sábado, 30 de abril de 2011

Sobre la ambigüedad del lenguaje o el descuento de Sant Jordi se hace el día de Sant Jordi

Ya ha pasado una semana desde que un grupo de aguerridos libreros nos enfrentamos a las fuerzas de los elementos que azotaron la comarca de l'Anoia para poder celebrar la diada de Sant Jordi. Como valientes y temerarios carteros, ni la lluvia, ni el viento, ni los perros mutantes, ni los plásticos, ni el pequeño monzón que azota la conca d'Odena cada quinientos años impidieron que plantaramos un par de decenas de paradas de libros en Cal Font y nos pusieramos a vender las últimas novedades literarias con un 10% de descuento.

Sí, con un descuento, porque es tradición que el día de Sant Jordi los libros tengan ese descuento del 10%. Puede considerarse una forma de celebrar el objeto libro, una forma de potenciar las ventas o una injusticia para el librero ya que el día con más ventas del año, vende su producto más barato (lo que no se hace con las rosas que son el otro producto estrella del día... las flores naturales, las de plástico, las de dulce son ese día ligeramente más caras que el resto del año...). Y por si alguien se ha despistado o no lo sabe, la ley universal que rige este día con su cruel, pero justo dictado: El descuento de Sant Jordi sólo se hace el día de Sant Jordi.

Repito.

El descuento de Sant Jordi sólo se hace el día de Sant Jordi.

Repito en negrita y centrado.

El descuento de Sant Jordi sólo se hace el día de Sant Jordi.

Insisto en esta frase porque esa sencilla construcción sintáctica provoca muchos problemas. Por culpa de la naturaleza intrínsecamente ambigua del lenguaje, muchas personas no entienden la sencilla oración de "El descuento de Sant Jordi sólo se hace el día de Sant Jordi".  Mientra que para un gran número de personas la información que contiene la frase se queda grabada en el cerebro y la entienden con el sentido con el que fue pronunciada por el primer librero que emergió de su cueva con una mesa y un montón de piedras con rayas, un porcentaje de la población parece que se resiste; para otras, en cambio, es una construcción arcana y difícil, un ejemplo de conceptismo lingüístico empeñado en que todos sus sentidos semióticos y lingüísticos permanezcan inaccesibles a todo tipo de ejercicio herméutico.

Imagen de la primera parada de Sant Jordi encontrada en Tebas, la grande que te cagas.

Por alguna extraña química del cerebro, la construcción "El descuento de Sant Jordi sólo se hace el día de Sant Jordi" se construye en los cerebros de esas personas de muy diferentes formas. Algunos de estos diferentes significados de la oración que he podido ir detectando en estos seis años de vida librera serían:

- El descuento de Sant Jordi se hace la semana antes de Sant Jordi.
- El descuento de Sant Jordi se hace la semana posterior a Sant Jordi.
- El descuento de Sant Jordi se hace todo el mes.
- El descuento de Sant Jordi se hace todos los meses que contienen la letra A.
- El descuento de Sant Jordi se hace independientemente de las letras del mes siempre que se compre un importe superior a tres euros.
- El descuento de Sant Jordi se hace siempre.
- El descuento de Sant Jordi se me hace siempre A MÍ.

Todas estas oraciones acaban provocando agrias disputas entre el cliente y el librero provocando tensión y, en alguna ocasión, la perdida de la confianza comercial. Son dos posturas ante la vida, el universo y todo lo demás completamente antagonistas. Pero esto no es culpa de ninguno de los dos actantes, es culpa de la maldita limitación comunicacional que tiene el lenguaje por sí mismo. Por muy intrínseco que sea todo, todo acaba siendo fraccional.

Esta confrontación entre lo que se dice y lo que se entiende no es anecdótico y tiene una enorme importancia ya que arrastra tras de sí algunas connotaciones que ponen en peligro el universo tal y como lo conocemos: se podría originar por acumulación una fractura en el espacio/tiempo que nos transportaría a todos a una dimensión dominada por goffres belgas mutados adictos al rock progresivo. Y eso acojona lo suyo.


Me explico.

El momento de confusión lingüística provoca, entre otras cosas, negaciones de la realidad ajena, ejercicios masivos de narcisismo, reescrituras de la historia, transtornos temporales, ataques de ira, licantropía y otros. ¿Un ejemplo? Pues tomo prestado la experiencia que viví el jueves porque en ella se resume todo.

- Lo siento, el descuento de Sant Jordi sólo se hace el día de Sant Jordi.
- Pues el año pasado me lo hicisteis.
- Lo dudo mucho, porque nunca hacemos el descuento de Sant Jordi después de Sant Jordi.
- Sí que lo hacéis porque el año pasado me lo hicistéis a mí. Más aun, nunca me he comprado un libro en Sant Jordi, siempre lo he comprado después y siempre me lo has hecho tú.
- Lo dudo, porque no hago descuentos después de Sant Jordi. Si por mí fuera no lo haría ni en Sant Jordi.
- ¿Me estas llamando mentirosa?
- No, digo que se debe confundir.
- ¿Y qué sabes tú de mi vida? Y si no me lo haces, no me llevo el libro.
- No se lo puedo hacer. Y menos cuando ya han pasado cinco días.
- No, sólo han pasado dos.
- Cinco.
- Dos.
- Cinco. Sant Jordi fue el sábado, entonces, cuente, domingo, lunes, martes, miércoles y, hoy, jueves. Cinco.
- Son dos. El sábado fue Sant Jordi. Domingo es festivo, el lunes de pascua y el martes de Sant Crist (festivo en Igualada) no cuenta. Por tanto, solo miércoles y jueves.
- Bueno, sean dos o sean cinco, no se lo hago.
- ¿Y si dejo que me toques las tetas?
- ¡Señora!
- ¿Por sexo oral transmutado?
- ¡Pero...!
- Hazme el puto descuento, joder. Me quiero ahorrar dos euros. ¡Hazmelo! ¡Qué me lo hagas!
Y la cosa se puso fea.


Un par de horas después y un par de candelabros de plata fundidos de menos, todo volvió a la tranquilidad. Resulta curioso como la diferente constitución cerebral de las personas, un quítame de ahí esa semántica puede acabar en enemistad, baño de sangre y que paguen inocentes. Y, lo peor de todo, es que esto se contagia. Porque van a cinco por día.

¡Qué no hago descuentos joder, os pongáis como os pongáis!

viernes, 29 de abril de 2011

Mensaje para el Capitán Chistorra

Querido Capitán Chistorra,

si me he decidido por el lado oscuro de la fuerza o si quiero conquistar el mundo para llenarlo de cubículos triangulares llenos de pelusas de polvo que no se van con ná o si lo que pretendo es que los cabeza-bolos, como usted dice, conquistemos el mundo a base de mayonesa adulterada, porno en la red o pidiéndolo por favor, es mi problema. No es su problema. Así que le recomiendo que no se inmiscuya en mi camino porque si no lo pagará y me veré obligado a lanzarle a lo bruto y sin previo aviso un ataque indiscriminado de mi super-ejercito de muchachas guerreras que no tienen compasión y lo tiran todo por el suelo.

Le dejo un vídeo del duro entrenamiento al que las someto para que se vaya acojonando.

Jacques: The Sports Issue Trailer,  'Squash' from Jacques Magazine on Vimeo.


Como se le ocurra intentar fastidiar alguno de mis absurdos planes, enviaré a esta y a sus cinco mejores amigas para que le proporcionen un correctivo físico que nunca olvidará.

¿Estamos?

Sin nada más que amenzaarle me despido de usted.

Jorge

P.S. Nos vemos el lunes para la partida de rol.

jueves, 28 de abril de 2011

El bello no durmiente del bosque

Ayer bajé a Barcelona para que me dieran los resultados de la polisomnografía para intentar poner nombre de una vez al trastorno del sueño que padezco. Para los que no han seguido esta historia desde su principio (y a los que invito a repasar de forma rápida las entradas con la etiqueta de El bello durmiente) resulta que duermo mal, con sueños muy vívidos y tengo frecuentes episodios de sueño diurno. O sea, que estoy en el trabajo y me duermo. O en un restaurante y me duermo. O en un mitin político y me duermo. Hasta ahora lo llamaba narcolepsia porque era lo que más se acercaba a lo que estaba viviendo aunque no estaba seguro cien por cien.


Pues bueno, después de la visita de ayer al especialista del Hospital Clínic de Barcelona ya puedo decir con tranquilidad que no sufro de narcolepsia. Más aún, que no tengo ningún trastorno del sueño y que nunca lo he tenido aunque mi experiencia directa diga lo contrario. Vamos, que pese a que me duerma por los rincones, nunca me he dormido. ¿Me explico? Lo explico.

Miércoles 27 de abril de 2011. Cumpleaños de mi hermana Montse y santo de muchas Montses que conozco (a todas, felicidades). Niña Zombie está malita así que A. no puede acompañarme a la visita del neurólogo que tengo programada a las 11:15 en el Hospital Clínic de Barcelona, pero en consultas externas que no está en el Clínic sino más abajo. Mi buen amigo Jordi impone su compañía y tiene la gentileza de no dejarme ir solo. A las 9:15 nos encontramos en la parada de la Hispano Igualadina. Tras muchas conversación, demasiadas paradas del autobús y una hora y cuarto para recorrer 60 kilómetros llegamos a Barcelona. Descendemos con brío y elegancia que para algo describimos nosotros como descendemos, viaje en metro y llegada al clínico donde se nos recibe con un ejemplo perfecto de bordería tras el mostrador.

- Ya te puedes sentar.

Y nos sentamos. Hablamos de aquello y lo otro y quedamos que para no levantar sospechas a partir de ese mismo momento me llamaría Michelle Camps. De esta manera si la CIA busca a un hombre llamado Jorge Jiménez se llevarán una sorpresa y será más sencillo despistarles. Tras unos veinte minutos de espera me han llamado. Al despacho 51. Entro. Jordi me acompaña porque una oreja oye más que otra y tomamos asiento. El médico se sienta delante y me suelta la bomba. La conversación ha sido más o menos así.

- Pues ya tenemos el resultado de las pruebas - me tiende un sobre que voy a abrir. - ¡No! El sobre es para tu médico. Tú no lo abras. Te lo voy a explicar yo.
- Vale, vale.
- Pues las pruebas que hicimos sale que tienes un ciclo de sueño normal y que no tienes ningún trastorno de somnolencia diurna.
- Pero me duermo.
- No tienes narcolepsia ni nada de eso. Las pruebas dicen que duermes normal. No te duermes durante el día.
- ¿Y entonces por qué me duermo?
- No lo haces.

Tócate los huevos.

El doctor negando mi realidad. Las pruebas médicas contra mi experiencia diaria. Tengo dos piernas. No las tienes porque las pruebas indican que tienes un piano, un francés y un coleóptero. Ya, pero es que yo tengo dos piernas. No las tienes. Me duermo por el día. Me tengo que meter en el lavabo de la tienda para hacer una cabezada. He llegado tarde al trabajo porque no me he podido despertar. Me he dormido de pie, en un restaurante, hablando con amigos. A. me ha visto, y amigos, y compañeros de trabajo, y desconocidos. Pero las pruebas médicas hechas una noche dicen que no tengo trastorno del sueño. Tócate los huevos. Y yo que pensaba que me dormía, pues no.

¿Tú, dormir, de qué?

Naturalmente, me he puesto un poco borde.

- Pero me duermo. Será normal, pero yo me duermo.
- Tienes un sueño normal, pero, vale, tu sueño es un poco raro. Tardas entre una y dos horas en conciliar el sueño.
- Entonces...
- Estudiaremos eso... pero tus pruebas son normales... te explico (jerga médica) y (más jerga médica) y (interrupción para hablar de otro caso con una chica que entra y se sienta) y (más jerga) y (tono más alto al replicar yo) y (jerga) y hemos detectado también una pequeñas apneas sin importancia. No son determinantes y no creemos que afecte a tu sueño.
- Entonces...
- Tenemos que adivinar por qué tardas tanto en dormirte.
- Entonces tengo algo.
- No porque las pruebas son normales.
Para unos minutos después decirme que...
- Tienes una apneas que tienes que corregir y es donde vamos a atacar porque afectan a tu sueño.
- ¿Pero no me decías que tenía un sueño normal y ahora es raro y con apneas?
- Vendrás a dormir otra noche, te pondremos una mascarilla y luego te la recetamos porque tienes un sueño raro de cojones y puedes morir por las horribles apneas que tienes. ¿Contento? Pues a la puta calle.

El médico a palos, adaptación en cómic de la obra de Moliere que ha hecho Enrique Lorenzo.

Y a la calle me he ido con la sensación de haber estado haciendo el gilipollas durante un año y medio. Y con la sensación de que me han tomado el pelo. ¿Para esto tanto nervio? ¿Para esto tan preocupada ha estado A.? ¿Para que me hagan una prueba y nieguen algo con lo que convivo cada día? Y viendo que me pongo a replicar, me dan cita para una prueba de consuelo. Porque luego he abierto el sobre prohibido y de forma explícita se dice que las pequeñas apneas que tengo son normales y NO son importantes. ¿Entonces? ¿Acaso es que los doctores no tenían ni puta idea de lo que me pasaba y prefieren dar palos de ciego a confesarlo? ¿Por qué niegan mi realidad? ¿Por qué resulta que no me pasa nada cuando sí me pasa? ¿Me han dado alguna solución para el día a día? Sí, dos. La primera es que pierda peso. La segunda es que procure dormir más.

Tócate los huevos.


Pues eso, que para la medicina occidental no tengo ningún trastorno del sueño y lo que me proponen (una segunda prueba del sueño para ver qué pasa, pero sin estar seguros de nada) me suena a premio de consolación para que no replique más. No me creo a ese médico. No tiene idea de lo que me pasa, pero antes que reconocerlo niego tu verdad. Paso. Así que he decidido explorar otras opciones. Investigaré la rama oriental para ver qué me pueden decir. Comprobar si me escuchan, si me creen y deciden confiar antes en el paciente con problemas que en la máquina. Si alguien tiene alguna idea o sugerencia serán bienvenidas.

Así que dejo la etiqueta de El bello durmiente e inauguro la etiqueta de El bello no durmiente ya que la medicina ha negado que me vaya durmiendo, pese a que lo haga. Seguiré contando mis desventuras. Y recordad que si en algún momento explico que me he dormido en el trabajo, en verdad no lo he hecho.

miércoles, 27 de abril de 2011

Crónica empapada de un Sant Jordi

Han pasado cuatro días y por fin me veo con ánimos de poner por escrito lo que viví, vi y pensé en esta última diada de Sant Jordi. Mi pelo es 0,18 milímetros más largo, mi barba, más frondosa y ya no soy el mismo muchacho tierno, animoso y quejica que se levantó el día 23 a las siete y media de la mañana con el ánimo por los suelos, el sueño en los ojos y un "mecagoendiosysuputamadreytodoslossantosquemamaronlalechesanta" en sus labios cuando al abrir la puerta del balcón se encontró con que estaba lloviendo.


Por segundo año consecutivo. Lloviendo. Sant Jordi bajo el agua. A mi memoría regresaron los avatares y las graciosas peripecias que me acontecieron el Sant Jordi pasado y sentí como una mala leche que no conocía me iba inundando el cuerpo. No quería repetir la experiencia. No estaba preparado. Otra vez no. Otro año de libros empapados, de cajas rotas, de clientes con paraguas, de plásticos encima de las mesas y de los libros, de chorros de agua cayendo por mi canalillo y mi regatera. No, otra vez no. Ya sé que estábamos avisados por los señores que controlan el tiempo, pero uno que es ingenuo a la para que tonto que confiaba que los dioses serían benévolos, aceptarían los sacrificios que día sí, día también han estado haciendo desde el gremio y nos regalarían un día de sol y buenas ventas. Y así ha sido. O por lo menos es lo que al día siguiente aparece en las noticias. "La lluvia da una tregua a Sant Jordi". "La lluvia se aguanta y no moja". Pues en l'Anoia no, en l'Anoia nos hemos mojado y la tregua ha sido de mucha lluvia o de muchísima lluvia, tu eliges. Pero vayamos poco a poco.

A las ocho recibo una llamada al móvil del jefe que me informa que de momento no montamos parada. Por la lluvia. Que cae del cielo de arriba a abajo y que moja. Y está fría. A las nueve en la plaza. Y a las nueve en la plaza. Ha dejado de llover. Así que corre que te corre y monta parada. Que estaba desplazada y pierde tiempo poniéndola bien. Y empieza a sacar las cajas, las mesas, las telas, los plásticos y etc. Y monta corriendo que viene gente. Porque, eso sí, nadie se puede esperar. Y los libreros se encuentran montando la parada tarde, con la presión de un asqueroso chirimiri en el cogote, pero gente aparece por las espaldas y pregunta y abre las cajas sin permiso y te mete bronca porque vas tarde y al librero se le pone cara de gilipollas y se siente gilipollas porque:
- es sábado.
- está trabajando.
- lloviendo.
- aguanta prisas y broncas de desconocidos.
- y encima hace un descuento en el producto que vende.

Una hora y media después empezar, se termina de montar la parada. De derecha a izquierda: libros de infantil/juvenil, libros en catalán, en castellano y libros varios.  Primeras ventas. Buen humor. Calor sospechoso. Agoreros del hay que lloverá. Las tres visitas de Alcalde. Se venden libros, se recomiendan libros y se piden libros. Un Principito en griego, libros para enseñar a hablar a un loro, libros de neumática, o por qué tenéis este libro y no éste otro que se publicó hace veinte años. El librero inspira, expira, mira al cielo y piensa, idiota él, que a lo mejor el tiempo aguanta y tendrá un Sant Jordi tranquilo.

Gilipollas.

Porque entonces, cuando más confiado está y las ventas parecen que serán buenas, empieza el espectáculo.

Eliminando el baile sensual, al mazas y a la buenorra, la música, las canciones agudizadas hasta la agonia, los "arreglos" exóticos y la coreografía caliente, os podéis hacer una idea de cómo fue Sant Jordi.

Porque empieza a llover. Plinc, plinc, plinc. Gotas de lluvia en la tapa del último libro del Punset. Y piensas, me cago en su puta madre. ¡A poner plásticos! Y corriendo a tapar los libros con plásticos. Pero deja de llover. Y quitas plásticos. Y empieza a llover. Y pones plásticos. Y deja de llover y quitas plásticos con una creciente sensación de que alguien se está riendo de ti. Hasta que llega el mediodía y empieza a llover en serio. Y la Plaça de Cal Font se queda vacía. Solo quedan libreros dispersos bajo su toldo. Mis compañeros se van a comer y me quedo solo en la parada. Bajo la lluvia. Con el chubasquero que me ha traído A. Mirando el infinito. Pensando.


Tócate los huevos, vaya mierda de día.

Porque no para. Y cuando para son cinco minutos de sol para que te confíes, quites los plásticos y, zas, volver a llover un poco más fuerte que antes. El plástico se rompe, algún libro se moja y las ventas descienden en picado. Tanto trabajo para esto. Tanto albarán, tanto libro comprado, tanto representante, tanta caja, tantas ganas para esto. Para que llueva y no se venda una mierda y la plaza esté vacía y yo esté aquí, bajo un toldo con goteras, con los pies empapado por culpa de filtraciones en los zapatas, con cajas encima de las sillas, con un infinito dolor de piernas y de espalda pensando qué sentido tiene todo esto. Y más cuando ves actitudes incomprensibles de personas que incrustan a sus empapados hijos pequeños bajos los plásticos y los restriegan libro arriba, libro abajo. Cuando se quejan de los plásticos y piden casi a gritos que se monte la parada otro día porque así no veo bien. Cuando una madre niega un libro a su hijo porque en casa tienes la Playstation echa un asco que ni juegas ni nada.

Pero no todo es malo. Lo que pasa es que estoy quemado. A. se lo pasó bien. Vino a echarnos una mano y se adueñé de la sección de literatura infantil. Enseñó álbumes infantiles, vendió los dos ejemplares de las aventuras de Joanot Calcespudents en un momento


y estuvo charla que te charla con sus fans (entiéndase fans todas esas personas de menos de seis años a los que en algún momento A. les ha pintado la cara o la mano con sus pinturas mágicas). Recomendé un par de libros de los que estoy orgulloso. Compañeros saludaron a conocidos y al final, acabamos consolando nuestra húmeda desgracia entre risas y sintiendo pena por los compañeros que estaban en la librería: llena hasta los topes de paraguas mojados.

Y cae la noche y sigue lloviendo. Llega la hora de recoger la parada haciendo filigranas con las cajas y los plásticos. Descubres charcas en la mesa y sientes que el frío cala. Hasta que deja de llover. Por fin... el cielo sereno y podemos desmontar la parada sin correr, sin mojarnos más y sin miedo de que más libros acaben estropeados. Una última señora que se enfada cuando le decimos que hemos cerrado y podemos irnos a casa. Doloridos y cansados. Hartos y sabiendo que quedan 364 días menos para el próximo Sant Jordi.

sábado, 23 de abril de 2011

Feliz Sant Jordi

Es que no había rosas...

viernes, 22 de abril de 2011

Entre otras cosas esta semana...

He leído dos novelas de Terry Pratchett. Ésta y ésta. Adoro su sutil reflexión/disección de los mecanismos del poder y su crítica/sátira/burla de los gobiernos. Al margen de todos los chistes de índole sexual, claro, que son de un agradecido...

Tomarme como algo personal la promoción de Knockemstiff como uno de los mejores libros del 2011 y seguramente del 2012. En serio, quien no lo haya leído no sabe lo que se está perdiendo. Literatura de altísimo nivel.

Dar vueltas a la idea de mudarnos y ver EL piso. A. ya está decorándolo mentalmente. Yo, también. Próximamente expondré mis ideas.

Explicar no sé cuantas veces que no puedo hacer descuento de Sant Jordi antes de tiempo. Tragarme que en otras tiendas sí que lo hacen. Replicar que si quieren llamamos a esas tiendas y les recordamos que no pueden hacerlo. Decirme que si acaso lo dejan para otra ocasión.

Preparar el albarán de Sant Jordi. Llevamos a la parada cerca de cuatro mil libros. Sí, cuatro mil libros. Eso son muchas cajas, mucho peso y mucha cultura. Y todo para negar todas las evidencias de que mañana 23 de abril lloverá. Y mucho. Y yo viviré dos Sant Jordis bajo la lluvia. Y la historia volverá a repetirse.

Fotografía de la Plaça de Cal Font el año pasado. Al fondo las paradas de Sant Jordi. En primer término los igualadinos que pase lo que pase, tienen que comprar un libro. Llueva, truene o los extraterrestres hayan regresado buscando venganza.

Leer la muy agradable novela Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea de Annabel Pitcher. No deja de ser lo de siempre, la historia de una desgracia familiar desde el punto de vista de un niño de diez años y como consiguen salvarse. El argumento no presenta ni un solo punto original o diferente, pero la novela la redime un negro sentido del humor, una buena construcción de los personajes, un estilo dinámico y un par de escenas de violencia escolar que me devolvieron a la crudeza de mis días en el colegio. Ya sabemos todos lo guay que es ser diferente, pero como jode esta diferencia en el colegio.

La recomendaré a pesar de que lo que te piden en la librería cada día es más lo mismo, lease:

1. Algo que se parezca al Larsson.
2. Algo que se parezca al Follet.
3. Algo que sea una mezcla entre Larsson y Follet.
4. Algo que enganche como Larsson o Follet.
5. Y variaciones sobre el mismo tema.

Contestar no sé cuantas veces cuál creo que será el libro más vendido de Sant Jordi como si esto importara. Quiero decir, lo importante es el libro y la lectura, ¿no? ¿Por qué la coacción continua de lo más...? La identificación de que lo que más se vende es lo mejor que hacen los medios. No importa qué es lo que más se vende.  

Confirmar mi desconfianza de esta moda de lo optimista y lo buenrollista. Me inquieta mucho estos gurús de la felicidad que están demonizando la tristeza, la melancolía, el pesimismo... Por suerte, mi cinismo me defiende.

Comprobar por enésima vez lo mucho que me toca los huevos el fútbol, los partidos de fútbol, los hinchas, los petardos y los gritos hasta las tantas de la noche. ¿Por qué, importándome una mierda el jueguecito de la pelotita, me lo tengo que tragar sí o sí?

Esperar que mañana no llueva.

sábado, 16 de abril de 2011

Sólo una semana...

Una semana para Sant Jordi.


Ni estoy preparado, ni lo llevo bien.

Ya sé que con cinco (¿o son séis?) Sant Jordis cargados en las espaladas debería estar acostumbrado. Pero no. No puedo acostumbrarme a las visitas de los representantes, a las cajas que llegan, a separar los libros de las paradas, a aguantar diez antes si hacemos descuentos con la amenaza nada velada de irse a la competencia (pues vete, pues vete), los libros que no llegan porque lo han repartido todo pese a hacer el pedido de Sant Jordi a finales de febrero (y desde aquí un recuerdo muy especial a RBA), libros que llegan sucios, con manchas de café y huellas de pies (un abrazo muy especial a Àgora), listos que saben la receta mágica para aumentar ventas y acabar de una vez por todas con la crisis del libro y que suele consistir en que la librería haga más descuento a los clientes y uno piensa, sí, claro y también sexo oral, ¿no?, los predicadores del apocalipsis que se reproducen como setas desde que este Sant Jordi cae en sábado de semana santa, también conocido como sábado de gloria,

El mundo después de un Sant Jordi en sábado de gloria.
Pánico en las librerías, las calles vacías, todo el mundo en Tailandia y el fin del libro como lo conocemos.

preguntas de cuál será el libro más vendido como si eso fuera lo importante o si me importara, cajas y más cajas y más cajas y cuando parece que todo ha terminado entra un repartidor con quince cajas más y no cabe nada más en el almacén, libros por el suelo porque no entran más libros en las estanterías pero quedan cien libros para colocar, niños que corren, adultos que corren detrás de los niños, proliferación de patinetes, parejas de abuelas buscando algo barato para el nieto de una amiga pero todo es caro, un mismo cd de música que se repite hasta la extenuación y siete días por delante para ir cargando nervios.

Y, a parte de todo esto, siempre está el típico g********s que con una sonrisa en el rostro te salta eso de "y encima, seguro que llueve".

viernes, 15 de abril de 2011

jueves, 14 de abril de 2011

Lo que pasó en Manila. Parte III

Nota: si alguien quiere leer por primera vez o refrescar los sucesos o solo le apetece volver a indignarse con los anteriores capítulos de estas mis desventuras en la capital de Filipinas que siga el siguiente enlace. O que busque en la barra lateral el enlace al índice.

Me siento ante el ordenador y temo caer rendido ante el miedo que provoca la plantilla en blanco. Ha tenido que pasar más de un año para reunir el valor suficiente y vencer la eterna pereza pra volver a sentarme ante esta fría y cruel máquina y relatar punto por punto lo que me aconteció en Manila; origen y final de por qué soy como soy y por qué odio tanto, pero tanto, pero tanto, a los putos delfines de los cojones. Recordemos que me había ido de casa, me había comido un donut (¡¡¡berlina, joder, berlina!!!) sin tener ganas, había subido a un tren y compartía coche-cama con una bella desconocida que me invitó a cenar.

Y así, comerse una berlina sin ganas que se te hace un nudo en la garganta que no pasa ni con hostias ni con agua ni con nada y pasas un apuro que no se lo deseo a nadie, sólo a Jordi por reírse de mí. Pero sin acritud. Sólo con mala leche.

El tren rompía la noche anoienca. Todo aquel que haya viajado en carrilet Igualada-Barcelona recordará con admiración y terror la insondable velocidad a la que el tren viaja por ese pequeño, pero enorme, trocito de Catalunya. Por algo a ese carrilet se le conoce como el Halcón peregrino sobre raíles. Claudia y yo nos sentamos a una mesa a lado de un gran ventanal. Desde allí podíamos ver como los potros salvajes que infestan los campos de l'Anoia competían con el tren para dilucidar de una vez quién era el dueño y señor de la velocidad en la Catalunya central.

- ¿Me explicas tu historia? ¿Por qué has abandonado tu hogar y vas a Barcelona? - me preguntó Claudia mientras morisqueaba un palito de pan del tamaño de mi brazo.
- ¿Cómo sabes que me he ido de casa?
- Bueno, mientras me vestía, te he oído llorar llamando a tu mamá y he deducido el resto.
- Muy lista.
Claudia estaba preciosa. Se había puesto un vestido de color negro, largo, pero no mucho y llevaba dos cosas de esas que salen de la parte superior del vestido y suben por el hombro y dan la vuelta y bajan y se vuelve a enganchar al vestido... y le quedaba muy bien.
- Entonces... ¿me lo explicas?
- Quiero encontrarme a mí mismo para llegar a conocerme.
- ¿No tienes espejo en casa?
- Sí, pero sólo me miro a uno por la mañana recién levantado. Y lo tenemos en el lavabo. Y cuando entro en por la mañana pues voy sin gafas y cuando salgo está empañado por culpa del agua caliente de la ducha. Total, que no puedo mirarme al espejo y decir, quién soy y qué hago, con voz profunda y que mi imagen de repente me suelte un monólogo y me cale tan hondo que mi vida da un giro de 165º. Al no poder contar con esta posibilidad, sólo me queda la huida. Igualito que Tyrone Power.
- También podrías limpiar el vaho del espejo, o ponerte antes las gafas.
- No sé... ¿y tú?
- Ya te lo he dicho, soy espía.
- ¿Espía?
- Sí, y al cenar conmigo estás poniendo tu vida en peligro, pero no te importa porque tengo un pecho precioso.
Me encantaba el sentido del humor de Claudia y decidí seguirle el juego de la bella misteriosa que se revela como espía internacional.
- Así que espía... ¿y detrás de quién andas? ¿De una facción de conductores de coches descendientes de Gengis Khan que quiere volver a conquistar las estepas? ¿Un científico malvado que quiere incendiar el sol? ¿De nazis comunistas que tienen la cabeza de Hitler y la quieren transplantar en el cuerpo de un modelo de calzoncillos? ¿De una empresa farmacéutica que experimenta con sangre de camello adulterada en competiciones universitarias de a ver quien bebe más sangre sin vomitar y sin dejar que los bolos le aplasten los testítulos?
- Si no fueras tan tonto diría que eres listo y todo.
- Eso dice mi madre.

La cena discurrió sin más incidentes que unas inoportunas interrupciones del camarero para preguntarnos qué queríamos cenar y para traer los platos. Claudia comía con apetito su esturión a la placha, y yo me conformaba con una espuma de caracol a la reducción de vejiga de perro sarnoso (aunque había pedido un filete poco hecho). Y en silencio, porque Claudia prefería estar callada mientras comía. "Así puedo imaginar que te estoy comiendo a ti y que estos champiñones son tus pezones". Yo respetaba su silencio como la manía de una desconocida y me dediqué a observar a nuestros compañeros de viaje. Un par de estudiantes universitarios, la señora Antonieta que tiene su parada personalizada en La Beguda y un tipo que me resultó sospechoso... como si nos estuviera observando... como si vigilara cada uno de nuestros gestos, movimientos y pedos.

Algo así

Pero no le di más importancia porque un tren es punto de encuentro de muy diferentes personas, caracteres, procedencias, manías y olores. Acabamos los postres entre risas porque Claudia hablaba mientras tomaba el postre. Al terminar su tiramisú me miró a los ojos, puso uno de sus pies en mi entrepierna y con voz grave me dijo:
- ¿Qué te parece si volvemos a nuestro coche-cama y tenemos una inolvidable noche de sexo salvaje sin compromiso?
- Vale.

Y fuímos. Y Claudia era apasionada y salvaje y antes de entrar en materia propiamente dicho (ya sabéis, patim-patam-patum home, aixeca i el cap dret) me preguntó si confiaba en ella. Con mi mejor sonrisa le dije que siempre he dependido de la amabilidad de los extraños. Me preguntó si muchos extraños me habían atado a la cabecera de la cama. Le dije que no quería hablar de ellos. Me dijo que vale y me ató a la cabecera de la litera con un suave pañuelo de seda. Puso música. Bach junior. Mi miró. Sonrió e iluminó la habitación y mi entrepierna e inició un sensual baile donde sus manos eran alondras y sus piezas de ropa iban cayendo una a una como si fueran los pecados de un burgués tras participar en una procesión de semana santa.

Con la música de Carl Emmanuel Philippe Bach, Claudia me llevó al paraíso.

Y cuando sonó el ultimo estertor del órgano, Claudia apareció ante mí tal cual la había visto en nuestro primer encuentro y como la había imaginado durante toda la cena. Entonces, y solo entonces, me dormí.

Es lo que tiene ser narcolépsico.

Y soñé. Laurence Olivier vestido de monja arrepentida me recitaba un prospecto amarillo mientras unos monos vestidos de doncellas francesas metían fregonas sucias de vómito de perro en mi boca y agitaban como si mi orificio bucal fuera una coctelera.

Al poco desperté. Me parecían segundos, pero luego descubrí que habían sido horas.
- Perdona, Claudia, pero resulta que soy narcolépsico y...

Grité como pocas veces he gritado. El coche-cama estaba lleno de sangre. Rastros de violencia por todas partes y ante mí, en el suelo, vi como el cuerpo de Claudia se arrastraba hacia su hermosa cabeza, que estaba a un par de metros de distancia.

Le quedaban pocos minutos de vida. Tenía que hacer algo.

Y lo hice. Pero antes tenía que librarme de la trampa que era ese nudo en el pañuelo.


miércoles, 13 de abril de 2011

Ya lo dice la canción...


... los tiempos están cambiando.

lunes, 11 de abril de 2011

¿Qué cómo fué?

Fácil.

Tras salir del hospital, A. y yo nos fuimos a comer algo para aliviar en lo posible un día duro (el mío por inactividad, el suyo por unas botas matadoras). Hablando, hablando salió lo incómodo que me resultaba tener pegamento en la cabeza (un pegamento especial que es el mismo con el que aguantan a los fetos en las ecografías para que no salgan movidos o algo así). Lo mejor sería rapármelo. ¿A qué no? ¿A qué sí? Venga. Pues venga. ¿A qué no hay huevos? Sí, pero lo hacemos ahora en caliente que luego nos echamos para atrás.

Y así fue. Pagamos y entramos en una peluquería en cuya entrada había una premonitoria estatua de un buda gordito y feliz. Me senté y entre las carcajadas de A. (que se reía de/por/para/con/desde mí), las sonrisas de la peluquera que iba diciendo "pareces un monje así con la cala toda ledonda" y el chino cinéfilo con su aspecto de chivato en película hongkonesa, sus pantalones por encima de los pezones, su polo cuello pico meetido por dentro de los pantalones, la gafas enormes y los hombros caídos hasta más abajo de los pezones y sus referencias a La Chaqueta Metálica que mi pelo desapareció.

A medio camino.

Y pese a los primeros momentos de extrañeza y acomodo, ahora puedo decir que estoy más fresco, que por las mañanas es glorioso, que me gusta verme en el espejo y que a A. le gusta mucho. Ahora me codeo con gente tan importante como 







¿Y qué más puede pedir que tan ilustre compañía un aprendiz de supervillano como yo que no está haciendo los deberes y que no está conquistando el mundo ni ná porque se duerme por los rincones y Sant Jordi no le deja respirar?

12 de abril de 2011. Edito de nuevo esta entrada para incluir por petición expresa de maese Alcalde a un villano que fascinó a toda una generación.


sábado, 9 de abril de 2011

Portadas

El tunel oscuro.
La historia de un espía homosexual.

Y no pienso hacer ningún chiste ni ningún juego de palabras soez por demasiado evidente. Eso sí, la mirada de hastío de la femme fatal es de antología, porque.. ¿y ahora como se lo hace para seducir al espía?

jueves, 7 de abril de 2011

Sí, que los hay


Cambio de look.
Mañana explico la experiencia.
Special guest star: Buda, Stanley Kubrick y el chino cinéfilo

miércoles, 6 de abril de 2011

Crónica de un día estudiando mi sueño

Estos días de silencio se han producido por dos sencillos motivos:

1. Acumulación de cansancio que ya me provoca Sant Jordi (de lo que hablaremos en los próximos días), y
2. Los nervios por la polisomnografía que me tenían que hacer por todo ese rollo de mi ya tan querido y entrañable trastorno del sueño (que es de lo que hablaremos ahora).

Pues bien, el lunes 4 de abril ingresé a las 19:23 de la tarde en el Hospital Clínic de Barcelona. Emergí del mismo hospital con mis facultades tanto físicas como psicológicas como espirituales como rectales intactas (creo) al día siguiente a las 18:48 de la tarde. Ente medio, casi un día entero de un profundo e insoportable aburrimiento.

Descendimos del autobús A. y yo a las 17:00 horas del día cuatro de noviembre en la parada de la Hispano Igualadina que tiene en María Cristina (parada que se conoce comúnmente por los usuarios como "la que queda por delante del Corte Inglés" aunque en realidad queda delante un poco más atrás de los edificios de La Caixa). Iba cargado con una bolsa con ropa para el día siguiente y ropa "por si acaso" hace frío, llueve, se me cae un café encima, me ensucio con un potaje o mato a alguien y tengo que salir huyendo por piernas que se mueven primero una y después otra y me tengo que quitar la ropa toda pringada de sangre que es más difícil de limpiar que qué sé yo. También llevaba el neceser, libros de lectura y libros de repuesto (un total de cinco), un libretita para escribir pensamientos elevados, que se quedó en blanco, y... ya está.

Si llegamos tan pronto fue porque a las 18:00 habíamos quedado con el amigo y padrino de mi otro blog, el insigne J.A. Martín Piñol para tomar algo y hacer la típica visita y establecer más lazos y volver a vernos después de habernos visto solo una vez e intercambio de mail y facebooks y esas moderneces. Y porque a A. le hacía una ilusión tremenda que el autor de una de las mejores novelas juveniles publicadas en España (y me refiero esa pedazo de obra maestra que es Los dragones de hierro) le firmara su ejemplar. Así que nos vemos y nos vamos a un bar llamado El refugi del clínic, un pequeño bar regentado por un camarero y un amigo de éste que va a pasar el rato, hacerle compañía e ir a buscar cambio si el compañero no tiene. Tomamos un nestea, un cortado que se transformó en café con leche y una cerveza sin alcohol y nos estamos una horita y pico charlando y diciendo hay que ver, hay que ver, estos jóvenes, como esta el panorama, la ciencia está agotada que desde la rueda ya todo está inventado, y
- Para los niños gordos el patio de un colegio es como en la cárcel. Entras, ves al negro enorme...
- ... y se la chupas. Si quieres sobrevivir, claro.

A. y J.A. Martín Piñol hicieron intercambio de libros y dedicatorias bajo presión, un abrazo y para el clínico (y supongo que Piñol para su casa o para algún sitio donde lo quieran bien). Entramos, escalera octava, cuarta planta. Dejamos las moderneces de la escalinata principal y nos adentramos en unos pasillos sacados de Riget, subimos a un ascensor y puertas a un lado, puertas a otro y un bip, bip, bip que venía de detrás de una puerta dando un punto malrollero. Llegamos a destino. Un enfermero me pregunta el nombre y me indica una habitación.

- Aquí es. Quítate la ropa, ponte lo que te pongas para dormir y siéntate en esta silla.

(Vale, inciso, quiero aprovechar para agradecer a mi madre que me comprara un pijama porque el que tengo no es pijama, sino pantalón de estar por casa, y yo duermo en bolas porque soy un espíritu libre que no quiere dormir encorsetado e imaginaba que en el hospital no me iban a dejar estar to espelotonao).

Así que me quité la ropa, me puse el pijama y me senté en la silla. Y procedieron a colocarme los primeros electrodos.


Muy graciosos.


Ahora sí. ¿Quedan bien, no? Pues con esos claves conviví durante mi estancia de casi un día en el hospital. Una tocada de huevos en toda regla. A. se fue al poco porque tenía que ir a pillar autobuses y metros para llegar a dormir a casa de una amiga. Besos, besos y me quedé solo. Con la cena. Espinacas. No estaban mal. Las ocho y media. A las once me dijeron que me meterían en la cama. ¿Qué me quedaba? Para evitar emparanoiarme antes de tiempo y empezar a creer que las novelas de Robin Cook son ensayos de investigación periodística, decidí que todas las horas libres que tuviera las dedicaría a la lectura. Me senté y primera novela.

Extrañas apariencias. Tercera parte de la serie Generación Dead del desde ahora mismo imprescindible Daniel Waters. Una de las series de literatura juvenil más inteligentes que he leído en toda mi vida;  una vida corta pero provechosa en lo que son leer y leer y vuelven a leer.

A las once entra un enfermero diferente al anterior y me dice que a la cama. Me conecta los cables de la cabeza a una máquina, me hace tumbar en la cama y empieza colocarme cables por el cuerpo. Uno en cada pierna, en la mano, en el pecho, al lado de los ojos, bajo la mandíbula, me mete en la nariz un cable, me tapa con una manta, apaga la luz y me dice que buenas noches y que descanse. Como si fuera tan fácil descansar entre cable y sabiendo que te observan... porque todos mis movimientos los estaban grabando por una cámara. ¿Valor científico? ¿Valor médico? ¿Vouyerismo? Así que claro, a la incomodidad de estar con cables por todos lados, se añadía el hecho de no poder rascarme los cojones con tranquilidad (es un ejemplo) porque me estarían observando. Así que intento de dormir... para un lado, para otro, panza arriba, panza abajo no que los cables no llegan, me quería girar, pero claro, si me giro muy rápido seguro que tiro de los cables, estos hacen que las máquinas se me caigan encima y si no muro electrocutado salgo convertido en supervillano que ahora mismo con Sant Jordi a la vista, pues no me va bien aunque sé que a Niño Lobo le haría una ilusión tremenda. Así que ha girarme con cuidadito.


Pero no todo lo justifica la sonrisa de un niño.

Lo mismo que a las dos y media que me entran ganas de ir al baño. Pero no puedo ir porque sí porque estoy enganchado a los cables así que llama al enfermero y me traen en una cuña y, venga, hazme un pipí hay dentro y yo con cuidado no vaya a ser que se escape una gota y caiga en las máquinas y ya estamos electrocutándome de nuevo. O tirándomelo todo por encima y ya me quiero, pero no quiero hacerme una autolluvia dorada porque me parece asqueroso y no quiero repetir aquellos errores que cometí en Manila.

Vamos que caí en un duermevela del que no salí hasta que a las  siete y media de la mañana (que mandan huevos) se abre la puerta de repente, se enciende la luz y que yo ya me veo a un tipo entrando con una escopeta y diciendo que los muertos se han levantado y que vienen a por nosotros y que no hay escapatoria y yo hay, va, quitándome cables y corriendo con lo poco que me gusta correr y zombis por aquí y por allí que me quieren comer y yo chillando y huyendo y empujando a la abuela porque lo que tengo es que soy cobarde y como me jode que el apocalipsis me pille en Barcelona con lo poco que me gusta, pero no. Era el enfermero que venía a despertarme.

- ¿Has descansado?
- No.
- ¿No? - dice sorprendido. Y me sorprende que se sorprenda si ha estado toda la noche mirando por la cámara y viendo que no he dormido, que joder, tanto cable y tanta mierda y tanto control del sueño y todo eso y mierda, cojones, claro que saldrá que he dormido mal, como si uno pudiera dormir bien con electrodos por todo el cuerpo y un ojo anónimo que observa desde la oscuridad.
- Cama extraña...
- Ya. Bueno, levántate que en nada viene el desayuno.

Y nada, desayuno y empieza la ronda de cinco siestas a razón de una siesta de media hora cada dos. Me duermo en tres. Las otras las paso con los ojos cerrados escribiendo una puta obra maestra en mi mente. Ahora ya no hay enfermero, sino enfermera a la que tengo miedo. Detrás de sus cielos, guapo y cariños creo que se esconde una ex-agente de la Stasi, una dominatrix enfundada en tela blanca o admiradora de Lotte Lenya en James Bond.

Aviso, conectar cables, tumbarse en cama, dormir, despertar, quitar cables, leer, aviso, conectar cables, tumbarse en cama, dormir, despertar, quitar cables, leer, aviso, conectar cables, etc. así una y otra vez. Acabo el novelón de Daniel Waters y me meto entre pecho y espalda una novelita corta, divertida y aterradora, muy perturbadora, muy malsana, muy negra... El asiento del conductor de Muriel Spark. Me deja una sonrisa en los labios, pero muy mal cuerpo. Pocas novelas consiguen esto. Muy recomendable, pero a poca gente.

A. viene y va. Le duelen las botas y ha dormido poco. A las seis acabo la última siesta. Me quitan los electrodos de la cabeza y me duele. Mucho. Me quejo ligeramente en un susurro y el enfermero me salta un "vamos, vamos, aguanta que no es nada". No digo nada, pero pienso que un poco de superglu en los pelos de los cojones es lo que se merece y te lo vas arrancando poco a poco y entonces digo yo vamos, vamos, que no es para tanto. Acaba. Tengo el pelo lleno de pegamento asqueroso. Una ducha y no se va. El enfermero me dice que paciencia. Quitaesmalte de uñas, crema suavizante, paciencia y adiós muy buena. Recojo mis cosas y salimos A. y yo a las calles.

Hambre.

Y paramos en un bar. Y mientras comemos y bebemos y reímos y nos quejamos y nos queremos horrores A. dice cinco palabras que lo han cambiado todo.

- ¿A qué no hay huevos?

Pero de esto hablaremos mañana. ¿Una pista?

viernes, 1 de abril de 2011