miércoles, 1 de enero de 2014

Carta a los reyes

1 de enero de 2014.
Empieza un nuevo año justo donde terminó otro siguiendo un calendario establecido de forma arbitraria hace un puñao de años (más de veinte) por unos tipos listos que no tenían otra cosa que hacer. A todos, que sea un buen año y que no se cumplan esos deseos de los presentadores de las campanadas que dicen eso tan malrrollero e inquietante de

Feliz (inserte año correspondiente) y que el próximo año sea al menos tan bueno como éste.

¿Cómo empezó el año? Bueno, con A. y los nenes en casa viendo capítulos de 


y antes de la una de la madrugada ya estábamos los seis (incluyo a los gatos) durmiendo. 

Con todo lo que habíamos sido.

Y a las ocho y media, diana. Arriba, meadita, poner comida a los gatos, ducha de agua fría (sórdida historia con la presión del agua que no comentaré ahora), vestirse, cafetito, despertar a los niños y prepararse para llevar la carta a los Reyes. Porque hoy es el día. Hoy los trabajadores no asalariados de sus majestades los Reyes Magos de Oriente recogen la carta de los niños llenas de sueños, esperanzas, regalos y juguetes que han visto en interminables catálogos de centros comerciales, material audiovisual de última generación y un "lo que vosotros queráis" en el que se intuye algo así como "pero que no sea una mierda". Niños vestidos, Jorge vestidos, gatos vestidos, A. medio dormida y nos vamos a hacer cola media hora antes de que abran puertas y enormes pajes con cara de mala hostia nos hagan circular en correcto orden y sin ningún concierto para amenizar la espera con buenas versiones de jazz clásico (por pedir...).

Llegamos a la cola. Y desde el primer momento algo raro sucede. Ya sé que estaréis pensando que lo que ocurre es que tengo una sobredosis de Doctor Who, candidatos de Manchuria, ladrones de cuerpos o hipnosis autoinducida, pero la cola era diferente a la de otros años. No había rastro de abuelas ninja intentando colar a sus nietos para ganar dos puestos, no había padres escupe fotos, ni críos histéricos correteando arriba y abajo. No sé si era la hora temprana, la situación socioeconómica o que no me fijo lo suficiente, pero no era como otros años. Mucho más tranquilo.

A las diez y media en punto abren las puertas del recinto donde se concentran los pajes y la cola empieza a avanzar. A. no estaba con nosotros. Se había quedado en casa tirando café con leche por el suelo de la sala. Sus motivos tendría. Al final ha aparecido cuando estábamos a punto de entrar en el Ateneu, el edificio donde los pajes recogen en Igualada las cartas. Y seguía tranquila. Poca presencia de pajes en la calle. Otros años aquello estaba plagado de caras negras, plumas, grandes pendientes de oro repartiendo sonrisas y caramelos a los niños, hablando con ellos, preguntando si se habían portado bien, si eran buenos y otras cuestiones personales. Nada. Y al entrar, peor.


Una alfombra roja. Nosotros, con los niños y un montón de desconocidos, caminando casi en silencio. Y a lado y lado, dos filas perfectas de pajes. No hacían nada. Solo nos miraban y callaban. En silencio. Nada de acercarse, dar caramelos, aceptar fotos. El silencio. La mirada escrutadora. El juicio. Los años anteriores llamaban a los niños, caramelos, más preguntas, pero hoy... nada. Solo un paje entrada en años y faja apretada que pedía velocidad, circulación, rapidez y nada de detenerse. Avanzar, avanzar, prisas, prisas, avanzar. Y en nada hemos cruzado las puertas del teatro y nos hemos visto delante de uno de los pajes que recogen la carta.


¿Qué tal? ¿Buenos? ¿Os habéis portado bien? ¿Sí? No os peléis, menos ordenador y consolas, ayudad a mamá, haced las camas y anda toma una moneda de chocolate y un caramelo, FOTO, circulen.

Y a la calle con un globo, poster, libro y punto de libro publicitario por niño y para casa. Ya está. Sinceramente, un rollo desangelado sin mucha gracia, participación e interacción paje/niño. Niño Lobo y Niña Zombi se han quedado algo desilusionados por lo frío que ha sido toda la recepción de la carta, pero se les ha pasado pronto. ¿Por qué?

Ains.

A., ya lo sabéis, es mi contraste. Es la más mejor mujer del mundo y una de la cosas que más le gustan en el mundo es tener la casa llena de gente. Porque ella lo vale. Y este año ha inaugurado una tradición que quiere perpetuar y que me encargaré de boicotear; ha montado una chocolatada en casa para niños y padres que tras dejar la carta a los pajes quieran pasar a tomar un refrigerio. Así de repente me he encontrado la casa tomada por padres y niños correteando disfrazados por casa de superhéroes, magos, hadas travestidas mientras los padres se tomaban un chocolate caliente y miraban fotos de buenorras dándose el lote o cimbreles de tamaños imposibles. Ellos sabrán por qué. Los gatos se han escondido debajo de la cama en un envidiable acto de asocialidad gatuna que quería imitar, pero no me han dejado. Así que me he visto ejerciendo de anfitrión con mis atrofiadas aptitudes sociales. ¿Y A.? Jugando con los niños, claro. Y yo, manteniendo balbuceantes conversaciones. Suerte que los que han venido ya me conocen y saben que soy una ameba social con mano involuntaria con los críos. En cuanto me encuentro con gente en casa entro en shock.


Pero ellos tranquilos, se relajan y cumplen esa ley no escrita que empieza a correr por este mundo, en casa de A. sabes cuando entras, pero no cuando sales.

¿Por qué? Por los disfraces, las pinturas, el material de manualidades, los sofás movibles, los gatos, esa cueva de las maravillas repleta de juguetes increíbles que es el despacho de Jorge (donde no se entra), los juguetes, la casa de muñecas, los muñecos inventados, amplias habitaciones, pasillo interminable, portales dimensionales, monstruos en el escobero, figuritas, chucherías y miles de sorpresas. Es como la fabrica de chocolate y la tienda mágica del señor Magorium regentada por una mujer simpática, encantadora, abierta y agradable que además está muy buena. Y que comparte vida con el Grinch.

Pero al final, cada oveja a su corral y pasando la tarde tranquilos. Los nenes viendo un par de películas, A. preparando el taller que tiene mañana y yo pegándome la primera siesta de la hostia del año.

Por cierto, vuelvo a mi plan original de conquistar el mundo. Para Reyes he pedido un robot gigante termonuclear y armado con lo último en armas y que dispare lubinas mutantes. Os mantendré informado.

4 comentarios:

Mara Oliver dijo...

^^ A. es mi musa supermamá, jejeje, como moláis.
un abrazo enooorme!!!

PD: los reyes majos no traen juguetes de destrucción masiva, tenías que haberle escrito al Rey Hielo ;)

Jorge dijo...

@A. es musa de muchos.

PD. Lanzo solicitudes a todas partes a ver si una cuela.

Jordi Vivancos dijo...

Muy interesante. Especialmente la parte de las buenorras dándose el lote y cimbreles de tamaños imposibles. ¿Podrías desarrollarla en una próxima entrada? Tienes la mala costumbre de entretenerte con las minucias y pasar de puntillas por los temas de verdadero interés. Cada día te pareces más a Proust.

Jorge dijo...

Mi muy querido imbécil,

desarrollaré ese punto en una próxima entrada. Este blog siempre se pliega a los deseos de sus lectores.