domingo, 17 de agosto de 2008

Esto no es una historia de amor

Se conocieron en un mercadillo, o a la salida de misa donde ella había leído con candor y frescura unos hermosos pasajes del Cantar de los cantares, que como doradas saetas se fueron a clavar en el corazón de ese joven algo descreído sentado en la última fila que hoy cree en Dios, o quizá ella canta en el coro de la parroquia, una hermosa voz de soprano que se enrosca en las columnas llenando bóvedas, arcos y corazones, o él le tiró un café sin querer en su blusa blanca favorita, regalo de una dulce monja ciega y palmípeda que estuvo treinta años tejiéndola día y noche esperando poder dársela a la muchacha apropiada y de la que secretamente estaba enamorada, o a la salida del cine después de ver una retrospectiva de cine francés coloreado, o una noche de copas él vuelve a casa caminando solo entre la llovizna que sutilmente moja su gabardina pensando qué es lo que el impide ser feliz y oye unos sollozos que provienen de un portal y la encuentra llorando su desdicha sentada en una fría escalera, la invita a tomar un café en su apartamento y se pasan la noche hablando y desnudando sus sentimientos, conociéndose, riéndose por las mismas cosas y comprobando que tienen los mismos sueños, mientras vacían botellas de vino y fuman cigarrillo tras cigarrillo; cuando han agotado todos los temas, incluido el de la vida, les sorprende el amanecer y el trino de los gorriones y se miran tímidamente y por primera vez no saben que decirse; ella baja los ojos y se sonroja, él mantiene el tipo y reuniendo valor la invita a ir al cine una noche de estas, cuando a ella le vaya bien. Ella acepta y esa misma noche van a ver una película clásica prusiana y a medianoche van a cenar a un pequeño restaurante italiano donde una maternal cocinera les trae un inmenso plato de espaguetis con dos albóndigas. Esa noche caminaron por las calles en silencio, mirándose con timidez porque notan que empieza a abrirse el amor cual perfectos capullos en primavera.

A partir de aquel día sólo hay coqueteos, palabras que se cruzan, esas miradas perdidas que se encuentran en los ojos del amado, esos suspiros regalados a la luna y que ésta, hechicera de la noche y protectora de los enamorados, transforma en mariposas nocturnas que vuelan hasta el oído del enamorado y allí tórnanse suspiros de nuevo para que éste sepa, asomado a la ventana como está, que alguien está enamorado y piensa en él haciendo detener los péndulos de los relojes. Y un día, un maravilloso día, los corazones se abren y las bocas se juntan en un maravilloso beso que resume en él toda la historia de la humanidad. Fue en el portal de la casa de ella después del ballet, el primer beso, dulce, tímido, inocente, los labios que se unen buscando un poco del alma del otro, besando más allá del beso, de la carne, de los labios, besan más allá, besan un alma, son dos almas que se encuentran y se responden en un puente haciendo dos de uno o viceversa.


Y por primera vez en mucho tiempo se saben felices, dichosos, porque ya no se saben solos. Empiezan a salir cogidos de la mano por parques bañados del color pastel del anochecer, con divertidos perros con enormes lazos correteando entre las flores, con niños de enormes orejas persiguiendo a los inocentes pajarillos, con el sol ocultándose tras la colina, ¿recuerdas aquella colina, amor, aquella colina donde nos dijimos adiós prometiendo entre sollozos que nunca nos olvidaríamos, donde tatuamos nuestros nombres en la corteza de un ciprés y prometiendo, las manos entrelazadas y los labios anhelantes, encontrarnos en Viena cuando el reloj de medianoche simbolice un nuevo giro del mundo, una nueva vuelta a la rueda a la que todos irremediablemente estamos atados?, el sol, rojo por la envidia y el esfuerzo, las manos entrelazadas, los cabellos al viento, las bocas entreabiertas sorbiendo el amor en cada una de sus demostraciones, sabiéndose especiales y diferentes a esas otras parejas que se aman. Los rayos del sol se cuelan coquetos entre los rubios rizos de esta nueva Venus de amor a los ojos de su Adonis. Comparten los batidos, los paseos en barca por el parque viendo como los patos miran a los enamorados con admiración y asombro. Van juntos a patinar sobre hielo, a bailar, a llevar comida a los abuelitos olvidados por todos y por ellos mismos de los asilos, picnics en los bosques antes de que edifiquen un nuevo centro comercial y misa los domingos. Acompañarla a casa se convierte en un ritual y en el portal, entre tímidos y pícaros, roban un beso como quien roba un lápiz de labios. Hay pequeños malentendidos porque él se siente un poco celoso de que ella sea voluntaria en el hospital en el pabellón de cirujanos amnésicos o en la encantadora ONG “Peluchines unidos”, entidad benéfica y libre de impuestos que recorre las zonas más marginales de las grandes metrópolis llevando a cada familia desestructurada una sonrisa en forma de osito de peluche, tierno, acogedor, regordete, con una larga lengua roja asomando entre sus peluditos labios. O quizá la que está celosa es ella porque él pasa algunas noches a la semana ensayando autos de fe mímicos con su compañía de teatro para invidentes La risa ciega y hay una amiga que ella encuentra demasiado amiga. Son tonterías que se resuelven entre abrazos y risas, con una bonita cena bajo la luz de la luna o inundando la sala de estar con rosas recién cortadas. Tonterías sin importancia que provoca el amor y el afán de sentir a la persona amada siempre al lado, siempre cerca, corazón con corazón.

Sin embargo, un día hay un estúpido malentendido provocado por una confusión; un número de teléfono que el viento, celoso, se lleva entre miles de papeles y sueños; una equivocación absurda, entender mal una hora o el nombre de un bar, doblar una esquina cuando tenía que seguir recto hasta la mar y allí, sentada en una terraza, bebiendo un delicioso té de frutas, con un simple chal cubriendo sus marfileños hombros, la espera ese ángel de bondad que le arrebata el sueño por las noches; por haber olvidado hablarle de su anterior matrimonio; por la injustificada intromisión de la madre de él, mujer severa, pero de buen corazón, quizá demasiado rígida en los temas tocantes a su hijo, excesivamente protectora con una niño que ante sus impotentes ojos ya es todo un hombre con pelo en partes del cuerpo que ella dejo de ver a los siete años. O todo, simplemente, lo ha provocado las artimañas de una ex novia pérfida que ha vivido todos esos años en el extranjero perfilando y poniendo a punto una cruel venganza contra la mujer que hizo que el hombre que tenía bajo su hechizo sexual descubriera la felicidad. Y esa mala mujer, ese ángel de venganza falto de amor, esa hija de Eva, con la inestimable ayuda de un grupo de secuestradores internacionales de herederos y ladrones de joyas egipcias, consigue con sus artimañas que la joven pareja se rompa después de una violenta discusión entre sollozos, reproches y lágrimas.

Ella recibe una radiante mañana un extraño sobre marrón sin remitente. Abre el sobre y comprueba para su sorpresa que son unas fotografías donde su amado aparece abrazado a su ex-novia sin percatarse por culpa de los nervios y las lágrimas que van cerrándole los ojos que no es más que un burdo montaje; una parodia cruel de un encuentro sexual en un vertedero, y esa misma noche, en un restaurante francés, cuando él, armándose de valor, está a punto de pedirla en matrimonio, ella le recrimina una mentira que cree verdad y huye del restaurante dejando tras de sí el fatal halo de su perfume, un corazón destrozado y una inmensa cuenta por pagar.

Sin embargo, él no se resiste a perder al único amor que ha conocido en su triste y aburrida vida de presidente ejecutivo de la multinacional más prospera del planeta y con la ayuda de un simpático gitano que le robó la cartera en un mercado y con el que acabó haciéndose íntimo después de mil peripecias a cada cual más graciosa, consigue desmantelar la trama internacional de tráfico de estupefacientes, joyas de arte, niños robados y órganos equinos y da su merecido a los rufianes y malvados y devuelve a los recién nacidos a sus padres, quienes agradecidos por tan noble gesto rebautizan a sus hijos con el nombre de tan afable bienhechor, mientras su exnovia llora arrepentida en manos de la policía y sólo recibe de él un lo nuestro no tiene futuro, y en un aeropuerto, en un puerto, delante de un taxi, en una puesta de sol sobre un campo de amapolas, en la plantación de algodón de ella, en un puente de Venecia, en un café de estación, en la puerta de su casa, en la fábrica de armamento donde ella trabaja, el día de su graduación, en el aniversario de sus padres, en la boda de una amiga, en un partido de fútbol, en el funeral de un amigo común, en una estación de tren, en un embarcadero, en la cocina del restaurante donde ella ha ido a cenar con un nuevo pretendiente, en un museo, en la iglesia interrumpiendo su boda, entre fuegos de artificio, en un parque de atracciones, o en el interior de un refugio antinuclear, se rompe el malentendido que aún había entre los dos, suena la música de Turandot, de La Bohème o Tristan e Isolda y llega la esperada reconciliación mientras bailan bajo la sonrisa de la luna, la música del amor.

Un día, un hermoso día, deciden irse a vivir juntos para dar forma a su amor. Los problemas desaparecen, se descubre que ella en verdad es hija de un noble polaco que tuvo que salir de Polonia durante la ocupación alemana y que había dejado a su única hija y heredera en un convento de monjas para su educación, pero un accidente de hípica provocó un ataque de amnesia focal en el conde y olvidó que tiene una hija que vivirá sola hasta que conozca el amor, porque gracias a ese amor, a ese sentimiento puro y claro que entre los dos florece, ella recuperará a su padre porque, ¡oh admírense lectores!, ella acompaña a su amado a un viaje de negocios como preludio de lo que será su viaje de bodas; y en el hotel donde se alojan, mientras él ultima los detalles del contrato que provocará el nacimiento del mayor campo de golf de todo el mundo en terrenos desaprovechados de la selva amazónica, ella baja al bar del hotel y tomarse un Shirley Temple y sonreír a los desconocidos llenándolos con la magia que le ha dado el amor. Sentada a la barra entabla una conversación con un venerable anciano que le cuenta que hace poco tuvo una fractura de pelvis y se golpeó la cabeza con el pico de una mesa de formica justo donde hace muchos años se golpeó en un accidente de hípica y recordó que tenía una hija en un convento esperándole, fue en su busca, pero nada, ella ya no estaba allí, hacia años que una familia de malabaristas callejeros la habían adoptado, su niña ya era mocita y se había olvidado de que una vez tuvo un padre que la adoraba, por la que llora cada noche agarrado a su fisioterapeuta, recordando cada detalle que compartieron y la marca de nacimiento que ella tenía en el muslo. ¿Qué marca?, pregunta ella conteniendo el aliento, porque, ¿podrá ser?, ¿puede ocurrir el milagro? La cabeza de una gacela. Ella se hecha a llorar, el anciano piensa que él ha cometido alguna impertinencia, pero no, ella llora de felicidad y se abraza al anciano diciéndole que ella era aquella niña contagiando al anciano que sólo quería morir las lágrimas y la vida que él creía acabada. Justo en este instante entra en escena él, el amado, el artífice involuntario del milagro, el elegido de los dioses para consumar la felicidad, porque sí, el anciano es la persona con la que iba a firmar el contrato y pide explicaciones, le cuentan con todo detalle lo pasado y que ahora todo es futuro, y las lágrimas se agolpan a sus ojos persiguiendo a la emoción como los galgos tras una liebre. Y mientras los tres se abrazan, resuenan en el bar los aplausos de los testigos, admirados y agradecidos por haber podido asistir a tan grato milagro. La ex-novia muere decapitada después de haberse arrepentido de sus pecados y haber borrado con sus lloros la flor de lis que llevaba prendida del pecho.

Y a nuestra pareja solo le queda la felicidad en estado tan puro como una manzana de cristal en las manos de una musa. Esa pareja creada para ensalzar con su amor al mundo y a la naturaleza , después de pasar un infierno para conseguir estar juntos hasta el final de los tiempos, se reúnen en su nuevo hogar y sus vidas se tornan una eterna puesta de sol, un eterno beso en el balcón recortando el sol sus figuras y proyectándolas por toda la ciudad en un eterno estado de excitación sexual.

3 comentarios:

Amanda dijo...

Jajaja
comencé tratando de recordar las imágenes de cine, libros tarjetas postales y demás, que me iba evocando tu texto... jaja al final perdí la cuenta!!!
La Dama y el vagabundo, Before Sunset y BEfore Sunrise, RAyuela, Amelie, Grandes Esperanzas, GRAND Hotel, Orgullo y prejuicio, Love in the Afternoon, Rapunzel, Manhatan jajajja... y no acabo.

siempre siempre es un gusto leerte

Amanda dijo...

por cierto vi una pintura y me acordé de ti:

Thomas Couture -La lecture-

Amanda dijo...

huy yo encantada! pero pues tendría que volar unos cuantos de miles de kilómetros...

Gracias! pero algún día cuando ande de nuevo por allá, nos tomaremos un cafecito real no?
(por cierto te debo un café, está pendiente no lo he olvidado)

PD: obviamente no entendi casi nada de lo último, pero ya verás lo investigaré jeeje