viernes, 15 de agosto de 2008

Una isla en Finlandia

Hace unos años, cuando hablaba con los amigos de los viajes que me gustaría llegar a hacer antes de morir, mis preferencias estaban muy claras: todos los países de la cuenca mediterránea, el sureste asiático y américa latina. El resto del mundo también entraba dentro de mis posibles destinos, pero en un distinto orden de preferencia.

Con los años mis prioridades en el viajar no han variado mucho. Sigue estando el Mediterráneo, América y Asia, pero a la lista se ha añadido un país que os puedo asegurar que no estaba dentro de mis preferencias; Finlandia.

Y todo vino por un sueño.

Creo en los sueños. No en que son representaciones de nuestro futuro, o emanaciones de otras vidas. Creo que los sueños son como pequeñas pistas que nos damos a nosotros mismos para intentar explicar nuestros miedos, anhelos, deseos o llamadas de auxilio. El ejemplo más claro son mis sueños con zombies. Siempre sueño con una invasión de muertos vivientes cuando paso épocas de estrés y desconcierto. Es una manera de avisarme de que va siendo hora de que cambie de ritmo, que me pegue una buena cena con los amigos y empiece a hablar de lo que me estaba preocupando por doloroso que sea.

Mi sueño con Finlandia está relacionado con libros; como prácticamente todo en mi vida. Me encontraba en el borde un acantilado con un libro en la mano. Ante mí se extendía el mar en toda su ferocidad y violencia. Las olas restallaban a mis pies, las piedras del acantilado se quebraban y del agua enfebrecida emergían pequeños puntos de luz que se suspendían en el viento. Éste era el final de un viaje muy largo que había empezado ante el escaparate de una librería de viejo cuando un coche atropelló a mi viejo perro Patna. Del coche salió una hermosa muchacha. Sabía que era hermosa aunque no recuerdo qué cara tenía en el sueño, pero la impresión que tenía en los ojos en aquel momento, ante un mar que se rompía ante mí era suficiente señal como para decirme que por fin había llegado. Me dirigí a mi perro, que moría ante mis ojos sin dolor, sin echar de menos nada. En una de mis manos llevaba un libro que no recordaba haber comprado.

Y ese libro lo sostenía en un acantilado. Lo agarraba con fuerza porque en él estaba todo yo. Del sueño solo recuerdo el final, todo el viaje, las revelaciones y el amor han desaparecido de mi memoria. Pero lo importante, el motivo de haberme desplazado a una isla inexistente de Finlandia lo tenía en una de mis manos. El libro. Había descubierto que cada persona tiene un libro que la explica, un libro que contiene entre sus páginas toda la esencia de la persona, que muestra quién es, los miedos y aspiraciones, los terrores, lo oculto y lo que el mismo desconoce. No es una autobiografía o una forma fácil de predecir el futuro, sino que es un libro que contiene la esencia de la persona, el "alma" si me permitís utilizar esta palabra.

Y yo lo había encontrado. Y allí estaba en el lugar preciso, en el momento preciso. En esa isla en Finlandia cuando el mar se parte en dos y el sol desciende. Y sabía que si ahora mismo leía un fragmento del libro, ante mí se desvelarían los secretos de mi vida. Nunca tendría más miedo, ni dudas, ni preguntas. Sabría qué hacer para ser feliz y para hacer feliz a los demás. Alcé el libro y leí. E inmediatamente, las estrellas que el agua formaba empezaron a dibujar formas ante mí. Y supe que era el momento de mirar y por fin entenderlo todo.

Y cerré los ojos.

El sentido de mi vida está en sus ojos.

Oía los sonidos que mi vida formaba ante mí, los engranajes de todos los misterios, pero permanecí sin ver nada y lancé mi libro al mar.

No recuerdo el color de los ojos de aquella muchacha. No se qué cara tiene. No recuerdo el título del libro (pero era un libro real, un libro que esta publicado y que busco en las tiendas de segunda mano). Me desperté con la sensación de haber estado a punto de aprender algo importante, de un momento decisivo de mi vida. Y me gusta la idea de un libro perdido que nos explica. Un libro diferente para cada uno de nosotros que contiene nuestra vida.

De momento no lo he encontrado y no he viajado a Finlandia para leerlo, pero sigo buscando. Sé que un día aparecerá y podre decirle a una mujer, "toma lee que este libro soy yo". He encontrado intuiciones, fragmentos que me conducen a otros libros que me conducen a otros libros que un día me conducirán al definitivo. Esbozos de mí mismo perdidos en páginas. Os dejo uno de estos fragmentos que me explican y que yo os regalo.

Tengo el cansancio anticipado de lo que no voy a encontrar. Si en determinado momento me hubiera vuelto para la izquierda en lugar de para la derecha. Si en cierto instante hubiera dicho sí en lugar de no, o no en lugar de sí. Si en determinada conversación hubiese tenido frases que sólo ahora en el entresueño elaboro. Si todo esto hubiera sido así hoy sería otro y quizá el Universo entero sería insensiblemente llevado a ser otro también. Pero sólo ahora lo que nunca fui ni seré me duele. Voy a pasar la noche a Cintra porque no puedo pasarla en Lisboa pero cuando llegue a Cintra me va dar pena de no haberme quedado en Lisboa. Siempre esta inquietud sin resolución, sin nexo, sin consecuencia. Siempre, siempre, siempre. Esta angustia excesiva del espíritu por nada. En la carretera de Cintra, o en la carretera del sueño, o en la carretera de la vida. A la izquierda hay una casucha al borde de la carretera. A la derecha, el campo abierto con la luna a lo lejos. El auto que parecía hace poco proporcionarme libertad es ahora algo en lo que estoy encerrado. A la izquierda, hacia atrás, la casucha modesta. La vida allí debe ser feliz sólo porque no es la mía. Si alguien me ha visto desde la ventana de la casucha soñará: ese que va en el auto es feliz.

1 comentario:

Anónimo dijo...

M'agrada pensar que tota la nostra essència és en algun llibre que cal descobrir. Jo diria que aquest llibre és consultable i accessible en els somnis. No ho sé.