jueves, 30 de julio de 2020

Crónica tardía de un Sant Jordi (otra vez) más raro que el otro

Ha pasado una semana y ya casi nadie se acuerda. No es de extrañar. El Sant Jordi de verano como se ha conocido popularmente ha sido un experimento que no solo desafiaba a la naturaleza y a dios con arrogancia y chulería, si no que era algo que a pocos les hacía ilusión. Hablaba con libreros, representantes editoriales, editores y otros infraseres que poblamos el mundillo cultural (o pseudocultural en algún caso) y había un desanimo, pocas ganas y mucho "pues se hará", "ya veremos", "por favor, qué pereza". 

Al final, tras muchos días de si sí o si no, de noticias contradictorias, de amenazas de suspensión, de señores disfrazados de virus correteando por las calles con la chorra fuera, de correos electrónicos con lo que teníamos que hacer los libreros para asegurar que los visitantes a las paradas cumplieran con las normas higiénicas, de profecías cumplidas por entender mal una palabra del conjuro (esa jota que se pronuncia como ese, lo típico), el Sant Jordi de verano, la Noche de flores y libros, el Falso Sant Jordi se celebró. 

Se hizo, se vio y, sí, dio pereza.
Pero se hizo.


¿Y cómo fue?
A ver, mis previsiones eran catastróficas, pero es que soy de natural apocalíptico. Mi visión del mundo y de la gente es una mezcla entre The walking dead y La escopeta nacional, con música horrible y comida que cuando llega a la mesa está fría y encima no es lo que habías pedido. Reconozco que mis ánimos estaban por los suelos, que estaba en un pozo oscuro con reminiscencia murakamianas llenas de lentitud, pedantería, tontería, páginas de más y deseos desesperados de gustar al lector occidental (no me gusta Murakami así que imaginaos la pesadilla). 


No me apetecía este Sant Jordi, no quería este Sant Jordi y no quería estar en una parada rodeado de gente y vigilando si se ponen alcohol, que no se arrejunten mucho, que lleven bien puesta la mascarilla y otros pesadísimos etcéteras que nos acompañaran durante años. Solo imaginaba que ese día se convertiría en una pesadilla de gente amontonada, disparos, helicópteros volando bajo y disparando bazokas, toses, flemas, mutaciones, marines espaciales aniquilando a la población de Igualada por la gloria del Emperador, gente borde y maleducada, ratas gigantes saliendo de las cloacas para preguntar cuál es el libro más vendido, autores locales de malos modos increpando a los libreros porque no encontraba su libro y...

Sí, más o menos así.

Así que siendo esas mis expectativas, el día no fue mal del todo.
Parada abierta a partir de las seis con un calor puro de verano cruel. Poca gente. Paseantes, algún curioso, pocos niños. Ventas tímidas y pasar las horas. Avisar de que la gente se pusiera alcohol en las manos fue un continuo y aguantar las miradas recriminatorias de los encargados de salud pública por tener a dos personas cerca, también. Lo del autor local molesto se cumplió (¡¿dónde está mi libro?! ¡¿cómo es que no habéis traído MI libro sobre el coronavirus!?). 

- ¡Usted es el autor del único libro del coronavirus que hay en las librerías! 
Muertitos nos hemos quedado, caballero.

Poca venta, mucho calor, demasiados libros. Por lo menos vinieron algunos de mis clientes favoritos con los que pude hablar de literatura juvenil, terror o novela negra y criticar la obsesión con los más vendidos como si eso fuera indicador de calidad o prestigio literario.


En teoría teníamos que estar en la parada de seis de la tarde hastas las once y medía de la noche. Las optimistas previsiones que hicieron tipos listos de bata blanca y gafas de pasta que dicen cosas como "según mis datos" o "todos los vectores infradimensionales apuntan a una recriminación acelerada del índice retractil" auguraban una riada de gente inundando el paseo, comprando libros y rosas y haciendo que la fiesta durara hasta bien entrada la madrugada entre botellas descorchadas de cava, carreras de abuelas y espectaculares números musicales sardanísticos.

El típico, y cansino, despiporre igualadino cada vez que hay una fiesta.

Nada de esto se cumplió y a las diez empezamos a recoger con prisa y sin pausa para irnos a tomar un bocadillo y quejarnos de cómo había ido el día (a los libreros lo de la queja se nos da de maravilla) y compartir algunas anécdotas poco suculentas, pero que distraen.

Y cuando le has cortado el cuello, tía.
Lo puedo ver mil veces y siempre me hace gracia.

Vino, se hizo y se olvidó. 
Ahora a concetrarse en la apasionante temporada de texto y soñar con las vacaciones... tiempo para leer, escribir, ver películas chorras y alguna buena, juegos de mesa con los nenes, arrumacos con A. y esquivar con poca elegancia las insinuaciones de ir un día a la playa. Y olvidar que por culpa de este segundo Sant Jordi queda menos de un año para el próximo y se querrá hacer a lo grande, para compensar. Pero a eso ya nos enfrentaremos cuando toque... ahora haremos como que no existe.

1 comentario:

Mara dijo...

Has sobrevivido y el siguiente, pues sí, es problema del Jorgedelfuturo. El día no habrá estado a la altura, pero la crónica no defrauda XD
Un abrazo fuerte