Pero qué huevos que tienes.
- ¡Jordi, coño, otra vez te metes en el resumen!
Pero qué pedazos de huevos que tienes.
- ¿Qué quieres decir?
¿Ya está? ¿No piensas decir nada ni disculparte ni nada?
- ¿Por qué?
Cinco meses, cinco meses esperando que te decidieras a continuar. Cinco putos meses y ni perdona, ni lo siento, ni he estado secuestrado...
- Ya pero...
Ni pero ni hostas, esto no se hace, NO SE HACE, ¿de acuerdo? Si empiezas una cosa, la acabas.
- Sí.
¿De acuerdo?
- Que sí.
Pues déjate de mierdas de resúmenes y empieza a narrar, hostias.
- Vale.
El ambiente entre los miembros del grupo era funerario. El yesero no había superado la conversión de su amada Aldana en un humeante amasijo de excrementos y su melancolía inundaba los espíritus del grupo. Arrastraba los pies, la mirada torva, la nariz succionadora y desde hacía horas no daba una sola carcajada, o grito o patada al aire. El mimo y electricista caminaban cabizbajos a su lado ofreciéndole manzanas de caramelo imaginarias y palabras de consuelo sobre ciénagas inmensas donde van las falsas mujeres que en verdad son magia negra. El paleta movía de un lado a otro el palillo en sus labios y mascullaba palabras ininteligibles. Yo caminaba en silencio pensando en todo lo que nos había sucedido y en todo lo que nos había de suceder. Jordi llevaba mucho rato callado. No todo podía ser malo.
Cuando el sol empezaba a declinar decidimos hacer un alto en el camino y pasar la noche. Dejamos los petates y los bartulos en el suelo y decidimos hacer un fuego. Tras tres horas de intentos y casi perder las cejas, encendímos un raquítico fuego que al menos nos calentaba las uñas. Nos dispusimos a cenar.
Pan duro y panceta corroída.
- Peor comíamos en la mili - dijo el paleta.
- Mierda... otra historia de la mili, no.
- Sí, chavales, la mili. Vosotros soís jóvenes y ya no sabéis lo que es eso, pero joder... la mili... me acuerdo que una vez en unas prácticas de tiro se nos acabó el rancho y nos jugamos a los chinos quien de nosotros sacrificaría una pierna para alimentar a los compañeros. Le toco al Tocho, un chaval de Valladolid... tenía menos suerte el tipo... ni recuerdo la de piernas que perdió en la mili para que nosotros pudieramos comer... Y ves, la mili...
Y se calló.
Eso sólo quería decir dos cosas. O había muerto o se había quedado dormido.
Por favor...
Pero ni una cosa ni otra.
Mierda.
Miraba en silencio al yesero.
- ¿Qué pasa, chaval?
- Nada - dijo malhumorado mientras daba patadas a las piedrecitas y éstas se iban acordando de su madre.
- ¿No has superado lo de Aldana?
- Joder, no... como voy a superarlo... la quería... era mi gota de rocío... no todos los días descubres que la mujer que amas es un montón de mierda...
- Pero no puedes quedarte ahí... tienes que seguir adelante...
- Ya lo sé... pero es que se la veía tan desesperada y vulnerable...
- Sí, a los hombres nos gustan las mujeres así.
Cinco suspiros se elevaron a los cielos.
- Pero ya encontrarás a otra - le dije -. Eres un muchacho bien parecido y no tonto del todo...
- ¿Tú crees?
- Sí, solo que la próxima vez no te enamores de una criatura maligna, ¿vale?
Asistió.
- Vamos a dormir. Te toca hacer guardia - le dije al mimo -. Si ocurre algo, chilla.
Asistió y empezó a dar vueltas por el improvisado campamento, con las manos cruzadas a la espalda y con actitud importante. En cuanto mi cabeza toco el duro suelo, me quedé dormido.
Y soñé que volaba.
Pero no recuerdo más porque oí al mimo avisándonos. Abrí un ojo y lo vi agitando el cuerpo como si fuera un molino de viento. Era la señal de que alguien, o algo, se acercaba.
- Ocultémosnos.
Y así lo hicimos. O empezamos a hacerlo. Porque el paleta se levantó de su camastro totalmente desnudo y empezó a vestirse mientras ponía una cafetera al fuego.
- Es que yo sin café recién levantado no soy persona ni nada.
- Pero es que alguien se acerca.
- Ya va, ya va... - dijo poniéndose los calzoncillos -. Como decía mi abuelo, recuerda nieto que lo amarillo siempre va para adelante y lo marrón para atrás.
- Venga, venga...
Y nos escondimos. O lo hubiéramos hecho si a nuestro alrededor algo nos pudiera ocultar. Sólo unas pocas piedras juguetonas que se desplazaban de un lugar a otro y arbustos ariscos que no ocultaban a desconocidos.
- ¿Qué hacemos?
El mimo resolvió una solución y en unos pocos movimientos de cadera que nos aturdieron, nos enseño a ser tierra gracias a todo lo que había aprendido en la escuela de interpretación. Consistía en pensar como la tierra, sentir la tierra, hacerte tierra... y empezamos a movernos como la tierra, a fundirnos en ella, a identificarnos con la materia madre, a...
Comportaros como unos perfectos gilipollas.
- No puedes decir nada constructivo por una vez.
No.
- ¿Al menos podrías intentar saber quién viene?
Podría, pero paso.
- ¿Qué te pasa?
Mira... que me siento poco colaborador. Total, diga lo que diga no me haréis caso.
- No es eso.
Vigila, que vienen.
Y de las tenues luces del alba...
- ¿Ya ha amanecido?
... vimos aparecer un carro tirado por dos fuertes ponys de guerra. Agarrado a las riendas, un fuerte enano miraba en nuestra dirección. Iluso, no podías vernos, nos habíamos fundido con la tierra.
- ¿Quién sois vosotros? ¿Endemoniados?
O casi nos habíamos fundido.
Pero seguimos siendo tierra para confundirlo.
- Contestad, atajo de ratas viscosas, o probaréis el filo de Enderwin, el hacha sagrada que me legó mi padre al morir.
Y enarboló en una de sus manos una recia e impresionante hacha.
Paramos en seco.
- Viajeros - dije.
- Héroes - dijo el electricista.
- Comerciantes - dijo el paleta.
Movimientos de nariz y subir escaleras mecánicas dijo el mimo.
- Los que te pueden partir la cara, enano de mierda - dijo el yesero.
- ¡¡¡¿Qué?!!!
Y el enano empezó a avanzar hacia nosotros. Era bajo, aunque alto para los de su raza. Con una larga y profunda barba pelirroja. Llevaba sólo unos pantalones raídos y unas viejas botas. Un tatuado pecho al descubierto con todos los músculos imaginables más algunos inventados para la ocasión. Los brazos se correspondían a nuestras piernas. Una mirada fiera, sanguinaria, que no conocía ni la derrota ni el perdón.
- Me habéis insultado a mí. Y si me insultáis a mí, insultáis a toda mi familia. Y si insultáis a toda mi familia, insultáis a todos mis ascentros. Y eso sólo se limpía con sangre. ¡La vuestra!
- ¿No podías meterte la lengua en el culo? - le dije al yesero.
- Era para que se acojonara el chiquitín.
- Calla, vale, calla. A partir de ahora ni una puta palabra delante de un desconocido.
- Preparaos para restaurar el honor de mi familia.
Y se lanzó hacia nosotros.
Nos dispusimos para repeler su ataque. Total, no sería muy difícil porque era uno contra cinco.
Bueno, cuatro porque el electricista se había desmayado.
Bueno, tres porque el paleta había visto que el café ya había salido y quería servirse una taza que no solo de pelear vive el hombre.
Bueno, dos porque el mimo realmente se había convertido en tierra y había desaparecido.
Bueno... a la mierda.
- Lo siento, señor enano. Mi compañero de viaje es idiota... no ha querido ofenderle.
- ¡Demasiado tarde!
Y alzó su hacha. Y sí iba directa a mí. Así que no me quedó más remedio que desenfundar mi espada. Noté su fuerza manando por mi dedos y decidí que aquel combate lo iba a ganar yo. Paré el golpe del hacha, la empujé a un lado y conseguí abrir un pequeño flanco en la defensa del enano. Lancé una estocada, pero el enano parecía adivinar mi atención porque desplazó su peso a un lado y mientras bamboleaba su barba, emergió una estocada que partió mi embite. Pero no desesperé porque conseguí que mi espada lanzará una estocada sobre su flanco que hizo que sus pies se...
No estoy entendiendo nada.
Estábamos igualados.
¿Dónde has aprendido a luchar así?
Pero el enano era viejo lobo y con un ágil movimiento lanzó su cabeza seguida de su cuerpo. Me dio en el estómago y me hizo caer al suelo. Me pisó el brazo que llevaba la espada, levantó su hacha y sonrió.
- Despídete de la vida.
Y bajó el hacha. Por una vez no cerré los ojos ante el peligro porque si iba a morir quería verlo. Y entonces ocurrió el milagro. Del carro del enano emergió otra figura. Una enana. Bajita, barbuda, tetona y muy atractiva. Como todas las enanas, vamos. Y habló.
- Nene, venga coño, que el desayuno ya está.
- Estoy a punto de matar a un humano, ahora no puedo desayunar.
- ¡Me cago en tus muertos! ¡A comer, coño! Pa eso me tiro yo un buen rato en la cocina para que el señor le de por la matanza y se coma la carne fría... tira pa dentro, si no quieres que vaya yo pa llí.
El enano me miró y bajó su hacha.
- Has tenido suerte, chaval. Porque mi señora no perdona las comida, que si no...
- Y dile a esos muchachos que se vengan a desayunar.
- ¡Eso no! ¡Qué han insultado a mis ancestros!
- ¡A mí no me discutas! ¡Qué se vengan! Se les ve buenos chicos, tan inútiles todos...
- ¿Viene papá o no viene papá? Si se muere puedo comerme su ciervo...
Y vi aparecer dos cabezas más del carro. Una niña y un niño enano. Pequeños, barbudos, simpáticos.
- Venga - dijo el enano alargándome la mano -. A comer. Ya me dará la satisfacción después.
- Vale.
- ¿Cómo te llamas, chaval?
- Jorge. ¿Y tú?
- Me llamo Cindarm. Aunque mis amigos me llaman por mi nombre de guerra.
- ¿Qué es?
- Chistorra. El enano Chistorra.
El enano Cindarm, más conocido como Chistorra.
Un buen tipo, violento, pero majo.
En este capítulo
Special Guest Star: El capitán Chistorra
Porque él me lo pidió.
Un buen tipo, violento, pero majo.
En este capítulo
Special Guest Star: El capitán Chistorra
Porque él me lo pidió.
2 comentarios:
Halagado estoy, amigo jorge, de aparecer en las Crónicas de una obra!
Aunque también coincido con Jordi en que nos tenías un poco "abandonaos" con tu aventura.
Pero bueno, vale, de acuerdo, te perdonaaaaaaaamos!
Y deja ya de llorar!
Espero que el enano Chistorra espavile un poco al grupo, porque a este ritmo noséyosí...
Por cierto, paleta, el café lo quiero solo y con dos cucharadas de azúcar. Gracias
Saludos y pajillas
:D
cinco meses no es naaaa (digo mientras sigo afilando el hacha porque veo que me quedan pocas entradas)
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