lunes, 26 de julio de 2010

Si un viajero cualquiera...

Si un viajero cualquiera...

- ¡Yo!
- No, tú no que eres muy feo y, además, te dan miedo los melocotones y eso es ridículo.
- Pues yo.
- Tú, vale.

Pues si un viajero cualquiera que no es el raro ese que le dan miedo los melocotones...

- Es que son extraños, peludos y con forma de culo.

... llega a Igualada buscando la torre Eiffel, las pirámides, el buda tumbado ahí todo pachorro el gordo o el gran cañón del Colorado no lo encontrará (no porque no estén, que no están, pero estuvieron, pero nos lo robaron como robaron todo nuestro patrimonio y los jardines colgantes y la mezquita de Córdoba y esa piedra rara que hay en mitad de Australia porque todo es igualadino, todo, absolutamente todo y punto y pelota que para algo reescribo yo la historia), pero encontrará otras cosas como mínimo igual de vanales y aburridas. Y si se sienta en un bar y escucha a los igualadinos hablar entre ellos oirá múltiples historias que no tienen nada que ver con lo que estoy escribiendo; historias que hablan de apariciones, de cuerpos incorruptos, de extrañas criaturas arrancadedos y dejacondones, de portales dimensionales, de buitres flamigeros y detritus danzarines, vocabulario y anécdotas del día a día en esta ciudad. Pero si entre esas personas en el bar que hablan de aspiradoras con ansias suicidas y periquitos carnivoros que cuando prueban la sangre humana ya no quieren nada más y se han convertido en una plaga más que preocupante, se encuentra con mi madre a lo mejor le explica que soy muy especial y que desde que tengo dieciocho años ya casi no me salgo de la línea al pintar, pero no le explicará el tema central de la entrada de hoy...

- ¿Qué es? Mira que es cansino el tío cuando quiere...
- Y el problema es que quiere siempre.

... que no tiene nada que ver con ese cuarto pezón que me está saliendo en el cogote o esa muñeca que desde hace unos días vive con nosotros y que se pone a cantar cuando dice que ha hecho pipí en el water, pero no hecho que no tiene nada y ni se ha acercado al water o que desde hace unos días A. y yo tenemos nuestro primer y único armario (lo montó A., como ya imagináis, yo me dediqué a aguantar las puertas, atornillar lo fácil y largarme a hacer la comida cuando una de las maderas casi arde), sino que, hoy, por primera vez en meses... he salido de la cueva.

También conocido almacen.

Si un viajero cualquiera viene a Igualada estos días, nadie le dirá que he salido de la cueva porque, sinceramente, a nadie le importa. Bueno... a casi nadie. A mí me importa.

Esta mañana he entrado en el almacén, he mirado a mi alrededor y no había paquetes por entrar, no había cajas llenas de libros de texto o peor, repletas de pequeños cuadernitos que se parecen todos entre ellos y cuya única diferencia es un pequeño e insignificante número justo en el centro del cuaderno lo que impide comprobarlos en abanico sino que hay que mirar uno por uno para ponerlo en su pila y siempre descuadra el albarán por culpa de uno de eso cuadernos porque donde dice 52 tú has sumado 51 y vuelta a empezar malditos malditos malditos sean todos los cuadernos y ese primer tipo que un día se levantó y dijo, mirá voy a inventar algo que se llamará pequeño y ridículo cuaderno de cálculo de matemáticas porque los niños no tienen bastante con lo que tienen en los libros gordos y pesados y destrozaespaldas sino que le pondremos más para que las mamás y los papás digan mira nene tienes tres días de vacaciones y los vas a dedicar a hacer más sumas y sumas y sumas antes de que descubras que existe algo que se llama calculadora.

Pues no había cajas, ni cajitas, ni cajones, ni esas cajas imposibles de abrir de Anaya de las que corre la leyenda que si las abres sin soltar un taco y a la primera puedes reclamar el trono de Prusia, mi Prusia... aquellos bosques, aquellos lagos, aquellos tiempos, oh mi Prusia, ¿dónde estás que no te encuentro en los mapas? Así que he salido a tienda... El aire cálido de los libros, el sol en mi cara... He pasado mis manos por las tapas de las novedades, por mis queridos libros de la sección infantil, por todos esos libros para listos que un día de estos leeré si recupero parte del buen funcionamiento de mi cerebro (la parte de pensar, porque la parte de reírme con vídeos tontos me funciona de maravilla), mi pupilas nariztivas se han llenado de las olores de la hierba recién cortada, de la tierra húmeda después del agua que los bomberos han tirado en aquel orfanato que se incendió accidentalmente, ¿lo recuerdas, amor?, del gas de aquella mina donde trabajé buscando a Dios y sólo encontré problemas y deudas... La librería estaba como la recordaba salvo... salvo por....


Los primeros clientes en busca de los libros de texto.
Y, de propina, reacción del librero.


Porque así ha sido este día... corriendo del mostrador a la cueva, de la cueva al mostrador, del mostrador a la cueva, de la cueva al monstrador... Mucho trabajo, mucha gente, mucho calor.

Pero por un día he sido libre... no he estado en la cueva... he dejado por unas horas de ser un sosías del fantasma del Paraíso, para jugar a ser librero. Vale, en época de texto que no es lo mismo que en Navidad, pero menos da una piedra si no le pides las cosas con educación.


- ¿Y ya está?
- ¿Tanta tontería para decir que hoy no ha trabajado en el almacén?
- Parece que no le conozcáis ya.
- ¿Por qué lo complica todo tanto?
- Es que de pequeño lo abducieron unos extraterrestres.
- ¿En serio?
- Es la única explicación que se me ocurre... o eso o tiene un parásito viviendo en el cerebro.
- ¿Un francés?
- Por ejemplo...

1 comentario:

Bellota dijo...

Igual es que se te ha dormido un hemisferio.