jueves, 25 de febrero de 2010

Lo que paso en Manila. Parte II

Antes de continuar con mi relato de lo que me ocurrió en Manila me gustaría dar un mensaje a todos esos que ya sea de viva voz, por teléfono, por un mail, escribiendo en el cielo con un avión, mensajes subliminales en la televisión, con telegramas musicales, con amenazas en los callejones que quedan por detrás de un restaurante chino, con canciones gospel se han reído de mí y de las desventuras que expliqué en mi entrada anterior sobre Manila. Estos días he tenido que aguantar frases del tipo:

- ¡Qué fuerte lo de Manila!
- Pero si sólo pillaste un autobús, desgraciado.
- Anda que no eres tonto ni ná.
- ¿Y ya está? ¿Esto es lo de Manila?
etc.

Estas personas parece obviar dos pequeños matices:
1. El título de la entrada. Pone bien claramente: Parte I. Lo que implica que la historia continuará y se ira desarrollando.
2. El profundo drama humano que se desarrolla en sus líneas y que resumo en:
- Una persona que abandona su hogar para ir no sabe dónde.
- Sin recursos, sin esperanzas y sin personalidad.
- ¿Alguien se ha comido alguna vez un donut sin ganas? Es horrible, espantoso y un sufrimiento inenarrable.

Pero bueno, dicen que es de sabios hacer oidos sordos a las voces de los críticos y seguir por el camino elegido. ¿Pero sabéis qué, críticos míos? Yo no soy una persona sabía así que me he quedado con vuestras caras.

Y ahora al tajo. La continuación de mis aventuras en Manila.

El autobús se detuvo cerca de la estacióm del ferrocarril.
- ¡Suerte con tu viaje, chaval!
- Gracias, abuelo.
- Espera - me dijo una de las abuelas -. Toma.
Me dio una bolsa.
- ¿Qué es?
- Cuando llegue el momento lo sabrás. Pero te protejerá, tenlo por seguro.
- Gracias.
Y salí del autobús.
Crucé la calle y enseguida lo vi. El enorme e imponente ferrocarril que sale de Igualada y la conecta con todo el mundo. Me quedé maravillado por la técnica humana, por el desarrollo de la ingenieria, por la capacidad del ser humano de conectar un punto con el resto del mundo.


Me dirigí a la taquilla.
- Un billete.
- ¿Pa onde?
- ¿Dónde acaba el trayecto de este tren?
- En Barcelona.
- Pues uno.
- ¿Con coche cama?
- ¿Cuánto dura el trayecto?
- Treinta y dos horas. Piensa que Catalunya es muy grande.
Acepté y pagué el billete.
- ¿Cuándo sale el tren?
- En treinta minutos. Vaya subiendo y enseñe el billete al mozo. Él le acompañará.
- Gracias.
Con mi equipaje al hombro salí al andén. Una multitud de personas colapsaban los accesos al ferrocarril, pero conseguí abrirme paso. El humo de la locomotora le daba a la estación un ambiente fantasmagórico y onírico. Enseñé mi billete a uno de los mozos, cargó con mi equipaje y me pidió que le acompañara. Entramos en uno de los vagones y señaló mi compartimento.
- Ese.
- Gracias.
Se quedó quieto, mirando.
- ¿Pasa algo?
- Yo diría que algo no pasa.
- No entiendo...
- Bueno... ya sabe...
- ¿El qué?
Extendió su mano. Entendí. Le di la mía.
- Gracias por su ayuda.
El mozo contempló nuestras manos unidas. Me miró a la cara. Sus ojos se vidriaron y en un rápido movimiento me encontré con su mano en mi cuello y mis pies cinco centímetros por encima del suelo.
- No, joder, no. No quiero su mano. ¿Para qué la quiero? No la puedo vender.
- ¿Entonces?
- ¿No ha oído hablar de la palabra propina?
- Sí.
- Pues...
- En mi bolsillo hay diez céntimos.
- Parece que ya nos entedemos.
Cogió la moneda, me dejó en el suelo e inclinó la cabeza.
- Me llamo Ramón, a su servicio. Todo lo que necesite puedo conseguirlo.
- Gracias.
Y se fue dejándome solo en el pasillo. Me acaricié el dolorido cuello y decidí no tomarlo como una señal de todo lo que tendría que venir después. ¡Qué ingenuo que fui! Abrí la puerta de mi compartimento y entré.

Y allí estaba. La persona que cambió mi vida para siempre.

- Hola.
- Pe... pe... pero...
- Parece que vamos a compartir el compartimiento. Me llamo Claudia.

Única foto que conservo de Claudia. La hice a altas horas de la noche cuando el ferrocarril se detuvo por sexta vez en La Beguda, imponente metrópoli de l'Anoia.

- Soy Jorge... pero no me dijeron que tendría que compartir... bueno...
- Tranquilo.
- Quiero decir... bueno... para dormir... sólo hay una cama...
- Tranquilo... en ropa interior transparente pierdo mucho... eso sí, suelo gemir sensualmente mientras duermo.
- ...
- Es broma. Duermo con piaja de felpa, no hago ruidos y es una cama doble que podremos separar. Anda, deja la mochila.
- Sí... sí... claro... bonitas paredes...
Dejé la mochila en el suelo y acepté la invitación de Claudia para sentarme.
- ¿Dónde vas? - me preguntó.
- A Barcelona.
- ¿Y después?
- No lo sé. Donde me lleven mis paso. ¿Y tú?
- Llámame de usted. Apenas nos conocemos.
- Perdón. ¿Y usted?
- Tranquilo, es broma, relajate... ¿A qué te dedicas?
- Ahora mismo no tengo trabajo. Por eso aprovecho para viajar, explorar el mundo y conocerme a mí mismo. En serio... qué bonitas paredes. ¿Y tú? - dije mirándola-. Joder...
- Hago demostraciones personales de consolodares y juguetes sexuales.
- ...
- Es broma... tranquilo... en verdad soy espia.
Reímos. Yo muy nerviosamente.
- ¿Y adonde vas, Claudia?
- A Barcelona. Pero luego sigo mi camino.
- ¿Adónde?
- A Manila. Tengo unos negocios...
- Claudia, perdona.
- ¿Sí?
- ¿Podrías vestirte? Es que no me concentro.
- Claro, perdona... ¿Me pasas el sostén?
- Toma.
- ¿Cenamos luego?
- Vale.
Y resulta increíble pensar que una palabra tan corta cambió tan radicalmente mi vida.

Foto del compartimento del tren donde conocí a Claudia.

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