas llamadas humanos. Prefieren quedarse tranquilos en sus cuevas rodeados de sus tesoros (que pueden ser las míticas montañas de oro y diamantes, pero también libros, cuadros o cualquier colección de objetos por los que un dragón muestra interés... se sabe de uno de esos maravillosos seres al que le gustaba dormir encima de su montaña de tapones de corcho) y recibiendo visitas de dragones amigos con los que departe de arte, literatura o juegan a las baladas épicas con mímica. Pero algún que otro dragón hijo de puta hay suelto por el mundo al que divierte la matanza, el saqueo y los gritos de las víctimas. Y el dragón de esta historia es de ese tipo. Un mal bicho que encontró el reino y se dedicó al expolio, el asesinato indiscriminado y a dar cada dos o tres veces al día un barrido por los campos de cultivo escupiendo fuego.

La llegada del dragón al reino supuso un drástico cambio en las costumbres. Los intelectuales discutían el significado de la llegada del dragón. El pueblo se resignaba y espera con paciencia que alguien hiciera algo mientras perdían cosechas, esperanza y ganado. Las clases medias maldecían al dragón por las pérdidas económicas que les reportaba, pero los bendecían por las ganancias económicas por la reconstrucción de lo dañado. La nobleza recuperaba modas pasadas de caza dragones y buscaban entre ellos a un caballero que hiciera algo. Y el rey se mostraba encantado con el dragón; mientras se entretuviera con el pueblo no habría problema. Un dragón aumenta el pedigrí de una zona y atrae el turismo. Y la princesa tenía la intuición de que todo aquello acabaría mal.

Como así fue. Un día el dragón se cansó de tanta vaca, tanto ternero y tanta gallina y empezó el saqueo de las hijas de los campesinos. La carne humana es más sabrosa, y aunque recuerda al pollo tenía una caída a roble viejo que volvía loco el paladar dragonil. A nadie le importó en demasía porque pobres hay muchos... cualquier reino que se considere decente tiene una provisión abundante de estos. Sin embargo, contra todo pronóstico, se acabaron todas las hijas de campesinos, el dragó empezó a ascender por la pirámide social hasta que al tocar los frutos endogámicos de la nobleza empezaron a llegar los clamores de protesta al rey. Pero la gota que colmó el vaso fue cuando el dragón secuestró a la princesa aprovechando que ésta salía de las cuadras arreglándose las arrugas del vestido. Al enterarse de este hecho, el rey salió al balcón del castillo y ante las ruinas humeantes de su reino hizo la promesa de hacer todo lo posible para detener a ese dragón que se había atrevido a romper la paz de su reino.

Todos le aplaudieron porque era lo que se tenía que hacer.

El rey hizo leer un decreto donde se apremiaba a todos los caballeros del reino a ir rescatar a la princesa y matar al dragón. Quien así lo hiciera, sería recompensado con la mano de la princesa, la mitad fea del reino y un "gracias, muchacho" de labios del rey. Ante tal suculento botín, siete valerosos caballeros respondieron a la llamada y fueron raudos a la cueva del dragón. Eso sí, exigieron un desfile de alabanza a su valentía mientras partían. Todas las esperanzas del reino se depositaron en las espaladas de estos caballeros.

Lástima, porque estos caballeros eran unos perfectos imbéciles.


En la cueva del dragón, la princesa luchaba por su vida. Aprovechando un descuido del reptil, había conseguido esconderse en una pequeña grieta donde las zarpas del animal no podían acceder. Allí topó con un hueso que le sirvió de maza y soportó más bien que mal los envites de la criatura. El dragón se iba sulfurando por momentos. Jamás en sus cientos de años había soportado a una criatura que se le resistiera tanto, fuera tan obstinada y malhablada. Y así fueron matando los minutos hasta que llegaron los caballeros. La princesa pensó que había llegado su salvación y el dragón que había llegado su final. Ambos estaban equivocados.

Los siete caballeros eran unos imbéciles, además de ser príncipes. Y como todo el mundo sabe, los príncipes suelen ser una mezcla perfecta de estupidez, arrogancia, inconsciencia y cobardía. Llegaron a la entrada de la cueva, salió el dragón y dos de ellos se pusieron a llorar tras ensuciar de forma contundente sus calzas, uno empezó a correr en círculos diciendo que era un ratón y los ratones son invisibles, el que estaba dispuestos a luchar se dio cuenta de que se había traído sus estampas de antiguos gladiadores en vez de sus armas, otro pensaba que dragón quería decir refrigero, que nadie pregunte por qué, e iba por el lugar preguntando dónde se servían las bebidas y los dos últimos aun luchaban por adivinar por donde se abría la puerta para bajar del caballo. En unos dos segundos el dragón había dejado fuera de combate a los siete caballeros y se disponía a darse un buen festón.

La princesa, que por cierto se llamaba Jordina, armada con su hueso suspiró y se dijo que si no se salvaba ella, no lo haría nadie. Así que se acercó al dragón y entablo singular combate con él en el trascurso del cual la princesa perdió la mano izquierda y ganó una preciosa cicatriz que le cruzaba una mejilla de frente a cuello. El dragón ganó diversas heridas y perdió la vida. Su cuerpo cayó encima de un rosal silvestre y su sangre tiñó las blancas flores. Los principescos caballeros ganaron la vida, pero perdieron la dignidad que creían tener y avergonzados emprendieron el regreso a casa.

Por el camino hablaron y hablaron y compartieron sus miedos de hacer el ridículo cuando llegaran al castillo y todos supieran que la princesa no solo se había rescatado sola, sino que los había salvado a ellos. Así que decidieron explicar otra versión aprovechando que en el reino creerían antes la versión de siete caballeros príncipes hijos de las mejores familias que la de una mujer, por muy princesa que fuera. Y así fue. Llegaron y fueron los primeros en hablar y explicaron la lucha encarnizada, la pelea épica, la batalla memorable que tuvieron con un dragón mientras la princesa lloraba histérica y como, cuando estaban a punto de perder, un misterioso caballero llamado Jordi apareció de la nada y les ayudó a derrotar al dragón inspirándoles coraje, arrojo y valentía. Fueron aclamados, aplaudidos, deseados, alimentados y con su historia se hicieron múltiples adaptaciones épicas.

A la princesa le dijeron que en el futuro tuviera más cuidado y que volviera a sus quehaceres. Ella ni tuvo cuidado ni volvió a sus quehaceres, si no que acabó robando un caballo y largándose de su reino para embarcarse en un barco, hacerse pirata, aprender repostería, fundar un asilo para piratas jubilados que quieren presumir de aventuras que nunca vivieron, descubrir un par de continentes perdidos, volar en un dragón de cuatro alas, escribir tres novelas que abrieron nuevos caminos en la ficción y ser muy feliz.


De su antiguo reino no volvió a saber nada. No por falta de interés, porque dejó allí a un par de buenos amigos, si no porque sin querer uno de los sabios del lugar fisionó un núcleo y todo acabó en una espectacular explosión atómica que llenó el lugar de mutantes, hormigas gigantes y hombres menguantes y donde sucedieron algunas de las más impresionantes aventuras que jamás llegaríais a leer.

Pero esto es otra historia que será contada en otra ocasión. O no.

4 comentarios:

Mara Oliver dijo...

Me flipa tu pluma, :) Me declaro fan nº 1 de esta historia!!! ^^

Y que sepas que me mataste con el dragón que duerme sobre su tesoro de tapones de corcho y con lo de que la heroína sea manca de la zurda, eso me ha llegado al corazón, :P jejeje(modo sardónico-cabrona-que-es-una-con-una off) ;)

mil besotes!!!

Montse dijo...

Fan desde YA de tu leyenda de Sant Jordi! :) Y fan de tu princesa, jeje, con la que me siento muuuy identificada, jajaja.

Un beso y feliz día del libro, librero, y feliz santo!!! (y que no llueva, por favor!)

A nónima dijo...

Te A mo. A mo a los dragones. A mo tu leyenda.

Jorge dijo...

Mara,

gracias, gracias y gracias. Se hace lo que se puede.

Los dragones duermen y coleccionan sobre lo que quiere y lo que quieren. Y quien lucha contra un dragón sale más fuerte, pero no sale indemne.

Muchos besos para usted... su modo off me ha llegado al corazón.

Montse, gracias. Como ya sabes, no llovió. ¡No llovió! La crónica del día no será tan divertida como otros años, pero el día fue más tranquilo y provechoso.

A, y yo a ti y a todo tú y cuentos leyendas e historias de dragones negros miopes con una sola ala.