miércoles, 8 de agosto de 2012

Tarde de discusiones y ninjas

Para Carlos Sisi, que pidió ninjas.

Esta entrada está basada en hechos reales. Los protagonistas de estos terribles sucesos han sido enmascarados con pelucas enormes, bigotes de pega y falsas protuberancias mamarias para evitar ser reconocidos. Sus nombres han sido encriptados por expertos en eso de poner las palabras difíciles para que otros no las lean. Cualquier parecido con personas vivas, muertas, resucitadas, poseidas, finjidas o dadas por alimento de peces, pero que en verdad están en una isla tropical de relajo ha sido pura coincidencia o algo de mala leche.

Era una tarde calurosa. Las pieles, sudorosas, las axilas parecían fundaciones de Marte construyendo armamento pesado y los calzoncillos se enganchaban a la raja del culo haciendo que los andares semejaran a los de un cowboy con una relación demasiado estrecha con su caballo. En principio la ciudad estaba de vacaciones y todo el mundo estaba fuera. Era el rumor que corría por las calles. La ciudad está muerta. Todos se han ido de vacaciones. Las calles están vacías.

Mentira.

En la librería esperaba una larga cola de padres apesadumbrados que veían que el setenta y cinco por ciento de la paga extra se iba en libros para el curso que viene. Eso los que tenían paga extra. Los demás solo tenían el dinero que habían podido sisarle al abuelo mientras dormía, lo poco que habían podido ahorrar de prescindir de suelo en sus hogares o de hacer mil y un malabarismos entre lo que puede reunir unos y otros. Hay nervios, calor, nerviosismo y mala leche. A nadie le gusta gastarse doscientos euros en un lote de libros de texto.

¿No se había ido todo el mundo?

Los libreros no paran. Son solo dos porque los restantes están de vacaciones cumpliendo la leyenda urbana de la ciudad. Hacen lo que pueden con tanto lote de texto, tanta novela pseudoerótica, tanto teléfono que suena. Conservar el humor, la sonrisa, la amabilidad aunque por dentro haya momento en que solo se desee pillar un hacha y hacer un precioso homenaje a ese cine slasher que nos enseñó lo frágil que es la carne humana si el arma desciende con fuerza.

Todo trascurre con normalidad hasta que aparece... él. Los libreros lo recuerdan. Tiene esa pinta que solo da un despacho con cuatro paredes y poder sobre setecientas almas. Trae un libro bajo el brazo. Un libro de texto. Mala señal.

- ¿Quién va ahora? - dice el librero.
- Yo - dice él -. Quiero cambiar este libro. Me equivoqué al comprarlo y ahora no lo quiero. Ten.
- Lo siento, pero no puedo aceptar el cambio. No cambiamos libros de texto.

(Medida draconiana, lo sé, pero necesaria porque las editoriales de texto no admiten devoluciones de este material salvo en porcentajes ridículos. Comprar libro de texto es comerse treinta ejemplares del workbook de segundo de primaria si el isbn que se pide está equivocado. Es un mundo injusto, desagradable, sucio e ingrato. Nadie es feliz con los libros de texto salvo los amos de las editoriales que deciden que ese ejemplar de tecnología de segundo de ESO va a valer este año... treinta y nueve euros. Por sus santos huevos).

Al decir esa frase se desata la tormenta. 


Primeros frases educadas en tono duro, tono duro que aumenta en filo y en volumen de voz. Intento de razonar y explicar, buscar soluciones por ambas partes que los opuestos no pueden aceptar, negociación, primeros gritos, leve falta de respeto enmascarada en búsqueda de complicidad, vuelta al tono duro, pedir comprensión, buscar nuevas soluciones, apelar a la dignidad de las personas, ofrecer una tregua de quince días hasta que venga el responsable, nada de tregua... guerra ahora, seguir hablando, empezar a repetir lo discutido en tono cada vez más alto, aparece la chulería y se empieza a cruzar esa frontera que conduce al insulto, al desprecio y a la falta de respeto amparándose en la separación que ofrece un mostrado. Y no faltan aquellos que se suman a una discusión que no va con ellos. Y atacan. Todas las soluciones y propuestas rechazadas. ¿Qué queda? Aguantar el chaparrón, sentirse mal porque aunque no lo parezca porque, de verdad, a él no le gusta hacer de malo; los libreros también tienen sentimientos. E imaginar que todo puede resolverse de forma más civilizada.


Nota final: al acabarla me doy cuenta de que esta entrada me ha quedado menos divertida de lo que pretendía... cosas que pasan.

1 comentario:

Mara Oliver dijo...

a veces no hay forma civilizada que valga :S
yo necesito buscar un extraño en un tren, los ninjas dorados también me valen, cualquiera que se encargue del oligofrénico de mi vecino, grrr...

mil besotes!!!