domingo, 22 de marzo de 2015

Falta un mes...

... para esto.

Foto del Sant Jordi del 2014.
O media mañana o media tarde, no me acuerdo. 
Que un experto en posición del sol nos ilumine.

y, a parte darme una pereza épica, no me siento preparado.
Ya hemos empezado a empaquetar los libros que llevaremos a la parada, recibir centenares de cajas y quejarnos mucho, mucho, pero mucho, mucho, mucho.
Si no existiera esta fiesta la tendríamos que inventar, sí, pero la queja forma parte del oficio de librero. Si no me creéis, id a vuestra librería habitual y preguntad cualquier cosa y veréis.

jueves, 19 de marzo de 2015

Combate casi épico

Ayer en la tienda asistí a un épico combate...


Bueno, matizo, a los prolegómenos de lo que podría haber sido un épico combate entre:

En la acera, un señor de unos sesenta años con una pésima dentadura con los ojos desorbitados, mascullando, maldiciendo y con los puños alzados (pruebas evidentes que de que había entrado en furia y no contralada)

Enfrente, un muchacho de poco más de treinta años, transportista en una agencia de libros, metro noventa y que lleva más de doce años cargando paquetes y cajas de un lado para otro.

¿El motivo? Un quítame de ahí ese camión que tengo que pasar y no quiero subirme a la acera ni esperarme.

¿Y yo? En medio.

Estamos ya de lleno en la vorágine de Sant Jordi. Pedidos, libros, muchos libros, demasiados libros que llegan en cajas. Y esas cajas, a pesar de lo que cuentan tradiciones y leyendas, no aparecen por arte de magia ni las traen los elfos de Sant Jordi. Esforzados transportistas se levantan a las cuatro de la mañana y empiezan a repartir cajas repletas de libros por toda Cataluña. Aquí treinta cajas, allí, quince. Allí, veinte. Y solo de un proveedor. Porque otro transportista traerá veinte cajas más de otro proveedor y...

Ayer tocó Anaya. Veintiséis cajas llenas de libros. Tanto el jefe como yo nos abalanzamos con la plataforma para ayudar al transportista. Descargar uno solo esas cajas es una putada. Entre tres, la putada se reparte y es más rápido. Total, que en el mismo momento en el que el camión aparca y sale el camionero, empiezan los pitidos del coche que tiene detrás.

Hay que reconocer que la calle donde está la librería no es agradecida. Es estrecha y de mucho paso. No hay sitio para aparcar y los camiones grandes lo tienen difícil, pero entre todos y con un poco de paciencia, vamos haciendo. El transportista, entres hostias y joderes mascullados que rebelan que lleva unas cuantas horas con esta mierda, hace señas al coche para que pase por el lado subiéndose un poco en la acera. El señor que está dentro del coche hace ese gesto tan internacional de en un movimiento rápido, con un mano doblar el codo del otro brazo mientras este cierra la mano en un puño, se agita levemente mientras en una conjunción de ojos y mandíbula se insinúa algo así como te lo voy a meter por el culo como me vuelvas a decir lo que tengo que hacer.

El transportista suelta otro gesto obsceno que no logré ver cuál era y suelta eso tan conocido de

- ¡Pero será gilipollas el tío!

a voz en grito provocando que el susodicho tío, gilipollas según el transportista, entre en furia y aunque pierda algún punto en defensa, lo suma a la fuerza de sus sesenta y pico años llevados de aquella manera. Sale del coche y se acerca a donde nosotros estamos descargando cajas. Con paso decidido agarra por la camiseta al transportista con un mano y alza un puño con la sana intención de estampárselo en toa la jeta porque a mí no me llama gilipollas ni mi puta madre. El transportista se zafa de la presa del conductor enfurecido, se coloca la camiseta y lanza al aire un "como me vuelvas a tocar te comes a hostias, tío mamarracho" en un ataque de rabia tan grave y fulminante que olvida las normas básicas de gramática. A esto que yo me encuentro entre los dos sin caja ninguna y sin pensar me encaro al señor enfurecido y sin tocar le pido que se calme, que no pasa nada, que ya acabamos, que no es necesario insultar ni agredir, que estamos trabajando y ahora acabamos, que nadie tiene que insultar a nadie y etcéteras. El señor enfurecido alza un puño y veo en su mirada perdida y asesina que quiere pegarme a mí,

... no soy bueno en peleas. No me gusta pelearme. Las únicas peleas que concibo son las que pasan en Las Vegas y siempre que haya barro por medio. De pequeño me pegaban mucho y aprendí a pelear de esa forma guarra que combina mordiscos, tirones de pelos, manotazos e intentos de asfixia. Eso era en el colegio. Desde entonces no me he visto metido en peleas ni quiero verme en ellas. No sé como reaccionaría si me viera en una. Y no quiero saberlo...

pero un amigo que iba con él en el coche lo detiene y se lo lleva diciéndole que no vale la pena. El transportista está más calmado y bajo la vigilancia de mi jefe y le dice al señor que ahora está un poco menos enfurecido que le ayudará a pasar al lado del camión. Todo parece que se acabará hasta que desde la librería sale el grito de un cliente que ha asistido a todo eso

- ¡¡¡¿Es qué nunca has trabajado, gilipollas?!!! Deja de pegar que todavía te va a dar un algo.

La gente no ayuda.

Porque tras eso, los ánimos se volvieron a caldear y de nuevo estuvieron a punto de llegar a las manos porque uno se sintió herido en su honor y el otro andaba muy quemado. Sea como sea, la pelea no llegó a ocurrir, el coche pasó tras seguir las indicaciones del transportista, mi jefe y yo descargamos todas las cajas, firmamos el albarán y la mañana siguió su curso.

Diez minutos de gritos, agarrones, insultos y una larga cola de coches pitando como locos en una descarga que hubiera llevado tres.

Queda inaugurada la temporada de Sant Jordi.

jueves, 12 de marzo de 2015

POR FIN NOS CONOCEMOS, SEÑOR PRATCHETT

Me acabo de enterar de la muerte de Terry Pratchett.


Ha sido el autor que más he leído (más de cuarenta libros) y uno de los que más he aprendido. Utilizar el humor como afilada herramientas, aprovechar los cabreos de la vida para hacer reír y provocar una reflexión, la libertad de pensamiento, de vida, de crítica... a desconfiar de las grandes palabras, las grandes verdades y los hombres que saben que tienen la verdad. Mundos imaginados que satirizan y retratan este...

Ahora mismo, un enorme vacío que se llenara con un profundo cabreo que utilizaré para escribir y hacer reír.

Cada vez que muere alguien dedicado a hacer reír, el mundo es un lugar más frío.

"Dale fuego a un hombre y estará caliente un día, pero préndele fuego y estará caliente el resto de su vida.", Voto a bríos

Portada


Por que el amor verdadero no conoce límites ni fronteras.

Portada descubierta gracias a Concha Perea. Gracias por compartir cosas como esta.

lunes, 2 de marzo de 2015

De eso que se dice una semana de asueto y descanso

Empiezo una semanita de vacaciones y tengo varios frentes abiertos.

El primero y más importante, buscar un nuevo bar de desayunos. ¿Por qué? Fácil, no soporto ir más al que hasta hace tres días era el habitual. Aunque es céntrico y queda cerca del trabajo, lo abandono. Dejo mi mesa, mi desayuno habitual y mis silencio y me lanzo a la búsqueda de un nuevo bar habitual. Y no es porque hayan puesto un grupo de folk para amenizar los desayunos o que un grupo de poetas aficionados reciten sus endecasílabos para deleite de los comensales. No, el problema está en que lo que en una telecomedia nos hace mucha gracia (los gritos, las puñaladas e insultos entre los camareros, frases construidas con dos tacos cada cinco palabras, las discusiones...), en la vida real cansa. Y como.

Así que en eso estamos. Hoy he probado una chocolatería que también queda cerca del trabajo. El silencio ha sido una bendición. De momento iré. 

Estos día quiero ponerme al día en películas. Tengo tres o cuatro preparadas para ir tragándome en mañanas sueltas o al mediodía antes de que vuelvan los nenes. Ayer ya vi una de ellas.


Comedia neozelandesa de un grupo de vampiros que comparten piso. Muy divertida. Bien hecha. Con la duración justa (ochenta maravillosos minutos, lo que soporta el formato de falso documental) y combinando muy bien la referencia irónica, la sutil parodia con los chascarrillos vulgares o lo zafio.

Ponerme al día con los podscats del Club de jazz y escuchar todo lo que pueda de Gangstagrass, un grupo con el que acabo de encontrarme. Combinación de sonido bluegrass y rap. Al principio choca, pero luego funciona.


Repasarme los argumentos de las tragedias y comedias de Shakespeare ya que NiñoL y NiñaZ quieren que se las explique mientras los llevo al cole.

Y, en teoría, probarme toda la ropa que tengo en el armario para ver qué me quedo y qué tiro. Pero para esto siempre hay tiempo.