domingo, 5 de diciembre de 2010

Fiesta y castigo

Hoy Niño Lobo celebraba su fiesta de cumpleaños. Desde hacía dos semanas que solo hablaba y hablaba de este día y de lo que haría, quién vendría, qué le regalarían y a qué se disfrazarían. Hablando con A. y su hermano N. se me ha ocurrido que un gran castigo para una trastada sería el de castigar a Niño Lobo sin ir a su propia fiesta de cumpleaños. No suspender la fiesta. No, eso ni hablar porque ni Niña Zombi ni los otros niños se lo merecerían. Celebrar igual la fiesta con sus globos, su comida, sus juegos, su banda sonora de Phineas y Ferb, sus disfraces, su stripper, sus juegos de fuego y sus niños con sobredosis de azúcar corriendo de un lado a otro, de un lado a otro, de un lado a otro.

Imagen de la fiesta de cumpleaños de Niño Lobo del año pasado.
Hay que ver lo que es capaz de hacer A. con un par de globos, unas máscaras y dos mil extras.

Y Niño Lobo castigado. Pero no en una habitación para que piense en lo que ha hecho. Eso no sirve para nada. Mis padres me encerraron día sí, día también para que dejara de robar plutonio a los iranies y mira... tanto tiempo libre para pensar me hizo pensar que el plutonio no es la solución, sino la construcción de mi propio ejercito de soldados y los viajes temporales. Así que Niño Lobo se vería obligado a contemplar su propia fiesta de cumpleaños desde la distancia. Como un Vigilante.


Condenado a contemplar todos los acontecimientos, pero sin intervenir en ningún momento. Y los regalos nos los repartiríamos los adultos. Así aprendería.

Y nos hemos reído... es un castigo cruel, desproporcionado e innecesario. Señor, cuánto bien haría al mundo si me decidiera a utilizar mi imaginación para el bien.

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