martes, 19 de enero de 2010

Escenas de matrimonio chejovianas

El viernes fui al teatro. Si hasta el día de hoy no he dicho nada es porque no he podido. Hace apenas un par de horas me han dado el alta en la clínica de control de la ira donde he estado haciendo reposo. Ya puedo hablar de ello con calma y sin arrancarle las cejas a mordiscos a ningún celador, ni grapar la frente a la lengua de mi compañero de habitación, un simpático canibal al que tenían en tratamiendo por robo incontrolado de letras "d".

¿Y por qué una visita al teatro me ha convertido en una versión de La Masa pseudointelectual? Muy sencillo. Fui a ver una obra de Chejov.

Yo al salir del teatro después de ver una obra de Chejov.

- ¿Y no te gusta Chejov?

Al contrario, adoro a Chejov. Considero que es el cuentista más importante de la historia y que junto con Sófocles, Shakespeare, Moliere y Lope de Vega, el más importante dramaturgo. He leído todas sus obras de teatro y he imaginado un montón de veces montando La gaviota. Incluso llegué a plantearme interpretar una vez a Treplev. No es por nada que tenga en contra de Chejov. Es porque... bueno... era un montaje de dos pieza breves del autor ruso, El oso y La pedida de mano. Dos obras deliciosas y maravillosas de un humor fino, elegante, sutil. Dos breves piezas cómicas que diseccionan el alma humana, las relaciones hombre/mujer, el estamento matrimonial, las relaciones familiares, etc. Vamos, dos piezas tan maravillosas como cualquiera de los Entremeses de Cervantes.

- ¿Entonces? ¿Qué pasó?

¿Qué paso? Que un tipo que se hace llamar director de teatro profesional toma entre sus manos dos piezas de Chejov y las transforma en esto:



Al acabar la obra, salí del teatro intentando controlar la furia y hacer como hago siempre, fingir que no había pasado nada y escribir una crítica demoledora para el New Yorker. Pero recordé que no colaboraba con la revista y mi ira se desató. Grité a los cielos y empecé a romper cosas convirtiéndome en un monstruo que ansiaba destrucción. La ciudad de Igualada se paralizó.

Resultado de mi furia: dos intentos de abollar un contenedor, el programa del teatro medio roto y la dislocación de un hombro, el mío.

Al final consiguieron reducirme dos niños escoltas con sus silbatos y me internaron en una clínica hasta el día de hoy, donde descanso más calmado y donde el recuerdo de aquel montaje teatral se va diluyendo entre las películas de destape de los setenta, la serie Z de monstruos acuáticos y las lecturas de autopsias escandinavas que almaceno en mi cabeza. La gruta de donde salen mis peores pesadillas.

2 comentarios:

Casteee dijo...

A veces las versiones no son buenas ideas...

Tan grande fué tu ira que te tuvieron que ingresar? :P

Espero que te encuentres mejor!

Besos

Girl From Lebanon dijo...

Definitivamente...si...

me ha encantado...

Bss!!!