miércoles, 27 de enero de 2010

Lo que pasó en Manila. Parte I

Creo que ya va siendo hora que explique qué pasó en Manila. Éste ha sido siempre el mayor de mis secretos. Ni siquiera A. sabe qué me ocurrió allí y qué es lo que me afectó tanto como para despertarme por las noches chillando como un caballo recién capado sin anestesia. Pero hay cosas que son difíciles de explicar. El motivo de que decida romper de una vez por todas mis silencios y explicar las cosas horribles que viví en aquella por siempre maldita ciudad es una conversación que mantuve una noche con mi buen amigo Jordi. Hablabamos como es habitual en nosotros de filosofía etrusca postestructuralista cuando, tras un jocoso comentario a propósito de Heidegger, Jordi dijo:

- Sí - dijo Jordi -. Tan indescifrable como lo que te pasó en Manila.
El silencio se posó entre nosotros cual mariposa con las alas llenas de melaza.
- Manila... - dije.
- Mira, gilipollas, o explicas de una puta vez lo que te pasó en Manil o cierras la jodida boca. Que me tienes hasta los huevos con la mierda de Manila.

Tras el oportuno comentario de Jordi, y después de meditarlo mucho, decido romper mi silencio y explicar qué pasó en Manila. No culparé a nadie si después de leer toda la historia decide no volver a dirigirme la palabra.

Aun hay demasiada sangre en mis manos.

Ocurrió hace cinco años, antes de entrar a trabajar en la librería. En aquellos tiempos sufrí una fuerte crisis existencial aderezada con un desengaño amoroso. Casi todas las buenas historias empizan con una mujer. Y las malas, como ésta, también. Digamos que el amor no hace una buena combinación con la cría de camellos y al final de lo nuestro sólo quedó cuatro cartas mal escritas, muchos reproches y tres crías de camellos sin nombre y sin hogar.

Tras dejar mi trabajo de entonces en el Teatre de l'Aurora de Igualada y encontrar una buena familia vegetariana que cuidara de los tres camellos (a los que su nueva familia llamó Coraza, Petunia y Palmerín), hice una maleta, cargué un par de libros y me lancé al camino. Necesitaba salir de Igualada y de tantos recuerdos. Recorrer el mundo. Y conseguir que el mundo se olvidará de mí.

Adiós, muchachos. Estaréis mejor sin mí.

Andé y andé. Caminé y caminé hasta que mis pies sangrantes me dijeron que parara. Mis pulmones me estallaban y necesitaba un descanso urgente. Así que me detuve. Dejé la maleta apoyada en la pared, me senté en el suelo y contemplé a unos quince metros la fachada de casa de mis padres, de donde acababa de salir.

Mi padre salió a la calle llevando en su mano la bolsa de basura.

- ¿Qué haces aquí sentado?
- Me voy, padre. Deme su bendición para irme a recorrer los caminos de la vida.
- Anda, no digas tontería y sube y recoje tu cuarto que lo tienes echo un asco con tanto papeles y tantos libros.
- Palabras, palabras, palabras.
- Que sí. ¿Vas a subir?
- No, padre. Me voy.
- Haz lo que quieras. Llama de vez en cuando y toma veinte euros. Pilla un autobús porque andando no llegarás a ninguna parte.
- Gracias.
- Que vaya bien.

Me levanté del suelo e hice caso a mi padre. Fui a la parada del autobús.


- Un billete a ninguna parte.
- Pues ya te puedes bajar porque yo conduzco siempre a algún sitio.
- ¿Cuál es la última parada del autobús?
- Ninguna, porque éste va dando vueltas.
- Pues a la estación de ferrocarriles.
- Pues anda, sube.
- Tenga.
- No tengo cambio de veinte.
- Pues no llevo nada más pequeño.
- Pues entonces adiós.
- ¿Se espera un momento y voy a buscar cambio al bar?
- Que sea rapidito.
- Tanto como la primera vez de un virgen.
- Será gilipollas...

Fui al bar. Un ambiente rancio a cerveza, sudor y cigarrillos me golpeó en la cara.
- ¿Me da cambio?
- No.
- Hombre.
- Ni hombre ni hostias. No damos cambio. Consume.
- Pero es que el autobús...
- Me la pela.
- Pues, no sé, pongame un café.
- Marchando.
- Tenga.
- ¿Me pagas un café con un billete de veinte?
- Es que no tengo suelto.
- Me dejas sin cambio.
- Pues deme un donut también.
Pitido del autobús.
- Que se me va.
- Voy, voy. Ten, chaval.
El café de un trago. El donut me lo guardaría para después. Quien sabe cuando volvería a comer.

Volví al autobús.
- Venga, chaval, joder, venga que los abuelos se me ponen nerviosos. Que sólo van con dos horas de antelación a la hora del médico.
- Aquí tiene el euro.
- ¿Qué llevas ahí?
- Un donut.
- En el autobús no se come.
- Es para luego.
- Que no entra comida en el autobús.
- Joder... ¿Y qué? ¿Me lo como ahora? Es que no me apetece.
- Pues con el donut no entras...
- No es un donut, es una berlina - dijo una señora -. Donut es la marca, berlina es el producto.
- ¿Una berlina no es un coche? - dijo un abuelo.
- También.
- Bueno, ¿qué? ¿Subes o no subes?. ¿Te lo comes o no te lo comes?
- Sí, chaval, decídete. Que queremos ir al médico.
- Al médico, al médico.
- Medicinas, sitron, diagnósticos previsibles, placebos...
- Al médico, al médico, al médico.

¿Qué podía hacer? ¿Comerme a toda prisa un donut...
- ¡Berlina!
... y subir a un autobús repleto de ancianos adictos a las palabras médicas o volver a casa de mis padres y ordenar la habitación? ¿El misterio de lo por venir o el misterio de lo prevenido?

- ¿Qué decides? - me preguntó el autobusero.

Respiré hondo y con dos bocados me comí el don... la berlina. Y subí los peldaños y entré en el autobús con la boca manchada de azucar y chocolate, pero dueño de mi futuro.

Y aquí empieza la historia.

Mi destino, aunque entonces lo desconociera.
La ciudad que destruyó quien era y construyó al que soy ahora.

martes, 26 de enero de 2010

Lo que pasó en Manila. Índice general

Índice de mis desventuras en Manila
Para comodidad del usuario

Parte I - De cómo dejé mi hogar y me comí un donut sin ganas.

Parte II - De cómo subí a un tren y conocí a Claudia.

Parte III - De cómo cené con Claudia y pasó algo.

sábado, 23 de enero de 2010

Declaración cinéfila

La conversación que vais a leer nunca tuvo lugar. Es un refrito de varias conversaciones. O sea, como se dicen tanto en el cine

Basado en hechos reales.

- ¿Has ido ya a ver la última película de Michael Haneke?
- No.
- ¿Y eso?
- Pues paso.
- Pues es una gran película. Muy dura. Pesimista. Desesperanzadora. Como La pianista. ¿La viste?
- Nop.
- ¿Por qué? Es genial.
- No quiero pasarlo mal. Además, a mí Haneke siempre me ha sonado un poco a estafa. Funny games estaba bien, pero el resto...
- ¡Es uno de los mejores directores actuales!
- Seguramente, pero siempre me ha dado la impresión de ser un poco... no sé... falso. Nadie puede ir por la vida tan en serio, tan... tan... profundo. Me suena a pose pseudointelectual.
- ¿Y Anticristo?
- ¿La del Lars von Trier?
- Sí.
- Menos.
- ¿Por qué?
- Paso de tragarme dos horas y pico de violencia física y verbal, salvajismo, mensajes apocalípticos sobre la raza humana, torturas y una ablación de nada. Paso, paso.
- Pues son grandes películas.
- Me imagino que sí. Pero no las veré.
- ¿Y El caballo de las dos piernas?
- No.
- Es preciosa. Muy dura. Va sobre un niño mutilado que contrata a otro niño disminuido mental para que lo lleve de un lado a otro como si fuera un caballo y le coloca herraduras y...
- ¿Qué?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Va sobre la crueldad infantil y la desesperación. Es una película iraní.
- Ahora lo entiendo todo.
- ¿Y Greenaway?
- Nunca. Desde El cocinero, su mujer y la puta madre que lo parió que nada. Eso sí que es nada disfrazada de intelectualidad.
- ¿Qué no decías que te gusta el cine?
- Sí, pero no veo esas películas.
- ¿Por qué?
- Es un motivo tan ridículo como cualquier otro, pero no veo películas que sé que me harán pasar un mal rato.
- Pero es que son retratos muy fuertes de lo peor del ser humano...
- Sí, lo sé. Y estoy de acuerdo con que el mundo es una porquería, que el ser humano es odioso, que la masa da miedo, que somos monstruos y todo eso. Ya lo sé. Convivo con esa creencia todo el día. Por eso, porque sé que el mundo es una mierda que cuando voy al cine quiero pasarlo bien, divertirme, que me den risas y esperanza. Pasar miedo, emoción, suspense, grandeza, villanos, mujeres fatales. Y, sobre todo, quiero que el cine me de algo que la vida no me puede garantizar: un final feliz. O, en su defecto, un buen final.
- Pues te estás perdiendo muchas cosas.
- O ganando otras, según se mire.

Después de esto quiero estar bien. No sentirme miserable por haber nacido.

jueves, 21 de enero de 2010

Sobre devoluciones y regalos atrasados

A la librería llegó el tiempo de las devoluciones. ¿Qué significa eso? Pues que ha llegado esa época del año en que se empiezan a devolver libros a las editoriales, los libros que no se han vendido, los que hace tiempo que no se venden y, a veces, lo que sencillamente te caen mal.

El acto de las devoluciones es algo que suele sorprender a la gente.

- ¿Pero devolvéis los libros?

Claro. No existe librería en el mundo que sea capaz de acumular toda la producción literaria de este santo país.

(Perdonad la interrupción, pero es que sonaba el teléfono. Me he puesto y una voz femenina bien modulada me ha preguntado por "la señora de la casa". A. se está echando una siesta así que pregunto el motivo de la llamada para no tener que despertarla en vano. La voz femenina bien modulada me dice que se trata de algo que será del seguro interés de "la señora de la casa". Pienso en algunos de los temas que le interesa a A. ¿Algo de ilustración?, ¿cuentos infantiles? ¿dragones? Vuelvo a preguntar el motivo de la llamada. La voz femenina bien modulada se muestra reticente, pero acaba diciéndome que es una llamada sobre productos de limpieza del hogar. ¿Informativo? ¿O se trata de un intento de venta? De venta, naturalmente. Digo que no nos interesa y que en verdad quien se encarga del tema de la limpieza del hogar soy yo - lo que no es cierto porque es una tarea compartida - y que me parece una forma muy sexista de vender. Me dice que si en serio no me interesa lo que me tiene que decir. Le digo que no. ¿Y cuando puedo encontrar a la señora de casa? No nos interesa la oferta. Ustedes se lo pierden. Viviremos con ello. Fin de la llamada).

A lo que íbamos. Devoluciones. Sí, los libros se compran y se devuelven. Es ley de supervivencia. Pensad que de algunos distribuidores podemos llegar a recibir 200 novedades cada mes. Suma unos cuarenta proveedores más o menos fijos y que cada uno saque unas veinte novedades a la semana. Haced cálculos. Ahora calculad el espacio de una librería media que no devolviera nada. Imposible. Y de esas novedades solemos escoger. No nos llega todo porque no podemos asumirlo todo.

Hacer devoluciones es una tarea aburrida e ingrata. Es duro devolver los ejemplares de novelas que no han encontrado ni un solo lector. Pilas de libros que nadie a mirado ni ojeado. Novedades que en dos años se encontrarán descatalogadas. Pero hay que hacer espacio para las novedades, para la nueva producción porque la máquina no para. Sé que lo que ahora soltaré es un tópico, pero se publica demasiado. El mercado está saturado, los libros no tienen espacio para respirar y cobrar vida. Los lectores se concentran en unos títulos concretos obviando todos los demás. Los libreros no podemos estar al día de toda la producción, de todo lo que se publica y cada vez más a la pregunta sobre un libro tenemos que contestar que ni idea, que no hemos tenido tiempo ni para hojearlo porque hay quince más que tenemos que ojear. Ya no hablemos de leer... nunca se puede leer todo, pero con la cantidad de libros que entran y salen ese tiempo se ha reducido mucho.

Y eso he estado haciendo estos últimos días. Separando libros, empaquetando y haciendo devoluciones. Coje pila de libros, pasa por la máquina, empaqueta y mueve cajas (que uno empieza cogiendo las cajas de forma correcta, pero al cabo de seis horas como que uno se olvida de si hay que flexionar las rodillas y cosas de esas). Mira los libros que se van, los que ni siquiera sabías que estaban en la librería, los que te habría gustado leer, los que no sabrás nunca cómo llegaron a publicarse (bueno, sí, un sobrino de editor digamos que tiene más posibilidades...), los que en el último momento se salva de la quema porque uno tiene su corazoncito y hay títulos que no puedes devolver...

En unos días acabaremos las devoluciones hasta marzo, justo a tiempo para empezar la vorágine y locura de Sant Jordi. Hasta entonces a recibir novedades y luchar por el espacio.


Y cambio de tema radical. Dejo una foto con los regalos de cumpleaños atrasados que recién recibí esta semana. La pipa y el tabaco son gentileza del inefable y nunca suficientemente bien admirado Capitán Chistorra, el único superhéroe que conozco en persona y al que admiro tanto... buff... tanto... Y los clicks son de A. que también correspondió a Chistorra con un par de ellos. Chistorra y yo empezamos a hacer planes para una quedada y jugar... o saltarnos la partida de rol que estábamos a punto de empezar y ponernos a jugar.

A los dos, gracias. Como véis ya presumo de regalos.

martes, 19 de enero de 2010

Escenas de matrimonio chejovianas

El viernes fui al teatro. Si hasta el día de hoy no he dicho nada es porque no he podido. Hace apenas un par de horas me han dado el alta en la clínica de control de la ira donde he estado haciendo reposo. Ya puedo hablar de ello con calma y sin arrancarle las cejas a mordiscos a ningún celador, ni grapar la frente a la lengua de mi compañero de habitación, un simpático canibal al que tenían en tratamiendo por robo incontrolado de letras "d".

¿Y por qué una visita al teatro me ha convertido en una versión de La Masa pseudointelectual? Muy sencillo. Fui a ver una obra de Chejov.

Yo al salir del teatro después de ver una obra de Chejov.

- ¿Y no te gusta Chejov?

Al contrario, adoro a Chejov. Considero que es el cuentista más importante de la historia y que junto con Sófocles, Shakespeare, Moliere y Lope de Vega, el más importante dramaturgo. He leído todas sus obras de teatro y he imaginado un montón de veces montando La gaviota. Incluso llegué a plantearme interpretar una vez a Treplev. No es por nada que tenga en contra de Chejov. Es porque... bueno... era un montaje de dos pieza breves del autor ruso, El oso y La pedida de mano. Dos obras deliciosas y maravillosas de un humor fino, elegante, sutil. Dos breves piezas cómicas que diseccionan el alma humana, las relaciones hombre/mujer, el estamento matrimonial, las relaciones familiares, etc. Vamos, dos piezas tan maravillosas como cualquiera de los Entremeses de Cervantes.

- ¿Entonces? ¿Qué pasó?

¿Qué paso? Que un tipo que se hace llamar director de teatro profesional toma entre sus manos dos piezas de Chejov y las transforma en esto:



Al acabar la obra, salí del teatro intentando controlar la furia y hacer como hago siempre, fingir que no había pasado nada y escribir una crítica demoledora para el New Yorker. Pero recordé que no colaboraba con la revista y mi ira se desató. Grité a los cielos y empecé a romper cosas convirtiéndome en un monstruo que ansiaba destrucción. La ciudad de Igualada se paralizó.

Resultado de mi furia: dos intentos de abollar un contenedor, el programa del teatro medio roto y la dislocación de un hombro, el mío.

Al final consiguieron reducirme dos niños escoltas con sus silbatos y me internaron en una clínica hasta el día de hoy, donde descanso más calmado y donde el recuerdo de aquel montaje teatral se va diluyendo entre las películas de destape de los setenta, la serie Z de monstruos acuáticos y las lecturas de autopsias escandinavas que almaceno en mi cabeza. La gruta de donde salen mis peores pesadillas.

sábado, 16 de enero de 2010

viernes, 15 de enero de 2010

Sobre incomunicación y hermanos gemelos malvados

Estos dos últimos días hemos tenido problemas en la línea telefónica (¡oh, sorpresa!). Parece que estemos gafados. Le pregunté a A. si en algún momento de su vida había insultado u ofendido a un operador de telefónica gitano, gallego, practicante de vudú o con muestras de experto conocedor de artes mágicas y en contacto con otros planos de la realidad, pero me dijo que no. Por mi parte no recuerdo nada raro a parte de aquel pequeño incidente en Manila... pero no creo que tenga nada que ver.

Total que llamé y a los dos días ya lo teníamos resuelto. Reconozco la simpatía de las dos operadoras con las que hablé y... lo otro del operador que soluciono la avería, perdón, perdón, la incidencia (remarcan mucho esta palabra). Cuando hay una av... incidencia con telefónica y ésta se resuelve satisfactoriamente te llama por teléfono una máquina a la que llamaremos HAL 35 que te hace la pregunta de si todo está resuelto satisfactoriamente y que pulses 1 o 0 según tu grado de satisfacción. Y llamaron, pero yo estaba en el trabajo haciéndome una devolución de 22 cajas para Cesma (nos van a odiar) y saltó el contestador, al que llamaremos Robby. Al salir del trabajo a las nueve me encuentro con un mensaje de texto con el resultado de la conversación que mantuvieron las dos máquinas (por cierto, ¿por qué es servicio de mensajes de texto con el contestador? No es útil. ¿No se dan cuenta que o vocalizas como un profesor de dicción o el texto se convierte en algo tan críptico como la piedra Rosetta? Un grupo amigo de descodificadores del MI6 llevan trabajando en uno que me mandó mi hermana este verano y, de momento, sólo hemos podido descodificar tres palabras: ayuda, mina, hombres-rata).

Reproduzco la conversación de las máquinas, bueno, más bien monólogo de HAL 35 porque Robby, como dios, se mantuvo en silencio ante sus ruegos e imprecaciones.

"resulta correctamente, le rogamos pulse 1. Si cree que la indicencia persiste le rogamos que pulse 0. No le he entendido y crei que la incidencia ha sido resulta correctamente le rogamos que pulse 1. Si cree que la incidencia persiste le rogamos que pulse 0. No le he entendido y creí que la indicencia ha sido resuelta correctamente le rogamos que pulse 1. Si cree que la indicencia persiste le rogamos que pulse 0. No le he entendido y creí que la incidencia ha sido resuelta correctamente le rogamos que pulse 1. Si cree que la incidencia periste le rogamos que pulse 0. No le he entendido y creí..."

ad nauseam o hasta la capacidad del contestador.

Al primer momento de leerlo me hizo gracia, pero al repasar el mensaje no deja de conmoverme. Sobre todo ese momento en que HAL 35 dice lo de "No le he entendido y creí...". Creí... es personal. Es algo personal. Se ha implicado directamente en este caso y sólo recibe silencio y ausencia. No es justo para HAL 35 el silencio de Robby. ¿Se conocían de antes? ¿Hay algún tema pendiente entre ellos? He intentado hablar con Robby, pero no dice nada. Me aparece la voz de su secretaria diciendo que deje un mensaje. Robby permanece en silencio ante cualquier pregunta. ¿Qué ha pasado?

¿Y cómo puedo ponerme en contacto con HAL 35 para decirle que todo está bien, que no se preocupe, que sus palabras fueron escuchadas por algo más que el silencio y el desprecio?

¿Por qué no podéis ser amigos?

Por cierto, el miércoles me dieron los resultados del TAC y todo está bien. El doctor me dijo que tengo un cerebro sano...

- Ja.

... y normal...

- Ja ja.

... así que nada de preocuparse. Lo de la narcolepsia es lo que hay y tendré que vivir con ello. Pues nada a vivir con el hecho de que de vez... ¿por qué coño te has reído cuando he dicho lo de cerebro sano?

- Vamos, todos sabemos que lo tienes lleno de mierda.
- Eso lo sé yo y un par de personas más, pero no tenía porque enterarse todo el mundo.
- Vale, perdona.
- No pasa nada.
- Entonces... nuestra teoría...
- Pues eso, un bonito sueño.
- ¿No lo encontraron, entonces?
- No.
- Vaya... eso nos hace menos interesantes, ¿no?
- Parece.
- Vaya rollo. Ya.

¿Es que sabéis que pasa? Pues que siempre había tenido la esperanza que el vientre materno tenía conmigo un hermano gemelo malvado que traería la destrucción y el mal rollo al mundo y como que yo ya era tan listo antes de nacer establecimos una lucha de poder y acabé fagotizándolo, pero él no desapareció del todo y se instaló en mi cerebro y es el que me dicta los planes de dominación del mundo y todo eso.

No sé, pensé que era una buena historia y que me podía hacer bastante interesante... pero bueno... no ha sido así. Tengo un cerebro normal.

- Ja.

¡Basta ya, no!

martes, 12 de enero de 2010

Se fue Rohmer, 1920-2010

Esta mañana he salido como de costumbre a las doce de la librería para irme a tomar un cortado de urgencia ya que es la hora crítica en que empiezo a marearme, me entra un ataque de sueño y la única forma de evitarlo es el aire en la cara y una dosis de cafeína. Por casualidad he ojeado el periódico y me he encontrado con la noticia de la muerte de Eric Rohmer, director de cine.


No puedo decir que haya sido una sorpresa porque conocía su muy avanzada edad, pero me he sentido un poco triste por lo que supuso su cine en mi educación cinéfila ya que fue el primer acercamiento que tuve al cine francés.

(-Mentiroso.
- ¿Qué quieres decir?
- Que mientes para dártelas de interesante.
- No es mentira.
- Tu primer acercamiento al cine frances no fue Eirc Rohmer ni ninguno de la Nouvelle Vague. Ya sabemos todos quién fue el primer actor francés que te conquistó.
-¿Jean Marais?
- Por favor... Confiésalo.
- Ok. Louis de Funes. ¿Y qué pasa?
- Nada, era divertido.
- Muy divertido.
- Pero fue el que te descubrió que en Francia también hacían cine.
- Es verdad.
- Eso es lo que quería oir. Sigue tu historia.
- Con tu permiso.)

Fue una noche de mis postadolescencia en que me quedé hasta muy tarde viendo la tela y en La2 empezó una película llamada Cuento de primavera en la que aparecían hermosas muchachas (algo que después descubrí que siempre estaba en el cine de Rohmer) y muchas, muchas, muchas palabras. En noches sucesivas hicieron dos estaciones más, El rayo verde, La coleccionista y Pauline en la playa. Fui al cine a ver Cuento de verano y Les Rendez-vous de Paris. Lei sobre Rohmer y repetí el visionado de alguna de sus películas. Luego, le perdí la pista. Empecé con los juegos de Jacques Rivette y la socarronería de Chabrol.

No sé por qué no seguí con el cine de Rohmer. Me gustaba. No, me gusta. Me gusta la desorientación de sus personajes, el erotismo, sus saludables cuentos morales, su respto al personaje, las playas, la naturalidad de los gestos y la mirada, la falsa apariencia de espontaneidad de la cámara, tantas palabras a las que cuesta seguir el ritmo. Y Amanda Langlet, claro; una de esas muchachas que deseas tener como amiga que se acaba conviertiendo en algo más.


Así que otro director de cine nos ha dejado. Como siempre nos quedan sus películas, los ensayos, las entrevistas y las entradas superficiales que se pueden encontrar en los blogs (sirva éste de ejemplo). Os dejo con una escena de Cuento de verano. No es de sus mejores películas, no es una escena especialmente resaltable, pero tiene un binomio al que no me puedo resistir: chica guapa + canción marinera.


lunes, 11 de enero de 2010

A falta de uno...

Hace nada, unos momentos de nada, he abierto otro blog. Sí, como voy tan bien de tiempo y no hago nada en todo el santo día, pues no se me ocurre nada mejor que liarme con otro blog al que cuidar, mimar e ir actualizando. Abrir un blog nuevo es algo he meditado mucho (como unos cinco minutos de intensa reflexión en el lavabo) y es una aventura que empiezo con ganas y energía. Veremos qué pasa y qué depara el futuro.

El nombre del blog es el siguiente:


siendo su dirección correspondiente


y será un blog dedicado única y exclusivamente al mundo de la literatura, entendida ésta en su sentido más amplio de la palabra.

Esto no quiere decir que este vuestr humilde blog se vaya a cerrar o no vuelva a hablar de libros o de la librería. De todo eso seguirá habiendo por aquí, pero en el nuevo blog podré concentrar todas las ideas, opiniones, teorías y tontás sobre el mundo libro. A veces la variedad de temas que afortunadamente tiene Mil matices de gris ha hecho que sacrificara muchas interesantes reflexiones.

- Já. Interesantes reflexiones dice...
- ¿Tienes algo que decir?
- ¿Yo? No.
- Pues eso.

Espero que os paséis de visita por allí de vez en cuando. Será interesante compartir esta nueva aventura.

domingo, 10 de enero de 2010

Dicen que no se puede saber de todo...

... y lamentablemente quien lo dijo tiene razón.

Pero hay dos temas de los que me encataría saber, aunque sea un poco, y conocer a alguien que me enseñara a ver.


Una fascinación por la coreografía, la fuerza física y la belleza estética.

viernes, 8 de enero de 2010

jueves, 7 de enero de 2010

El mundo desde otra óptica

Como ya dije hace un par de entradas, he tenido que comprarme gafas nuevas porque las que me han acompañado durante estos últimos años han sucumbido al paso del tiempo y un buen día decidieron emprender el camino del que ninguna gafa regresa.

- ¿La basura?

No. El olvido en la mesa del comedor de los padres. Estoy seguro que dentro de unos años aparecerán en un cajón y la voz de mi madre emergerá a mis espaldas diciendo que las guardaba por si algún día las necesitaba.

Así que ahora voy con gafas nuevas y estoy de un guapo... Son de montura fina, de color azul oscuro y me sientan de maravilla aunque mi hermana pequeña me diga que no me quedan bien. Bueno, no pasa nada. A mí no me gusta el lápiz de labios que utiliza, así que estamos en paz. Sólo hay un problema... y es que tengo que acostumbrarme a los nuevos cristales y a la nueva visión que tengo del mundo. Al haberme aumentado la miopía y nacerme una... una... bueno... lo de no ver de cerca, pues que estos primeros pasos que doy por el mundo se han convertido en una odisea de proporciones... muy grandes.

- ¡Madre de Dios! ¿Qué ha pasado con tu lenguaje? ¿O es que has perdido tu libro de sinónimos?

Me explico. Resulta que con las gafas nuevas el mundo me aparece más nítido, no controlo las distancias entre el bordillo y la carretera y el mundo se me presenta como inclinado. Mis pasos se hacen vacilantes y no tengo un total control de mi cuerpo. Me siento desproporcionado y no calculo bien las distancias. Hay momento en que tengo la sensación de que algo ha entrado en mi cuerpo y lucha para dominarme o que he vuelto a mi adolescencia. Siento mi cuerpo enorme y que no soy yo quien lo controla. Es como si... no sé...

- La vaina.
- ¿El qué?
- La vaina que encontraste debajo de la cama y que pensaste que era un extraño regalo de reyes.
- ¿Quieres decir qué?
- Sí...
- Joder... ¿por qué?
- Esta claro, ¿no?
- Entonces... ¿por qué no me siento diferente? Solo desconcertado.
- Porque suplantan personalidad.
- Claro... y como yo no tengo personalidad.
- El parásito se suicidará de desesperación al ver qué tiene que suplantar y toda la mierda que tiene en el cerebro.
- Claro...
- Si es que ver tanto cine español de destape al final ha sido una suerte.
- Pero me sigo encontrando algo desorientado.
- En una semana se te pasa.
- Gracias.
- De nada.
- ¿Y tú quién eres?
- Ya lo descubrirás.
- Vale.

Algo parecido a esto debajo de mi cama.
A veces los reyes tienen un extraño sentido del humor.


Bueno, me tranquiliza sabe que en una semana el mundo volverá a tener sus dimensiones normales. Es complicado andar pensando que el suelo está más lejos de lo que en realidad está. Suspiro de alivio.

Y bueno, los reyes llegaron y se fueron dejándome un vale para una película, una cosa que sirve para enfriar vinos y una envidia malsana por los clicks de playmovil que le regalaron a una personita que no soy yo.

No son estos los del regalo. Ya me gustaría tener legiones de ellos.

Los quiero para mí. Los quiero. Quiero estos muñecos para llamar a mis amigos e invitarlos a una merienda de pan con nocilla y colacao y luego pasarnos horas jugando a batallas hasta que sus respectivas parejas los vengan a buscar y A. me diga que toca recoger porque hay que cenar e irse temprano a dormir que mañana hay que ir al trabajo.

¿Por qué no nos pueden regalar juguetes a los atractivos treintañeros? Ayer mientras estaba en casa de una tía celebrando la comida de reyes, miraba a los adultos sentados alrededor de la mesa todos correctitos ellos hablando de cosas importantes y sesudas, y miraba un suelo lleno con cinco niños abriendo paquetes, jugando, compitiendo, peleando, montando, imaginando, contentos, felices e ilusionados. ¿Por qué ellos sí y nosotros no? ¿Qué privilegios tuvieron que yo no puedo gozar ya? ¿Por qué dejamos de jugar? Y cuando hablo de jugar me refiero a esto, a sentarse en el suelo con unos muñecos y organizar fantásticas batallas.

Algunas voces dicen que nunca dejamos de jugar, solo que cambiamos la óptica de los juegos. Otros que es lo que se llama madurar. Otros dicen que el autobús pasa cada media hora. Estos últimos son ese tipo de persona que nunca escucha. Pues yo, por mi parte me niego a madurar y dejar de jugar. Nop. No pensarlo. No sólo el amor es una forma de desmadurar, también tendría que serlo nuestra vida. No podemos permitirnos el lujo de dejar de contemplar la vida desde un punto lúdico-festivo con un punto justo de inocencia, de sorpresa y de magia. La madurez es una trampa. Y por poco que pueda no pienso caer en ella.

Así que para los próximos reyes quiero cliks de playmovil. No para coleccionar, sino para jugar.

Y punto pelota.

martes, 5 de enero de 2010

Carta a sus majestades los reyes

Existe una especie de tradición no escrita en el mundo blog que consiste en escribir una carta a los reyes magos con los deseos/peticiones/exigencias/premios por haber sido tan majos y tan buenos niños este pasado año. Como no quiero ser menos, también lo haré yo. Así que aquí va mi carta.

"Queridos Reyes Magos de Oriente y otras tierras de por allí lejos,

voy a ser sincero con ustedes. No me gustan. Lo siento. Me considero y me siento profundamente repúblicano y cualquier cosa que me atufe monarquía, realeza y cosas de ésas provoca tales espasmos en mi estómago que acabo pareciéndo un aspersor de tropezones y líquido. Espero que no me lo tomen en cuenta y si lo hacen pues muy mal por parte de ustedes, porque siempre han dicho que los niños tienen que ser sinceros, no decir mentiras e ir siempre con la verdad por delante.

Pero voy a lo que voy que es lo que pido que me traigan como regalos. No será una lista muy extensa. Empiezo.

Para el día de hoy quiero como regalos:

1. Un vale para ir a buscar una película.
2. Un contrato seguro y válido que me certifique que en el próximo año no habrá ninguna invasión
a) Zombie.
b) Extraterreste.
c) Mormona.
d) Tostadoras mutantes lanzadoras de pizzas.
e) Monstruos antidiluvianos.
f) Cristianos.
g) etc.
3. Un tio en América muy enfermo que me deje toda su inmensa e inmoral fortuna.
4. Un apartamento en La Habana.
5. Una villa en la Toscana.
6. Un sencillo arsenal de armas termonucleares, pero no contaminantes para cuando me lance a la conquista del planeta tierra y otros planetas que me pillen cerca.
7. Una nota de prensa de la SGAE pediendo perdón por, entre otras cosas, inflirtarse en bodas, peluquerías, autobuses y lugares públicos exigiendo más dinero, más dinero, más dinero.
8. Conocer a más y más gente por estos mundos y hacer más y más amigos o conocidos.
9. Libros, libros, libros y libros. Y si pueden ser un par que me trasporten a mis primeros años lectores, mejor.
10. Una película inédita de John Ford.
11. Una novela inédita de Jane Austen.
12. Una partitura inédita de Beethoven.
13. Iba a pedir El libro del juicio final de Connie Willis, pero me he enterado que a finales de enero sale en edición bolsillo y puedo esperar.
14. Tiempo para verme completa la serie de los Monty Phyton.



15. La segunda temporada de Arrested Development.
16. Conservar mi trabajo.
17. Convertirme poco a poco en un buen entendedor de literatura infantil y juvenil.
18. Conseguir de una vez que mi superejercito de hombres radiactivos dejen de jugar en el espejo a hacer carantoñas y a ver quien tiene los músculos más grandes.
19. Y otras mucha cosas que iré añadiendo conforme vayan pasando los días.

Y ya está. Espero que me lo traigan todo, que no vuelva a ver calcetines, que se porten bien conmigo para que yo me porte bien con ustedes.

Sin nada más que añadir, hasta pronto. Póngame a los pies de sus señoras esposas y les dejo un vídeo de japoneses haciéndose daño. Que como no los conocemos, es gracioso. Que ya sabemos que desde lo de Herodes, les encanta el humor físico."


lunes, 4 de enero de 2010

Una única tradición navideña

Dicen los entendidos en estas cosas que la navidad y las fechas que la rodean es época de tradiciones, de rituales que se repiten un año y otro. El tió atiborrándose de mandarinas para luego darle con un palo, las cenas familiares, los regalos, llevar la carta a los pajes, la cabalgata, las compras de última hora, las campanadas, los "feliz año" y "buenas fiestas" soltados sin ton ni son a las más variopintas criaturas de la calle (incluidas aquellas a las que se ignora/odia/desprecia el resto del año), etc.

Como animal social que me dicen que soy (desde la Grécia clásica que oigo el sonsonete éste) también me veo arrastrado en esta vorágine de tradiciones y tópicos. Las cenas/comidas familiares son inevitables y desde la irrupción de mi sobrino son más divertidas. Las colas de última hora me las ahorro como comprador, pero las sufro como vendedor. Llevar la carta a los Reyes ya se hizo con ese pesar tan mío de dejar a un lado mi radicalismo republicano. El ritual del fin de año para una parte del mundo porque para otra parte (judios, musulmanes, budistas, jedis, maradonianos, etc.) se celebra en otra fecha. Las felicitaciones por la calle... aunque evito siempre deser "feliz navidad" porque me resulta algo hipócrita celebrar el aniversario de un señor que no creo ni siquiera que haya nacido y en el que no creo en absoluto.

Pero sí que hay una tradición navideña en la que participo entusiasmado y en primera línea de fuego. Y, aviso, no es nada original ni diferente ni vanguardista ni underground. Así que olvidad la idea de verme en representaciones de porno belenes vivientes, villancicos dodecafónicos y cosas de esas. Me refiero a uno de los grandes tópicos de las navidades.


Sí, es éste. Tragarme cada año ¡Qué bello es vivir! (It's a wonderful life, Frank Capra, 1946). Y lo hago con un gusto... Pongo la película en el DVD, me siento en el sofá, empiezan los créditos, las primeras imágenes del pueblo nevado, las oraciones por el pobre George Baile y empiezo a llorar. Porque habré podido ver esta películas unas doce o trece veces, pero el resultado siempre es el mismo y en las mismas escenas. Llorar con elegancia y mesura. En serio... aunque mi buen amigo Jordi me defina viendo la película como, y cito casi textualmente, "un gimoteante amasijo de carne tembloroso y lleno de mocos que se balancea dando patéticos alaridos", conservo una inusitada elegancia. Como en todo lo que hago, coño.

No lo puedo evitar. Y no lo quiero evitar. Sé que se le pueden achacar mil y una cosas a esta película (su ñoñería, su convervadurismo, su sensiblería), pero por mi parte es una de las películas más importantes en mi corta, pero meteórica vida. Pensemos que la dirige Frank Capra que junto con Howard Hawks y Gregory LaCava es uno de los inventores de eso que se llama comedia moderna. Que sale James Steward. Que la lista de secundarios es maravilla y todos y cada uno con su peso; Thomas Mitchell, Ward Bond, Gloria Grahamme, Lionel Barrymore, etc. Por ese idealista mensaje de unión, ayuda y fraternidad. Porque cree en los milagros. Porque sale un ángel genial. Y porque aparece radiente de belleza Donna Reed, una de esas actrices que descubrí de muy jovencito y que decidí que formarían parte de mi familia.


Cada vez que la veo la disfruto. Supongo que es la magia de un gran guión y de una idea que a todos nos ha pasado alguna vez por la cabeza, ¿cómo sería el mundo si no hubíeramos nacido? A veces pienso en esta cuestión y veo este posible mundo sin mí.


Y nadie puede decirme que no pueda ser una posibilidad.

Además, este año ha sido maravilloso compartir los lloros con A. Si es que pocas cosas hay mejores en la vida que llorar con una película. Aunque el resultado de eso sean los ojos rojos y un impresionante dolor de cabeza.

Os dejo la escena final de ¡Qué bello es vivir! y me despido. Voy a descansar un rato. Ser la pieza fundamental del planeta que impide una posible invasión es agotador.


viernes, 1 de enero de 2010

Año nuevo, blog semi nuevo

La vida es cambio. Ya lo dijo el griego ése que no se lavaba en los ríos. Y como hay que cambiar, pues cambio el blog. Cambio el formato (no sé lo que durará) y cambios muy sustanciales en la barra lateral. ¿Los adivináis? Tiendo al minimalismo de lo menos es menos. Ya me diréis qué os parece. O no.

Y bueno, primer día del año tranquilo. Una celebración donde me comí doce patatas fritas, donde cenamos panceta con salchichas y huevos fritos pa mojar pan que rico que rico. Donde oímos salsa y salsa y algo de rumba, bailamos, reímos y nos dormimos. Un fin de año normal y tranquilo, vamos. Y hoy, pues nada... he hecho una cosa que nunca antes había hecho.

Ir a llevar la carta a los reyes.

No para mí. Para los nenes. Aunque eso sí, he aprovechado para poner en la carta un par de libros para mí por si cuela. Je je je.

¡Qué bonito son los Reyes! ¡Qué ilusión, qué miradas ilusionadas en los niños! ¡Cuántos nervios y emoción! Qué época tan bonita para sobredimensionar y explotar el chantaje emocional hacia los más pequeños.

- Pórtate bien.
- Recoje la habitación.
- No pintes la paredes.
- Deja de jugar con el mechero.
- No quemes la colcha.
- Deja la pistola en su sitio y ponle el seguro.
- No toques mis reservas ilegales de uranio.
- y etc.

para acabar todas estas frases con una temida conclusión:

- Si no los Reyes no te traerán nada. Absolutamente nada.

¡Qué bonito, madre de Dios!

Así que ahora queda pasar la tarde como buenamente podamos, ver alguna película, leer algo u hacer alguna que otra cosa completamente diferente. Ya lo veremos. Lo mejor siempre no es hacer planes.

Así que nada, me voy a echar una siesta como me merezco y mañana seguimos.



Sé que esta canción ya la puse, pero me apetece que sea la canción que empieza este año.