Librería. Un par de días antes de Reyes. Dos chicas y un chico hablan. Ellas parecen sacadas de una película de bandas callejeras de los ochenta cambiando el pelo encrespado por tupés estratosféricos. Él tiene pinta de metrosexual sin presupuesto y está más preocupado en posar para los inexistente espejos que en atender a las conversación de las dos muchachas. Éstas hablan mientras esperan que acabe de envolverles un libro infantil.
- Pues en la tele dijeron que es bueno que a los niños, los Reyes le traigan un libro.
- ¿Un libro al mes? - exclama el chico. Como se puede apreciar, no estaba escuchando mucho.
- No, un libro al mes, no. Un libro para Reyes.
- Ah, ya me parecía a mí.
- Sería demasiado. Que para Reyes tuviera un libro. En la tele dijeron que les va bien... que les... reprograma.
- Por eso le compró éste - dice la segunda chica que había permanecido callada y con apariencia de sensata hasta ahora - para que tenga un libro y, como dice la tele, se reprograme. Pero cuesta, que los libros son muy caros.
El "éste" es un libro troquelado de dos euros.
Es una de los momentos que más recuerdo de estos días de Reyes. Entre las colas y los compradores y las cajas y las recomendaciones, este momento como algo casi mágico. Una conversación llena de implicaciones que hace las delicias de cualquier exégeta. La tele, la educación, los niños, los libros, el valor de las humanidades, los peinados, el cine de los ochenta de peligrosas pandillas y justicieros solitarios, la reprogramación de las jóvenes mentes, la calma del librero para no meterse en conversaciones ajenas, la incomunicación, las personas que no escuchan cuatro de cada cinco palabras... Que cada cual saque sus conclusiones.
Y en el otro extremo aquella muchacha que hablando de novelas de aventuras se quejó de que su madre insistía en que dejara de leer
eso y empezara a leer "cosas más serias". Con catorce años se le había pasado el tiempo de leer libros de Cotrina, de Cornelia Funke, de Holly Black, de Richelle Mead con sus historias de chicas fuertes, amistad entre iguales, chicos guapos que no irritan y muchas hostias.
Buenas y entretenidas novelas.
Las portadas tiran para atrás, pero es de lo mejor en juvenil.
Naturalmente, la madre no especifica qué es eso de "cosas más serias" ni ofrece alternativas, ni soluciones. Solo la amenaza de no comprarle más libros de aventuras. Las lecturas de lo hijos...
Y otro chaval que busca un libro de fantasía. Me trae una segunda parte de una octava trilogía de la Dragonlance y nos ponemos a hablar de esta divertida, pero irregular serie. Sus padres me dicen que le busque algo ámeno, de aventura y fantasía, pero que no sea violento porque están en contra de la violencia y de que alguien tan joven (unos doce años) lea situaciones fuertes. Descarto el universo Warhammer. A los dos minutos de hablar con él me explica que lo que a él le gustan son los juegos de ordenador. Los libros están bien y le gusta leer, pero sin entusiasmo. Le pregunto a qué juega. Tiros, tiros, tiros, tiros, tiros. Juegos de matar zombis, explotar nazis, atropellar rivales por el control de la droga. Juegos rápidos, muy violentos, muy bestias y los padres los compran sin rechistar, pero con los libros que sean descafeinados.

No voy a ponerme moralista con la violencia de los juegos porque yo soy el primero al que le gusta ponerse en una pantalla y pegar cuatro tiros a terroristas que amenazan la seguridad de un areopuerto. Me sorprende, eso sí, la hipocresía de proteger de los libros y despreocuparse de los juegos. ¿Es menos peligroso cortarle la cabeza a un orco con el mando que leer como el héroe de turno le corta la cabeza a un orco? ¿Es peligroso, diría yo? ¿Por qué un medio sí, y otro no? Al final el chaval no se llevó ningún libro porque prefirió esperar a que me llegara El retorno de los dragones y empezar con las aventuras de Tanis, Tas, Raistilin y compañía desde el principio. Me dejó un par de buenas recomendaciones de juegos y una buena conversación. Se llevó un ticket de encargo para recoger un libro de fantasía y unas palabras de aliento fomentando las lecturas que los progenitores consideran imprudentes. No se tienen por qué enterar.
Pasaron más cosas en la librería, pero hoy me apetecía comentar esto.