- Jorge, está nevando.
A lo que sólo he podido responder:
- ¡No me jodas!
Un hora después me he despertado del todo, me he duchado, vestido y preparado un café con leche. He cogido la novela que empiezo ahora (una novedad que una editorial gentilmente me ha regalado y a la que echaré un ojo) y estaba a punto de poner el culo en la butaca cuando he recordado las palabras de A.
Jorge, está nevando.
No me siento del todo si no que haciendo un alarde de fuerza con las piernas invierto el proceso y me levanto. Aparto la cortina de la ventana. Y sí. Tenía razón. Está nevando. Pequeños copos de nieve danzaban en el aire de la mañana. Un manto blanco cubría los tejados y un manto blanco-marronoso-grisaceo encharchaba el suelo. He visto algún que otro niño corriendo entre la nieve lanzando bolas a algún amigo, transeunte, familiar o anciana desvalida. Los peatones golpean sus pies contra el suelo para desprenderse de ese polvo blanco. Los coches circulan con precaución. Y yo, asomado a la ventana, pienso:
- Mierda. Puta y jodida nieve de los cojones.
Así que armado con mis zapatos de diario, mi abrigo seminuevo y mi minúsculo paraguas salgo a a la calle para ir a la librería. ¡Dios, qué camino y tortura! Como entiendo ahora a los héroes de las novelas de Jack London o a Scott y Amundsen. Los pies mojados, las manos frías, la nieve azotando inmisericorde mi rostro. Labios cuarterados y primeros indicios de hipotermia.
He llegado a la librería cuando empezaba a sentir los primeros sintomas de la congelación y ante mis ojos aparecían duendes de fuego explicando chistes malos. Estaba cerrada. Extraño. Mi jefe siempre es el primero. Y no había nadie. ¿Es este el fin del mundo? ¿Por fin ha llegado? He visto a poca gente por las calles y las que he visto caminaban rápido y con la cabeza baja. ¿Por fin está aquí el fin del mundo? ¿Pero cuál de ellos?
- No es la infección viral porque no he visto a nadie estornudar.
- No son extraterrestes porque no me ha esclizado nadie.
- No es la resurrección de los guerreros mayas.
- Creo que no ha aparecido ningún monstruo antidiluviano, pero no estoy seguro. Hace tiempo que no leo las noticias.
- Quizá alguien que controla el tiempo... sí... una máquina en el interior de la tierra que está controlando el tiempo y alguien lo usa para su propio poder... sí... ¿quién puede tener esa tecnología tan terrible? Los americanos, dirán algunos. Los rusos. No, los coreanos. Los de Andorra... sí, nunca me he fiado de ellos. Sí... ellos... sí... ya lo sé... todas mis sospechas se han confirmado... por fin parte de lo que descubrí en Manila se ha hecho realidad... ¡¡¡Es la invasión de los zombies nazis con poderes para controlar el tiempo y muy poco sentido del humor!!!
¿Y qué podemos hacer? Lo primero cortar los accesos a la ciudad, comprar toneladas de pan y conservas por si acaso, encerrarnos en un lugar seguro, cómodo y que permita le supervivencia de una población escogida durante setenta y cinco años para después emerger al nuevo mundo y volver a poblar la tierra.
Me he sentado en el suelo manteniendo entre mis piernas el rifle de repetición que tenemos bajo el mostrador para los que preguntan si hacemos fotocopias, y he empezado a escribir quién puede estar en el nuevo mundo.
Concepto básico para la lista. Su utilidad en el nuevo mundo por lo que quedan descartados los abogados, los científicos y los que vigilan las zonas azules. A la gente le gusta reirse y comer por lo que salvamos a los cómicos y a las abuelas que cocinan bien y que nunca comparten sus secretos. Los libreros con gafas que escriben blogs son imprescindibles para mantener la sangre fría y la cordura. A. se salva, claro. Y los nenes. Jordi si me devuelve La bella Helena. Las cuatro primeras personas que comenten esta entrada.
Cuando ya estaba apuntando en la lista a las strippers, los bailarines de claqué, los paletas, electricistas, los escritores de literatura de género, Superman, el Capitán Chistorra y Power Girl, mi jefe ha entrado en la librería.
- Buenos días. Como nieva, ¿eh?
- Sí.
- No creo que venga mucha gente hoy... ya nos buscaremos trabajo. La nieve molesta un poco, pero es bonita, ¿verdad?
Y me he asomado a la ventana que da al patio de la librería y unos sencillos pensamientos han acudido a mi mente. El mundo parece que se ha salvado una vez más. Este mismo sólido mundo en el que ellos se criaron y vivieron se desmonora y disuelve. Cae la nieve. Cae sobre ese solitario cementerio en el que Michael Faurey yace enterrado. Cae lánguidamente en todo el Universo y lánguidamente cae, como el descenso de su último final, sobre todos los vivos y todos los muertos.
- No me gusta la nieve - he dicho.
- ¿No?
- No. Me da por pensar cosas raras.
4 comentarios:
Ante todo, amo la nieve. I la nieve me debe amar a mí, porque me da una alegría immensa y duradera. Como el sexo, pero con lo segundo.
Otra cosa que necesito comentar, (por meterte con mi amiga): ¿Veis la foto de la plaza? Pues, a poco más del doble, está la librería donde trabaja Jorge. No os preocupéis, no ha corrido un peligro extremo. Tras arrancarle de la pierna cinco colmillos de lobo y descongelarle los riñones con láser, hemos podido revivirle. La pena és que aún no existe tecnología capaz de borrarle el temita zombie de la memòria.
En mi pueblo no veas lo que ha nevado. Ayer por la noche no habia elecricidad, y todas las calles estaban oscuras. Parecía que sí: que fuera el fin del mundo. Por un momento creía que la nieve se movía y que aparecían mil monstruos echos de copos blancos. ajajaj:) un beso muy grande!
SALVADA!!!!!! ya que no te acuedas de tu hermanita pequeña e indefensa, tengo que recurrir a la suerte de ser la tercera persona que comenta esta ida de olla.
Y que sepas que ayer me lo pasé teta con la nieve! Ha ido bien para alargar el finde hasta el martes...
Por cierto, Portugal me espera en septiembre. Confirmada mi plaza en Leiria! como lo ves? :)
Felicidades a la Emily Brown sin Stanley! Y A., pica? jeje
unbessss
mon
Creo que eres la primera persona que conozco que dice con tanta rotundidad que no le gusta la nieve.
Y...¿que pena no? lo de que no llegase el fin del mundo digo, una verdadera lástima, yo también pienso cosas de esas, sobre todo cuando aquí en Buenos Aires las calles se transoforman en ríos cuando llueve.
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