domingo, 19 de octubre de 2008

De como aprendí a bailar, pero nunca bailé

Aunque no os lo creáis soy un inútil para algunas cosas. Sí, ya se que cuesta de aceptar y que claman las voces diciendo que no, que no eres un inútil luz de mi vida. Pero sí, para algunos temas soy un inútil. Me refiero que no puedo participar en una operación de neurocirugía, soy incapaz de disparar un arma (y que para esto sea un inútil para los restos de mi vida), no puedo construir una máquina del tiempo para viajar hacia atrás y ver a Nina Simone en concierto y no puedo bailar.

Y lo he intentado. De verdad, pero hay algo superior a mí que hace que me convierta un inútil en el momento de pisar una pista de baile. Para empezar tengo a la naturaleza en mi contra. Tengo poco oído musical y creo que me extirparon de pequeño el sentido del ritmo. En una discoteca me veréis pocas veces lanzado a la pista como un energúmeno moviéndome en espasmos epilépticos. Soy el típico tío que arrastra los pies y bebe de su gin tónic mirando alrededor buscando el momento oportuno para huir. Durante un año y medio estuve asistiendo cada viernes a clases de bailes de salón. Ritmos látinos. Salsa, cha-cha-cha, merengue, samba y unas pequeñísimas nociones de tango. Me desenvolvía bien, adquirí ritmo y soltura. En casa practicaba delante de un espejo y llené el mp3 de salsa y merengue para ir descifrando poco a poco su ritmo. Me sorprendía repitiendo los pasos de baile en un semáforo y bailando en el almacén de la tienda al ritmo de los sonidos en mi cabeza.

Y llegó el momento de la verdad. Paseo por una calle. Suena desde una ventana una canción del gran Héctor Lavoe. A mi lado una muchacha preciosa que me pide que baile con ella. Y dije que no. Sencillamente, no pude. Un año y medio de clases tirados por la borda (y tranquilos que esto no fue una oportunidad perdida. Esa muchacha es una de mis mejores amigas y unos días después tuvimos un bolero de despedida, los dos abrazados llorando y bailando al ritmo de Olga Guillot).

Eso es que tienes vergüenza, me diréis. No lo creo. Los que me conocen bien saben que en mí no existe eso que llaman sentido del ridículo (si he salido en una obra de teatro en bikini comprenderéis que el hecho de que me vean bailar no supondría mayor problema). Inseguridad, entonces. Un poco sí que hay, pero cuando participo en un recital también me siento inseguro, o cuando dejo a alguien leer un cuento o cuando hacía teatro. ¿No te gusta bailar? No, si lo peor de todo es que me encanta bailar. Los viernes que iba a clases era feliz y estar moviéndome al ritmo de la salsa y el merengue era maravilloso. En casa bailo cuando no me ve nadie. ¿Entonces qué? Sinceramente, no lo se.

Yo creo que tengo el mismo problema con el baile que el que tengo con la poesía. Le tengo demasiado respeto. Y si veo que no lo voy a hacer bien, si siento que no lo haré bien, prefiero no hacerlo. Cuando siento la presión de bailar, de seguir el ritmo, de llevar bien a la mujer, de conducirla y fluir... si noto que no puedo, no lo hago. Pese a que mi profesora de baile me animaba diciendo que lo hacia bien, que era bueno y que tenía a mi favor lo mucho que disfrutaba. Y en las clases no pasaba nada, pero en la pista de baile... no puedo, lo siento, no puedo.

Un amigo me dijo que el único problema es que todavía no he encontrado a mi pareja de baile; esa muchacha que me dejara cogerla entre los brazos y sacará de mí al bailarín. Me gustaría pensar que será así de fácil.

Así que a la espera de que aparezca esta muchacha que me saque a bailar, me quedo sentado a la barra observando como los demás bailan. Porque me gusta ver a personas bailando. Me gusta la danza clásica, la contemporánea, los ritmos latinos, los pasodobles, el tango... me gusta ver a bailarines profesionales moviéndose por una pista, la emoción de ver los musicales de Carlos Saura, un buen bailaor o bailaora de flamenco... Me emociona ver bailar... y en ocasiones, como ésta, acabo llorando.

6 comentarios:

Libélula dijo...

Apuesto que si te envuelvo con mis alas, bailaríamos, volaríamos al son del viento y dejaríamos que el murmullo de la brisa nos indique el ritmo…

Besos desde mi estanque,
Libélula.

Anónimo dijo...

Jorge,

T'entenc perfectament,a mi em passa alguna cosa semblant amb la dansa: m'encanta veure-la en els altres però jo sóc incapaç de moure'm de manera coordinada...

Potser algun dia m'animo a apuntar-me a "balls de saló"...cal ser força valent per fer-ho...tot i conèixer les limitacions d'un mateix... enhorabona!

Petons

PD a punt de començar "el café de la joventut perduda" ja enyoro en Larsson...

Cesc Sales dijo...

Como en todo arte una cosa es lateoria y la otra, bien distinta, la practica...
Miucamino en el arte del baile solo ha hecho que empezar, tu ya llevas camino...

Danzemos!!!

Girl From Lebanon dijo...

Tiene razón tu amigo...cuando encuentres a tu pareja de baile, cerrarás los ojos, y te dejarás llevar...

Bss!!

Cloe dijo...

Para mi que lo que tienes además de lo que dijiste es miedo escénico, eso no solo nos pasa a los músicos, o a los actores, etc, le pasa mucha gente con cosas como esta.

Tengo que decir que mi marido es como tú, y hasta a él le hice bailar en alguna ocasión jeje.

Besos!

Amanda dijo...

¿Quieres bailar conmigo?

Tú pones las cartas y yo los tangos.......