A los dos días de volver de las vacaciones, oigo esto.
- Joder, ¡no tienen el dos! Tiene el uno y el tres, ¡pero no tienen el dos! ¡Qué les cuesta! ¡Serán desgraciados! ¡Qué les cuesta tener el dos!
- Tata, miro el libro de Dora Exploradora.
Estaba en el almacén enterrado en novedades cuando oigo unos gritos procedentes de la sección infantil. Alzo la cabeza del cómic de Batman que estaba ojeando y me sorprendo al encontrar a una niña de diez u once años caminando de un lado a otro despotricando contra la librería y sus habitantes por no tener un cuaderno de ejercicios de mates mientras sus hermanas pequeñas se miraban con tranquilidad unos libros de la maldita niña y su inseparable mochila. Sigo escuchando.
- El dos, no tiene el dos. ¿Y ahora qué? Hijos de puta, pero qué hijos de puta, ¿qué les cuesta, me lo podéis decir? ¿Qué les cuesta?
De un lado a otro, largas zancadas, brazos pendulantes que desordenaban libros en busca de alguna sutil venganza, mirada perdida y una retahíla de tacos iban deslizándose por su boca que me lleno de envidia. A su edad, yo solo conocía la mitad. Continua su camino hasta que al calor de un nuevo hijos de puta se detiene al lado de las que intuyo son sus hermanas y se pone a mirar la historia de la niña que enseña inglés con su mono a los niños. Es entonces cuando salgo del almacen.
- Perdona - digo. Silencio - Perdona. La chica de la camiseta roja.
- ¿Sí? - dice mientras se gira con un movimiento entre cansado y derrotado, pero con la guardia alzada. En el momento menos pensado puede desenfundar su espada y vernos enzarzados en un combate del que solo puede salir partes de uno.
- ¿Te puedo ayudar?
- No.
- Es que he oído gritos y he pensado que necesitabas ayuda o te pasaba algo...
- No, ni tú ni nadie me puede ayudar - y vuelve a interesarse en la persecución de la niña y el mono contra el whisper que roba objetos que no necesita... en vez de culpabilizarlo deberían ofrecerle su ayuda.
La historia acaba con el hallazgo del cuaderno número dos en el almacén ya que en tienda se había acabado. Cosas que pasan.
Y me doy cuenta de que añoraba nada de todo esto. Las vacaciones son mi estado natural de existencia y volver a la tienda en plena época de cuadernería de libros de ejercicios estivales, primeros encargos de libros de texto, primeros problemas de quítame ese workbook de encima resulta estresante y poco acogedor.
Con lo bien que me lo he pasado estos quince días de asueto, tirado en el sofá de casa mientras leía, de paseo con A. y los niños, pensando en todo lo que quiero escribir y hasta escribiendo un poco, jugando a rol, viendo alguna película (qué poco me gustó Ice Age IV... moralina familiar de una forma tan descarada que molesta y aturde. Y los momentos de drama de instituto sobre popularidad de la mamut adolescente son de vergüenza. ¿Qué queda? Algún gag conseguido protagonizado por la pareja de perezosos. Espero que lo dejen aquí porque la serie se nota ya desgastada... la ardilla ha perdido su gracia), acostándome tarde, leyendo más, pasar mucho miedo al encontrarme delante del cine de mi ciudad el día del estreno de A tres metros sobre el cielo con la calle tomada por adolescentes de flequillo creciente, pantalón menguante que chillaban cada vez que una de ellas decía el nombre del "galán" y perdiendo el tiempo en esta inmensidad de información que es la cosa esta de interné.
Y ahora el tránsito por los meses estivales al pie de la librería con los libros de texto y los horribles calores. Pensad en mí.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Te diría que no, que es imposible, que no hay persona en sus cabales que suelte tan cantidad de improperios con tanta facilidad a la mínima de cambio... Peeeeerrrrooooo, he sido cajera de Carrefour mucho tiempo como para no saber que eso es posible en todas las edades y géneros de esta especie nuestra tan humana :P
Como cajera ya habrás vivido lo tuyo y tendrás cuatro o cinco vietnams a tus espaldas... Santa paciencia es lo que hay que tener y las armas lejos.
Publicar un comentario