viernes, 13 de febrero de 2015

Relato veraz de lo que aconteció ayer 12 de febrero de 2015 en Igualada explicado por un igualadino que sobrevivió

Tras emerger del bunker, reponer las latas de judías y el agua, hacer la cama, ventilar y cerrar la puerta secreta hasta la próxima crisis, me dispongo a hacer un relato veraz de lo que ayer sucedió en Igualada, denunciar las mentiras que se han dicho, homenajear a todos los caídos y advertir al mundo de que ayer fuimos nosotros, pero mañana pueden ser ellos.

Ayer el día empezó de forma normal.
Los niños y A. para el cole. Ellos para formarse y convertirse en personas de provecho con la cara pintada por la proximidad del Carnaval, ella como madre voluntaria para acompañar a un montón de monstruos cuellicortos a una excursión. Yo, después del tradicional pipí de la mañana que celebré con canciones góticas y un extraño baile que no volveré a repetir, me fui a un panadería / cafetería a tomar un cafetito y una pasta mientras me acababa un libro y empezaba otro (es conveniente llevar siempre un mínimo de dos libros encima por si las moscas). Acabado el desayuno, fui a la biblioteca a por un tercer libro y para casa. El ambiente en las calles, normal. Ingenuo de mí esperaba que fuera un jueves de fiesta igual que todos.

Al llegar a casa me pongo a escribir una reseña para el blog de literatura que se quedó inconclusa cuando veo en twitter que una nube tóxica empieza a extenderse por Igualada. No puedo creerlo. ¿Es mi Igualada o es la Igualada de Connecticut? ¿Hay una Igualada en Connecticut? Y si la hay, ¿es una ciudad gemela a esta, pero algo diferente, no sé, que todos son rubios o escobas y comen niños y conducen ancianos? Empiezo a investigar y sí, es aquí.


Una enorme nube de color naranja se adueña del cielo igualadino. ¿A qué se debe? Empiezan los rumores. Un accidente, una explosión en el polígono de una planta química, una fuga radioactiva de una central nuclear, un terremoto imperceptible ha provocado una rotura en el continuo espacio tiempo geográfico provocando que gases de otra dimensión acaben en ésta provocando en el entorno cambio drásticos al tener una composición química y mágica completamente distinta. Sí, debe ser eso. Quizá es mi oportunidad.


Dejo lo que estoy haciendo y subo al terrado del edificio. Allí me desnudo y dejo mi apolíneo cuerpo algo dejado a merced del frío y de los gases naranjas. Aspiro y me acaricio el cuerpo de forma algo erótica deseando que esa composición química de otra dimensión entre dentro de mí, me posea, me haga suyo y me otorge superpoderes. Superfuerza, velocidad, músculos de acero, super sentido del humor, garras retráctiles, un escote poderoso, lanzar rayos... da igual, algo que me permita luchar contra el mal y partirle la cara a unos cuantos imbéciles que conozco. Pero nada. Tras unos minutos y cuando veo que mis pezones ateridos por el frío se tornar de un inquietante color azul no mutágeno, me rindo. No es el momento de adquirir superpoderes mutantes. Pero si no mutamos, ¿qué es esa nube? La respuesta llega clara y diáfana a mi mente. Y no puedo evitar esbozar una sonrisa.


Lo sabía. Ha llegado. El apocalipsis zombie que tantas veces he anunciando y del que se reían ha llegado. Las calles de Igualada en pocos minutos serán tomadas por hordas de muertos vivientes. Así que ni corto ni perezoso, bajo a casa y me armo con un rifle, un par de pistolas y granadas (A. no lo sabe, pero guardo un arsenal para estos casos con pistolas cargadas y material explosivo debajo de la cama de los niños, al lado de la caja del Lego) y vuelvo al terrado. Allí, me parapeto tras la balaustrada y empiezo a disparar contras las ancianas que van por la calle cargadas con la compra (por cierto, que a todo esto ya me he vestido, por si había alguno que sufría por el destino de mis pezones). Disparo tras disparo van cayendo eliminadas a la calle. Sé que aun no se habían convertido, pero
1. Hombre previsor vale por dos.
2. Lo hago para evitarles un futuro sufrimiento.
Tras tres docenas de disparos, me detengo y consulto las redes sociales.
Nada de zombis. Se habla de un error humano en el transporte de productos químicos y, pam, nube que no es tóxica si no corrosiva. Una torpeza. Un mal tropezón o un pilla tu por el asa, que se resbala, joder que se cae, mierda otra vez.

Ni zombies ni mutantes.
Espero que al menos esta crisis ciudadana que ha agotado las mascarillas en las farmacias y que según los periódicos ha provocado que las calles estén desiertas (aunque mirando por la ventana la gente pasea, fuma en las puertas de los bares y chafardean de tienda en tienda) dure hasta la noche y empiecen los saqueos. Tengo un par de libros en mente y hace tiempo que hablamos de un televisor nuevo. Y como tengo un Kyoto delante, pues en una carrera bajo, saqueo y me llevo una tele y una radio para la cocina que cuando estoy allí me aburro yo solo y por obligo a los invitados a quedarse y darme conversación.

La nube al final ni mata ni muta. De alerta 2 se pasa a alerta cuidadín. La gente ya puede salir a las calles, menos niños, ancianos y gente que no sepa respirar. Llamo a A. ¿Cómo estáis en el colegio? ¿Va todo bien? Me dicen que están confinados, pero que tranquilo que el ayuntamiento ha prometido bocadillos a los niños y que comerán allí. El problema es que esos bocadillos nunca llegarán (es el gran misterio de Igualada y la desaparición de 7000 bocadillos que alcalde y ayuntamiento dijeron que se estaban repartiendo) y el colegio se verá obligado a tomar medidas extremas para alimentar a todos los alumnos. ¿Empezar por P3 o por sexto? ¿Una clase tendrá suficiente alimento para todo el colegio o se verán obligados a prescindir de todo un curso? ¿Y los vegetarianos? ¿Podrán engañarlos y hacerles creer que lo que comen es lechuga y no a Pau, el de sexto que es padrino de lectura de Laia? Cuando todo parece perdido, alguien propone ir a buscar bocadillos a una panadería. A pesar de que da una pereza terrible salir y que los cuchillos ya están afilados, un grupo de inconscientes va.

Aunque no pudieron evitar que un niño de P4 tomara un tentempié.

A partir de las tres empezó a circular el rumor de que todo volvía a la normalidad, todo estaba controlado y se suspendían los saqueos.
Ni mutantes, ni zombis, ni saqueos.
Un día de fiesta desperdiciado.
Y todo por un error humano.
Aunque yo no me lo creo. He visto demasiadas películas de serie B, leído mucha prensa amarilla (ayer me empapé en los delirantes reportajes de La Vanguardia) y novelas de terror en pésimas traducciones, tengo demasiada imaginación y tiempo libre como para creerme la versión oficial. ¿Quién se fía de un político sudoroso que dice que la situación está controlada? ¿Quién me dice a mí que de verdad era una empresa química y no un laboratorio ilegal de drogas? ¿O donde se estaba experimentando para conseguir el soldado igualadino perfecto? ¿O la creación de monstruos que ahora son pequeños, pero que dentro de seis años saldrán del río Anoia y os matarán a todos porque yo ya lo sé y estaré atento a huir como un cobarde al primer bicho imposible que emerja de las aguas?


Esto es el principio. Hay más de lo que nos dicen y nos están ocultando información. Demasiada transparencia y mucho twitter... eso quiere decir que no nos lo explican todo. ¿Qué se esconde en Igualada? ¿Nitrato? ¿Ácido? ¿Existen esas palabras de verdad o son inventos de una prensa dominada por las oligarquías petrolíferas? ¿Acaso mienten las voces que oído en la tele cuando está apagada? ¿Acaso ese dinosaurio al que le sientan tan bien las hombreras me está engañando? ¿Quién puede fiarse de los políticos? Yo no. Y que sea un conspiparanoico no quiere decir que no tenga razón.

Y pasaron más cosas, muchas más cosas que vieron mis ojos, escucharon mis oidos y me dijeron las hadas majas, pero ahora no tengo mucho tiempo que tengo que irme a trabajar.

Pero recordad lo que os digo.
Esto no ha acabado.