lunes, 22 de octubre de 2012

Carrera popular

Ayer en Igualada hubo una carrera popular. Para los que no sepan qué es lo explicaré de forma sencilla: gente que corre porque sí y gratis por la ciudad durante indeterminados kilómetros cansándose y lo que es peor, aguantando a niños cansados. Además, sabiendo que no ganarán nada más que esa cosa que llaman "satisfacción por haber participado".

La foto es del 2009, pero tampoco cambia tanto la cosa.

Como ya podéis imaginar, no he participado. Niño Lobo sí. Ha ido con su señor padre a sudar un poco la camiseta rodeados de gente que también sudaba la camiseta. A. y Niña Zombi para el teatro con una amiga de la pequeña para ejercer de grupis de La tresca i la verdesca, grupo de música familiar que entiende que la música para niños es algo más que diminutivos y baladitas moviendo la cabeza.


Y yo me quedé en casa... recordando ese día que me hicieron correr.

Como ya podéis imaginar, no soy mucho de correr. La verdad es que hace años que no corro. Ya sé que se ha puesto de moda y que es de lo último de lo último y muy sano y bla bla bla, pero algo que se inventó para que el ser humano huyera de los animales salvajes, o sea casi como último recurso, pues muy bueno no puede ser. Tengo amigos que corren, y son buenas personas, pero siempre están que si me he hecho daño aquí, o allí, o más allá o si no corro como que no soy persona. Y yo me los miro así como con suficiencia y pienso, anda anda que pudiendo andar para que correr.

Y ayer en Igualada, cursa popular. Nunca he participado en una. Al hecho de no correr se suma que tampoco soy mucho de ser voluntario ni de actividades sociales. Pero, miento, sí que participé en una. Obligado, claro. Fue en el colegio. Un día el profesor de gimnasia (¿o era profesora? No me acuerdo, todos se parecían) apareció en el patio con sus andares fascistoides. Nos hizo poner en fila y nos soltó un discurso sobre el orgullo de ir a nuestro colegio, sobre la posibilidad de competir con otros, sobre el sabor dulce a miel rebosando por los pechos de una diosa de la victoria y el amargo sabor a bilis y mierda uno que inundarían nuestros labios infantiles si llegábamos a conocer la derrota. El sábado por la mañana sería un día de gloria que recordaría la historia escolar y permanecería en la memoria de las generaciones futuras. Un día que cantarían los bardos y llevarían pueblo por pueblo junto con las últimas noticias. Una competición de carreras entre las tres escuelas del pueblo. Vamos, algo mágico y grande.


Ese día estaba fluido y convincente. Compañeros de clase dejaron de pegarme para escucharle y las niñas dejaron de reírse para beber de sus palabras. El espíritu de una hipotética victoria corriendo empezó a verterse por mis compañeros de clase. ¿Por todos? No, porque un irreductible grupo de vagos algo gordos resistirían ahora y por siempre cualquier esfuerzo físico. Su pensamiento era, "a correr irá tu padre".

Y el profe de gimnasia, moviendo su bigote arriba y abajo (en serio, ¿profesor o profesora?) nos sonrió a los gordos y vagos y dijo las únicas palabras que nos podían convencer:

- Es obligatorio. Si no venís suspendéis la asignatura.

Joputa.

Así que un sábado por la mañana recién amanecido ya veías a todos los niños de la clase emocionados y contentos por participar en una carrera. Y también veías a un pequeño grupo cagándose en todo lo que se menea, pasando frío y viendo que esto iba para muuuuuuy largo. Porque nos hicieron ir a las ocho de la mañana para correr a las once. Temprano para que el espíritu deportivo entraba dentro de nosotros y así animáramos a los compañeros de otras clases que corrían y se dejaban los pulmones por el honor del colegio. Así que perdimos un sábado por la mañana viendo correr a niños que o no conocía, o conocía y no me caían bien, o conocía y me pegaban, y teniendo que oír frases de chavales de doce años que se pensaban que eran comentarias deportivos profesionales: "a salido muy fuerte, pero se va a quemar pronto", "eso es el flato", "¿de qué te ha hecho tu madre el bocadillo?, "solo un cao que tú tienes la boca muy grande".

Y por fin, cuando caía un solado de la hostia, nos tocó correr a nosotros. A mi categoría que era una que no escuché. A nuestras marcas, preparados, ya. Y corrí. Corrí cual gacela que sabe que morirá entre un montón de chicos que se lo tomaban en serio. Corrí como he corrido toda mi vida, sin ganas y sin prisas hasta que pensé, a tomar por culo y dejé de correr. Porque, seamos sincero, ¿qué coño estábamos haciendo? Corriendo por el honor de un colegio que no me gustaba con unos compañeros que no me caían bien a las ordenes de un profesor/a de gimnasia a quien odiaba. Así que como el joven airado que no sabía que era, me detuve en medio del recorrido


y ante la mirada sorprendida del profesor de gimnasia, empecé a andar. Un tranquilo paseo bajo el sol mientras a mi alrededor preadolescentes se deslomaban compitiendo entre ellos, llevando sus fuerzas al límite, vomitando en las lindes de la pista, esforzándose para contentar a unos adultos que nunca estarían contentos.

Que nadie me entienda mal, no era ni un héroe incomprendido, ni un visionario, ni un líder, ni un espartaco. Era un niño gordo y vago que odiaba correr y que le dijeran qué tenía que hacer. Así que el resto de la trepidante carrera la hice andando al lado de otro gordo con gafas de otro colegio en el que encontré un alma afín y teniendo que soportar los gritos del profesor de gimnasia que se dedicaba a compararme con una niña e intentar apelar a la vergüenza o al orgullo. Y como de uno y de otro voy escaso, con la calma llegué antepenúltimo y descansado.

Y recibí mi primer y último diploma a la participación. Bocadillo y para casa.

Y no volví a correr.

Si no contamos, claro, las clases de educación física del instituto, el autobús que se pierde, una lluvia traicionera, un asesino en serie, una horda de


Una de las escenas que de chiquito más me gustaban de 
El sentido de la vida de los Monty Phyton.
Vete a saber tú porqué.


zombis atropófagos, ancianas encantadoras que quieren saber si conoces a un tal Jesús, llamadas a interfonos a las tres de la mañana o matón que te espera a las cinco y con un poco de suerte llegarás antes a casa de tu abuela que él con una hostia.

domingo, 21 de octubre de 2012

Vuelta...

... al trabajo. La semana de descanso se acaba hoy y a partir de mañana vuelta a estar entre cajas, libros, clientes y albaranes. Y mientras cae la lluvia, los gatos se mojan y dejan llenas de pisaditas la casa, pienso qué han dado de sí estas vacaciones.

Primero, y más importante, conocer en persona a Lucia, ex-librera sexi, escritora con límite de hoja, hermosa muchacha de amplia sonrisa, mejor persona, bloguera veterana (en mis primeros balbuceos en este mundo hace casi cinco años llegué sin saber cómo a su blog y allí me quedé) y editora sexi de Automática Editorial, una editorial nacida este año y que poco a poco, sin ruido, pero sin pausa se va a ir convirtiendo en una de las imprescindibles. Quedada en Plaça Universitat, una hamburguesa de buey para comer, resistencia a la coca-cola y larga conversación de libros, librerías, editoriales y lecturas. Resulta extraño, tierno, desconcertante y cotidiano ver por primera vez a una persona a la que se ha leído desde hace cuatro, casi cinco, años y a la que se conoce y desconoce por partes iguales. Es como la imaginaba, dice mucho las palabras gin-tonic en la conversación y tiene una de esas sonrisas por las que se crean y descrean los imperios.

Y en exclusiva porque aun no ha salido publicado, me pasa un ejemplar de esto:

La estupenda portada es obra de Natalia Zaratiegui

Extraordinaria novela sobre el absurdo de la vida, las personas y las convicciones. Divertida, sin ser una novela cómica. Llena de historia de familias, sin ser una de esas plúmbeas novelas de sagas familiares. Muchos espías, pero no es novela de espionaje. Mucho amor, pero no es novela romántica. Cine pornográfico experimental, pero no es literatura erótica. Novela repleta de grandes momentos y personajes que rebosa ironía y humor, un sentido lúdico del absurdo cotidiano pese a lo mucho que este hiera y una extraña dignidad ante el silencio del mundo, de la noche y de la naturaleza. Y recuerda a Quenau, a Vian, a Chapman y Cleese sin ser nada de todo eso. Una novela con la que uno se ríe para dolerse a la página siguiente. Pero no digo más... hacedme la confianza y leer La isla de Hobson; introducirse en el juego de Stefan Themerson sin saber mucho y dejarse sorprender página a página a página a página.

Sin dudarlo, de lo mejor leído este año.

Segundo, móvil nuevo que tiene eso de las fotos y del guasap ese de los jóvenes. Es bonico, pero tanto pipipi me pone algo nervioso, la verdad.

- Tampoco tanto que nadie te escribe.
- Es verdaaaaaad, nadie me escribe.
- Porque nadie te quiere.
- Nadie me quiere.
- Mejor será que saltes por esa ventana.
- Como que paso que me puedo hacer daño.
- ...
- ...
- Esto ha sido un momento muy malo y vergonzoso. Pide disculpas a tus lectores.
- Lo siento.

Tercero, haber conseguido viejos ejemplares de baratillo de las novelas de Conan; en los próximos días me espera un maravilloso festival de fantasía clásica llena de monstruos  violencia y muchachas ligeras de ropa a punto de ser sacrificadas a dioses oscuros.. Ains, qué ganas. Al igual que una novela de Rodolfo Martínez que reúne a Sherlock Holmes y Lovecraft. Un par de novelas juveniles de aventuras. Y la primera temporada de Buffy Cazavampiros, una de mis musas por humor, sano homenaje a la serie B y la siempre agradecida imagen de chica mona pateando el culo a un monstruo. 


Cuarto, certificar de una vez por todas que los frutos secos me sientan mal después de la ingesta del lunes por la noche en la partida de rol y la descomposición estomacal que me ha acompañado durante tres días. Así que los frutos secos se une a la lista de "cosas que antes hacía y ahora no hago" y hace compañía a fumar, beber alcohol, hacer caras sexis (es broma A., esto no lo dejaré de hacer nunca), dejar jugar con cuchillos a los niños, apostar en las peleas de abuelas en el barro, ver cine español e ir predicando por las calles los peligros de la ley de la gravedad, la inexistencia de ese concepto y cómo nos dejamos dominar por un listo con peluca. Antes de la invención de la gravedad, el ser humano era más libre.

Quinto, dormir un día hasta casi las diez.

Sexto, pasear, escribir menos de lo que pretendía y pensar mucho en mi próxima partida de rol a la que tengo ganas para putear y putear y putear.

Séptimo, más cosas que recuerdo, pero me guardo. Otras que he olvidado. El sueño en los bombardeos de Londres de la segunda guerra mundial. Tener que explicarle a Niño Lobo quién es Predator porque en el colegio no enseñan nada sobre monstruos cinematográficos de los ochenta (no sé donde vamos a llegar), mucha gilipollez de gilipollas con poder y que una semana de no hacer nada se hace muy corta.

sábado, 20 de octubre de 2012

Lecturas

De mayor quiero ser este librero.

viernes, 19 de octubre de 2012

mátalos suavemente

El jueves se está convirtiendo en día de cine. Después de una larga temporada de sequía cinematográfica, regreso a la maravillosa rutina de perderme en una sala y tragar lo que me pongan. Y ayer tocó gran película basada en una gran novela.


Ambas me han gustado mucho. Primero, género negro. No película de detectives, o género criminal, o historia de ladrones y serenos, o señora haciendo calceta adivina quien asesinó al viejo coronela de la India con estricnina. Es género negro, con su historia de criminalidad, pero su enorme poso de reflexión/crítica/sátira del momento. La desmitificación del mundo criminal reconvertidos en otra gran corporación más manipuladora y corrupta incapaz de tomar decisiones. Enormes diálogos en la novela y buena transcripción de estos en la película. Personajes bien perfilados con cuatro líneas, creíbles, cercanos y molestos. Un elenco de actores que funciona muy bien y que dotan de humanidad la película (a Brad Pitt solo me lo creo cuando va sucio, Gandolfini está enorme y asqueroso, Jenkins es perfecto como gestor y los dos pringados del atraco conmueven con su patetismo) construyen una solida historia que no es más que un retrato de esta crisis que nos han metido doblada desde arriba.

Violenta, explicada con mucha calma, socarrona... y una buena y cínica una banda sonora.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Retorno al pasado

El visionado el pasado domingo de Retorno al pasado me lleva a tres conclusiones.

1. Pero cómo me gusta el cine negro clásico.

2. Pero cómo me gusta el cine de Jacques Tourneaur.

3. Pero cómo me gustan las malas que meten al detective en problemas.


La película es una maravilla oscura, densa y pesimista. Creo que aparece una de las malas más malas del cine negro (ni una verdad sale por su boca) y ver a Robert Mitchum estólido y sin poder girar el cuello siempre es agradecido. Una fotografía excelente y un montón de frases duras en bocas de tipos más duros todavía que se convierten en corderitos degollados por unos ojos bonitos.

martes, 16 de octubre de 2012

Me gusta la samba

Maria Rita
Samba meu O homem falou

domingo, 14 de octubre de 2012

Y ha sido un buen día...

Ayer en la tienda una señora me llamó desagradable, borde, antipático y con una evidente falta de empatía hacia el cliente. Todo porque un libro que tenía pedido, no ha llegado porque el distribuidor no tiene. Y lo pide a editorial, y la editorial no tiene porque están esperando devoluciones. Y nos lo dejan pendiente diciendo, en cuanto tenga, lo enviamos. Y por un malentendido, una señora acaba generalizando sobre mi vida, mi carácter y mi relación con los demás y diciendo que ya ha hablado de mi y de mis taras de carácter con más personas y todas están de acuerdo.

Pero ayer en la tienda una bibliotecaria me llamo crack y de los mejores libreros que conocía porque me pidió treinta libros buenos, bonitos y baratos para unos premios a usuarios fieles que habían organizado en la biblioteca. Al igual que un señor me dio las gracias por haberle recomendado La juguetería errante porque se río mucho y lo necesitaba. Y otra señora andaba contenta porque su hijo, que no leía nada, desde que le recomendé La cocina de los monstruos de los amigos Martín Piñol y Votric, devora libros y más libros y ahora entiende por qué leer es algo tan mágico.

Además, ayer era el último día antes de una semana de descanso donde voy a leer horas y horas, malcriar a los gatos, escribir, ir a ver a una editora sexi que fue librera sexi. El día que vi un vídeo donde un tipo se zumbaba a una muchacha por la nuca (él era médico y ella una mutante que le había salido una vagina en el cogote... una especia de versión algo retorcida de la nueva carne de Cronenberg. El final del corte con un pene saliendo de la boca es de los más bizarro e hilarante que he visto en las últimas 72 horas).

Y por la noche con A., Niño Lobo y Niña Zombi fuimos a cenar fuera después de muchas semanas y fue una cena agradable, rica y divertida para volver a casa y acabar de leer una buena novela.

Y ya en la cama, pensar qué curiosos somos que una sola frase de una desconocida a la que con seguridad no volveremos a ver, condiciona el estado de ánimo de todo un día que, bien pensado, ha sido muy bueno.

Sea como sea, vacaciones.

sábado, 13 de octubre de 2012

Una cinta amarilla

El western me hace feliz. ¿Qué es un género partidista, lleno de errores históricos, propagandístico y propenso a la idealización? Sí, ¿y qué? La poesía épica es lo mismo y nos maravillamos ante Hómero.

Y las películas de John Ford, más feliz todavía. Como con Hawks y Leone.

Imagino que se deberá a ese arte alquímico y único de contar las historias, la atención a los pequeños detalles, la complicidad de los actores y la complejidad de unos mundos en apariencia tan sencillos.

Todo esto viene a que ayer por la noche vimos La legión invencible (1949) título español innecesario y grandilocuente, mucho más hermoso es She wore a yellow ribbon del original. Parte central de la trilogía sobre la caballería, hermosa, elegíaca, triste. El tiempo de los grandes hombres se acaba y deja paso a la bravuconadas y chulerías de una nueva generación. Un territorio que roza lo mágico gracias a una fotografía portentosa. Casi un poema cinematográfico lleno de estampas prodigiosas el entierro del soldado, la caravana atravesando una tormenta o el monólogo de John Wayne ante la tumba de su esposa.

Es por este tipo de escenas por lo que uno quiere tanto a John Wayne

No le pidamos argumento a esta película, porque tiene poco. Y lo poco que tiene, no es muy interesante. El triángulo amoroso no funciona. El ritmo es desigual. La historia es algo errática y los personajes secundarios, de planos, desaparecen. Pero lo dicho, no me importa. Las estampas, los momentos aislados, el milagro de la construcción de algunas escenas y la interpretación triste y melancólica de John Wayne hacen el tercer visionado de anoche siga siendo un festín cinematográfico.

Y en un par de días nos ponemos con Rebeca.

martes, 9 de octubre de 2012

domingo, 7 de octubre de 2012

Día de campo

- Seremos unos veintisiete - dice A.
- ¡Veintisiete! - me horrorizo yo.
- Sí, tranquilo, son todos muy majos.
- Y los niños - apostilla Niño Lobo.
- Ah - digo - ¿pero los crío no van incluidos?
Y a A. le sale esa sonrisa que se le pone en su hermosa cara cuando me ve apurado por socializar.

Este pequeño diálogo surgió hace un par de días mientras cenábamos. A. me explicaba que este domingo (por hoy) se había organizado un comida campestre con las familias de los niños que van a la clase de Niña Zombi.
- Los padres y los niños, ¿vendrás no?
- Pero yo no soy padre - digo.
- Ya, pero no importa. ¿Vienes?
Claro que voy, pienso. Y solo pensarlo ya me entran los sudores. No soy que digamos muy sociable. ¡Qué demonios, seamos sinceros! No me gusta la gente. A. dice que lo que en verdad pasa es que sí que me gusta la gente, pero soy tímido. La verdad es que no me gusta y no sé socializar y me cuesta mantener una conversación y mis comentarios se reducen a asentir y a responder a todo lo que me dicen con quince segundos de retraso y busco el rincón más alejado y oscuro y me enfrento al mundo armado con un libro.

Pero para allá vamos que los miedos están para enfrentarse a ellos y si vencí mi claustrofobia haciéndome una resonancia...

- No lo hiciste, te pusiste a llorar como un político con conciencia rogando que te sacaran del tubo. Socorro, socorro, no puedo respirar voy a morir bua bua bua dame un chupete que me he hecho caquita.

... bueno, pero sí que me enfrenté a las películas de zombis y ya puedo verlas solo y sin que nadie me de la mano...

- Mentira. Zombi de Romero sigues sin poder verla y a cualquier parte que vas calculas las posibilidades de huida por si de repente se levantan los muertos.

Vale, vale, que no me enfrento a una mierda, vamos. Que mis miedos, miedos son y que se enfrente su puta madre.

- Ahora ya te reconozco.

Sea como sea he ido a esa comilona de padres que no conozco. El encuentro se había fijado en un primer momento a las diez de la mañana lo que motivó un motín a la voz de "y una mierda me levanto yo tan temprano" por lo que el encuentro final ha sido a las once de la mañana delante del hotel América, un hotel igualadino que ha conocido mejores tiempos y que ha sido testigo de los más sonados adulterios de la ciudad. Sea como sea, un montón de coches con sus respectivas personas y sus respectivos churumbeles pegando gritos y moviéndose y hablando entre ellos y yo como que hecho mano al móvil para evitar la interacción humana y recuerdo que no tengo móvil, bueno, sí que tengo lo que ocurre que el de A. se ha apagado y no quiere encenderse de nuevo y le he cedido el mío porque ella lo utiliza y para mí el móvil es algo que llevo en la mochila que danza de un lado para otro, total, que no tengo móvil y le pido a A. el suyo para hacer que whasapeo cuando no tengo washap de ese ni sé lo que es y total, que lo mío digno, no ha sido.

Montamos en los coches y salimos dirección merendero a los pies de la montaña de Montserrat. Un sitio bonito, con mucha gente lo que por primera vez me ha alegrado porque, seamos sincero, porque era de día y había críos rondando por todos lados, porque el sitio es perfecto para hacer un nuevo amigo.

Hola, me llamo Antoñito y mi cuchillo quiere conocerte muy a fondo.

Se prepara el pica-pica, A. desaparece entre la turba de niños y padres y me siento en un rincón para tomar cuatro ideas para el principio de Amor caníbal, la nueva novela de Claudia del Moral que tan gentilmente me ha pedido que edite. Sé que debería socializar, pero no me sale. No soy yo, son ellos. O al revés, que nunca me ha quedado claro. Total que va pasando el día y poco a poco y de forma tímida voy conociendo a alguien, me hacen un comentario, puedo enlazar dos frases seguidas y empiezo a conocer los nombres de las personas que me rodeaban. Todo iba más o menos bien solo empañado por la noticia de que tres padres han muerto en la zona barbacoas por culpa del calor, la sudoración y la ingesta masiva de cerveza. Su memoria será honrada y su cuerpo pasto de los carroñeros. Y la gente socializa y yo me dedico a escuchar. Se habla de coches y del camino que hay que tomar, de fútbol y el gin tónic se toma así y mi niño hace esto y el mío hace eso otro. Lo que se conoce como charla informal o socialización básica. Vamos, a eso no llego ni de coña.

Al acabar de comer, todo muy bueno, me he permitido un algo que hacía tiempo que quería hacer. Así que de forma discreta me he levantado y xino xano como quien se va a caminar para ayudar en la digestión y bajar la comida, me he perdido entre los árboles y subiendo subiendo he encontrado un rincón tranquilo donde me he bajado la bragueta y he echado una meada al aire libre. Pequeños placeres de ir al campo y regar con tus desechos orgánicos las plantas, la grava y devolver a la naturaleza parte de lo que eres y conecta con ella. Lástima del pequeño incidente con el típico duende irlandés que vive en Montserrat y que nos ha llevado a una agria discusión.

- Es que te has meado encima de mi hija.
- Perdona.
- ¡Y en el día de su boda!
- ¡Qué perdones, joder! Si la tuvieras señalizada.

Tras la indemnización correspondiente y las disculpas a la novia (ver foto superior) he vuelto donde estaba la gente que se han liado a jugar con una cuerda a tirar unos de un lado y otros por otro a ver cuántos niños se caían al suelo y se hacían daño. El equipo que menos bajas tuviera, ganaba. Luego a perseguirse y otro a robar pañuelos, no sé, actos sociales entre adultos y niños que no he acabado de entender. Así que me he retirado con un libro al lado de una fosa séptica a oler la mezcla de efluvios del campo con la mierda.

Al poco A. ha venido a buscarme y me ha dicho que hay quien se va y tienen sitio en el coche, así que salgo a velocidad de crucero y vuelvo a casa con las gatas. Perdón, con la gata y el gato porque hemos descubierto que Arya es Zarpa y tiene un par de cojones como una catedral. Cosas de mirar a los seres vivos a la cara.

Y ya está.

La prueba de que Jorge ha estado cerca de un campo.
En la foto: Un crío necesita ayuda para llevar unas porterías 
y Jorge pasando de ayudarle mientras se lo mira y piensa: pringado.
Para que luego digan que no es un villano.

viernes, 5 de octubre de 2012

miércoles, 3 de octubre de 2012

Un breve momento de conexión

Veo, veo, veo, veo y soy feliz... como decía aquella. Gracias al enorme corazón de Debora, la óptica que me atendió, y de la pena que le di por ir andando con los ojos achinados y en una absurda nebulosa de contornos difuminados, ya tengo gafas nuevas y el mundo vuelve a presentarse ante mí como lo que es: un lugar asqueroso con algunas cosas buenas. Veo y la mala leche de tres días de nubosidad variable desaparece y vuelvo a ser el mismo tipo malcarado de siempre.

Pero no quería hablar de esto, sino de un hecho cotidiano y nimio que me ha dado que pensar... poco, no demasiado y de forma superficial... vale, no he pensado nada es que no se me ocurría otra cosa de la que escribir. A. y Jordi ya se conoce la historia, pero intentaré ponerle detalles nuevos para que no se aburran.

Esto ocurrió el lunes por la mañana. Aun no tenía las gafas nuevas por lo que mi mundo era un continuo de manchas borrosas. Cosa extraña, estaba en el mostrador. Supongo que había ido a buscar unas impresiones o a llevar unos encargos. Sea como sea, no fue ni el destino ni la providencia lo que hizo que estuviera allí cuando ella entró en la tienda.

Imagino que era una muchacha joven y atractiva aunque para mí solo era una figura borrosa y sin contornos. De cabello rubio aunque bien podría ser pelirrojo claro. Piel pálida o máscara. Tímida y con un punto de inseguridad que imagino que a alguno tipos les pone. En verdad, no sé como era, solo intuirla, pero con los milagros que hace el potochop cualquiera se fía. Hasta podría ser un tío.


Le doy los buenos días y le pregunto qué quiere. Ella hace algo con las manos y los contornos que configuran su cara se mueven. Busca un libro. Le digo que ha ido al sitio apropiado y pienso que debo dejar de decir esa frase. Me pide el libro, se lo busco, lo encuentro y se lo llevo. Ella con algo que parece una sonrisa, confirma que es el libro que busca. Lo paso por la caja y le digo el precio. Ella busca en su bolso y de repente...

Un extraño silencio. Uno de esos silencios que se palpan y se siente. Que están vivos y si tuviéramos mayor espectro de visión los veríamos aparecer entre dos personas, bajarse los pantalones y decirnos, ¿y ahora qué?

Nos miramos a los ojos. ¿Qué había pasado?


Un gilipollas interrumpiendo y poniendo fotitos que no vienen al caso, eso es lo que ha pasado. Pero en la tienda no pasó un ángel porque lo hubiéramos detectado. Era algo más y no sabía qué. ¿Encontraba el precio demasiado? ¿Acababa de recordar que tenía el libro encargado en otra parte? ¿Ha encontrado un dedo humano dentro del bolso? ¿Tengo un moco reptante colgando de la nariz y estoy a punto de tragármelo? ¿Ella es acaso la hija del ganadero de Tijuana que juró vengarse por lo que sucedió en aquel fin de semana memorable que empezó con la frase, no mama, si hoy no salgo? ¿Tensión sexual unidireccional no resuelta?

No. Porque al momento lo entendí. Un olor fuerte, acre y algo nauseabundo emergió de los abismos hasta mis fosas nasales. Un pestazo que se desprendía de ella y se dirigía hacia mí.


No dejábamos de mirarnos a los ojos aunque creo que yo la miraba más a la ceja porque me costaba enfocar. Yo sabía que ella se había cuescado. Ella sabía que yo lo sabía. Y yo sabía que ella sabía que yo lo sabía. El olor era cada vez más fuerte y nausebundo. Se colaba por mis fosas nasales y transmitía falsos recuerdos de fosas comunes, animales en descomposición y desechos químicos en mal estado a mi maltrecho cerebro. Empezaron a picarme los ojos y un par de palomas y un albatros murieron al sobrevolar el mostrador.

Pero no mostré ni una emoción. Mi rostro se convirtió en esa máscara de estolidez aprendida en tantos spaguettis-westerns y en la figura de Robert Mitchum con un cigarrillo atravesado y agarrando una pistola. Creí intuir una mirada en ella que decía algo como, no digas nada, por favor. Acabamos la transacción comercial y ella salió con gran dignidad de la tienda y yo me quedé con su recuerdo.

¿Por qué pasó esto? ¿Acaso se repetía aquella historia del tipo que se tiró un pedo en mi cara y se rió? No lo creo. Creo que en este caso se debió más a la relajación del esfinter. A un momento de armonía entre el cuerpo y el entorno donde el primero se relaja y pasa lo que pasa. Algo natural, lo sé, pero que por un momento conectó a dos desconocidos en un silencio incómodo. Y en una sociedad cada vez más materialista, pasiva e inhumana, estos pequeños momentos de conexión se deben valorar.