martes, 7 de abril de 2020

Crónica de un confinamiento. Parte V

Quince días sin escribir.
No es que me haya quedado sin palabras o que la rutina de Igualada se haya asentado y vuelva a ser una ciudad en la que, en apariencia, nunca pasa nada.
No.
Nos quedamos sin internet en casa.
Sin internet.
Confinados.
Tres personas, dos adolescentes y dos gatos sin poder salir de casa y sin internet.
Y con los datos del teléfono temblando.
Sin internet.
Un problema en la red, dicen. Algo que pierde y que si no es mi compañía, si las gallinas del sacrificio no son negras, si no contestamos y le decimos que está todo bien y que en breve lo arreglaremos.
Un breve que han sido quince días.
Por suerte tenemos una buena provisión de juego de mesa, material de manualidades, dvd de todo tipo de cine y discos duros bien cargaditos, pero el aburrimiento acaba llegando y terminas haciendo cosas que nunca imaginarías que harías. Y no, no intervienen aceite de coche, copos de avena, un dildo percutor con seis velocidades y puño opcional Makumba Dando 2000 y un uniforme de la flota galáctica. No, nada de eso. Acabas entre alucinaciones y conversaciones profundas con tu dedo pulgar derecho (el izquierdo es un gilipollas) ordenando las miles de fotogafías que tienes en el ordenador.
Miles de fotos repetidas porque esa que haces la mandas a los grupos de WhatsApp la guarda en tres lugares distintos, en tres carpetas que cuando descargas se descargan todas y... Bueno, todos sabemos cómo acabamos cuando decidimos ordenar fotos.

Otra vez las fotos del cumpleaños en el parque del niño ese que no se como se llama no, por favor.

Ahora, en principio, esta todo arreglado.
Dicen.
Yo no me fío.
Porque a parte de atractivo en mi robustez, soy paranoico y mal pensado y la señora de enfrente no tiene buenas intenciones. Lo sé, riega las plantas raro. Lo noto.

Esto de la cosa esa del internet no ha sido un fallo normal. Aquí ha habido mala fé y censura. Los poderos facticos y los otros me han querido silenciar; no soportaban que existiera una voz que no entonara la historia oficial. Ni las voces discordantes con la historia oficial podían permitir que hubiera otra voz que disintiera que no fuera la suya así que también me han acallado. Hasta los que les da igual, los que bajan a buscar el pan cada dos horas, los que han construido perros mecánicos o han desafiado las leyes de dios y la ciencia convirtiendo a sus periquitos en podencos han ido contra mí. Porque me temen y me odian. Porque me envidian. Porque me desean aunque no quieren admitirlo. Porque quieren hacer un cosplay de mis mejores modelos como aquel que llevo un pompón en los pezones o con mi disfraz de bárbara de baratillo.

Pero no me callarán.
Estoy preparado, duchado y con ropa interior casi limpia (porque uno ya tiene una edad y esa última gota nunca cae en el baño) para seguir contando qué pasa en Igualada durante este largo confinamiento.

Estoy que lo rompo.

¿Cómo está Igualada?
Pues mal. Cuesta levantar los ánimos cuando conocidos tuyos están pasando malos momentos y no puedes darles un abrazo o cuando la fecha para salir de casa se alarga cada vez más. Los rituales para salir a comprar como ponerse el uniforme, la distancia de seguridad, la escopeta, la pastilla de cianuro por si te pilla alguna banda rival...

Preparaditos todos para ir al super.

Hay corte de luz y carreteras. Sí, ya sé que por los medio comprados dicen que se ha levantado el asedio a Igualada, pero no es cierto. Ahora es más sutil. Ahora es psicológico y si vas a la afueras esquivando a la poli de balcón, verás a cientos de desconocidos que te miran mal porque somos zona cero y nosotros, los igualadinos, lo empezamos todo. Miradas y gestos reprobadores y gente que chista cuando pasa, pero cuando los miras hacen así como que no han sido ellos y estaban mirando esa nube que es graciosa porque parece una sardina. Quizá para las mercaderías no es tan duro, pero para la población es horroroso.

Y los mutantes.
Porque ahora a parte de todo lo que tenemos, en Igualada hay una plaga horrorosa de mutantes marinos que buscan pareja que es una puta pesadilla. Salen en manadas borrachas del río Anoia, famoso en todo el mundo por ser uno de los más caudalosos del planeta, y se dedican a ir por las calles cantando y dejando en las ventanas cervezas llenas de orín. Y si solo fuera esto no se diferenciarían de cualquier turista que nos visita. Y no solo es porque sean viscosos y huelan a pescado olvidado encima de un radiador encendido durante tres semanas, si no que son insoportablemente pedantes y hablan con un estúpido acento francés que te dan ganas de arrancarte el oído interno para no volver a escuchar cómo explican por qué decimos mal Chopenjauer. 

Fotografía de un grupo de mutantes solteros y salidos saliendo de las cristalinas y rejuvenecedoras aguas del proceloso río Anoia.

Igualada se ha convertido en un paraíso de turismo basura para profundos y mutantes.

CONTINUARÁ...

1 comentario:

Cristina dijo...

Menudo plan, Jorge, es que solo os faltaba no tener conexión para rematar la faena. Mucho, mucho ánimo. Algún día esto serán batallitas que contar a los nietos (y, quizá, inspiración literaria; disfrazada de esos mundos de mutantes y zombies tan tuyos, eso sí). Me alegro de volver a leerte, sigues conservando tu humor aunque estos días no haya sido fácil mantenerlo. Esperemos que, ahora sí, las cosas vayan mejorando día a día. Un fuerte abrazo.