- Hola, buenos días.
- Buenos días.
- ¿Tenéis Los girasoles ciegos de Alberto Méndez? Creo que está publicado en Anagrama.
- Sí... Aquí tiene.
- Gracias, ¿cuánto es?
- Catorce euros.
- Tenga. ¿Lo ha leído?
- Sí.
- ¿Y qué tal?
- Lo mejor escrito en castellano en lo que va de siglo. Una maravilla. Aquí tiene su cambio.
- Gracias, buenos días.
- Buenos días. ¿A quién le toca?
- A mí. Buenos días. ¿Tiene Incerta gloria de Joan Sales?
- Sí, si me acompaña...
Esto es un rollo. Buenos clientes, pero aburridos. Si hablo de los clientes extraños, los curiosos, los extravagantes o los directamente imbéciles lo hago por vosotros para que no os aburráis y conseguir al menos que esbocéis una media sonrisa. Así pues, después de este innecesario preambulo vamos al tajo.
Un sábado por la tarde extrañamente tranquilo entró en la librería una mujer atractiva, elegante, sofisticada que buscaba doce libros para regalar a su hijo de dieciséis años. Me explicó que su hijo lee mucho, es muy inteligente y quería libros que entrarían en categorías de literatura para adultos. Hizo un especial hincapié en que le proporcionará clásicos. Como no había mucha gente me dediqué al encargo con entusiasmo. No solo porque fuera una buena venta (que lo era, fácilmente llegaría esta mujer a los 200 euros), sino porque para el librero que le gusta su trabajo ésta es una ocasión perfecta para lucirse. No recuerdo todos los libros que le elegí, pero entre ellos estaba Matar a un ruiseñor, Cosecha roja, La isla del tesoro (¡como no!), La piedra lunar, etc.
- Bueno, pues aquí tiene... doce libros - le dije con mi mejor sonrisa de un trabajo bien hecho.
- Gracias. Me encanta la selección, es preciosa. A mí hijo le encantará. Muy buen trabajo.
- Gracias. ¿Se los envuelvo para regalo?
- No, antes de envolverlos... ¿Tienes estos mismos libros del mismo tamaño?
Momento de silencio.
- ¿Qué? - dije.
- Pues que todos tengan el mismo tamaño. Es que estos que me has dado son muy diferentes.
Y en esto tenía razón, había libros de tapa dura, rústica, ediciones de bolsillo, de 15 centímetros de alto, de 21, de... doce libros diferentes entre sí.
- No, las ediciones son estas.
- ¿Pero no los hacen todos iguales? ¿Al menos con la misma encuadernación?
- No, quiero decir... una editorial edita un libro con su criterio y otra lo edita con otro criterio y...
- Pues podrían ponerse de acuerdo.
- Sí, si hablarán entre ellas...
- Sabes que pasa - me dijo con una sonrisa lupina en los labios - que me ponen muy nerviosa el desorden. Y lo que más nerviosa y de mal humor me pone son las montañitas. Ver libros más altos que otros... a mí me gustan que los libros sean todos del mismo tamaño, que todo esté en su sitio, ordenado, controlado...
- Ya.
- Y estos libros... que me encanta la seleccción de verdad... pero son muy diferente entre sí y me estaría muy nerviosa pensado en las montañitas que formarían estos libros en la habitación de mi hijo... ¿De verdad no los tienes del mismo tamaño?
- No, de verdad.
- ¿Y no puedes darme ninguna solución?
- Pues tiene dos opciones. O los compra así con todo el desorden que supone, o los compra y les doy un tajo de guillotina y se los dejo en un momento como paridos de una misma madre.
Me miró como si fuera un monstruo.
Poco después salió de la librería. No compró ningún libro porque los que le gustaba no tenían el mismo tamaño o tenían el mismo tamaño, pero la encuadernación era muy diferente entre sí. Yo perdí una buena venta por no conseguir que todas las editoriales de este país unifiquen sus criterios de edición y con la sensación de que veinte minutos de mi vida se habían ido por el retrete.
***
Un chico entra en la tienda. A primera vista no pertenece a ninguna tribu concreta de desorientados adolescentes. Se espera a que acabemos con algunos clientes. Le atiende mi jefe. Hablan entre ellos hasta que mi jefe me llama.
- Jorge - me dice - ¿te suena si tenemos en la tienda el Necronomicon?
Observo en sus ojos un brillo de jubilo y una expresión del tipo "no pienso reírme de este chaval".
- ¿La recopilación de relatos de Lovecraft?
- No - dice el chaval - el Necronomicon original. La Biblia negra, el libro que dicto Satanás al poeta Abdul Al-Hazred.
- ¿Y que está forrado con piel humana, escrito con sangre de inocentes y permite el acceso a otros mundos y dimensiones? ¿El que sale en Posesión infernal?
- Sí, ése. ¿Lo tenéis?Un chico entra en la tienda. A primera vista no pertenece a ninguna tribu concreta de desorientados adolescentes. Se espera a que acabemos con algunos clientes. Le atiende mi jefe. Hablan entre ellos hasta que mi jefe me llama.
- Jorge - me dice - ¿te suena si tenemos en la tienda el Necronomicon?
Observo en sus ojos un brillo de jubilo y una expresión del tipo "no pienso reírme de este chaval".
- ¿La recopilación de relatos de Lovecraft?
- No - dice el chaval - el Necronomicon original. La Biblia negra, el libro que dicto Satanás al poeta Abdul Al-Hazred.
- ¿Y que está forrado con piel humana, escrito con sangre de inocentes y permite el acceso a otros mundos y dimensiones? ¿El que sale en Posesión infernal?
- No, lo siento. No está a la venta. Piensa que hacer una edición con piel humana es muy cara y se hacen muy pocos números.
- Claro... Bueno, pues nada, gracias.
Y salió tranquilamente de la tienda quizá pensando que por Internet podría conseguirlo.
***
La última anécdota de hoy no me pasó a mí directamente sino a mi compañero de cuitas librescas Cristóbal. Entró un tipo de unos veinte años con el aspecto de persona que acaba de salir de un after hours a las seis de la tarde después de 72 horas de despedida de soltero. No parecía muy acostumbrado al ambiente de la librería. Se acerca a Cristóbal.
- ¿Tenéis libros de poesía? De esos para decirles cosas bonitas a la niñas...
- ¿Es para un regalo?
- Pues claro.
- Mira - dice Cristóbal con toda su buena voluntad - tenemos éste que perfecto para un regalo. Son poemas de Lorca, Neruda y Salinas. Con fotografías. Es un buen libro.
El tipo abre el libro y lo ojea...
- No, esto no. Las frases son muy largas. Y yo quiero un libro con frases cortas. Para decirle cosas bonitas a las niñas, ¿sabes lo que te quiero decir?
Cristóbal lo acompañó a la sección de poesia.
- Mira un poco por aquí. Aquí hay alguna antología de poesia amorosa.
- ¿Pero sabes lo que te quiero decir? Para decirle cosas bonitas a las niñas...
- Mírate este libro.
- No, joder, son muy largas... frases cortas.
Cristóbal empezó a roerse los sesos para volver a sus tiempos de instituto en la clase de literatura cuando hablaron de métrica intentando recordar qué verso era el más corto y si teníamos algún libro.
- Pues ahora...
- ¿Sabes lo que te quiero decir? Frases cortas... para decirles cosas bonitas a las niñas... ¿sabes lo que te quiero decir? ¿lo sabes? ¿lo sabes?
- No...
- Pues me largo - y se dirigió a la salida como Clint Eastwood al final de La muerte tiene un precio.
Cristóbal, colapsado, solo acertó a dirigirle una réplica dura e incisiva.
- Pues adiós.
Y le quedó la sensación horrible e injustificada de que había quedado como un imbécil.
Y el próximo día os explicaré la historia del tipo que se enfadó conmigo porque no teníamos en la tienda una sección dedicada a la filatelia canadiense.
- ¿Tenéis libros de poesía? De esos para decirles cosas bonitas a la niñas...
- ¿Es para un regalo?
- Pues claro.
- Mira - dice Cristóbal con toda su buena voluntad - tenemos éste que perfecto para un regalo. Son poemas de Lorca, Neruda y Salinas. Con fotografías. Es un buen libro.
El tipo abre el libro y lo ojea...
- No, esto no. Las frases son muy largas. Y yo quiero un libro con frases cortas. Para decirle cosas bonitas a las niñas, ¿sabes lo que te quiero decir?
Cristóbal lo acompañó a la sección de poesia.
- Mira un poco por aquí. Aquí hay alguna antología de poesia amorosa.
- ¿Pero sabes lo que te quiero decir? Para decirle cosas bonitas a las niñas...
- Mírate este libro.
- No, joder, son muy largas... frases cortas.
Cristóbal empezó a roerse los sesos para volver a sus tiempos de instituto en la clase de literatura cuando hablaron de métrica intentando recordar qué verso era el más corto y si teníamos algún libro.
- Pues ahora...
- ¿Sabes lo que te quiero decir? Frases cortas... para decirles cosas bonitas a las niñas... ¿sabes lo que te quiero decir? ¿lo sabes? ¿lo sabes?
- No...
- Pues me largo - y se dirigió a la salida como Clint Eastwood al final de La muerte tiene un precio.
Cristóbal, colapsado, solo acertó a dirigirle una réplica dura e incisiva.
- Pues adiós.
Y le quedó la sensación horrible e injustificada de que había quedado como un imbécil.
Y el próximo día os explicaré la historia del tipo que se enfadó conmigo porque no teníamos en la tienda una sección dedicada a la filatelia canadiense.
9 comentarios:
Històries entranyables, no sé fins on expliques fets viscuts i fins on fabules. De fet, la indefinició dels límits també m'agrada. (Per cert, t'he afegit a la meua llista de blocs)
Angi
Estupendo! Gracias!! :-D
Me encanta la idea de la guillotina, aunque otra vez puedes sugerirle a la señora que compre una selección de libros de la misma editorial y colección. Todos de Cátedra, por ejemplo. Además, estoy segura de que la combinación de colores blanco/negro le habría encantado :-)
Tienes un trabajo de lo mas ameno. Imagino que todos los que son cara al publico lo son, nunca sabes quien va a entrar por la puerta...
A mi la semana pasada me llamó un cliente pidiendome un certificado, pero no sabia como se llamaba, solo que tenía tres letras...pa mearse.Bss.
Jajajaja, que buen posteo!!
Es increible la de gente que hay por el mundo, la de la señora del orden y el tamaño de los libros me mató, sobre todo porque (aunque reconozco que es una manía horrible) a mi me pasa un poco parecido, pero no tanto claro, yo los libros los compro para leerlos no para exponerlos, pero si es verdad que cuando los ordeno lo hago del mas grande al más pequeño O_o.
Espero impaciente el próximo!
Saludos!
Pues qué quieres que te diga... Me parece que la señora de la primera anécdota no puede estar más en lo cierto. Al fin y al cabo, ¿para qué sirven los libros, si no es para decorar? (Y para calzar algún mueble que otro, por supuesto) Cualquier persona con un mínimo de buen gusto sabe que una decoración equilibrada requiere figuras de Lladró (a ser posible, de algún payasito o alguna bailarina) y libros a partes iguales, y huelga decir que los libros deben ser del mismo tamaño y color. En caso contrario, no sólo atentaríamos contra el buen gusto (que es lo peor que puede hacerse en esta vida), sino también contra la salud, puesto que el efecto visual de "montaña rusa" que producirían los libros de distintos tamaños puede acarrear fuertes mareos e incluso provocar náuseas a los espíritus sensibles.
Me reconforta profundamente pensar que aún hay gente con buen gusto suelta por el mundo, sin correa ni bozal.
Bruixadesol: tot el que escric està viscut... poder el record arrodoneix l'estil, però tot està "basado en hechos reales". De verdad de la buena.
Sfer: Agradecido. Quizá Cátedra eran bajitos... y prometo entrar en detalles con la mujer de los pájaros... pero no es cuestión quemar todos los cartuchos a la primera de cambio.
Girl: aburrirme no me aburro, eso tenlo por seguro. Y hay días que el contacto con la gente es de todo menos ameno... Son esos días en que piensas en el apocalipsis (sobre todo en Sant Jordi o la campaña de texto).
Cloe: tu manía... vamos, una falta leve. Y esta señora tampoco los quería para decorar, quería que su hijo los leyera... pero ya puestos que no provoquen pesadillas con tantos tamaños. Gracias por la visita.
Jordi: como siempre tu comentario... bueno... ¿qué decir a todo esto? No hay faltas de ortografía, y eso es positivo. Y veo que sigues defendiendo las causas que nadie defiende ... sigues siendo ese adalid de los necesitados, los indefensos... Gracias por tu aportación, supongo.
Me ha encantado la lectura de estas anécdotas.
Jorge...de debò...no em puc creur el que et va passar amb el Necronomicon original...mare meva!!!
Annabel: agradecido que te haya gustado.
Laura: tot llibre te el seu lector... fins i tot els imaginaris... I m'alegra que hagis trencat la teva por a deixar comentaris.
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