miércoles, 25 de mayo de 2011

Cosas de la mudanza

Son las nueve y treinta y tres de la mañana de un muy soleado miércoles. Los bocinazos histéricos de un camión enfrentado a un autobús escolar me han despertado y entre kilómetro y kilómetro (mira que es largo el piso nuevo) me he preparado un café con leche y me he sentado a escribir un ratejo antes de ir a buscar el armario y fin de la mudanza y a tomar por culo coño que cansao que estoy. Porque aunque la semana pasada hubo una avanzadilla de libros, ha sido entre el lunes y el martes cuando cogiendo la caja por las asas, tira para el piso nuevo y sube las escaleras. Porque no hay ascensor. Es piso antiguo. De techos altos así que los tramos de escalera son para morirse. Tres metros y medio de techo que hasta que no lo midió mi padre no se quedó tranquilo. Pues caja para arriba, caja para arriba, caja para arriba... ¿cómo es posible que en dos años se acumulen tantas cosas útiles? Entre el material de pintura de A. y mis libros... los enseres de cocina, Buzz, Sigilo, que es nuestro pequeño dragón lleno de mala leche, un par de baúles (uno con trampa), ropa, ropa, ropa... por suerte, como somos pobres, no tenemos muebles.


Ha sido una semana y media de vacaciones muy movida... porque mientras que hay personas que se toman vacaciones para descansar, otras lo hacen para hacer cosas. Aprovecharlas. Y yo las quería aprovechar. Para vegetar quince días en un sillón leyendo novela negra americana y atiborrarme de tipos duros y rubias peligrosas. Pero si se cambia de piso se cambia de piso y peso mucho para que me transporten en volandas. Eso sí, estos días me han servido para darme cuenta de algunas cosas...

1. Estoy viviendo con Ripley. A. quería una mesa para su taller de dibujo. La mesa estaba en la casa de campo de mis padres. EL domingo se llevó de excursión a unos amigos a buscar la mesa. La mesa llegó al piso. Se subió con esfuerzo y cansancio los dos pisos. Se encaró en la puerta. Pero había un problema. La mesa no cabía por la puerta. Y eso que es un pedazo de puerta, pero es más un pedazo de mesa. ¿Solución? Descartada la idea de serrar la mesa por la mitad y quitar la puerta nos decidimos por serrar un poquito las patas y pasar de una mesa alta de cojones a una mesa bastante alta de cojones. Dicho y hecho.


Y fue en el momento que A. tomó posesión de la sierra que sus ojos cambiaron, sus músculos se tensaron, se caló una gorra en la sesera y se encargó de esa perra que no quería pasar por el tubo. Pilló luego el taladro y empezó con agujeros por aquí y por allí para poner un par de colgadores. Es para las chaquetas, decía ella en estado de euforia. Todos con precisión, profesionalidad, erotismo y admiración. Porque mientras A. adquiría una aureola de cargarse a todo bicho espacial viviente y poder hacer llorar al primer marine colonial que le chiste, yo seguía en mi papel.

Aquí el menda con mis muñequitos en plena representación musical de La montaña mágica.

Ah, y mientras A. taladraba la pared, mi sobrino de casi tres años de edad armado con un atornillador eléctrico se empeñaba en hacer su particular homenaje a aquella zetosidad llamada El asesino de la caja de herramientas. Me ha salido complejo, el nene.

2. El mejor papel en una mudanza es el del tipo que conduce de un piso a otro. Con la frase "es que no se encuentra aparcamiento" uno se puede ahorrar todo el trasiego de subir cajas. Eso sí, cuando no se tiene carnet de conducir, pues como que la frase no cuela. Sufrido en mis propias carnes.

3. La generación de mi padre y del padre de A. es burra como ella sola. Me explico. Caja enorme llena de ollas, sartenes, bandejas y etc. Mesita de noche recia hecha con madera de secuoya ultra pesada con la que se hacen los barcos que desafían la ley de la gravedad marítima. Subir al piso. Sin ascensor. Mejor con ayuda, ¿no? No. Pues uno se lo carga solo, bufa todo el camino y luego se queja joder, la próxima mudanza la hacéis solos, auf, auf, mis rodillas. Espera que lo subimos entre dos que cansa menos y es más fácil. Na, yo solo subo el piano de doble cola y con el meñique cojo dos cajones de la comoda y ponme debajo del brazo la panificadora industrial y tira para arriba, auf, auf, joder mis rodillas.

Imagen encontrada en el blog El Pintautodidacta. ¿A qué es chula?

4. Tengo despacho. Vamos, una habitacioncita pequeña pequeña para mí, mis juguetes, mis libros, mis cómics, mis cosas de rol, mis planes de conquistar el mundo, mis guías turísticas de Prusia y Siam, con mi mesa, un ordenador para que escriba tranquilo y, por fin, de al mundo la gran novela americana que anida dentro de mí.

Al fondo, cajas de libros. Bueno, el 10% de los libros que quiero meter entre estas cuatro paredes.

5. Hasta la semana que viene estamos sin gas. El lampista tiene que cambiar la placa de los fogones porque pierde gas y, según parece, si nos dan el alta y nos ponemos a cocinar pues resulta que podemos morir. Por inhalación o por explosión. Cosas de la física. No podemos cocinar y agua fría al ducharnos... pero como hay cinco cajas de enseres de cocina para colocar pues, bueno, no se nota tanto... Bueno, si se nota, pues busca un plato y el menda todavía no ha colocado nada, pero es que he cargado con un armario y estoy que me canso...

6. Y en un par de días presento el fantasma del edificio. Toda su historia para que se convierta en leyenda.


Sus vais a cagar las patas abajo porque hablo de cosas de mucho miedo. Auuuu, auuuu, qué susto más gordo prefiero la muerte.

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