jueves, 18 de junio de 2009

Malasaña Connection III (y final)

Después de horas de ingesta alcohólica descontrolada para convencer a nuestros posibles, pero no seguros, pero no descartables terribles y quizá inexistentes enemigos solo producto de la paranoia que la Agencia nos transmite desde el primer día, pero a lo mejor no, de que Cesc y yo sólo eramos dos hermosos, apuestos e inteligentes catalanitos en Madrid en manos de una simpática, pero cada vez más violenta, guía llamada Bellota nos reunimos con Marta, nuestro agente logístico, en una plaza cuando en el barrio de Malasaña tocaron las diez y pico en algún reloj atrasado. Cesc había entrenido el tiempo robando teléfonos móviles en las barras de los bares para, según él, conservar las manos ágiles (se crió de pequeño en un barrio duro sin suelo y para subsistir tuvo que agenciarse los objetos personales de las cada vez más ruidosas hordas turísticas de Igualada).

Apareció Marta. Sus ojos asustados vigilaban las calles.

- Creo que me han seguido.

Quizá la Otra Agencia estaba detrás de nuestros pasos.

- O a lo mejor no.

Quizá la Otra Agencia no existía.

- O a lo mejor sí y no me he dado cuenta porque quien creía que me seguía no era la persona que me seguía y quien me seguía me ha despistado.

- Vamos a tomar una caña – dijo la agente Bellota -. Así los despistaremos.

- ¿Qué tal han ido las croquetas?

Silencio.

Flasback

Casa Julio. Hora indeterminada porque no llevaba reloj. Entramos. Pensamos que es un buen lugar para hacer el intercambio. Nos sentamos. Y nos enteramos de por qué Cesc quería venir a este lugar precisamente. En una de las paredes cuelga una foto de uno de nuestros agentes más concienciados socialmente, pero más inútiles en misiones de tierra: Bono, el que tiene como tapadera pertenecer al grupo músico-vocal U2. Hablamos con una venerable señora que dice ser quien prepara las famosas croquetas.

Casa Julio y sus imprevisibles croquetas.

- Pues sí, Bono estuvo aquí, pero no comió croquetas. Comió tortilla que también me sale muy buena y café. Mucho café. Muy simpático el señor con sus gafas y su inglés. Los otros eran unos sosos. Me dijo que muy buena la tortilla. Le dije que nada, que ya sabía donde estaba su casa. Y luego me llamaron de Nueva York para preguntarme si me gustaban los boleros. Hombre, no me disgustan, pero tanto como para ponerme a escuchar un disco. La verdad es que prefiero el trash metal y la coprofagia vaginal. ¿Les pongo unas croquetas?

Aceptamos. ¿Qué podía pasar? Nos puso delante doce enormes croquetas de queso, de espinacas con frutos secos, etc. Bellota cogió uno de los tenedores. Partió una de las croquetas, la pinchó y entreabrió los labios mientras su lengua emergía para acariciar el relleno.

- ¡Detente! – dije.

- ¿Qué pasa?

- Mira a tu alrededor.

La gente se afanaba sobre las croquetas. Comían ansiosas la pasta y el relleno. Empezaban a babear. Se entelaban los ojos. Las manos empezaban a temblar y a hacer movimientos espasmódicos. No controlaban su cuerpo. Empezaron a emitir un extraño olor corporal que invitaba a encerrarse en una piara de cerdos para respirar aire puro. Se les caían los pantalones y sus antes entendibles palabras se convirtieron en simples gorjeos incomprensibles. Empezaron a empujarse unos a otros.

No, no se habían convertido en adolescentes.

Zombies. Habíamos asistido al nacimiento de una plaga zombie.

- ¡Nunca conseguiréis los documentos! ¡Nunca! ¡El mundo será nuestro! ¡O no! - eran las carcajadas de las venerable señora desde la cocina. Aunque también podría haber sido el ruído de la fritanga.

Los tres nos miramos y en un momento supimos lo que teníamos que hacer. Para esto nos había entrenado la agencia, para eliminar a unos cuantos no muertos en un espacio reducido sin aire acondicionado.

Aspecto que teníamos al salir de Casa Julio.
Luchar contra zombies siempre te cambia.

Fin del flasback

- Bien, hemos matado a una quincena de zombies y casi nos vamos sin pagar.

Cañas y más cañas. Cena de fritanga. Un par de reyertas con ninjas bulímicos de los que se encargó Marta solita gracias a sus conocimientos del sutil arte del ikebana. Conversación de última hora de la noche sobre el futuro, sobre la Agencia, sobre los peligros que comporta ser agentes secretos. Bellota nos explica su sueño de un negocio propio para repartir obleas entre la gente que se porte mal. Cesc se apunta encantado. Se reparten obleas (también conocidas como hostias) a cinco euros el par. Marta disfruta de la violencia que se respiraba en el bar. Filmación de una snuff. Un par de tiroteos al salir y medio barrio en llamas. No aparece en las noticias porque la Agencia difunde la noticia de una nueva pandemia de furor sexual entre las personas que en su nombre tenga una A y que las caquitas de Messi de esa mañana eran un poco claras. Se detiene el país.

Nos despedimos de Bellota. Ha sido un placer trabajar con ella. A dormir.
Fin del primer día de viaje.

A la mañana siguiente:

- Visita y matanza en el Rastro siguiendo el ídem de una posible red de narcotráfico de oregano adulterado.
- Búsqueda de códigos secretos en libros de viejo donde aparezca la palabra Nueva York. Son libros muy peligrosos que contienen información espeluznante y de mucho susto.
- Más fritanga y comer de pie.
- Comer sentados más fritanga.
- Cañas, aunque alguien se da al agua.
- Despedida de Marta en el areopuerto. Haz buen uso de los libros.
- Vuelo tranquilo si no contamos el hecho del secuestro por terroristas prusianos que nos llevó a vivir inimaginables aventuras en Jamaica/Helsinky/Buenos Aires/San Luís de Potosí/La Habana/Ódena/San Francisco/Teruel y casi, pero al final no porque no nos dio tiempo, Saigon. Si queréis, otro día os las cuento.
Imagen que corresponde a nuestras delirantes aventuras en Helsinki.
El de la foto es Cesc disfrazado para pasar desapercibido.

Gracias al simpar Capitán Chistorra por capturar este momento.

- Vuelta a casa.

Y os preguntaréis si al final de la aventuras hicimos el tan importante y vital intercambio de documentos que cambiarían la historia de la humanidad para siempre jamás. La verdad es que no. Nos olvidamos. Es lo que tiene ir a pasar unos días a una ciudad como Madrid, que su gente te acoge, te aprecia, te hace sentir bien, te da su cariño y amistad, te cobra sus cervezas y lo olvidas casi todo salvo pasarlo bien y querer a las personas con quien estás.

3 comentarios:

-Anna- dijo...

Que locura! veo que tuvieron un par de días agitados...lo bueno es que no hicieron el intercambio, eso quiere decir que habrá más aventuras y más entregas (no me importa que el título del post sea Malasaña connections III (Y FINAL), yo quiero más entregas!!! jajaja)
Que mal lo de la pandemia de furor sexual, espero que no llegue a Argentina, mi nombre completo tiene 4 A (cómo carajo se escribe el plural de A?? Aes?? jajajaja) así que estoy condenada jajaja.

En fin Jorge, me he divertido mucho =) y me alegra que la hayan pasado tan bien, por mi parte, con tus relatos, fue como haber estado ahí.

Un abrazo!

Bellota dijo...

Supongo que es el final de una etapa. Ahora que nos has desenmascarado a todos tendremos que buscar nuevas ocupaciones, identidades, lugares de residencia. Empezar de 0 en un nuevo lugar, con nuevos amigos, una familia diferente.

Es duro, pero espero que algún día, el mundo en general y Malasaña en particular nos reconozca la importante labor que llevamos a cabo, y nos ponga una estatua.

Casteee dijo...

Si que ha dado los dos días por la ciudad, ains al final tantas aventuras para que la misión no salga del todo bien, eso seguramente es por culpa de la croquetas que os ha confundido :P

Besitos