lunes, 4 de agosto de 2008

Entre las páginas de un libro

Uno de mis grandes vicios son los libros de segunda mano. En mis anaqueles quizá tenga tantos libros de segunda mano como libros nuevos y la colección va aumentando gracias a donaciones de personas que quieren tirar los libros de sus bibliotecas (y que yo adopto o dono a la biblioteca del teatro), de gente que me da libros que ya han leído o de libros descatalogados que ocupan un precioso espacio en la librería. Nunca he tenido ningún problema con esos volúmenes viejos, gastados, de páginas amarillentas o manchadas de café y tapas rotas. Al contrario, ejercen en mí una sosegada fascinación. Siempre es lo mismo. Cojo el libro entre mis manos, acarició con placer fetichista la desgastada portada, abro con cuidado las páginas y me pregunto en qué manos ha estado este libro, qué historias ha ido absorbiendo y guardando entre sus páginas, cómo era la persona que una vez compró este libro, si le gustó o no y cómo ha llegado ese libro a un cesto enorme de saldos a un euro en una librería de viejo. El libro convertido en el mejor y más hermético guardián de la memoria.


Supongo que esta pasión por el libro usado empezó de niño cuando me convertí en heredero de los tebeos antiguos de mis primos mayores. No solo Mortadelos o Carpantas se hicieron de mi propiedad con las páginas garabateadas con bolígrafo, sino que recibí números antiguos de Hazañas bélicas y números de Cimoc, revista de cómic para adultos que supuso mi primera toma de contacto con la fantasía heroica, la ciencia ficción y las mujeres ligeras de ropa (¡benditas lecturas imprudentes!).

Con el tiempo la fascinación por los libros antiguas no ha hecho más que aumentar. Me encanta perderme en los puestos de saldos, revolver entre viejas novelas rosa, melodramas baratos o antiguos bestsellers de prestigio y encontrar una novela de Saul Bellow que no tengo en una edición de los años setenta o esa novela negra publicada en su tiempo por La cua de palla que tantas ganas tenía de leer. Pero con lo que de verdad soy feliz es cuando encuentro algún ejemplar escrito. Una firma en la página de respeto, una dedicatoria que pide que no abandone nunca ese libro (¿y cómo llegó hasta ese cesto?), otra que pide perdón por un regalo de cumpleaños atrasado, frases subrayadas o comentarios en poemas que solo ha podido hacer un estudiante (y la emoción de encontrar una nota personal entre tanto análisis métrico), un ticket del metro, una entrada del cine, etc.

Aunque lo mejor que he encontrado ha sido una servilleta.

Era Sant Jordi. Yo aún no trabajaba en la librería y la fiesta del libro todavía me gustaba y conservaba su magia. La costumbre de todos los años era llegar temprano a la Plaça de Cal Font (lugar de encuentro de las paradas de libros y rosas en Igualada), desayunar con tranquilidad en L'Agulla y dirigirme seguro a las paradas de libros usados. Precio, un euro. Solía llevarme a casa entre veinte y treinta ejemplares. Poesía de Jorge Guillén, el teatro completo de Gil Vicente, una edición inglesa de una novela de Jane Austen para la colección, dos novelas negras, Saul Bellow, Espriu y un ejemplar de Calders firmado por su anterior dueño, entre otras muchas cosas. Con el trabajo hecho me sentaba en una terraza, pedía una cerveza y mientras miraba pasar la gente admiraba mi compra. Abro uno por uno los libros, leo frases, leo páginas, me pregunto cuál leeré primero, alguno se que no lo leeré nunca, pero ya lo tengo.

Entre los libros que compré ese año estaba una novela de John Dos Passos llamada La primera catástrofe (tiempo después descubrí que el título original era 1919 y que se trataba de la primera parte de su trilogía USA) Ahora mismo la tengo delante de mí. Es una edición de bolsillo de la editorial Planeta de octubre de 1977, tapa de cartón, un barco naufragando en portada, páginas que han pasado del amarillo al marrón y la impresión de que fue un libro que se empezó a leer, pero nunca se acabó. Abro las páginas, las paso, ojeo y leo alguna frase Lo que le gustaba a Eveline era quedarse hasta altas horas bebiendo vino del Rin con agua de seltz y entre dos páginas me encuentro una servilleta con algo escrito. Es una de esas servilletas que cada vez se ven menos en los bares, de esas que parecían tener una pátina de aceite en su superficie, muy finas, casi trasparentes que daban la sensación de manchar más que limpiar. Y tiene algo escrito. La emoción me puede y me embarga. ¡Algo escrito! Y parece que es algo personal. Leo.

Tengo la cabeza como vacía. Como si una nube se hubiera aposentado en ella y campase a sus anchas. Es decir: vacía de ideas sobre las que escribir, pero llena de algo espeso y sin nombre, algo que soltase a ratos truenos y algún rayo.
A veces llueve. También el agua hace germinar alguna idea sobre esta tierra desolada y pedregosa. De todas maneras no dura mucho. Como el árbol que da la flor de Ibiscus que se marchita y muere (árbol y flor) en veinticuatro horas, así mueren mis ideas tras una efímera vida.
Por eso llevo encima cuaderno y bolígrafo. Esta medida no sirve tampoco pues escribo más lento de lo que pienso y la mitad se pierde. Tengo una gran tendencia a idealizar personas y situaciones y encima cuando escribo aún idealizo y suavizo más las cosas.

Y ya está. Esto es todo lo que había escrito. Mi emoción no tenía límites. ¿Quién escribió eso en una servilleta? ¿Quién era esa persona? ¿Por qué dice que siempre lleva una cuaderno encima, pero esto lo escribe en la servilleta del bar donde estaba, seguramente desayunando? ¿Qué es todo eso de la falta de ideas? Estaba muy feliz. Había encontrado un trocito de una vida dentro de un libro, una persona que había escrito algo personal que no esperaba que nadie leyera y años después alguien lo encuentra en un puesto de libros usados y le da quizá más lecturas y trascendencia que las que tiene en verdad. Mi parte favorita es cuando habla de su tendencia a idealizar a las personas. Me sentí muy cerca de un absoluto desconocido. La pregunta que me obsesiona es como llegó la servilleta al libro y el libro al puesto y a mí. ¿Qué tuvo que pasar por medio para que este trocito de intimidad se perdiera?

Y estos hallazgos que encuentro en los libros, esos trocitos de otras vidas que de repente pasan a pertenecerme, esos viajes de una biblioteca a un mercado hacen que me pregunte que pasará con mis libros el día que muera. Naturalmente desconozco la respuesta. Pero sí sé lo que me gustaría que pasara: que las personas que quiero, mi familia, mis mejores amigos (Montse, Jordi, Aurora, Laurita, Ana), los recién conocidos (paranoicos, Amanda, Lidia) fueran a mi cuarto y se repartieran civilizadamente mis libros para que se lleven un trocito de lo que fui con ellos. Con los libros que nadie quiera me gustaría que los vendieran en alguna plaza a precios irrisorios y con lo que se sacaran se tomaran unas cervezas y llenaran la tarde con conversaciones frívolas, con bromas de mal gusto y alguna que otra canción. Y me gustaría que una muchacha comprara esa tarde mi ejemplar destrozado de Rayuela y lo leyera tranquilamente tomando un vino y escuchando a Miles Davis y se llegara a preguntar cómo ha llegado a sus manos ese libro usado, sucio, roto, con alguna mancha de café, las páginas dadas, un libro vivo que ha sido leído, releído, pensado, amado y odiado, y se preguntara cómo sería esa persona que entre muchas frases subrayadas, subrayó un poco más fuerte que las otras

Y así uno puede reírse, y creer que no está hablando en serio, pero sí se está hablando en serio, la risa ella sola ha cavado más túneles útiles que todas las lágrimas de la tierra.

5 comentarios:

Lali La Gralla dijo...

HOLA JORGE !!
Jo també vaig "rebre" llibres dels meus germans grans -sent la petita de quatre no tocava latre cosa _( Tots els Tin tin amb el llom de roba, las aventuras de los cinco ) fins i tot corrien per casa dos llibres escolars del meu pare un de URBANIDAD ( aquest em tenia fascinada) i un de formacion del espiritu nacional ( aquest em despertava curiositat , pero cap mena de fascinació....), pero el que tinc guardat com un tresor mig trencat , tornat a forrar i amb unes pagines de color indefinit es una exemplar de " Colmillo Blanco" jo era a l'escola de les "rares" a qui agradava llegir i que si m'agradava un llibre vuscava mes llibres del mateix autor ...

Amanda dijo...

"¿Por qué a ciertas horas , es tan necesario decir: "Amé esto"? Amé unos blues, una imagen en la calle, un pobre río seco del norte. Dar testimonio, luchar contra la nada que nos barrerá. Así quedan todavía en el aire del alma las pequeñas cosas, un gorrioncito que fue de Lesbia, unos blues que ocupan en el recuerdo el sitio menudo de los perfumes, las estampas y los pisapapeles."

Capítulo 87, ya sabemos de qué libro.

PD: te acepto el café.. en mi blog o en el tuyo?

Amanda dijo...

PD2: no creas que no reclamaré esos libros jajaja

Jorge dijo...

Lali: a casa de la meva avia hi havia una petita biblia centrada en l'àntic testament per a infants amb dibuixos ultraviolents i explicar com si fos un conte. En aquells anys em va sembla un llibre d'aventure fantàstics amb tanta violència, destrucció i poc perdó. I tenia també un llibre de bones maneres, però aquells nens que sempre ho compartien tot em semblaven idiotes.

Amanda: Café en mi blog en dos días.

Mara Oliver dijo...

Una de mis mejores amigas (sus padres deberían denunciar a Amelie por plagio) colecciona todo lo que los demás olvidan en los libros de préstamo y las bibliotecarias se lo guardan en una bolsita y todo, :)