sábado, 18 de enero de 2014

Muerte de un representante

El jueves maté a una persona. ¡Qué no, que no era una persona! Que es broma. El jueves solo maté a un representante editorial. Sí, o otro .Ya lo sé, ya lo sé, pero esta vez tenía un motivo de peso. ¿Cuál? Dos palabras: Sant Jordi.

El jueves era 16 de enero de 2014. No había pasado ni dos semanas desde que la campaña de navidad se había acabado y aun no habíamos terminado de hacer la valoración general (aguantando, aguantando, aguantando) cuando ha aparecido un representante editorial con su mano adelantada, su sonrisa y sus comentarios sobre el frío que hace en Igualada. Un poco de bla, bla por ambas partes y el detontante.

- ¿Qué? ¿Hablamos un poco de Sant Jordi?

Fue un acto reflejo. No pretendía que volviera a pasar, pero en un momento de descuido, cuando el representante se giró para coger un par de catálogos "y enseñarte las apuestas que tenemos para Sant Jordi", en un impulso me armé con el diccionario María Moliner y se lo estampé en la cabeza para acto seguido acribillarlo con la obra completa de Josep Pla y acabar leyéndole a su cuerpo tembloroso fragmentos de libros de Sánchez Dragó, Ussia, Coelho o Albert Espinosa.
- No... no... no... - gemía mientras se le escapaba la vida.
Y se murió.
En medio de la sección de novedades. Con un charco de sangre que se extendía y amenazaba con empapar la reposición que tenemos debajo de las mesas. Me levanté cansado y estiré mi cuerpo. Había olvidado lo agotador que era matar a golpe de libro y lectura aburrida a alguien. Miré a un lado y a otro. Nadie en la librería. Épocas dificiles.
- ¡Jefé! - dije.
- ¿Qué?
- ¿Puedes salir un momento? Tenemos un problema.
- ¿El qué?
- Es que...
Mi jefe salió del almacén. Tenía la mirada perdida y vidriosa del que lleva horas repasando la facturación.
- ¿Qué ha pasado?
- No te lo vas a creer, pero...
Y le señalé el cadáver del representante que aun en el momento de la muerte tuvo la fuerza para señalar la gran apuesta para la fiesta del libro.
- ¡Otra vez!
- Ya...
- No puede ser. Jorge, un día tendremos que hablar de tu manía de cargarte representantes.
- Es que quería hablar de Sant Jordi.
- ¿Ya?
- Sí.
Mi jefe se quedó contemplando el cadáver y le propinó una patada.
- Se lo merecía.
- ¿Qué hago con el cuerpo?
- Lo usual.
- No sé si cabe otro cuerpo...
- Siempre hay sitio para otro libro y para otro cadáver. Me vuelvo al almacén a ver si acabo de repasar esa factura de una vez que me parece que no abonan un libro. Estate al caso por si entra alguien.

Y al tajo. Pillar el cuerpo. Llevarlo a la sección de religión para descuartizarlo con un poco de calma. Interrupciones para atender a la abuela que busca algo barato, barato para su nieto, para el tipo que busca un libro para regalar, para los chavales con sus libros recomendados. Meterlo en bolsas y llevarlo a la sección de teatro, con seguridad el espacio de la librería más tranquilo. Semanas pueden pasar sin que nadie entre en esa sección. Lugar donde me gusta reunirme con mi secta de adoración a los cefalópodos, donde hacemos bailes de salón y donde esta la fosa donde enterramos los cadáveres de todos aquellos que alguna vez me hicieron blandir un diccionario o unas obras completas como arma cuerpo a cuerpo +4.

Arrojé allí el cadáver del representante para que le hiciera compañía a cadáveres de otros representantes, clientes, autores, compañeros, autoestopistas, visitantes del futuro, buscadores de fotocopias o encuadernaciones, doctores sin título. Un cuerpo más que cometió el error de querer hacer ya Sant Jordi.

Y hasta principios de marzo, nada.

lunes, 13 de enero de 2014

Algunas piniculas vistas aquí y allí

La mayoría vista en ese único cine que tenemos en Igualada que tiene los días contados. Muchas de ellas me las podía haber ahorrado, pero el ritual de la luz que se apaga y la pantalla que se enciende hace que casi todo valga la pena.

Plan de escape, Mikael Hafström

Mala. Mucho. Con sobreabundancia de primeros planos y planos medios. Momentos confusos y un guión lleno de agujeros por donde se podrían haber escapado los presos sin ningún problema, pero tanto Stallone como Schwarzenegger tienen carisma (mucho más el segundo), las películas de fugas son divertidas y resulta gratificante ese desprecio que sienten los héroes por la vida de los esbirros. Mala, muy mala, pero a mí estas cosas me divierten horrores.

 El hobbit, Parte II. La desolación de Smaug, Peter Jackson

Me lo pasé "bien" viéndola, pero cuanto más pienso en ella menos gusta. Es el problema de estirar lo inestirable, que se acaban viendo todas las costuras, los puntos muertos, todo aquello que sobra. La exageración por la exageración, el ruido y el fuego por ellos mismos, la abundancia de personajes porque uno más no se notará, la repetición de esquemas que ya salían (o saldrán) en El señor de los anillos no como leif motivs, si no como falta de ideas. La historia y los personajes son lo de menos. Buen diseño el de Smaug. Lástima que a uno de los mayores y más importantes dragones de la historia lo presenten como un memo. Me falta sutilidad, me sobran elfos.

El ladrón de cadáveres, Robert Wise

Una maravilla. Una de esas joyas que nos legó la RKO (cuando sale el emblema de esta productora ya estoy emocionado y vendido). Y, encima, producida por Val Lewton, un tipo al que debemos un buen puñado de extraordinarias películas que me propongo revisitar los próximos días. Adaptación de un cuento de Stevenson. Un cuento de horror gótico con un Boris Karloff enorme que domina a golpe de humor socarrón y una mirada cargada de lo peor. Y Henry Daniell dándole réplica en un buen duelo cargado de odio. Lo de Lugosi no deja de ser un cameo, peor su presencia siempre se aplaude. Me encantan estas películas  de los cuarenta donde todo son sombras y no se ve una mierda...

Super 8, J.J. Abrams

Entretenida y divertida película de verano. Un homenaje a las películas de pandillas de los ochenta que acaba siendo una recreación a mayor escala y con más ruido de las películas de serie B de los cincuenta. Algo larga y pirotécnica me quedo con el accidente de tren y con los momentos entre los chavales (las peleas, las escenas de rodaje, la complicidad...). Y agradezco mucho que la película no acabe siendo un mero ejercicio de nostalgia aunque evoque aquellas tardes de verano en las que acabé rodando una remake de King Kong perdido para siempre.

La vida secreta de Walter Mitty, Ben Stiller

Muy bonita fabula sobre los soñadores con mucho de Capra en el fondo y mucho de Wes Anderson en la forma. Aunque en algún momento alguno de los gags rompa el tono de la película, en general la historia discurre por un camino que ronda lo onírico y lo extravagante. Una película triste disfrazada de amable comedia que quiere demostrar que por muy extraordinarios que sean nuestros sueños, la realidad lo será mucho más. El momento de la aparición de la canción Space Oditty es muy emocionante.

Las crónicas de Spiderwick, Mark Waters

Vista por expreso deseo de Niña Zombi que quería una película que tuviera "un poco de todo. Acción, monstruos, familias, conflicto (acaba de descubrir eso tan maravilloso que es la estructura narrativa), miedo, fantasía. Ya sabes". La película cumple con todo eso y ofrece una película infantil de aventuras muy entretenida.

Río de sangre, Howard Hawks

La pureza narrativa de Hawks admira hasta en sus trabajos menos conocidos. Una de esas amistades masculinas tan hawkianas forjadas a base de puñetazos y whisky , una aventura en territorio hostil, una hermosa mujer con las uñas afiladas y una cámara que desaparece en el devenir de la historia. Por mucho que sea un Hawks menor, no puedo dejar de caer rendido ante él.

jueves, 9 de enero de 2014

Lecturas


Una preciosa imagen lectora de una gárgola cortesía del insigne Doctor Insermini.

martes, 7 de enero de 2014

Cositas del día de Reyes

1. Regalitos


Figurita de Mazinger Z y película de John Carpenter. Casi lo más.
Y de invitados en la foto, el doctor Heinz Doofenshmirtz, una patita del buen primigenio de Cthulhu, las patitas de uno de los monstruos de Maurice Sendak, las seis novela de Robin Hobb, la cabeza de Evelina y alguna cosita más de las miles que tengo en mi cueva.


Momento de compra masiva que nos ha dado a los cuatro en la fira de reyes ante un puesto de películas a dos euros. ¿Resultado? Super 8, los dos primeros Harry Potter, Monstruos unvs. alienígenas, un western con Jim Brown y Lee van Cleef que creo que vi de chiquito, tres películas de Boris Karloff (El ladrón de cadáveres, El terror y Bedlam, hospital psiquiátrico) y tres thrillers que no he visto y a los que tengo ganas (El asesino poeta de Douglas Sirk, D.O.A., la versión de Edmond O'Brien y Hermanas de Brian de Palma). De todo un poco y terriblemente contento.

2. El momento en que A. se ha enfundado el traje de vengadora justiciera y ha salido a la calle a impartir justicia. Vivimos en una calle céntrica y popular. Eso tiene sus ventajas. E inconvenientes, claro. Uno de ellos es que es un espacio de la ciudad donde se hacen actos, teatro en la calle cuando llega el festival, paseo de los reyes, pasacalles en fiesta mayor, etc. Hoy había una cursa. Gente corriendo del punto A al punto A dando una vuelta por la ciudad. Sin problemas.
¿Sin problemas?, he dicho.
Bueno, a parte de los que han decidido poner la música a un volumen insufrible bien temprano para "calentar el ambiente". Y quiero aclarar una cosa. Ni A. ni yo somos una de esas parejas paranoicas a los que una risa en la calle hace que hiervan aceite y lo derramen encima de esos jovenzuelos desvergonzados que se pavonean en la rue. No. Pero los encargados de poner la música hoy han decidido que cuanto más alta, mejor. Y alta me refiero a que sonaba como si tuviéramos una puta orquesta en casa y nos siguiera de habitación en habitación al ritmo de lo peor de hace dos veranos. Las peticiones desde el balcón de que por favor bajaran la música han sido tomadas a risa y con subidas de volumen. Esa actitud chulesca de los dos jovenzuelos que se ponían palotes porque les habían dejado tocas un equipo de música es la que ha provocado que una cansada A., con el pelo rebelde, sin café en el cuerpo y poseída de no se qué espíritu vengativo, se vistiera en un suspiro y bajara a la calle preparada para tener una bronca. A. es pacífica, buena, divertida y le encanta la fiesta, la gente y el jaleo. Pero a horas tempranas y con volumen intrusivo, no.
A los segundos la música ha bajado a un volumen razonable con el espíritu de una carrera popular.
A. ha regresado y con un "ya está" ha zanjado el tema y se ha hecho un café.


Reconozco que la actitud de A. entre Gloria y Ripley me ha puesto algo tontón.

3. Comida de Reyes en casa de mi hermana M. Comer como un cerdo rodeado de familiares que comen como cerdos, jugar con los nenes y el sobrino a espías.
El juego consistía en que Niña Zombi, cuyo nombre en clave era Princesa, y mi sobrino, cuyo nombre en clave era Huevo maduro, habían descubierto que yo era un agente enemigo y me interrogaban para que dijera dónde tenían prisionera a una agente amiga. Como no hablaba se dedicaban a cortarme mi dedo favorito, luego cosérmelo para volverlo a cortar mientras me pedían perdón por clavarme la rodilla en la cara. Tortura, patadas, amenazas y solía decirles que vale, de acuerdo, hablaré, vuestra amiga está en... en... ¡el culo de tu madre! Risas, claro, y vuelta a empezar.
Ains, el sofisticado sentido del humor de los niños.


4. El héroe negro mola mucho.
Finiquitada la lectura de Black Super Power de Daniel Ausente, Aristas Martínez Ediciones, un esclarecedor, divertido y muy adictivo ensayo sobre la presencia y figura del héroe negro en cómic con excursiones a el cine y la novela.


Un ensayo que huye de lo académico, que desborda a análisis y referencias, donde subyace una crítica a ese pensamiento tan peligroso de lo "políticamente correcto", que apuesta por una visión lúdica y apasionada del cine, la literatura y la vida. Donde el autor trasmite un entusiasmo tan desbordante que induce al lector a buscar esos cómics y ver esas películas. Y despierta los recuerdos de viejos números de cómics que contenían algunos de los viejos amores de preadolescencia.


domingo, 5 de enero de 2014

Algunas cosas chulas de trabajar en una librería

Ser uno de los primeros en tocar, apoderarse y leer de esperadas novedades editoriales. ¿Por ejemplo? Recuerdo aquel séptimo volumen de Harry Potter (tres días antes), el quinto de Canción de hielo y fuego (cuatro días antes), o esos lanzamientos mundiales de bestseller que los periódicos y sumplementos culturales insisten que son muy esperados y que llaman "acontecimientos del año", pero estos no me interesan.

Y relacionado con esto, abrir las cajas y ver
- libros que esperabas.
- libros que esperabas, pero no lo sabías.
- libros que sorprenden y te das cuenta que esperabas, pero no lo sabías.
- libros, libros, libros.
Y ver que alguno de esos libros son perfectos para cliente X, para cliente G, para cliente K. Y acertar. Porque es un placer maquiavélico tener controlados los gustos literarios de algunos clientes, verlos entrar y tentarlos con esos cuentos que combinan sexo y terror, la biografía de un atracador de bancos francés de principios de siglo, una novela intimista de personas paseando por Nueva York, una novela juvenil diferente, un relato de fantastmas, etc. La sonrisita, el terror por el gasto inesperado, ese ligero temblor de un libro nuevo que se quiere, que se necesita, la mirada de puro "te odio" que lanzan al librero.
Oh, yeah baby.

Esos momentos en que aparece esa tercera parte de una saga juvenil tan esperada, llamar por teléfono a las dos o tres muchachas que hacen la serie, decirles que ha salido la nueva parte y preguntar si quieren que les guarde un ejemplar. En algunos casos (de nuevo Harry Potter o las entregas de Vampire Academy), la noticias es recibida por algunos estupendo gritos de puro deleite y eso que se llama, fangirleo.

Enterarse de algún que otro cabreo monumental de algún cliente por ir a comprar un libro cuando tengo el día libre. ¡Y ahora qué leo yo, joder! ¿Por qué Jorge tiene días libres? ¿No eran los jueves? Y enterarse de las taxativas órdenes de una clienta a su familia / amigos. Nada de experimentos. Le preguntáis a Jorge por un libro para mí. Punto. Él ya lo sabe.

La llegada de la primavera y el advenimiento del verano. No solo pierna creciente, falda menguante, sino hombros al aire y escotes vertiginosos. Ains.

Poder decir a un niño, no le hagas caso cuando le dicen eso de si tocas un libro este señor te reñirá / llamará la atención / echará / pegará.

Acertar a la primera cuando te piden un libro del que no saben el título, ni el autor, ni la editorial, ni de qué va, pero sale un mono vestido de mono en la portada, pero no estoy seguro. En muchas ocasiones es el libro de moda por lo que tampoco tiene mucho mérito.

La hora de cerrar.

El día de Sant Jordi. Ni los días de antes, ni los días de después. Solo el día de Sant Jordi con el sol radiante, la gente paseando, la locura de las seis de la tarde, las visitas de los conocidos y un siempre agradecido café con leche. Eso sí, siempre que no llueva.

Las ediciones no venales, los anticipos, las sorpresas que envían editoriales o representantes.

Ordenar con calma las estanterías y encontrar un libro que se te había escapado. Último caso: ¿cuándo llegaron los ensayos literarios de Robert Louis Stevenson y cómo es que no lo soñé / adiviné?

Y otras cositas que ya iré desgranando con el paso de las entradas.



* Próximamente haré de cosas mierda de trabajar en una librería.

viernes, 3 de enero de 2014

Erotismo y nata

No soy mucho de mezclar comida con erotismo, pero Natalie Wood en La carrera del siglo me pierde.

Cubierta de nata


y sin ella

miércoles, 1 de enero de 2014

Carta a los reyes

1 de enero de 2014.
Empieza un nuevo año justo donde terminó otro siguiendo un calendario establecido de forma arbitraria hace un puñao de años (más de veinte) por unos tipos listos que no tenían otra cosa que hacer. A todos, que sea un buen año y que no se cumplan esos deseos de los presentadores de las campanadas que dicen eso tan malrrollero e inquietante de

Feliz (inserte año correspondiente) y que el próximo año sea al menos tan bueno como éste.

¿Cómo empezó el año? Bueno, con A. y los nenes en casa viendo capítulos de 


y antes de la una de la madrugada ya estábamos los seis (incluyo a los gatos) durmiendo. 

Con todo lo que habíamos sido.

Y a las ocho y media, diana. Arriba, meadita, poner comida a los gatos, ducha de agua fría (sórdida historia con la presión del agua que no comentaré ahora), vestirse, cafetito, despertar a los niños y prepararse para llevar la carta a los Reyes. Porque hoy es el día. Hoy los trabajadores no asalariados de sus majestades los Reyes Magos de Oriente recogen la carta de los niños llenas de sueños, esperanzas, regalos y juguetes que han visto en interminables catálogos de centros comerciales, material audiovisual de última generación y un "lo que vosotros queráis" en el que se intuye algo así como "pero que no sea una mierda". Niños vestidos, Jorge vestidos, gatos vestidos, A. medio dormida y nos vamos a hacer cola media hora antes de que abran puertas y enormes pajes con cara de mala hostia nos hagan circular en correcto orden y sin ningún concierto para amenizar la espera con buenas versiones de jazz clásico (por pedir...).

Llegamos a la cola. Y desde el primer momento algo raro sucede. Ya sé que estaréis pensando que lo que ocurre es que tengo una sobredosis de Doctor Who, candidatos de Manchuria, ladrones de cuerpos o hipnosis autoinducida, pero la cola era diferente a la de otros años. No había rastro de abuelas ninja intentando colar a sus nietos para ganar dos puestos, no había padres escupe fotos, ni críos histéricos correteando arriba y abajo. No sé si era la hora temprana, la situación socioeconómica o que no me fijo lo suficiente, pero no era como otros años. Mucho más tranquilo.

A las diez y media en punto abren las puertas del recinto donde se concentran los pajes y la cola empieza a avanzar. A. no estaba con nosotros. Se había quedado en casa tirando café con leche por el suelo de la sala. Sus motivos tendría. Al final ha aparecido cuando estábamos a punto de entrar en el Ateneu, el edificio donde los pajes recogen en Igualada las cartas. Y seguía tranquila. Poca presencia de pajes en la calle. Otros años aquello estaba plagado de caras negras, plumas, grandes pendientes de oro repartiendo sonrisas y caramelos a los niños, hablando con ellos, preguntando si se habían portado bien, si eran buenos y otras cuestiones personales. Nada. Y al entrar, peor.


Una alfombra roja. Nosotros, con los niños y un montón de desconocidos, caminando casi en silencio. Y a lado y lado, dos filas perfectas de pajes. No hacían nada. Solo nos miraban y callaban. En silencio. Nada de acercarse, dar caramelos, aceptar fotos. El silencio. La mirada escrutadora. El juicio. Los años anteriores llamaban a los niños, caramelos, más preguntas, pero hoy... nada. Solo un paje entrada en años y faja apretada que pedía velocidad, circulación, rapidez y nada de detenerse. Avanzar, avanzar, prisas, prisas, avanzar. Y en nada hemos cruzado las puertas del teatro y nos hemos visto delante de uno de los pajes que recogen la carta.


¿Qué tal? ¿Buenos? ¿Os habéis portado bien? ¿Sí? No os peléis, menos ordenador y consolas, ayudad a mamá, haced las camas y anda toma una moneda de chocolate y un caramelo, FOTO, circulen.

Y a la calle con un globo, poster, libro y punto de libro publicitario por niño y para casa. Ya está. Sinceramente, un rollo desangelado sin mucha gracia, participación e interacción paje/niño. Niño Lobo y Niña Zombi se han quedado algo desilusionados por lo frío que ha sido toda la recepción de la carta, pero se les ha pasado pronto. ¿Por qué?

Ains.

A., ya lo sabéis, es mi contraste. Es la más mejor mujer del mundo y una de la cosas que más le gustan en el mundo es tener la casa llena de gente. Porque ella lo vale. Y este año ha inaugurado una tradición que quiere perpetuar y que me encargaré de boicotear; ha montado una chocolatada en casa para niños y padres que tras dejar la carta a los pajes quieran pasar a tomar un refrigerio. Así de repente me he encontrado la casa tomada por padres y niños correteando disfrazados por casa de superhéroes, magos, hadas travestidas mientras los padres se tomaban un chocolate caliente y miraban fotos de buenorras dándose el lote o cimbreles de tamaños imposibles. Ellos sabrán por qué. Los gatos se han escondido debajo de la cama en un envidiable acto de asocialidad gatuna que quería imitar, pero no me han dejado. Así que me he visto ejerciendo de anfitrión con mis atrofiadas aptitudes sociales. ¿Y A.? Jugando con los niños, claro. Y yo, manteniendo balbuceantes conversaciones. Suerte que los que han venido ya me conocen y saben que soy una ameba social con mano involuntaria con los críos. En cuanto me encuentro con gente en casa entro en shock.


Pero ellos tranquilos, se relajan y cumplen esa ley no escrita que empieza a correr por este mundo, en casa de A. sabes cuando entras, pero no cuando sales.

¿Por qué? Por los disfraces, las pinturas, el material de manualidades, los sofás movibles, los gatos, esa cueva de las maravillas repleta de juguetes increíbles que es el despacho de Jorge (donde no se entra), los juguetes, la casa de muñecas, los muñecos inventados, amplias habitaciones, pasillo interminable, portales dimensionales, monstruos en el escobero, figuritas, chucherías y miles de sorpresas. Es como la fabrica de chocolate y la tienda mágica del señor Magorium regentada por una mujer simpática, encantadora, abierta y agradable que además está muy buena. Y que comparte vida con el Grinch.

Pero al final, cada oveja a su corral y pasando la tarde tranquilos. Los nenes viendo un par de películas, A. preparando el taller que tiene mañana y yo pegándome la primera siesta de la hostia del año.

Por cierto, vuelvo a mi plan original de conquistar el mundo. Para Reyes he pedido un robot gigante termonuclear y armado con lo último en armas y que dispare lubinas mutantes. Os mantendré informado.