viernes, 17 de octubre de 2008

Crónica de una obra IV

Resumen de lo publicado: La puerta se cerró tras nosotros dejándonos atrapados en el subsuelo igualadino. Después de rechazar el contacto humano con el electricista, exploramos el lugar gracias a mi mechero de la muñequita; una especie de caverna con columnas mu bonicas. Notamos que allí había algo que no era humano. El mimo y el paleta se reunieron con nosotros y nos enseñaron una huella que había encontrado. De repente, algo empezó a atacarnos desde la oscuridad tirándonos una calavera humana. Sin armas ni ganas decidimos enfrentarnos a lo que nos atacaba. Entonces apareció una luz y una misteriosa voz nos instaba a ir hacia ella.

- Vamos a la luz - dije.
- ¿Crees que es una buena idea? - preguntó el electricista mientras se sorbía los mocos y esquivaba un fémur.
- ¿Se te ocurre otra?
- Podríamos luchar. Enfrentarnos al lado oscuro - dijo el paleta mascando con furia un palillo.
Durante un breve momentos se detuvo la lucha. Tres pares de ojos le miraban incrédulos.
- ¿Con qué armas?
- ¿En la oscuridad?
Gesto internacional de "Tú tás tonto o qué?"
Sin olvidar que Jorge es un cobarde.
- Gracias por tu apoyo, Jordi.
De nada.
- Vamos pues - dijo el paleta. - Total, de perdidos al río. ¿A la de tres?
¿Pero a la de tres y ya o a la de tres y ya está?
- ¡Ahora! - gritó el paleta.
Y corrimos hacia la luz. Lo que no dejaba de ser un poco raro. Quiero decir, durante toda mi vida no había oído más que la frase "no vayas a la luz" porque la tradición siempre había dicho que eso era sinónimo de muerte segura. Y, sin embargo, nosotros ahí, corriendo; primero el electricista chillando "no quiero morir" seguido de cerca por el mimo que iba imitándolo, el paleta intentando que no se le cayeran los pantalones y cerrando la fila iba yo echando los restos por la boca.
Y tenía la inquietante sensación de que alguien había elegido por nosotros.

Corrimos y corrimos, pero la luz no parecía que estuviera más cerca. A nuestra espalda oíamos gruñidos, bufidos, jadeos y aspiraciones. Recibíamos una constante lluvia de huesos que caían a nuestro alrededor. La mayoría eran humanos, pero alguno de los que iba golpeando al electricista costaban identificar como tales.
Los pulmones me iban a estallar y empezaba a abandonar la carrera para iniciar un paseo rápido. Quizá el haberme encendido un cigarrillo no había sido una buena idea.
Tropecé.
Con mis cordones.
¡Halá! ¡Qué hostia más guapa!
- No te rías cabrón que me he hecho daño - me incorporé medio mareado y oyendo las ruidosas carcajadas de Jordi explicando a todo el mundo que me había caído - ¿Quieres parar?
Lo siento, ya sabes que soy receptivo al humor físico.
- Joder - me había despellejado el codo -. Estoy sangrando.
Se oyó un aullido triunfal.
Mis tres compañeros continuaban la carrera. "Te esperamos en la luz", oí chillar al paleta mientras el mimo se despedía de mí lanzando al aíre mariposas invisibles de colores.
- Cabrones...
Y sentí a mi espalda un fétido aliento a carne podrida y colonia masculina.

Me giré muy lentamente. La luz se intensificó y pude ver lo que tenía delante. Imaginaos que una noche un chihuahua conoce en un bar de solteros a una gorila, mantienen relaciones íntimas
vamos que follan como locos
y unos meses después tienen un retoño. Pues a eso añadidle espinas por pelos, ojos saltones, mandíbulas de acero con unos dientes del tamaño de una botella de cerveza y pechos de conejita. Pues algo así, pero más feo, me miraba fijamente mientras le chorreaba sangre de un ojo y en una de las garras sostenía una calavera.
Abrió la boca dejando ver tres hileras de colmillos.
Hice lo que haría cualquiera en mi situación.
Cerré los ojos.
Noté como su lengua rasposa y llena de pequeños dientes me recorría la cara. Tendría que haberme afeitado, pensé.
Y oí una voz profunda y cavernosa.
- Jau, Blanqueta, jau.
Abrí los ojos.
Esa cosa estaba estirada delante de mí ronroneando. Miré a mi alrededor, pero no vi a nadie.
A lo mejor era la voz de dios.
- No soy ningún dios. Me llamo Ciocco.
- ¿Dónde estás?
- Abajo.
Pues miré abajo. Y me encontré con un hombrecillo que mediría medio metro de altura vestido con una túnica blanca.
- ¿Quién eres?
- Las preguntas después. Acompáñame. Has llegado a la luz.
Me giré. Ante mí encontré dos inmensas puertas ligeramente entreabiertas que emitían un resplandor dorado y benéfico.
- Vamos dentro. Allí descansarás y recibirás todas las respuestas a lo que te inquieta.
Y cruzamos las puertas.
Joder, ¿y todo esto está debajo de Igualada?
Al cruzar, la luz se intensificó cegándome un momento. Cuando recuperé la visión, ante mí vi lo más hermoso que había contemplado en mi vida.
- Bienvenido al reino de Aqualata.
No podía ser una república, no.

Sencillo esbozo a carboncillo de las segundas puertas hecho por el paleta.

CONTINUARÁ

5 comentarios:

-Anna- dijo...

Ayyyyy, a dónde se fueron a meter?? jajaja

Me fascinan estas crónicas, aunque esta vez no hubo opción de elige tu propia aventura como la vez pasada, snif! jejeje

Y pensar que todo era culpa de una mosca. Qué loco!

Un abrazo Jorge!

Anónimo dijo...

Sí, continua, segueix que et seguim.

Cesc Sales dijo...

Mi opción de lado oscuro fracasó...... y luego pasa lo que pasa.....

divertidisimo

abrazo

cesc

Jordi Vivancos dijo...

¡Es que es verdad, hombre! ¡Siempre estamos con los reinos de los cojones! Uno se ilusiona pensando que ha dado con un nuevo mundo, más equilibrado, más justo, y resulta que no, que es más de lo mismo, y que no quedará otro remedio que seguir haciendo genuflexiones ante los hijos de la endogamia... ¡Qué vida ésta!

Por cierto, Jorge: Ignasi (el jefe, para los que lo conozcáis) pregunta si tienes para mucho, que ya te han llamado dos veces los de Bestiari para la próxima reunión, y además hay que hacer devoluciones y no da abasto. ¿Qué le digo?

Mara Oliver dijo...

jejeje, anda que no se te pira, jejeje :) by the way, me gustan los cancerberos achuchables :P