Cuando alguien me pregunta a qué me dedico, suele sucederse dos reacciones.
- ¿De qué trabajas?
- De librero.
Reacción 1: Aclaración del concepto.
- ¿De qué?
- De librero. En una librería. Vendo libros - no sé si imaginan que trabajo aguantando libros en el salón con luz natural de una casa bien.
Reacción 2: Exaltación de lo hermoso que es mi oficio.
- Oooooh, qué bonito.
Porque a ojos del mundo, el oficio de librero es muy bonito. Y sí, es un buen trabajo, pero no es lo que normalmente se imaginan. Vamos, que no me estoy sentado detrás del mostrador en un buen sillón con mi chaqueta de tweet, un té, leyendo una novela de Jane Austen y un gato duerme en mi regazo mientras los clientes habituales hablan de Camus en una esquina y un pobre estudiante de filología roba un ejemplar de los poemas de Octavio Paz que me pagará trabajando los fines de semanas y descubriendo el amor de su vida. No es exactamente así. Aunque ayer hubo gato...
Hijo puta.
Mañana del martes. Una señora que busca algo para su hija o sobre su hija o algo. No sé, no me quedé con la copla y la dejé con una frase en la sección de niños que era más o menos, mira por aquí. Un maullido desesperado me despista. Mi compañera de trabajo me mira y dice, ¿no has oído un gato? Sí, he oído un gato, pero mi primera reacción es buscar por la tienda a ese cliente que tiene como tono de móvil el maullido dolorido de un gato (verídico). No está. El maullido vuelve a sonar. Es que mi hija tiene..., dice la señora, pero ya paso de ella. Dos maullidos más y silencio. En cuanto los clientes se van, mi compañera de trabajo y yo nos ponemos a buscar por la tienda. Aquí no, aquí tampoco. Salgo a la calle. Nada. Entro en la tienda y mi compañera me dice, aquí. En el escaparate. Este tiene una pieza inclinada que es donde apoyamos los libros. Tiene una pequeña pieza que se abre y da a un compartimiento donde almacenamos borra de polvo desde el pleistoceno. ¿Y allí dentro que encontramos?

Pero que cosa más ricaaaaa.... uins qué bonitooooo... pero una librería no es el mejor sitio para un gato. Así que lo vamos a coger. Y, claro, se escapa porque es pequeño y esta asustado. Y, la verdad, el cabrón corre que se las pela. Total que empezamos una persecución por la tienda tras el gato. Saltos acrobáticos, tiros, explosiones, una vieja que se cae en pedazos, muerte de un inocente que no lo era tanto porque escupía por la calle, libros de Paulo Coelho que se caen al suelo y se ensucian y se rompen, pero a quién le importa. Total, que al final el gato se quedó acorralado en un rincón. ¿Y cómo lo sacamos de ahí? Una caja de cartón delante, se le azuza un poco y que se meta. Y una vez dentro, ya veremos qué hacemos con él (aunque yo me lo imagino en casa con A., Sigilo, Arya, los nenes empezando una colonia gatuna que nos lleve a dominar el mundo si es que ellos quieren y no tienen que dormir, claro).
Un plan perfecto si no fuera porque no contamos con un factor, la habilidad de un gato callejero para con un par de saltos decirte, chupame la polla. El gato entra en la caja, sale de la caja, salta, lo pillo al vuelo con una mano, se escurre, lo vuelvo a pillar y...
El hijo de puta, a parte de oler como los demonios y dejarme un pestazo que me lleva a pensar que su padre fue una mofeta salida y borracha que un viernes por la noche se tiró a una gata incontinente, me deja la mano echa unos zorros entre los diferentes mordiscos y los arañazos. Como el valiente que soy casi no lloro y consigo meter al bicho de los cojones, un monstruo todo peste, uñas y colmillos, en la caja. La mano me duele y me encierro a tirarme un par de litros de alcohol por la herida para desinfectar. A saber qué ha estado mordiendo el bicho.
Le comento al jefe la historia y su respuesta es hay que ver la vida del librero, nos vemos obligados a hacer de todo.
Y ya está.
...
¿Qué pasó con mi mano? Está bien. Duele un poco, pero la supuración ha dejado de oler tan mal y ya no es verde, sino negra. Y eso siempre es buena señal.
¿Y con el gato? Bueno... tres opciones y que cada uno escoja la que más le guste.
1. Lo llevamos a una protectora de animales donde ha encontrado una familia que lo cuida, lo quiere y no le pone ni cascabeles ni lazos.
2. Lo devolvimos donde vivía, un solar que es un impero de los gatos en mitad de Igualada. Su solar, sus reglas. El humano que entra no sobrevive.
3. El arroz me salió muy bueno.