lunes, 22 de octubre de 2012

Carrera popular

Ayer en Igualada hubo una carrera popular. Para los que no sepan qué es lo explicaré de forma sencilla: gente que corre porque sí y gratis por la ciudad durante indeterminados kilómetros cansándose y lo que es peor, aguantando a niños cansados. Además, sabiendo que no ganarán nada más que esa cosa que llaman "satisfacción por haber participado".

La foto es del 2009, pero tampoco cambia tanto la cosa.

Como ya podéis imaginar, no he participado. Niño Lobo sí. Ha ido con su señor padre a sudar un poco la camiseta rodeados de gente que también sudaba la camiseta. A. y Niña Zombi para el teatro con una amiga de la pequeña para ejercer de grupis de La tresca i la verdesca, grupo de música familiar que entiende que la música para niños es algo más que diminutivos y baladitas moviendo la cabeza.


Y yo me quedé en casa... recordando ese día que me hicieron correr.

Como ya podéis imaginar, no soy mucho de correr. La verdad es que hace años que no corro. Ya sé que se ha puesto de moda y que es de lo último de lo último y muy sano y bla bla bla, pero algo que se inventó para que el ser humano huyera de los animales salvajes, o sea casi como último recurso, pues muy bueno no puede ser. Tengo amigos que corren, y son buenas personas, pero siempre están que si me he hecho daño aquí, o allí, o más allá o si no corro como que no soy persona. Y yo me los miro así como con suficiencia y pienso, anda anda que pudiendo andar para que correr.

Y ayer en Igualada, cursa popular. Nunca he participado en una. Al hecho de no correr se suma que tampoco soy mucho de ser voluntario ni de actividades sociales. Pero, miento, sí que participé en una. Obligado, claro. Fue en el colegio. Un día el profesor de gimnasia (¿o era profesora? No me acuerdo, todos se parecían) apareció en el patio con sus andares fascistoides. Nos hizo poner en fila y nos soltó un discurso sobre el orgullo de ir a nuestro colegio, sobre la posibilidad de competir con otros, sobre el sabor dulce a miel rebosando por los pechos de una diosa de la victoria y el amargo sabor a bilis y mierda uno que inundarían nuestros labios infantiles si llegábamos a conocer la derrota. El sábado por la mañana sería un día de gloria que recordaría la historia escolar y permanecería en la memoria de las generaciones futuras. Un día que cantarían los bardos y llevarían pueblo por pueblo junto con las últimas noticias. Una competición de carreras entre las tres escuelas del pueblo. Vamos, algo mágico y grande.


Ese día estaba fluido y convincente. Compañeros de clase dejaron de pegarme para escucharle y las niñas dejaron de reírse para beber de sus palabras. El espíritu de una hipotética victoria corriendo empezó a verterse por mis compañeros de clase. ¿Por todos? No, porque un irreductible grupo de vagos algo gordos resistirían ahora y por siempre cualquier esfuerzo físico. Su pensamiento era, "a correr irá tu padre".

Y el profe de gimnasia, moviendo su bigote arriba y abajo (en serio, ¿profesor o profesora?) nos sonrió a los gordos y vagos y dijo las únicas palabras que nos podían convencer:

- Es obligatorio. Si no venís suspendéis la asignatura.

Joputa.

Así que un sábado por la mañana recién amanecido ya veías a todos los niños de la clase emocionados y contentos por participar en una carrera. Y también veías a un pequeño grupo cagándose en todo lo que se menea, pasando frío y viendo que esto iba para muuuuuuy largo. Porque nos hicieron ir a las ocho de la mañana para correr a las once. Temprano para que el espíritu deportivo entraba dentro de nosotros y así animáramos a los compañeros de otras clases que corrían y se dejaban los pulmones por el honor del colegio. Así que perdimos un sábado por la mañana viendo correr a niños que o no conocía, o conocía y no me caían bien, o conocía y me pegaban, y teniendo que oír frases de chavales de doce años que se pensaban que eran comentarias deportivos profesionales: "a salido muy fuerte, pero se va a quemar pronto", "eso es el flato", "¿de qué te ha hecho tu madre el bocadillo?, "solo un cao que tú tienes la boca muy grande".

Y por fin, cuando caía un solado de la hostia, nos tocó correr a nosotros. A mi categoría que era una que no escuché. A nuestras marcas, preparados, ya. Y corrí. Corrí cual gacela que sabe que morirá entre un montón de chicos que se lo tomaban en serio. Corrí como he corrido toda mi vida, sin ganas y sin prisas hasta que pensé, a tomar por culo y dejé de correr. Porque, seamos sincero, ¿qué coño estábamos haciendo? Corriendo por el honor de un colegio que no me gustaba con unos compañeros que no me caían bien a las ordenes de un profesor/a de gimnasia a quien odiaba. Así que como el joven airado que no sabía que era, me detuve en medio del recorrido


y ante la mirada sorprendida del profesor de gimnasia, empecé a andar. Un tranquilo paseo bajo el sol mientras a mi alrededor preadolescentes se deslomaban compitiendo entre ellos, llevando sus fuerzas al límite, vomitando en las lindes de la pista, esforzándose para contentar a unos adultos que nunca estarían contentos.

Que nadie me entienda mal, no era ni un héroe incomprendido, ni un visionario, ni un líder, ni un espartaco. Era un niño gordo y vago que odiaba correr y que le dijeran qué tenía que hacer. Así que el resto de la trepidante carrera la hice andando al lado de otro gordo con gafas de otro colegio en el que encontré un alma afín y teniendo que soportar los gritos del profesor de gimnasia que se dedicaba a compararme con una niña e intentar apelar a la vergüenza o al orgullo. Y como de uno y de otro voy escaso, con la calma llegué antepenúltimo y descansado.

Y recibí mi primer y último diploma a la participación. Bocadillo y para casa.

Y no volví a correr.

Si no contamos, claro, las clases de educación física del instituto, el autobús que se pierde, una lluvia traicionera, un asesino en serie, una horda de


Una de las escenas que de chiquito más me gustaban de 
El sentido de la vida de los Monty Phyton.
Vete a saber tú porqué.


zombis atropófagos, ancianas encantadoras que quieren saber si conoces a un tal Jesús, llamadas a interfonos a las tres de la mañana o matón que te espera a las cinco y con un poco de suerte llegarás antes a casa de tu abuela que él con una hostia.

5 comentarios:

Mara Oliver dijo...

Jejeje, es la primera vez que veo tantas erratas en un post tuyo, jejeje, se nota que te emocionaba el tema hasta la médula, :) y no me extraña, son experiencias traumáticas. Yo también hacía los cross obligatorios andando, sí, almas afines somos y ya lo sabíamos, jejeje.
besotes!!!

Jorge dijo...

Capdemunt dijo:

"Cuanto más conozco sobre ti, más apasionante te encuentro. Yo no soy gordo pero comparto muchas de tus vivencias.
Sigue deleitándonos así".

Por un error en la moderación de comentarios, se perdió el del muchacho. Mis disculpas.

Jorge dijo...

@Mara, las erratas se pusieron en pie de guerra. Supongo que mañana sin sueño me lo repasaré y arreglaré algo de esta gramática algo dispersa.

Lo de los cross obligatorios era una puta tortura.

@Capdemunt, apasionante no sé, cuento las cosas como las recuerdo y distorsiono. Y tranquilo, seguiré explicando mis miserias infantiles y juveniles.

Miyu dijo...

Yo tampoco soy corredora, y odiaba la gimnasia y todo eso. Correr es de cobardes, ya me lo decia mi padre cuando yo era pequeña.
A todo esto, leyendo tu entrada no he podido evitar acordarme de "La larga marcha" de Stephen King. Cosas que evocan a otras cosas, supongo XDD

NANUK dijo...

Lo reconozco: soy uno de esos putos locos que corren!...y Jorge ya lo sabe.
También soy de los que de pequeño les obligaban a ir a correr esas malditas carreras. Pero mis recuerdos no son tan "horripilantes" como los de mi colega/amigo/socio... Que sí, que era un palo, que correr cansa, que se suda... Pero, y esa llegada a la meta con los brazos en alto, esa sensación de creerte un Balboa en toda regla, esa bolsa de patatas que te regalaban al final...No me jodas: una gozada!
Ahora también soy de los que corren... y puede que sea un cobarde...pero pienso: hay que cuidarse o de aquí pocos años estaremos hechos una piltrafa! Mejor pegarse unas carerras, que no acabar con el cuerpo destrozao y sin poder verse la minga al mear. Digo yo...

Saludos y pajillas