lunes, 19 de julio de 2010

Cuidado, rana peligrosa.

Mientras A. enseña a los nenes a descuartizar un pollo (muerto eh, que si estuviera vivo montaría un ruído insoportable y me sería difícil escribir... eso me recuerda cuando yo era pequeño y mataba animales... No, no penséis que en plan psicópata encendía las colas a los perros o descuartizaba periquitos con unas tijeras u obligaba a las moscas a satisfacerme sexualmente mientras me tomaba un baño de espuma, sino ayudando a mi abuelo los días de matanza de pollos y conejos... esto lo explicaré otro día porque aún no he decidido el tono, no sé si ponerme rollo bucólico recordando mi infancia o rollo ultragore recordando mi infancia), escribo cuatro líenas sobre lo que hice ayer. Volví al mismo escenario de hace un mes:



donde había una estructura parecida a ésta y donde rondaban cerca de cincuenta niños sobrexcitados en un lugar repleto de colchonetas donde pese a saltar mucho, mucho, mucho y caerse aún más no se hace uno daño. La diferencia es que ayer sólo había siete niños. Y como se nota... No es el mismo ruído el que producen cincuenta niños chillando que siete niños chillando. Me agencié un café con leche, abrí el libro y estuve leyendo tranquilamente mientras los nenes saltaban por ahí y A. saltaba con ellos.

Yo no salté. ¿Por qué? Bueno, el motivo oficial es el tema narcoléptico. Estoy cansado, debo evitar los movimientos bruscos y los grandes esfuerzos físicos (aquí os ahorrais las risitas, ¿vale?) porque si no tengo grandes posibilidades de quedarme frito.

La razón oficial de porque no salto es muy sencilla... me da miedo la rana.


O el dragón, según A. y N. niño.

No es una rana de verdad, vale. Es un enorme hinchable con forma de cabeza de rana con la boca abierta. Los niños que miden menos de 1,45 metros suben por lo que es la lengua y se deslizan por un tobogan. Vamos, la monda lironda. Pues, bueno... a mí me da miedo. Mucho miedo. Porque es enorme, porque el paladar de la boda de la rana queda muy cerca de la lengua y me da la sensación de que en un momento cerrará la boca y moriré allí encerrado mientras un montón de niños saltán encima de mi hermoso y muy atractivo cadáver. Es la estrechez, el hecho de que durante una micromilésima de segundo no se vea el final del tobogan y todo a mi alrededor es colchoneta y el miedo a quedarme atrapado allí dentro.

Y no es paranoia, ¿de acuerdo? Lo probé, respiré e hice eso tan estúpido de enfrentarse a los propios miedos. ¿Y sabéis qué pasó? Que no funcionó. Me dio miedo. Y no me avergüenza explicar que tuvo que ser N. niña de tres añitos de edad la que me sacó de la atracción de la mano y me dijo que no pasaba nada.

Así que señoras y señores ya podemos añadir un nuevo miedo a la colección de los terrores de Jorge: encerrado en un chikipark con cincuenta niños chillando, atrapado en un hichable con forma de animal, con sueño y sabiendo que la invasión zombi que llecvaba tanto tiempo anunciando está a las puertas.

¿Y sabéis qué? Que conociéndome, lo seguiremos complicando. Porque en unos días os explicaré por qué les tengo pánico a los imitadore de:


Y esto no es broma. Sí, soy un tipo complejo.

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