martes, 19 de julio de 2011

El extraño caso del pastel cadena

Un día mi señora madre nos explicó la leyenda del extraordinario bizcocho de la suerte. Fue en una comida familiar y alrededor de una paella o de carne asada (que no recuerdo ahora, pero una de los dos platos era seguro), nos contó que a sus manos había llegado la masa madre del famoso pastel de la suerte de unas monjitas sevillanas. Esa masa madre había ido pasando de persona en persona a lo largo de los siglos y los siglos y con ella se había repartido suerte y fortuna. Porque cada agraciado con la masa tenía que preparar el pastel con la receta siguiendo de forma estricta los tiempos (unos diez días) y luego repartir el resultado entre tres personas queridas para que el pastel de la suerte se fuera difundiendo. Y, al acabar, nos preguntó si queríamos a lo que respondí.

- No.

Interrogado por el motivo de mi tajante negativa, aduje que...

- No pienso dejar mi felicidad futura en manos de un pastel.

Y di el tema por zanjando. Pero una madre es una madre y en estos momentos tenemos en el horno un bizcocho haciéndose. Y es que una madre no se queda tranquila si parte de la felicidad que lleva consigo un pastel fermentado de fermentación de fermentación no ha llegado al hogar de un hijo. Y, ahora, tenemos que cargar con un poco de esa masa madre a tres personas que difundirán la alegría y el alborozo en forma de bizcocho.


Realmente, la cadena de cartas y mails ha realizado un paso en su evolución que nunca me hubiera imaginado. De aquella carta que cayó en mis manos en el colegio donde se anunciaban horribles desgracias si no la enviaba a siete personas más y que estaba plagada de historias de terror de hombres de Michigan que no hicieron caso y se les cayó un tractor encima, a los mails de niños con cuatro o cinco enfermedades terminales dependiendo del día, deseos de ángeles de nuestro señor que si reenvías tendrás amor, pero si no alguien tu familia morirá lenta y muy dolorosamente (y piensas qué hijosdeputa los angelitos de los cojones), a un pastel que trae fortuna... ¿Y si no? Porque la receta no habla en ningún momento de qué pasa si no repartes la masa madre, si en un acto de descuido egoísta no repartes un poco del pastel.

Pues he investigado un poco y he descubierto algunos espeluznantes sucesos de personas que no repartieron la masa madre...

Laura Solano de Cartagena no compartió la masa madre. Y eso que quien le hizo la entrega fue su querida abuela Sonsoles, una adorable viejecita de noventa y seis años, sorda, ciega, palmípeda, afrancesada, pero que conservaba toda su mano (menos dos dedos) para la repostería y los canalones. Toma, nietecita, para que te traiga suerte. Laura dijo sí, sí, y al salir de casa de su abuela (que seguía viviendo sola pese a las continúas fugas radioactivas de la central nuclear ilegal del vecino de abajo) tiró la masa madre en la primera papelera sin culo que encontró y se dedicó a admirar los cuchillos y tenedores de plata que le había arrebatado a su yaya. Pobre insensata, porque llegó el día de su boda y todo fueron desgracias: su padre perdió el vestido de novia en una apuesta de pedos, su hermana se lió con el novio y con el padre del novio a la vez, se quemó la comida del banquete, su yaya se murió y le quitó todo el protagonismo y acabó loca comiéndose a los invitados y muriendo tiroteada por un policia de Arkansas que por casualidad pasaba por allí.

Laura poco antes de recibir treinta y seis tiros a bocajarro.
Sus últimas palabras fueron, masa madre.

Paco Tapias de Badalona era un tipo majo, de verdad. Lo suficientemente friki, pero sin llegar a resultar inquietante. Con amigos que lo aceptaban y que a sus espaladas no pensaban eso de seguro que se tira a su madre y menudo patético fracasado. No, estos amigos jugaban a cartas con él, se disfrazaban de superhéroes en los cumpleaños y podían recitar en orden alfabético mientras bebían cerveza el nombre de todos los villanos de las películas de Star Trek. Hasta tenía una novia guapa, rubia y divertida que le gustaba disfrazarse de Canario Negro o Power Girl y jugar a quedarse sin poderes y cachonda e indefensa. Paco era culturalmente disperso y feliz. Hasta que le dijo a su señora madre que sí, que sí, que había repartido la masa madre cuando en verdad se la había dado de comer a su hamster Namor y ese mismo día los del tinte le jodieron el disfraz de Iron Man. Y el resto es historia...


Y no os voy a explicar la historia de cómo una persona normal puede acabar así... es demasiado espeluznante y no quiero provocar desmayos, vómitos y pesadillas... pero tela... tela...


Estas historias que nos recuerdan uno de los mejores consejos que una persona puede recibir:

Nunca cabrees a una monja... ¡y comparte el bizcocho, coño!


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