martes, 31 de agosto de 2010

La semana de la muerte o Me cago en el texto

El librero es por naturaleza quejica.

Desconozco cuántos de vosotros tiene un amigo o un conocido o un amor platónico o un segregador de odio que trabaja durante ciertas horas al día en una librería, pero creo que coincidiréis conmigo que cuando habla de su trabajo lo que más sale de su boca son quejas. Y son quejas por:

Por los clientes, por la falta de clientes, por demasiados clientes, por los descuentos (siempre poco margen), por los representantes que no pasan, por los que pasan demasiado, por la paquetería, por las devoluciones, por los precios, por ser demasiado caros los libros, por ser demasiado baratos, por las listas de más vendidos, por los libros que se venden, por los libros que no se venden, por demasiadas novedades, por lo que uno se ve obligado a vender, por lo borde que era aquel, por lo borde que era el otro, etc.

No es que el librero odie su trabajo. Seguramente no sabría hacer nada más que no sea vender libros, pero la queja forma parte del oficio y demuestra su amor a él, odiándolo con todas sus fuerzas. Sí, resulta paradójico, pero qué no lo es en esta vida.

Existen dos épocas del año en las que el nivel de la queja alcanza proporciones increíbles que rozan lo mítico. Sant Jordi (de lo que ya se ha hablado o se hablará) y la época del texto (de la que hablaremos ahora).

El texto... esa época del año en que un librero cualquiera pasa de ser esto:


- ¡Ooooooooooooh! ¡Qué monada! A cuchi, cuchi, cuchi...

a esto:


- Pues vaya... siempre podría ser temporada de texto... leería más y me verían más por las librerías.

No, perdón, me he equivocado... Se convierte en esto:


- Joer, ¡qué susto, coño!
- ¡No me mates, no me mates!
- Pues tiene un punto, ¿no?

El texto es la peor época del año. Sí, peor que Sant Jordi. Peor que Navidad. Peor que las presentaciones de novedades de las editoriales. Y mucho peor que los juegos de supervivencia donde encierran a veinte libreros elegidos al azar de todo el mundo en una isla desierta repleta de mutantes, aberraciones de la naturaleza y donde sólo puede quedar uno. El texto empieza a trabajarlo uno en junio y acaba en diciembre cuando el último de los rezagados ha comprado por fin el cuaderno de sociales de tercero de eso. Es aburrido, monótono y se caracteriza porque todo el mundo está de mal humor. El librero porque es demasiado trabajo, el margen es extraordinariamente pequeño y siempre fallan dos o tres cuadernos; el cliente porque se gasta doscientos euros en libros de texto y encima aun falta un cuaderno por llegar, porque hay colas, porque llamaron cuando dijeron que sí (que no) y etc. Mucha gente, mucho calor, muchos nervios, mucho última hora y mucho tocahuevos.

¿Un ejemplo de tocahuevos? Fácil. El o la Plazos. ¿En qué consiste?

(INTERIOR LIBRERIA MEDIA TARDE. Hasta los huevos de gente. Un librero atractivo con cara de querer estar en otra parte atiende a una persona en apariencia y olor, normal).
Plazos: Hola, ¿ha llegado ya este encargo?
Libreros: A ver... sí. ¿Algo más?
P: No.
L: Vale.
(El librero vuelve)
L: Pues aquí están todos (se lo pasa por caja y hace ticket). 103.54 euros, por favor.
P: También tengo este encargo.
L: Vale... ¿tiene algún encargo más?
P: No.
L: Voy a buscarlo.
El librero vuelve
L: Vale, están todos (se lo pasa por caja y hace ticket). 76,37 euros + los 103,54 de antes = a 17...
P: Me puedes mirar si me ha llegado este encargo.
L: Sí, claro. Sí, ha llegado.
P: Pues me lo das.
L: ¿Tiene algún encargo más? Es para ahorrarme kilometraje.
P: Ja ja ja ja ja ja ja.
L: ...
P: No, ninguno más.
L: Vale (librero va, librero vuelve, pasa por caja y hace ticket). Pues son...
P: Tengos los vales de ayuda del ayuntamiento, ¿te los doy ahora?
L: Sí... mejor me los hubiera dado antes...
P: Huy, perdona, perdona, ya lo recordaré para otro año que parece que así te va mal, perdona, ¿eh? (el librero hace un nuevo ticket)
L: Pues en total son...
P: ¿Tienes X?
L: Sí (el librero va buscar la novela requerida) Ten.
P: ¿En edición de bolsillo?
L: Sí, claro (el librero va a buscar la edición de novela).
P: ¿En edición de bolsillo tapa dura?
L (casualmente existe esta edición): Mira. ¿Algo más?
P:...
L: Pues son dos...
P: ¿Y esta otra?
L: Claro... a ver... si, la tenemos.
P: ¿Me la enseñas?
L: Claro.
P (en silencio se mira la novela... callada... inamovible... la librería se va llenando). Me la quedo.
L: ¿Algo más?
P: No.
L: A ver... sumo tickets... son XXX,XX euros.
P: ¿Me las puedes envolver para regalo las novelas?
L: Sí, claro (el librero envuelve para regalo).
P: Por separado.
L (el librero mira ese único paquete): Me lo podrías haber dicho antes.
P: Es que vas tan rápido que no me ha dado tiempo.
L (el librero respira hondo, rompe el papel de regalo).
P: O si no, da igual, déjalas juntas. Es para la misma persona.
L (el librero mira a Plazos y empieza a imaginar cómo quedaría su cabeza clavada en un pica adornando las almenas de un castillo mientras lo cuervos le vacían las cuencas de los ojos): Entonces... lo envuelvo junto o por separado.
P: Como te vaya bien y te de menos trabajo.
L:... Juntas, entonces.
P: No, por separado.
(El librero envuelve mientras ve desembarcos vikingos, aldeas en llamas y caballos desbocados y muy cachondos violando a Plazos)
L: Vale... son XXX,XX euros.
P: ¿Me has incluído los libros en el carnet de cliente?
L: No... no lo sabía... otro día si me lo puede decir al momento...
P: Perdona, vaya, no sabía que te costaba tanto hacer tu trabajo, lo siento, perdón, no volverá a pasar, mira qué no hacerlo, pero qué mala que soy, ¿verdad?
(El librero recuerda con la nostalgia de lo no vivido el circo romano, un cuerpo atado a cuatro bueyes que caminan en direcciones distintas, una rata de excursión por los intestinos)
L: Sólo lo digo porque es más rap...
P: Ya sé porqué lo dices. ¿Cuánto es todo, entonces?
L: XXX,XX euros.
P: Ponme un par de rollos de forro y papelería.
L:


Y así un día y otro y otro y otro... es lo que se conoce como La semana de la muerte o Me cago en el texto y en el griego listo que lo inventó.

Esta es la época del año en que todo librero se replantea su trabajo (y más si todavía no ha hecho vacaciones) y piensa en buscar trabajos menos extrasantes como traficante de armas para reyezuelos psicopatas en países tercermundistas sin recursos naturales para que no existan interferencias molestas de la comunidad internacional. Es una época llena de turbación, óscura, desagradable, aburrida y larga. Pero como todo, llega un día en que se acaba y se puede volver a recomendar libros, a leer con calma y pensar que falta todo un año para que entre esa primera persona con una lista en la mano y diga vengo a encargar los libros del niño.

8 comentarios:

Babs dijo...

Pues yo aún recuerdo cuando iba con mi madre a buscar los libros de texto. Y cuando los teníamos, siempre me invitaba a un helado: ella de chocolate belga, el mío de frambuesa con chocolate desheche por encima...

Ays!! Echo de menos los libros de texto... Bueno, no, a libros no; echo de menos el helado, para qué nos vamos a engañar...

:)

Casteee dijo...

Jajajaja..., Jordi cualquier trabajo cara al público es un verdadero coñazo porque la gente somos muy porculeras por naturaleza.

Te comprendo por el "calvario" de estos días, por lo tanto respira hondo y que te sea levee^^

Besos

Jo Grass dijo...

Yo también estoy convencida de que ese tipo de desagisados, que te acaban sacando de quicio, son extrapolables a cualquier oficio en el que intervenga la relación con un cliente; incluso a cualquiera que trabaje en una oficina y reporte a un jefe que se comporta como la clienta que tan bien describes. En fin, paciencia, amigo: un oficio tan bello como estar rodeado de libros también tiene su lado oscuro...¡Como en cualquier trabajo! Por mucho que te apasione lo que haces.

Acabo de regresar de unas vacaciones que no han sido tales vacaciones. Hoy es el día del blog, y al conectarme de nuevo te he encontrado por azar. He estado curioseando por tu casa y he encontrado bastante afinidad. Con tu permiso me quedo y te sigo.
Saludos

Librero a mi pesar dijo...

Muy divertido y real como la vida misma... Mi chica dice que los libreros somos unos llorones. Le voy a enseñar tu post a ver qué le parece ahora.

Saludos

Javier M.

Jordi Vivancos dijo...

Un relato espeluznante, y una nueva (y perfecta, por cierto) muestra de hasta qué punto estar cara al público pone a prueba nuestros nervios.

Como "feliz" empleado de una agencia de seguros, tengo también buenas muestras de esas pruebas de fuego. Sin ir más lejos, hoy he tenido que aguantar a un infraser con pretensiones de persona que ha entrado en la oficina a grito pelado (ni buenos días ni ná, que él no paga una prima para luego encima tener que ser amable) porque el seguro del coche le había subido 60€ de un año para otro, pasando por alto que este año él ocasionó un siniestro de ahí te espero en el que sólo le faltó arrollar a un bus escolar y meterse luego en la pista del aeropuerto en el momento del aterrizaje de un Airbus 380, y que a la compañía le costó no pocos miles de euros.

Al rato, una pareja de orcos (he deducido que eran madre e hijo, aunque no parecían de los que eso les impida mantener relaciones sexuales) han venido a recoger 2 entradas gratis para el cine como parte de una campaña que ha emprendido la compañía para felicitar el cumpleaños a los clientes, pero que a ellos les ha parecido muy mal, porque en su casa son cuatro (sin contar al perro, ¿eh?) y no dos, y encima la promoción no es válida para el cine de su barrio, que a ver qué nos hemos creído, que parece que después de tanta molestia aún tendrán que darnos las gracias y todo, y un laaaaaargo etcétera de “reflexiones” de calado parecido y tono desagradable.

Conclusión: no logro entender a la gente, pero cada día que pasa agradezco más (o no) que en este país no sea tan fácil adquirir una arma como lo es en Estados Unidos.

Jorge dijo...

Babs, los libros de texto es uno de esos recuerdos compartidos por generación y generación. Era el verdadero principio/final de año. Y ahora me has antojado un helado y no tengo por aquí.

Castee, gracias. Trabajar de cara al público tiene ventajas y cosas buenas, pero los inconvenientes son muy sonoros. Hay que echarle paciencia y aguantar...

Jo, ante todo bienvenida a esta mi humilde morada. Aquí no hay que pedir permiso de ninguna parte porque como decía aquel cartel que me encontré en una casa de La Habana, "Joven, esta es tu casa". El oficio de librero es un gran oficio, pero tiene su lado malo. Como todo en esta vida, creo.

Javier, y tu novia tiene razón. Somos unos quejicas. Pero forma parte de nuestro encanto, ¿no?

Jordi, es que claro, en la población en la que trabajas qué esperas encontrar. Recuerda su origen y que sus habitantes fueron escogidos como extras para "Las colinas tienen ojos". Lo de las entradas me parece deleznable. ¿Y dónde dejarán a la abuelista?

Mr. Chance dijo...

Vaya, la verdad es que me he sentido identificado con el plazos... Sí, a veces soy así en las tiendas, lo reconozco, pero bueno, ¿sabéis eso de "el cliente siempre tiene la razón"?

Quiero decir que sí, que claro que a un dependiente le tiene que joder encontrarse con un palizas, pero bueno... a un cliente también le jode encontrarse con un dependiente maleducado... o elitista. Como los que hay en las tiendas de informática.

Pero sí, soy un plazos. Asumo mi parte de culpa.

Jorge dijo...

Mr. Chance, todo es relativo y no siempre el cliente tiene razón (por ejemplo, "hazme un descuento"). No categorizo ni hago generalidades. También me jode como cliente encontrarme un dependiente borde, pero es que jodedores se encuentran a ambos lados del mostrador. Reconocerlo es lo primero para superarlo. O no, según quiera. Eso sí, si puede al menos pedir dos cosas a la vez y antes de cerrar el ticket es un detalle. Un saludo.