viernes, 25 de abril de 2014

Pequeña crónica de otro Sant Jordi. Y van...

El despertador suena a las seis y media.
El librero abre los ojos y pienso.
Poco y lentito, que es muy temprano.
Piensa que no puede ser. No puede ser que haya llegado otro 23 de abril cuando hace nada que cerró la última caja de devolución diciendo, ya está. Pero sí, un año con su travesía del desierto que es el mes de mayo, sus vacaciones y temporada de texto, las navidades, el inicio de un nuevo año cargado de miedos e incertidumbres, los primeros atisbos de los que será un nuevo Sant Jordi y, de repente, cajas, más cajas, muchas cajas y el 23 de abril que ya clarea por el horizonte. El librero despierta a A., echa a los gatos de encima suyo y se levanta. Se despereza, una duchita rápida, vestirse cómodo y preparado para pasar un día entre sol, libros, gente y ganas de que se acabe este día tan largo.

El librero con uniforme de faena preparado para otro Sant Jordi.

Puntuales, A y él llegan a las siete y media a la Plaça de Cal Font donde cada año se montan las paradas de libros y rosas. El jefe y uno de los refuerzos para el día ya están allí. Buenos días, buenos días, ¿preparados?, no y venga, abrir la furgoneta y empezar a sacar caballetes, tablones, sillas, los plásticos por si acaso llueve, el material, los manteles. Y las cajas, claro. Las cajas. Llenas de libros. Unos tres mil cuatrocientos y pico libros movidos de una librería a una plaza para un solo día. Cerca de cien cajas llenas hasta los topes. Y horas por delante.

Sin pausa empezamos el montaje de la parada. Abrir cajas y empezar la lucha para conseguir meter tanto libro en tan poco espacio. Cada año igual. Cada año haciéndonos la promesa de que el próximo año, menos libros. Y cada año incumpliendo la promesa. Porque no solo se pueden llevar las novedades y las grandes apuestas de favoritos. También hay que llevar libros menos conocidos, lo que nos gusta, lo que queremos descubrir, apuestas personales. Y, claro, algo de cocina, plantas, ensayo, historia, sexo... Y libros infantiles y juveniles. Oferta, oferta. Muchos libros. Demasiados libros. Como todos los años. Primeros saludos. Pasa el ex superhéroe Capitán Chistorra reconvertido en el mejor máster de rol de la historia conocido por su benevolencia con los jugadores que llevan un personaje de monje mediano, oh gran Máster te respetamos y adoramos. Buenos días, buenos días, a montar que esto es un momento. Primera venta de un libro infantil cuando aún no teníamos la caja preparada, la parada acabada ni los ánimos preparados.

Poco antes de las nueve y media, parada montada.


Primero clientes, primeros curiosos.
El cielo nublado deja paso a un radiante sol que a lo largo del día irá tostando los brazos y la cara del librero dejándole al final del día un saludable color... rojo. Primera entrevista para la radio de la ciudad. Las preguntas de cada año. No, no hay ningún favorito claro para el más vendido del día. Previsiones buenas. Sobre todo que no llueva. Es un día muy especial. Que la gente salga y recorra la ciudad, mire libros, pregunté, busque y compre el libro perfecto.

La jornada discurre con la normalidad de un día de Sant Jordi. Unos cuantos en la parada, otros en la tienda. Venta de libros. Recomendación exprés. Visita de colegios. La plaza tomada por hordas de niños pequeños que con sus picudas voces taladran la cabeza del librero. Y adolescentes armados de hojas de papel realizando encuestas. Porque cada colegio ha decidido que sus alumnos atormenten a preguntas a los libreros para hacer unos trabajos. Más vendidos, favoritos, cuánto tiempo lleva preparar Sant Jordi, recomendaciones... una y otra vez las mismas preguntas hasta que el librero se las aprende de memoria y responde antes de que le formulen nada.

Poco a poco el goteo de gente aumenta hasta que la primera marea humana ataca. Y los cuatro responsables de la parada entran en un frenesí atendiendo, cobrando, aconsejando, buscando y negando. Y nuestro protagonista empieza a ser acosado por los refuerzos de parada. ¿Dónde esta...? ¿Tenemos...? ¿Te suena...? Y el librero hace ejercicio de memoria y recuerda dónde está cada libro, si está aquí o en tienda Así durante todo el día. De aquí para allá. Un libro sobre un chica que se llaman Anna. Aquí está. Un libro divertido para una chica de quince años que no encuentra nada divertido. Que pruebe con este. Un libro de fantasía que no salgan guerras, ni monstruos, ni naves, ni elfos ni nada de eso. Una mujer atractiva y pausada que pregunta si tenemos algún libro que hable de las huestes de Satán en la tierra. En la tienda preguntan por un libro de lenguaje de signos... en ruso. Un señor pregunta dónde tenemos los libros sobre Vietnam y al decir que no tenemos ninguno se indigna y empieza un discurso sobre la degeneración de la cultura occidental si Vietnam no tiene lugar en una parada de Sant Jordi. Adolescentes que preguntan por literatura erótica, pero sin muchos penes. ¿Entre Wajdi Mouawad y Federico Moccia cuál me recomendarías? ¿De verdad tengo que responder a eso? En la tienda un chica se queja de que ya ha hecho todas las posturas sexuales de los libros que tenemos en estoc y si tenemos algo un poco más... elaborado y flexible. Y gente que busca libros de García Márquez porque se ha muerto.


Abuelas indignadas que llenan de gritos, medio insultos, malas caras y amenazas al librero por no hacerle el descuento de Sant Jordi y cuando se le explica que sí lo tiene aplicado, sonríen y dicen que no pasa nada, ha sido un malentendido. Señoras que manda a la mierda al librero cuando pide un momento, por favor. Señores que tiran libros al suelo y les dan una patada para meterlos debajo de la parada. Un par de intentos de timo con el cuento de tengo un billete de cincuenta, cámbiamelo por, no, mejor que no me lo cambies, etc. Padres que niegan comprar un libro al hijo por razones que no tienen nada que ver con la literatura. Intentos de robo.

Pero también la ilusión por ese libro de cuentos que no encontraba en toda la plaza. Gracias por la recomendación. Reencuentro con jóvenes lectoras a las que has visto crecer y has contribuido a ser lo que son. Personas que se dejan recomendar. Risas. Las tres visitas de Alcalde. Amigos que pasan y desde lejos alzan un brazo. Un café inesperado. Nuevos lectores. A. en la sección infantil reinando entre el caos. Buscar un libro y encontrarlo. Perdonar la integridad física a un buen amigo que bromea con la lluvia por llevarse dos esplendidas novelas. Ver que hay tanto por leer y tan poca vida.


Pasa el día y se nota el desgaste. Malcomer un bocadillo de bacon y queso en pan gomoso mientras se responde a las preguntas de la segunda entrevista del día. Dolor de piernas, la cara quemada y la espalda cada vez más cargada. Anochece y más gente que pasea por la plaza, rebusca, mira, curiosea, desordena, encuentra, pregunta, compra, toquetea y fotografía. Y el librero a partir de las seis de la tarde entra en una vorágine de voces que lo llaman y va de aquí para allá buscando libros, recomendaciones exprés, avisando a los refuerzos de que hay un cliente que espera, intentado ordenar las pilas, haciendo breves viajes temporales para resolver alguna crisis espacial y liderando a última hora la resistencia contra la invasión de los Zotrones de la que nadie en Igualada se enteró porque bastante tenían buscando un libro a última hora y preguntando qué libro había sido el más vendido. Todo eso aderezado con ese extraño sex-appeal que emana el librero el día de Sant Jordi. Según A., es un día en el que el librero está extrañamente atractivo. El dominio de la parada, lo simpático que está y lo raro que es eso, los movimientos fluidos, una mirada intensa del que busca, encuentra y controla.

El librero en el momento justo antes de recordar dónde está ese libro con la portada azul donde sale una chica a la que le pasan cosas.

Sobre las nueve y media, empezamos a desmantelar la parada de Sant Jordi. Se devuelven a la caja los libros. Algunos títulos acabados, otros mantienen las pilas intactas. Rostros de cansancio entre los que estaban en la parada. Ganas de dejarlo todo e irse a casa. Pero hay que desmontar la parada, volver a meterlo todo en la furgoneta, ir a la tienda y descargar. Todos con los ánimos por las nubes por un buen día, pero con las fuerzas arrastrándose por el suelo. A las once, fin. Adiós, adiós, nos vemos en la cena y para casa. Una pizza, un capítulo de doctor Who, unos mimos a los gatos y a dormir. ¿Y a soñar? ¿Con qué?

Con libros, con cajas, con gente. Sant Jordi nunca acaba.

Crónica escrita mientras sonaba los My favorite things de John Coltrane y Exile on Main St. de The Rolling Stones.

martes, 22 de abril de 2014

Mañana...

Todo un mes de retiro espiritual en un monasterio mentalizándome para lo que se acercaba.
¿El Invierno?
¿El Silencio?
¿La Nada?
¿Los Susurradores de SexiGuarradas?


Nada de eso.

Los libros en las cajas.
Los mesas preparadas.
La librería ordenada.
Los sacrificios a los dioses librescos primigenios realizados.
Mañana es el día.
Ha vuelto Sant Jordi.
Y con él las hordas de lectores habituales, dispersos, incidentales, curiosos, hambrientos, desfasados, caprichosos, maleducados, amables, sexis, cachondos, viejetes, curiosos, escotados, culosapretados, majos, simpáticos, escupidores, abofeteables, ladrones, desprendidos, gritones, insoportables, odiados, queridos, indiferentes y muchos más.
Las espadas afiladas.
El termo de café afilado.
A la carga.

Fotografía del aguerrido (y sexi) librero enfrentado a la horda que buscaba "el más vendido" sin importarle qué fuera.