jueves, 31 de julio de 2008

Mayra Andrade

Adquisición musical de la semana: el disco Navega de Mayra Andrade. La forma de adquirirlo la de siempre, por intuición y en Posa'l disc.

Leí una referencia en un periódico. Hablaban de un disco publicado en el 2006 por una cantante de Cabo Verde que corría el riesgo de pasar desapercibido y que era imprescindible para los amantes de las voces templadas, los ritmos jazzísticos y afros. Sin dudarlo, aproveché mi día libre para acercarme a Posa'l disc y pedirle al bueno de Jordi que me lo trajera.

Pasa una semana y hoy he ido a buscarlo. He ido a un bar a tomarme un café con leche y a poder mirar con calma el disco (soy un fetichista de los discos, me encanta el formato, el libreto interior, las fotos... En este caso el disco es de cartón, el libreto sencillo y escueto con una imagen preciosa de unas manos sosteniendo un collar, las letras están en tres idiomas, kriolu, francés y inglés). En la portada, la foto de una muchacha preciosa que promete un viaje íntimo a una música y a un país que desconozco completamente. Porque de Cabo Verde sé muy pocas cosas (por no decir ninguna). Se que es un conjunto de islas en África, cerca de Senegal, que estuvo bajo colonización portuguesa y que es destino turístico. Y poco más. Reconozco mi ignorancia en su literatura, arte y música; ignorancia que me propongo subsanar.

Y lo primero, escuchar el disco de Mayra Andrade. No me da apuro reconocer que me he enamorado. No solo de su escandalosa belleza, sino de su voz, de las letras, de los ritmos jazzísticos, afros y brasileños del disco. De su mezcla, bendita mezcla, de músicas de diferentes continentes, de estar acompañada por músicos caboverdianos, europeos, brasileños, de instrumentos de diferentes procedencias, de los ritmos, de la voz cálida, hermosa, fresca, expresiva, rítmica. Navega es un disco sencillo, casi acústico en algunas canciones. Un disco que habla de amores, de compromiso político y social, de recuerdos y de la mar. Un pequeña joya que demuestra que la mezcla y confusión de diferentes culturas, de diferentes músicas y tradiciones, de diferentes orígenes (la mism
a Mayra nació en Cuba, creció en Angola, Cabo Verde, Alemania, ahora vive en París) es lo que hace grande el arte y la música.

Un disco para escuchar con tranquilidad, si puede ser bailando suavemente en brazos de una linda muchacha.

martes, 29 de julio de 2008

lunes, 28 de julio de 2008

Ottolina i la gata groga

Lectura de novedad: Ottolina i la gata groga (ed. Cruilla, 2008)

El mismo día que llega a la librería, Ottolina se viene a tomar una cerveza conmigo (bueno, ella un zumo de manzana) . Solo posar mis ojos sobre la portada (roja intensa, con un retrato ovalado de una preciosa niña rubia con mirada pícara y traviesa de quien quiere vivir una aventura, con ribetes dorados en el lomo) supe que este libro me iba a gustar. Para saberlo, la comprobación que hago siempre; lectura de la primera frase.

L'Ottolina vivia al pis vint-i-quatre de La Pebrera. En realitat, el nom de l'edifici era Torre Hufflendinck, però com que semblava ben bé una pebrera tothom en deia "La Pebrera".

Y a continuación un dibujo del skyline de una ciudad que no conocemos, pero que tiene edificios con el nombre de "Nariz de payaso", "Caja de zapatos" o "Helado de cucurucho". Y cuando se gira la página, nos encontramos con un retrato de los dos protagonistas de esta historia: Ottolina Brown y el señor Munroe.

Ottolina es una niña que cada día se peina diferente para no aburrirse, que le gusta coleccionar zapatos (pero solo uno de cada par por lo que siempre calza zapatos diferentes), escuchar conversaciones ajenas, ver su colección de postales, escribir en su cuaderno y resolver misterios. El señor Munroe es bajito, peludo y noruego. No habla mucho y le gusta comer cereales y chocolate caliente (en verdad, no come otra cosa). El señor Munroe cuída de Ottolina, porque los padres de ésta están siempre de viaje y para que no se ponga triste deja que le peine aunque a él no le gusta nada. Un día empiezan a desparecer perros falderos de viejas ricas y aburridas, y Ottolina piensa que quizá ella pueda hacer algo.

Ottolina i la gata groga esta escrita e ilustrada por un señor llamado Chris Riddell (http://www.chrisriddell.com/) que no ha escrito ni un álbum ilustrado con mucha letra ni una novela con mucha ilustración, sino que lo que ha construido es algo que podríamos llamar novela ilustrada. Habitualmente, en las novelas juveniles que llevan sus ilustraciones nos encontramos que la ilustración enseña una parte de la novela, pone en imágenes algo referido en la narración. En Ottolina, no. En Ottolina el texto y la imagen se integran y se funden en uno. La narración fluye, encuentras un dibujo, y la narración vuelve a fluir. Pero el dibujo ha explicado algo de la historia, ha aportado una información (en muchos casos importantísima para el transcurrir de la historia) y si no hemos sabido leer las imágenes, perdemos esa información (un ejemplo claro es cuando el señor Munroe le dice a Ottolina que si quiere puede peinarla para animarla. La narración no nos ha dicho que Ottolina estuviera triste, pero si nos fijamos en la ilustración la vemos llorando. Y así toda la novela.

Hay páginas que solo son ilustraciones (algunas maravillosas como la doble página dedicada a los cambiadores de bombillas) donde desfilan colecciones de meteoritos, osos que viven en la lavandería, postales, perros jugando a poker mientras fuman huesos, pulidores de pomos y abrazos tan enormes que te sientes incluido. El dibujo es precioso y sencillo, ágil, divertido y absurdo. La historia es sencilla, divertida, llena de humor y emoción, con acción, disfraces y malvados.

Una novela preciosa de fácil lectura, pero con muchas lecturas para personas a partir de 7-9 años. Y, por favor, que lo infantil y juvenil no se quede solo para niños o jóvenes. Creo que, por ejemplo, esta es una novela que puede gustar a cualquier adulto interesado en la ilustración y en los hombres peludos de Noruega.

sábado, 26 de julio de 2008

A quoi ça sert, l’amour?

Ésta es una pequeña joya que alguien me encontró. Es un pequeño cortometraje de animación de Louis Clichy. Canta la gran, eterna e infinita Edith Piaf y Theo Sarapo.



¿Alguien no se ha sentido identificado aunque solo sea un poquito?

Y gracias Amanda por encontrar este vídeo y llevarlo hasta mí.

viernes, 25 de julio de 2008

Catorce poemas y un romance escatológico

Aunque no soy muy dado a explicar mi día a día, y lo que menos pretende ser este blog es un diario, no me resisto a hacer una pequeña crónica de lo que vivi ayer jueves por la noche.

Para quien no lo sepa, parte de mi tiempo libre lo dedico a una entidad sin animo de lucro (o sea, acabamos poniendo dinero nosotros) que se dedica a promover acciones culturales en Igualada y la comarca de l'Anoia para demostrar un par de cosas; que la Catalunya central existe y que en Igualada se hacen cosas. Presentaciones de libros y revistas, conferencias, debates, promover la creación de un concurso de microcortos, etc. Entre lo que más solemos hacer, y lo que más aceptación popular tiene, son recitales de poesía cada último jueves de mes. Contactamos con los poetas y nos vienen a leer durante una hora sus poemas. Ya ha venido gente como Enric Cassasses, Ernest Farres o Josep Pedrals, y ya tenemos en agenda tres poetas más. Es algo que nos gusta y con lo que lo pasamos bien. Por cierto, el nombre de la entidad es paranoia accions.

Ayer jueves hicimos el consabido recital. El lugar, el ya característico: L'Ou com balla, uno de los mejores bares de copas de Igualada, un lugar donde estar a gusto, hablar de cualquier cosa, escuchar buena música y dejarse mecer por los efluvios de una Moritz. Sin embargo, en esta ocasión no tuvimos a un poeta que leyera sus poemas, sino que contactamos con quince personas para que leyera sus poemas favoritos. Éramos libreros, comerciales, profesores de secundaria, dependientas de ropa, camareras, etc. Lo único que nos unía era que nos gusta la poesía y nos gusta compartirla con la gente.

El recital lo inicio David Dámaso con un fragmento de Josep Pla donde nos invitaba a su casa a sentarnos alrededor de una mesa con los amigos y, entre carajillos, hablar, cantar y darnos cuenta de lo infinitos que son los pequeños placeres. Xantal nos recitó un micropoema de Manuel Forcano sobre la imposibilidad de la huida y la fustración de lo no cumplido. La Cristina nos trajo la fe que en el ser humano tenía Miquel Martí i Pol y en Josep Maria prestó su voz a la voz irónica de Gabriel Ferrater. A continuación salí yo al escenario acompañado de las sabias palabras de Ángel González y su En ti me quedo. Y se dio fin a la primera parte.

Después de unos minutos de conversación y música, de pedir nuevas consumiciones y comentarios rápidos de los organizadores de que parecía que todo iba bien, Cecilia subió al escenario y de su mano cruzamos el charco y caímos en México donde nos leyó una canción hecha poesía de Fernando Delgadillo, Hoy ten miedo de mí. Isabel trajo la sorpresa de la noche, la lectura de una sextina inédita de Maria Mercè Marsal. Oriol nos llevó de vuelta a América, pero esta vez a Massachusetts para conocer a e.e. cummings. Mi prima Francina nos llevó volando por las noches azules de verano a Francia y nos trajo la voz de Rimbaud. Para acabar la segunda parte, el periodista deportivo Jordi Quintana nos trajo con humor y caradura un poema de Josep Maria de Sagarra a mayor gloria del Barça (¿es que ni en un recital de poesía nos podemos librar del fútbol?).


Conversación y música y recibimos a Ana Rodríguez con una canción popular Mariagneta donde sentimos toda una historia de amor triste y desesperado. La gran figura de Josep Maria de Sagarra vuelve a aparecer en escena con la voz de Clara Dalmau que nos recita La cançó del suburbi. Con Karla Sánchez hacemos el último viaje a América y Benedetti nos recibe en su Argentina y nos pide que no nos salvemos. El poeta Ernest Farres nos lee Elogi a ma germana en traducción de... sí, lo habéis adiviando, Josep Maria de Sagarra, de la gran poeta Wislawa Szymborska. Y para acabar el recital, Jordi Pons, armado con sentido del humor, una buena dicción del latín macarrónico y una fotocopia hecha por su peor enemigo, nos leyó un romance escatológico del siglo XIX sobre las virtudes y la importancia del buen cagar. Todos tuvimos que estar de acuerdo.


Y se acabó el recital. El público salió del bar contento, pidiendo que organizáramos más recitales populares como éste lo que quizá demuestra que la poesía no está tan alejada de la gente como nos gusta creer. Quizá lo que deberíamos hacer es acercar la poesía, devolverla a la gente con este tipo de actos de lecturas en voz alta, de buscar el humor y la emoción, la identificación, la fiesta, la lectura de Cummings, de Baudelaire, de Emily Dickinson, de los romances picarescos y los sonetos petrarquistas entre vapores de cerveza y ligeros coqueteos con desconocidas que esperamos que pronto dejen de serlo. Hacer que la poesía vuelva a ser lo que una vez fue, algo que una a gente de diferentes culturas, idiomas, creencias y edades. Que vuelva a hacernos creer en lo hermoso.

Y que de nuevo sirva para conquistar a mujeres.

jueves, 24 de julio de 2008

miércoles, 23 de julio de 2008

Los diez derechos del lector

Advertencia: Esta entrada forma parte de un tópico. Todo blog que hable de libros en algún momento acaba virando hacia los diez derechos del lector de Daniel Pennac. Como era algo inevitable, he decidido hacerlo pronto y así quitármelo de encima. Advertidos quedáis.

El gran Daniel Pennac en su ya clásico libro Como una novela (Barcelona, Anagrama, 1993) establece diez derechos irrenunciables que adquiere todo lector en el momento que entra en contacto con un libro. Desde el momento en que los conocí me los hice míos, siendo desde ese momento mi guía de lectura. Y aunque son extremadamente conocidos, no me resisto a no ponerlos aquí (junto con algunos comentarios personales).

1. El derecho a no leer.

No a todo el mundo le gusta leer, y no pasa nada. Hay etapas en la vida en que no apetece leer, y no pasa nada. Hay momentos en que nos apetece más ver la tele, y no pasa nada.

2. El derecho a saltarnos páginas.

Fundamental para libros como Guerra y paz. Seamos sinceros, lo que nos interesa es la historia de amor y no las batallitas de Napoleón.

3. El derecho a no terminar un libro.

Porque no nos gusta, porque es demasiado largo, porque no es el momento, porque nos gusta tanto que no queremos que se acabe, etc.

4. El derecho a releer.

El placer de reencontrarse con lo ya leído y descubrir lo que en aquel momento no supimos ver.

5. El derecho a leer cualquier cosa.

Y que nadie se atreva a juzgar.

6. El derecho al bovarismo (enfermedad de transmisión textual).

Sí, lo confieso, me suelo identificar con los protagonistas de las novelas. Me gustaría ser Tom Sawyer, estuve enamorado de Ana Ozores, ahora lo estoy de
Emma Woodhouse, suelo llorar con lo más sentimental, quedarme toda la noche en vela por culpa del solo un capítulo más, me encantan que me regalen libros y el olor que hacen.

7. El derecho a leer en cualquier sitio.

Y que no te miren como un bicho raro por leer en un bar o en la discoteca.

8. El derecho a hojear.

Para ver si encontramos nuestro nombre en las páginas.

9.
El derecho a leer en voz alta.

Y que nadie nos mande callar.

10. El derecho a callarnos.

Porque al cerrar un libro que nos ha gustado, ya está todo dicho.

Estos 10 derechos se resumen en un solo deber: NO OS BURLÉIS NUNCA de aquellos que no leen, si queréis que un día lean.

martes, 22 de julio de 2008

Joan as Police Woman

Adquisición en Posa'l disc; el último disco de Joan as Police Woman, To survive. Reconozco que no había escuchado absolutamente nada de esta cantante y que la compra ha sido a ciegas. ¿Por qué compro discos de gente que no he escuchado nunca? Por intuición. Hay discos, nombres de cantantes, fotos en una portada que me llaman la atención. Me dicen algo, me invitan a escucharlos con la promesa que serán importantes en mi vida. Y suelo hacerles caso a esas impresiones. De momento nunca me han fallado. De esta forma han llegado a mi vida las voces y sonidos de Rebekka Bakken, Adryenne Pauly, Jeanne Cherhal, Fiona Apple, Camille y tantas más. Y la última en invitarme a su mundo ha sido Joan as Police Woman desde las página de un periódico.

¿Y qué me he encontrado? Una voz preciosa que en ocasiones roza las formas de Sarah o de Nina, unos arreglos cálidos, una letras irónicamente optimistas, un toque soul, un poco de jazz. To survive es un disco hermoso, no se puede definir de otra forma. Desde la primera canción hasta la última. Una hora de música donde Joan nos lleva a un viaje de melodías cálidas donde el piano domina y abraza, donde no hay una canción superflua, un disco que explica una historia melancólica y algo triste. Para los que nos gusta el jazz y el soul este es un disco para explorar y disfrutar como merece. Y es uno de esos discos que solo se deberían regalar a una persona a la que se quiera de verdad.

domingo, 20 de julio de 2008

sábado, 19 de julio de 2008

Aquí va mi peor pesadilla

Me despierto una mañana laborable a las ocho, como es habitual. Después de retrasar salir de la cama durante unos diez minutos, me levanto. Un pipí y una ducha. Me visto y salgo para el trabajo. Enciendo mi mp3 y dejo que la reproducción aleatoria me sorprenda. Un poquito de música francesa, como no, algo de salsa, tradicional irlandesa, jazz, etc. Algo ecléctico y variado.

No me fijo mucho en quién anda esa mañana por Igualada porque siempre somos los mismos a la misma hora. Lo único que me llama la atención es que no he visto a la impresionante morena en las escaleras mecánicas. L'Agulla está abierta, pero ni Marta ni Mireia están tras la barra.

Por la calle pasa un tipo produciendo extraños sonidos. Un borracho a las nueve de la mañana.

Como parece que nadie me va a servir, decido ir al trabajo. Entraré en la tienda, me quedaré dentro hasta la hora de abrir y ordenaré albaranes. Me extraña que no hubiera nadie en el bar y me molesta no haber podido desayunar. Me encojo de hombros, a media mañana saldré a tomar un café, y pienso que será un día de mierda. No me llego a imaginar cuanto.

Las calles parecen menos vacías. A medida que me aproximo a la librería parece que las calles se van llenando. Sin embargo, ¿por qué parecen que todos van borrachos? Las abuelas, los niños, la pareja, la borde que de vez en cuando viene a la librería. Todos andan como si estuvieran escocidos y me miran fijamente. Debe ser que hoy estoy especialmente guapo.

Delante de la reja me doy cuenta que me he dejado las llaves en casa. Oigo un grito. Me giro y veo que todos los borrachos se han abalanzado hacia un tipo y se lo están comiendo. En un momento mi cerebro acaba de despertarse y lo entiendo todo. Por fin ha ocurrido. Mi mayor pesadilla. Lo que siempre he temido y de lo que todo el mundo se ha reído cuando lo he explicado. Los muertos se han levantado de sus tumbas y se están comiendo a los vivos. En el día de hoy, una invasión zombie.


Lo se. No es necesario que nadie me lo diga. Soy plenamente consciente de que las posibilidades de que haya un ataque zombie son más bien escasas, que no es algo que vaya a producirse en un futuro próximo (aunque no lo sabemos), pero no puedo evitarlo. Es superior a mí. Es algo instintivo e irracional. Tengo miedo de los zombies. Hay quien tiene claustrofobia, quien eufobia y quien tiene papyrofobia. Yo tengo zombiefobia. Y tengo que aprender a vivir con ello.

Para que os hagáis una idea de este terror os pongo unos ejemplos. De la ingente filmografía que existe sobre zombies sólo he podido ver enteras tres películas (y precisamente no soy una persona que las películas de terror le afecten mucho, suelo verlas con una perfecta indiferencia):

1. Yo anduve con un zombie de Jacques Tourneaur (I Walked with a Zombie, 1941), una obra maestra del cine de terror. Aun hoy me produce pánico la imagen del zombie en el campo de cañas.

2. La noche de los muertos vivientes de George A. Romero (Nigth of living dead, 1968), la única culpable de la visión moderna que tenemos del zombie. Aunque la vi con una gran dignidad, cuando Ben desciende al sotano y se encuentra con la niña (no explico más) estuve muy tentado de quitar la película.

3. Zombies party de Edgar Wright (Shaun of the dead, 2004), una de las mejores comedias de los últimos tiempos. Una comedia romántica con devoradores de carne humana.

El resto, imposible. Por ejemplo, la segunda parte de la trilogía de Romero fue un infierno. Los zombies en el centro comercial, tantos, sin poder ir a ningún sitio, en todas partes están los muertos, en todas partes avanzan hacia los vivos sin prisa, sin pausa, sin cansarse, eternos de hambre. Fue demasiado para mí. La escena de la crisis: los tres protagonistas masculinos, después de alguna huida de los zombies, se dan cuenta de que la única forma de llegar donde está la chica sola, sin armas y embarazada es por unos tubos de respiración muy estrechos. Apaga y vayámonos: zombies + claustrofobia. Mis dos mayores terrores juntos.

En épocas de estrés sueño con zombies. Cuando entro en un lugar nuevo me descubro pensando si sería un buen refugio en caso de una invasión zombie. Mis posibilidades de sobrevivir a un ataques son más bien escasas: soltero, sin compromiso, ningún hijo me está esperando en alguna parte, nulo manejo de las armas, no se conducir y no creo que los zombies se vean muy afectados por las ironías.


Supongo que todos tenemos nuestros terrores irracionales. Mi hermana Montse, las ratas. Mi amigo Jordi, una invasión extraterrestre (algo tan probable como una invasión de muertos vivientes). No se porqué le tengo miedo a los zombies, tampoco me he entretenido mucho a buscarle una explicación. En cualquier caso, sé como actuaría si en un futuro no muy lejano se produce una invasión y no me dejo dominar por el pánico (lo que con toda probabilidad pasaría). Mi modelo a seguir en esto, como en tantas otras cosas, Homer Simpson. Cuando Springfield se ve invadida por zombies, Homer agarra una escopeta y lo primero que hace es liarse a tiros con todo lo que se cruza. Se le cruza Flanders y le dispara.

- ¡Has disparado al zombie de Flanders! - dice Bart.
- Ah, ¿era un zombie?

Pues eso.

viernes, 18 de julio de 2008

jueves, 17 de julio de 2008

Viajando con Sullivan

Hace unos días vi junto a un amigo Los viajes de Sullivan (Sullivan's Travels, 1941) del gran Preston Sturges. Para él fue la primera vez, para mí sería la quinta o la sexta. Disfrutamos mucho con el visionado de la película aunque mi amigo acabara durmiéndose (no se lo tengáis en cuenta, estaba muy cansado y era muy tarde). Yo volví a quedarme maravillado por lo que pasaba ante mis ojos y volvía a reír y llorar en esos momentos precisos donde la película deja de ser ficción y se hace vida.

Vi la película por primera vez hace unos años en los cines Mèlies de Barcelona, en una de esas maravillosas sesiones de reposición de clásicos. Entré en el cine con la intención expresa de verla, pero también para estar un par de horas fuera de Barcelona. Poca gente, buen público, se apagaron las luces, y empezó la película de la única forma que no podía imaginar que empezaría una comedia de los años cuarenta: con una violenta y trepidante pelea en el techo de un tren en marcha. A partir de ahí, la maravilla. Fue una experiencia única. Una revelación, la certeza de que había visto una de las películas de mi vida, una de esas expresiones artísticas que me definen como persona como puedan ser La venus del espejo de Velázquez, la canción Lo que me dice tu boca de Javier Ruibal o Orgullo y prejuicio de mi adorada Jane Austen. Mi entusiasmo por la película fue tan grande que al salir del cine tenía ganas de compartir esa película con todo el mundo, de gritarlo al viento, de decirles que se estaban perdiendo algo grande y único. Tuve que conformarme con llamar a un amigo para compartir mi entusiasmo. Eran cerca de las doce de la noche. Mi amigo no lo entendió muy bien.

Con el tiempo me la compré en DVD en cuanto fue editada y de vez en cuando me gusta reencontrarme con ella. Pero, ¿qué explica esta película? Estamos en un Estados Unidos hundido en la Gran depresión de los años treinta. Un director de cine de éxito (el Sullivan del título) gracias a sus comedias y musicales decide dar un cambio radical a su carrera haciendo un drama social que refleje las contradicciones del mundo, una visión desoladora de la raza humana y la lucha por la supervivencia, con final trágico y deprimente pero con un poquito de sexo (como le insiste repetidamente su productor). Decidido a hacer la película se viste de mendigo para vivir en primera persona las miserias, el hambre y el frío. Por el camino se encuentra con una joven aspirante a actriz que le acompañará en su viaje.


¿Pero qué fue lo que me gusto de esta película para que me entusiasmara de esta forma? Podría decir que todo lo que en ella aparece, pero si tengo que destacar algo...

1. Un guión de hierro. Posiblemente uno de los mejores guiones de la historia. Escenas increíblemente bien dialogadas, grandes gags visuales y una serie de personajes secundarios entrañables y humanos.

2. La propia parodia que la película hace de si misma, porque Sturges hace una película con todos los elementos que pretende hacer Sullivan en la suya, pero con un fantástico tono de comedia.

3. Su defensa a ultranza de la comedia como el mejor de los géneros. Para Sturges, y para Sullivan al final de la película, lo más hermoso que hay en el mundo es hacer reír a los demas. Como se dice en un momento de la película, cuando a una persona se lo han quitado absolutamente todo, aun le queda una cosa. Ya podéis imaginar cuál es.

4. Veronica Lake.


Actriz de un metro cincuenta, con una melena rubia de larga onda que le cubría un ojo (peinado que se puso de moda entre las mujeres de la época y que tuvo que ser prohibido en las fábricas de armamento por el alto indice de accidentes que se producían), con un carisma exquisito para la comedia, con una mirada perfecta para el cine negro (donde brilló al lado de Alan Ladd en películas como El cuervo o La llave de cristal), con una gran belleza y fotogenia... No es de extrañar que en los cuarenta fuera una de las grandes estrellas de Hollywood. A partir de los cincuenta, su carrera sufrió un declive del que no se recupero. Matrimonios fracasados, adicciones varias, malas elecciones en su carrera, problemas mentales acabó su vida alcoholizada y trabajando de camarera en Nueva York olvidada de todos y por todos. Murió en 1973 con solo cincuenta años de hepatitis.

Pero no era esto lo que quería contar de Veronica Lake. En verdad, todo esta entrada solo es para confesar una cosa: estoy perdidamente enamorado del personaje de La chica en Los viajes de Sullivan. Posiblemente sea el personaje más adorable de la historia del cine. Y es como me gusta recordar a Veronica Lake, sentada a la barra de un bar invitando a un desconocido a desayunar mientras le explica que se vuelve a casa porque Hollywood es un asco, vestida de noche y cargada de fina ironía.

martes, 15 de julio de 2008

Microcuento

Tout va très bien

Dos pingüinos mal vestidos juegan a los dardos y me miran hablando entre ellos. Que solo los vea yo no quiere decir, necesariamente, que esté loco.

lunes, 14 de julio de 2008

domingo, 13 de julio de 2008

El pequeño señor Paul

Antepenúltima lectura (las últimas: relecturas de La peste de Camus y Las aventuras de Tom Sawyer, indudablemente el personaje que quiero ser de mayor).

El martes me tomé un pequeño descanso en la librería. Dejé de confeccionar las listas de los libros de texto y me dediqué a entrar algunas novedades. Puedo asegurar que en los últimos días, eso es todo un cambio. Julio no se caracteriza por la cantidad de novedades. Suele llegar poca cosa y poco interesante. Sin embargo, se encuentran sorpresas. Entre ellas me encontré un librito de Anaya bellamente editado titulado El pequeño señor Paul de Martin Baltscheit e ilustrado por Ulf K; uno de esos libros que ninguno recordaba haber pedido, pero que aparecen por voluntad divina (aunque generalmente suele ser por voluntad del comercial).

¿Qué tenía este libro que me llamó la atención? La ilustración de la portada. Un hombre normal y corriente, vestido de gris, con un maletín, con toda seguridad oficinista o vendedor de seguros, con una ligera sonrisa en los labios y ojos de quien sabe hacia donde se dirige. Aparté a un lado los libros de informática y abrí el libro buscando la primera frase.

Cuando el pequeño señor Paul todavía era un pequeño señor Paul mucho más pequeño, vivía en un mundo lleno de libros.

Me gustó esta frase y como estoy en un momento de lectura de libros sobre la lectura de libros me lo llevé a casa haciendo una pequeña pausa por L'Agulla para tomarme una cerveza fría y empezar la lectura. Y me encontré catorce pequeños cuentos donde con humor y fantasía se nos explica el día a día del pequeño señor Paul, un oficinista contento con su trabajo porque le deja tiempo libre para leer libros y vivir pequeñas aventuras cotidianas en un mundo dominado por la fantasía y la magia. Con el paso de las páginas nos encontraremos con libros que cambian de final según quien los lea, con trajes que se hacen más pequeños para que nos sintamos mayores, con hombres forzudos que cargaran nuestros días pesados, con vendedores de talento, risas perdidas, el verano en el salón de nuestra casa o con la forma de diferenciar un mal día de un buen día (es sencillo, un mal día tiene forma de chimpancé borracho pseudointenlectual y existencialista, y un buen día es una simpática foca aficionada al chocolate y con una conversación muy estimulante).

Son cuentos para niños pequeños que aun no han perdido la capacidad de sorpresa o para hombretones como yo que creemos en las hadas. Es una lectura tranquila y sosegada que deja una sonrisa en los labios y hace reflexionar. Porque como el pequeño señor Paul, muchas veces nosotros cargamos con días que no nos apetecen y que son muy pesados de transportar. La diferencia es que mientras que el pequeño señor Paul deja que el día pesado se lo transporte una persona contratada para eso (y que vive dentro de un espejo), nosotros nos empeñamos en cargarlo nosotros sin darnos cuenta que quizá nos están ofreciendo ayuda.

Quizá sea un libro que no cambiara la historia de la literatura, quizá entre las páginas encontremos alguna errata en la edición (la plaga de gramásitos parece que no acabará nunca), pero me ha proporcionado una compañía entrañable y conocer a un personaje que en su sencillez y buen humor me encantaría invitar a tomar un café.

Música para acompañar: El Nino Rota más inocente y fantasioso, o la música que Alain Rosmans compuso para Mon Oncle de Jacques Tati.

jueves, 10 de julio de 2008

miércoles, 9 de julio de 2008

Inversión de futuro

Hoy he tenido uno de esos arrebatos consumistas de los que con toda seguridad me arrepentiré a finales de mes, pero que ahora por ahora me llenan de alegría y que con el tiempo se convertirá en una de las inversiones más inteligentes que he hecho en mi vida.

Como hoy no trabajo he dedicado la mañana a pasear por Igualada. Después del desayuno típico en l'Agulla, ojear los periódicos hasta la sección cultural y escuchar la misma canción de Emily Loizeau por enésima vez, me he acercado a Posa'l disc, una pequeña y modesta tienda de música donde te sientes como en casa. Repaso rápido a las novedades en música, alguna me llama la atención, pero no tanto como para comprarla, me acercó al mostrador y le pregunto al encargado si ha llegado. Me mirá y me dice que sí. De un pequeño armario ha aparecido ante mí una enorme caja con10 DVD's que contienen la mejores películas de Harold Lloyd. Ha sido un momento de suprema felicidad.


Harold Lloyd (Nebraska, 20/04/1896 - Los Angeles, 08/03/1971) forma junto con Chaplin y Keaton la sagrada trinidad del humor en la época dorada del cine mudo. Y los tres juntos se encuentran entre los mejores humoristas de toda la historia desde la aparición de la primera célula hasta ayer mismo.

Sin embargo, Harold Lloyd nunca ha sido tan popular como sus compañeros de generación. Aunque en los años veinte era el cómico más conocido y taquillero, las generaciones siguientes no le han hecho toda la justicia que merece un profundo conocedor de los engranajes de la comedia y la creación del gag. Aunque su imagen sea una de las más repetidas en la historia del cine, uno de sus mayores iconos y que todos lo hayamos visto en alguna ocasión (y para comprobar esto me remito a la última fotografía que aparece en esta entrada). Aunque Rafael Albertí le dedicara un poema en el libro Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, el gran Harold sigue sin encontrar su lugar en la memoria de los cinéfilos.

Pero todo esto da igual. Hoy mismo, después de comer me he visto una película de Harold Lloyd. El estudiante novato de 1925. Ha sido una experiencia fantástica donde la comedia se encuentra en estado puro. El largo gag donde poco a poco se va descosiendo su smoking en una fiesta y un sastre intenta cosérselo sin que nadie se de cuenta, el partido de rugby que cierra la película, la preciosa segunda entrada de la chica, etc. Muchos hallazgos, mucha comedia y mucha maravilla en una película que no llega a los ochenta minutos. Y tengo por delante tantas películas, tantos minutos, tanta comedia.

Lo que me gusta de Harold Lloyd es su precisión para construir el gag, las persecuciones finales llenas de pelígrosas acrobacias y saltos de un tranvía a un carro (cuando no existían trucos de montaje, ni transparencias, ni nada de todo eso y el máximo control de seguridad eran unos colchones en el suelo), las tiernas, y en ocasiones absurdas, escenas de amor. Y porque se nota que Harold Lloyd sigue la máxima de que la comedia es algo muy serio y trata con respeto y dedicación el género más difícil. Y porque, como dice mi buen amigo Jordi, soy muy receptivo al humor físico.



Y por último una apreciación de índole personal. La imagen de Harold Lloyd colgado del reloj fue una de las responsables que entendiera el cine como una experiencia casi física que me ha durado hasta ahora. En casa explican que cuando salía esa imagen por televisión me lanzaba a gritar, a llorar, a volverme casi loco de nervios porque ese hombre se iba a caer (era muy pequeño, no imaginéis a un tipo de treinta años con un ataque de llanto y convertido en un amasijo de carne lloroso y balbuceante... esto solo me pasa cuando veo ¡Qué bello es vivir!) Fue una de las imágenes que me acompañaban de pequeño en mis pesadillas.

martes, 8 de julio de 2008

Libreria Les minots

La librería Les minots se encuentra en el número 121 de la rue du Château en el barrio 14 de París. Es una pequeña librería especializada en literatura infantil y juvenil situada en un barrio tranquilo y poco turístico donde apetece perderse, pasear, escuchar algo de música y tomarse un café.


Entré en Les minots el noviembre pasado cuando estuve en París tres días para asistir a una feria de literatura infantil y juvenil con algunos amigos libreros. Dedicamos el tiempo que no estuvimos en la feria visitando librerías infantiles para aprender de nuestros vecinos del norte, copiar las buenas ideas y comprobar qué problemática tienen ellos. Y no sé muy bien por qué, pero esta librería me gustó especialmente. Bueno, miento, algunos de los motivos por los que la recuerdo me quedan claros:

Es una librería sencilla donde uno puede encontrarse a gusto entre los anaqueles abriendo y cerrando libros, comparando y leyendo. Además, las mesas y las estanterías no estaban muy llenas lo que da una tranquilizadora sensación de paz y orden. Que sea una librería de literatura infantil y juvenil hace que gane muchos puntos en mi estima porque en aquellos momentos me permitió dejar suelta la imaginación y las ganas de aventuras. Porque me compré L'ecume des jours de Boris Vian para releerla en la lengua original. Porque gracias a mi francés vacilante e inseguro establecí una demasiado breve conversación con la librera. No sé si era la dueña del establecimiento o no, pero era una muchacha preciosa que pidió que publicitará en la librería donde trabajo Tobi Lolness, porque le había encantado y quería compartirlo con todo el mundo.


Por compromisos y más visitas nos fuimos después de cuatro palabras.

Y salí de la librería con la sensación de que tendría que volver por allá; necesitaba mi tiempo para poder estar entre las mesas sin prisas, para encontrar esos dos o tres libros que seguro que me estaban esperando y me di cuenta que, sin proponerlo ni esperarlo, hubiera sido muy sencillo enamorarme de esa librera.

lunes, 7 de julio de 2008

domingo, 6 de julio de 2008

La ciudad de los libro soñadores


Estos días de verano me ha dado por releer La ciudad de los libros soñadores de Walter Moers (2006, Maeva, EAN: 978-84-96231-91-7), cuya lectura fue una de las mejores experiencias que he tenido en los últimos tiempos. El motivo de la relectura ha sido sobre todo el entusiasmo con el que me habló una jovencísima clienta de la librería. Se lo había recomendado hacía unos meses, la madre se lo compró y ahora se lo está leyendo. Su pasión a la hora de hablarme del libro fue lo que me invitó a volver a sumergirme en el mundo de Zamonia y dejarme acompañar por Hildegunst von Mythenmetz en sus aventuras y cuitas por la ciudad de Bibliopolis; una ciudad donde sólo hay librerías de viejo y donde la literatura es algo más que una simple forma de vida.

Llegué al libro por casualidad, si es que las casualidades existen. Al trabajar en una librería pasan por mis manos decenas de libros al día y llega un punto en que el instinto que todo lector lleva de serie se especializa y sólo acaban llamando tu atención unos pocos libros muy escogidos y que sabes que no defraudaran. La ciudad de los libros soñadores no fue uno de esos libros escogidos. En un primer momento fue uno más que llegó en vísperas de un Sant Jordi. Lo saqué de la caja, lo dejé a un lado y no le di una oportunidad. Fue tiempo después, cuando la locura y la voragine de Sant Jordi empezaban a ser un recuerdo, que me detuve una mañana a ojear el libro. Y lo primero que vino a mis ojos fue un poema.

Madera negra, siempre cerrado,
Por una piedra descalabrado.
En mí reposan mil turbias lentes
y la cabeza ya ni la sientes.
De nada sirven filtros ni argucias:
Soy un armario de gafas sucias.

Inmediatamente después de leer estas palabras lo noté. Necesitaba ese libro. Y ese mismo día lo compré. ¿Y qué encontré en él? Aventuras, libros, humor, terror, dragones que quieren ser escritores, librillos, notas a pie de página, literatura, libreros malvados, pan de avispas, la hora de la madera, el Rey de la oscuridad, araññññas, diamantes del tamaño de árboles, cazadores de libros, libros peligrosos, catacumbas, el Orm, discusiones literarias, gagaismo zamónico y consejos para jóvenes escritores.

¡Nunca escribas una novela desde el punto de vista de un picaporte!
Mete sólo en una frase las palabras que quepan.
Si un punto es un muro, dos puntos es una puerta.
Las notas al pie son como los libros del estante más bajo. A nadie le gusta mirarlas, porque tienen que inclinarse.
Si una de tus frases te recuerda la trompa de un elefante que trata de recoger del suelo un cacahuete, piénsala mejor.
Robar a un escritor es un robo, robar a muchos es investigación.

Y la relectura funciona. La aventura continúa. Vuelven los nervios en los mismos momentos, y las risas y la emoción. Y la envidia por quien a escrito este libro; por el talento de unir la aventura, la pasión y los libros. Deberían haber más libros como éste.

Música para acompañar: una buena banda sonora de Alan Silvestri llena de acción, humor y fanfarria.