jueves, 4 de junio de 2015

A las cinco te esperas

Soy asquerosamente puntual. Quien me conoce lo sabe. Soy de esos seres irritantes que si dicen que te pasan a buscar a las ocho, a las ocho suena tu timbre. De los que si quedamos en la puerta del cine a las siete, a la siete están apoyados en una pared leyendo un libro. No lo puedo evitar. Si quedamos a una hora, remuevo cielo y tierra y me planifico todo el día para estar a esa hora en el lugar donde quedamos. Si no antes. Si digo que estoy, estaré. Muy pocas veces he llegado tarde a un sitio o no he aparecido. A veces si me he dormido o me han retrasado. Una vez llegué diez minutos tarde a una conversación que se preveía muy tensa y que, efectivamente, fue muy tensa.

De forma voluntaria no llego tarde. Nunca.
Salvo una vez, pero fue por un buen motivo.

Pasó en el colegio. Durante un tiempo me vi metido en peleas. Siempre ha sido agradecido cascarle al gordito con gafas que lee mucho. Un clásico, vamos. A ver, no voy a entrar en un ejercicio de memoria autocompasiva porque todo eso pasó hace mucho, pero uno de esos días me vi inmerso en una de las situaciones más absurdas que he vivido.

Durante unos días un niño al que llamaremos Misifú había estado buscándome no recuerdo el motivo. Todo acabó resolviéndose una tarde.

- ¡Eh, tú, gordo!
- ¿Qué?
- A las cinco vas y te esperas.
- ¿Por qué?
- Porque te voy a dar la paliza de tu vida.
- ¿Por qué?
No recuerdo el motivo por el que me quería pegar, lo siento.
- ¿Te ha quedado claro?
- Sí, pero quieres que me espere.
- Sí.
- ¿Por qué?
- Porque a las cinco tengo que hablar con la seño quiere hablar conmigo y no podremos salir juntos al patio.
- Entonces me espero un rato en el patio y luego sales y me pegas.
- Sí.
- Vale.

Naturalmente no esperé. Puedo ser muchas cosas, entre ellas algo gilipollas, pero conozco mis límites. No iba a dejar que me dieran una paliza y, encima, esperar por ella. Así que a las cinco salimos del cole y ante la mirada estupefacta del público que había concurrido al espectáculo y que ya tenían el ancestral grito de "pelea, pelea, pelea" en los labios, me fui a casa de mi abuela a hacer los cuatro deberes que tenía y merendar.

A la media hora vino Misifú a casa de mi abuela a buscarme para ir a jugar a su casa.
- No te has esperado a las cinco.
- Es que no podía llegar tarde a casa de mi abuela.
- Pero no te he pegado.
- No te preocupes, ya lo harás otro día.
- Ya.


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