sábado, 13 de octubre de 2012

Una cinta amarilla

El western me hace feliz. ¿Qué es un género partidista, lleno de errores históricos, propagandístico y propenso a la idealización? Sí, ¿y qué? La poesía épica es lo mismo y nos maravillamos ante Hómero.

Y las películas de John Ford, más feliz todavía. Como con Hawks y Leone.

Imagino que se deberá a ese arte alquímico y único de contar las historias, la atención a los pequeños detalles, la complicidad de los actores y la complejidad de unos mundos en apariencia tan sencillos.

Todo esto viene a que ayer por la noche vimos La legión invencible (1949) título español innecesario y grandilocuente, mucho más hermoso es She wore a yellow ribbon del original. Parte central de la trilogía sobre la caballería, hermosa, elegíaca, triste. El tiempo de los grandes hombres se acaba y deja paso a la bravuconadas y chulerías de una nueva generación. Un territorio que roza lo mágico gracias a una fotografía portentosa. Casi un poema cinematográfico lleno de estampas prodigiosas el entierro del soldado, la caravana atravesando una tormenta o el monólogo de John Wayne ante la tumba de su esposa.

Es por este tipo de escenas por lo que uno quiere tanto a John Wayne

No le pidamos argumento a esta película, porque tiene poco. Y lo poco que tiene, no es muy interesante. El triángulo amoroso no funciona. El ritmo es desigual. La historia es algo errática y los personajes secundarios, de planos, desaparecen. Pero lo dicho, no me importa. Las estampas, los momentos aislados, el milagro de la construcción de algunas escenas y la interpretación triste y melancólica de John Wayne hacen el tercer visionado de anoche siga siendo un festín cinematográfico.

Y en un par de días nos ponemos con Rebeca.

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