domingo, 17 de mayo de 2020

De cómo ha ido esta primera semana de trabajo y de lo raro de cojones que ha sido todo

Se acabó el confinamiento estricto y poco a poco volvemos a eso que se ha dado en llamar "nueva normalidad" y que para mí es una mala mezcla de distopía ballardiana, cine pseudointelectual político de los sesenta y comedia berlangiana; un nuevo mundo donde lo terrible e inquietante se mezcla y confunde con lo ridículo y absurdo y oscuramente cómico.

Esta semana pasada he vuelto a la librería.
Las puertas se han abierto y vuelvo a colocarme tras al mostrador a la vida llena de quejas continúas del librero. Por supuesto, volvemos, pero de forma rara y extraña y sin la libertad para babear y estornudar que teníamos antes. Amén de todos los nuevos artículos que debemos llevar para atender al público.

A punto de abrir las puertas de la librería.

Los protocolos para entrar o salir de la librería son nuevo y difíciles de asimilar. Solo puede entrar un cliente por trabajador y un cliente por núcleo familiar. Mascarilla obligatoria y nada de tocar los libros; nada de rozar de forma cursi la portada, esconder el libro que se quiere detrás de otro para que nadie se lo lleve, meter la nariz entre los libros y decir eso de que los libros huelen bien, nada de frotarse la entrepierna con los volúmenes de la obra completa de Josep Pla por aquello de la erótica de la palabra escrita, nada de hacer que Los miserables mordisqueen los pezones...

Pero antes de entrar, más protocolos. Ojo, que me parecen bien. Que no hemos estado encerrados tanto tiempo para que por orgullo mal entendido se joda el invento, pero esto no quita que se ralentice y acabado el día de la sensación de haber atendido a menos personas, pero haber trabajado el triple.

Hasta nuevo aviso, prohibido hacer esto en las librerías.
Y quitarse la camisa. Queda raro.

Empezamos vigilando que los clientes guarden la distancia de seguridad y guarden turno de forma ordenada y sin los machetazos que tan alegremente se pegan los igualadinos en los supermercados o en las reuniones familiares. Comprobamos que llevan la mascarilla puesta de forma correcta y que se desinfectan las manos con un jabón que proporcionamos, y de gran efectividad porque a parte de matar a los posibles virus, limpia la piel muerta, abrillanta las uñas y deja al sol trozos de carne que jamás lo han visto. Ante los lloros de los clientes siempre decimos lo mismo, mientras no salga hueso puede ponerse jabón. Tras esto los clientes se desnudan y pasan a las salas de descontaminación donde se les administra una ducha de compuestos químicos que en su mayor parte es cianuro, potasío, mercurio rebajado a un treinta por ciento y basalto de amoxicinina para dejar los rizos de forma natural. Se frota a los clientes con escobas hipodérmicas y luego se les somete a radiaciones ultravioletas, a una limpieza anal completa y se les proporciona trajes de contención con oxígeno para cinco minutos.

En la zona de descontaminación antes estaba la sección de ensayo político.
Nadie la echa de menos.

En este punto entran  Hans y Bernadette; los nuevos trabajadores de la librería que el gremio ha impuesto para vigilar que los clientes cumplan las normas, que los libreros cumplimos las normas, que los libros cumplan las normas y que ellos cumplan las normas. Son majos. Duros, expeditivos, violentos, narcisistas, pero majos.

A Hans le gustan los libros donde salgan robots y disparar porque sí en las rodillas, "hace un ruido muy divertido... tiene algo que ver con el tipo de articulación". A Bernadette los libros de historia antigua y la tortura intracraneal. Una tarde de estas, mientras me ayudaban a limpiar la sangre que había dejado un cliente que nos comentó que le parecía bien que todo el mundo llevara mascarilla, pero que a él no le pasaba nada y por eso no la llevaba nunca, me explicaron que se conocen de hace mucho años cuando de niños coincidieron en la antigua Stasi, donde estudiaron espionaje y negociación con prisioneros; los acabaron despidiendo de un trabajo que les gustaba y llenaba por "ser demasiado bordes con los clientes y no pedir por favor que delataran a sus madres".

El cometido de Hans y Bernadette es acompañar, y vigilar, a los clientes para que de verdad no toquen nada porque, sí, llamadnos desconfiados, no nos fiamos de su palabra. Quizá dice poco a nuestro favor, pero después de ver a un cliente que nos había prometido no tocar nada meterse un dedo en la nariz y luego ponerse con el mismo dedo a repasar los libros buscando "algo que me llame, no sé, algo así como que me llame por mi nombre y me diga, léeme", mejor asegurarnos. Y a mí me cuesta mucho llamar la atención porque tras estos meses todos estamos tensos y nerviosos, pero a Hans y Bernadette no les cuesta nada hacerlo ni ponerse bordes ni arrancar un brazo ni hacérselo tragar a alguien mientras les cobra con tarjeta.

La gente viene con ganas a la librería y en su mayor parte son comprensivos con las nuevas normas de seguridad, distancia e higiene. Pese a todas las incomodidades intentamos hacernos la vida más fácil unos a otros y entendemos que para todos ha sido complicado. Luego están "los listos"; aquellos, como he dicho antes, que intentan explicarte porque las normas no se han hecho para ellos, por qué están por encima de nosotros y por qué ellos pueden entrar en pareja, pero el resto debe esperar en la puerta. Amén de explicarte todo lo que haces mal y tratarte con ese punto de suficiencia que roza la mala educación.

El listo que me ha llamado joputa y que dice que la mascarilla se la ponga mi puta madre que pase.

Y frustra y cabrea y ves que todo eso de que saldremos de esta mejores y más unidos son estupideces y que el ser humano sigue igual, si no más, egoísta, insolidario, cretino y crecido. Y acabas muy harto de todo ello, la verdad. Y yo solo he estado una semana en una librería. De verdad no quiero pensar qué ha debido ser para una cajera de supermercado. ¿Se puede haber estado trabajando estos dos meses con esa presión y la omnipresente estupidez humana y conservar un poco de fe?

A veces me quedo así, traspuesto en el trabajo pensando si todo esto merece la pena y tiene algún sentido.

¿Notaba a faltar la librería? Sí y no. Tenía ganas de volver a trabajar, de volver a los libros y ver y charlar con los clientes, pero a la vez me daba apuro el mundo de fuera y ser figurante en este nuevo mundo que se está formando (¡malditos tiempos interesantes!). Además, esto de estar en casa con la familia durante tantos días ha estado bien. He leído poco, pero a gusto y me he visto casi setenta películas. Tener tiempo para no hacer nada y dejar para mañana sin remordimientos escribir un poco, hablar de tal película o adelantar la partida de rol. He tenido la suerte de no haber sufrido el síndrome de "aprovechar el tiempo". Pero sí, volver a la librería está bien. Los imbéciles, las avalanchas de novedades (¡más de cuatrocientos libros en junio y julio, pero estamos pirados Grupo Planeta de los cojones!), la incertidumbre, no, a todo eso no quería volver, pero a estar rodeado de libros y al día a día, sí. La librería vuelve a estar abierta y que siga así treinta años más.

Sí, estamos abiertos... hasta las ocho... sí, lo tenemos... no, no hacemos descuento de Sant Jordi.

PS. Se me ha olvidado comentar lo de la familia vikinga que nos ha crecido en la sección de poesía, pero lo dejo para otro día porque esto me ha quedado demasiado largo. Tenemos nuestros más y nuestros menos, que no compartan el botín de los saqueos me cabrea lo suyo, pero creo que llegaremos a entendernos.

2 comentarios:

Mara Oliver dijo...

Habrá quien vaya para ver quién coño es hans y habrá quien vaya por Bernadette y habrá quien vaya por la limpieza anal gratuita, a ver si de paso vendéis algún libro. Mucho mucho ánimo.
Un abrazo fuerte y estoy deseando leer la siguiente entrada :D

Cristina dijo...

Quién nos iba a decir que sería más fácil imaginar una invasión zombie que esto, ¿verdad? Ay, Jorge, que no nos falte el humor. Me ha encantado tu crónica, menuda paciencia tenéis que tener... Dicen que nos acostumbraremos. Yo creo que fue más fácil acostumbrarse al confinamiento que a todas estas medidas para ir a comprar, pero qué le vamos a hacer. Mucho ánimo, y adelante.